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Tribuna:CANNES 77
Tribuna
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Final sin revelación y sin estrellas

El festival ha concluido, al menos como competición. Tres últimos filmes se han asomado a sus pantallas tras la huelga que dejó sin luz el palacio, obligando a cambiar los horarios de proyección.

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Fernando Rey, Premio de Interpretación del Festival de Cannes

Theodoros Anghelopolus, figura principal del cine griego, estudiante de derecho en Atenas y de cine en París, ha traído hasta aquí su obra Los cazadores, con la que cierra su trilogía iniciada con Días del 36, y que continuó con Los comediantes. Dadas a conocer bajo el régimen de los coroneles, sus obras, proyectadas sólo en cines de ensayo, revelaron desde el primer momento una Grecia lejos de los clichés habituales haciendo alcanzar a su realizador categoría excepcional en un plazo relativamente breve. Escritor y director, y a la vez artista militante, su trilogía supone un cuadro histórico real y simbolista, total, en el que el paisaje y las canciones, las danzas y el acontecer de los hechos políticos suponen una interpretación del momento actual del país, partiendo de los días de la última gran guerra.En este tercer capítulo de duración casi tan larga como los anteriores de planos desmedidos también, con escasos movimientos de cámara en los que se acusan influencias teatrales nunca encubiertas, la acción se centra en el hallazgo de un partisano muerto por un grupo de cazadores. Los seis hombres que lo componen llevan el cadáver hasta el hotel, donde viven y ante la policía, junto con sus mujeres, dan testimonio de su pasado, unos a modo de justificación y otros para afirmarse en sus actos olvidados. La historia del país se ofrece al espectador, a veces en imágenes de excepcional belleza, otras como reconstruido documento y, en ocasiones, como espectáculo de resonancias brechtianas. Su voluntaria descripción morosa va poco a poco calando en el espectador hasta conseguir interesarle en unos hechos que sólo superficialmente conoce. Este es el mayor elogio del autor, que, en un estilo dentro del cual los actores se mueven como tales, viven o mueren, callan o resucitan, nos narra para quien lo sepa asimilar, treinta años de lucha contra la dictadura, ya venga de la izquierda o la derecha.

Black joy

Black joy, segundo filme inglés, se presentaba como un relato a la medida de Paul Medford, niño prodigio de color, la verdad es que de prodigio tiene poco. Tan sólo es un pequeño actor como tantos, aunque comparado con el auténtico protagonista de la historia pueda parecerlo. Ni la interpretación de éste, aburrida y monótona, ni el guión que se ha escrito para él tienen nada de excepcional, salvo el ambiente en que se desarrolla: los barrios negros de Londres que lucen con su ambiente acostumbrado, captado como el cine inglés suele hacerlo, en su excelente escuela documental.

Arropado por unos cuantos actores eficaces, el protagonista llega a Londres, se deja engañar y robar una vez tras otra por sus hermanos de color hasta conseguir un empleo pasable. Su inocencia es demasiado candorosa, y aunque el realizador la justifique amparándose en los relatos de Dickens, todo el colorido del barrio de Brixton donde las Antillas vuelan su excedente humano, no es capaz de salvar este relato basado en el de un escritor hindú titulado Días sombríos y noches luminosas.

La castaña

Antes de que La castaña, de G. Roy Hill -ironías aparte- eche el telón definitivo al certamen, éste se ha cerrado con El amigo americano, filme alemán de Wim Wenders, según la novela de Patricia Highsmith. En él se narra la aventura de un hombre enfermo de un mal incurable al que se ofrece una gran suma de dinero con que asegurar el porvenir de los suyos a cambio de realizar un asesinato. Cine negro más cerca de James M. Cain que de Graham Greene y a la vez lejos de ambos, combina sabiamente el miedo a morir con el miedo a matar, el análisis interior con la acción que culmina finalmente en el tren con un segundo asesinato. Esta historia de amistad en la que los personajes, al contrario que en las policíacas habituales, no parecen arrastrados por la voluntad del autor, sino por su propio sentido del bien y del mal ' para desembocar en la violencia, saca a la luz el miedo, la renuncia, los íntimos pecados de los hombres en un trabajo que su realizador considera documento en el sentido más amplio y abierto.

El tiempo de este XXX Festival acaba. No ha habido en él ni grandes producciones ni película revelación, ni estrellas nuevas.

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