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De la necesaria reorganización del cine

Ángel S. Harguindey

El novísimo director general de Cinematografía señaló hace unos días que no habría cambio alguno en la normativa censorial hasta después de las elecciones, por lo menos.La cinematografía nacional ha sido, sin duda, uno de los campos de entrenamiento más apetitoso para nuestros censores -y en el fondo, este país está lleno de seres inquisitoriales con mayor o menor sensación de frustración personal- porque, entre otras cosas, el gremio del cine ha sido y continúa siendo, en buena medida, uno de los subsectores más propicios para la depredación. Pocos profesionales -en cualquiera de sus ramas- absolutamente desunidos y en constante actitud servil hacia una Administración que tuvo el cuidado de fomentar el paternalismo a través de prebendas económicas. Escribir sobre la historia del cine español en sus últimos cuarenta años, presupone el apuntar datos terroríficos, anécdotas esperpénticas y todo ello inmerso en un ambiente que no alcanza lo surreal, porque se queda, en el bufonismo más patético. Permisos de importación de películas norteamericanas a cambio de filmes apologéticos de la raza o el imperio. Créditos para construir hoteles como contrapartida de lo que pretendía ser una respuesta a cualquier película extranjera crítica y sin duda, honesta.

Intentos de chantaje, trabas ala distribución mínimamente, independiente y un sinnúmero de extorsiones de baja estofa, que servían para todo, desde para conseguir una alta calificación -es decir-, una importante suma de dinero-, por cualquier mediocridad, hasta para llevarse a la cama a la starlet de turno, forman y conforman una buena parte de la historia cotidiana del medio.

Ausencia de inversiones

Es probable que la ausencia de inversiones del gran capital, como consecuencia de la política paternalista ya señalada, sea una de las razones para explicar la abundantísima nómina de pícaros que existen en el sector, que ocuparon desde siempre el lugar de los técnicos, probablemente más pragmáticos y crueles aunque menos ineficaces e incoherentes. Es probable que la importantísima influencia de la industria norteamericana haya fomentado algo tan simple como es el colonialismo cultural, con la consiguiente secuela de mandos intermedios, corruptos y reaccionarios.

El director general de Cinematografía habla de modificación de las normas censoriales tras las elecciones. Quizá la reorganización del sector exija, al mismo tiempo, tina cierta limpieza previa entre las gentes del sector, porque tan increíble es que se prohíba durante un cierto tiempo una película como Pantaleón y las visitadoras, basándose para ello en «la paz exterior de España», algo que al parecer la película dificultaba, como que existan interrelaciones entre la industria privada y algún alto cargo de la mencionada Dirección General de Cinematografía.

Ley del cine

La actual Junta de Censura ha dado ya muestras suficientes de vivir anclada en un pasado irrepetible, sin embargo, los problemas del cine no radican sólo en estos señores. Todo parece indicar que ya ha llegado la hora en la que los auténticos profesionales del cine comiencen a elaborar lo que puede ser una nueva, en todos los sentidos, ley del Cine. Es el momento oportuno para que la Administración recapacite sobre las amplias posibilidades materiales que supone una industria cinernatográfica saneada y con agresividad comercial exportadora. Es tiempo de que la concepción iniperante durante estos últimos cuarenta años se cambie radicalmente. Menos censura, o niejor, aplicación del Código Penal vigente, mayor independencia de la industria norteamericana y, sobre todo, fin de una corrupción asentada hasta extremos inimaginables.

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