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Tribuna
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Una política exterior de buenas intenciones

Si es verdad que el infierno está empedrado de buenas intenciones, a Jimmy Carter le resultará relativamente fácil construir su infierno particular, al menos en lo que respecta a la política exterior.De la mano de su segundo, Cyrus Vance, el nuevo presidente americano ha establecido dentro de su proyecto general una política exterior basada en la moralidad, una serie de objetivos, todos ellos ambigüos y relativamente realistas. Veámoslo,

Limitación de armamentos. -Negociación de un segundo acuerdo de Limitación de Armas Nucleares (SALT) con Moscú y preparación de un tercer tratado SALT para pasar de la limitación a la reducción de las armas nuclares.

América Latina. -Leves esfuerzos para.la liberalización de los regímenes militares en el cono Sur, aunque no presiones directas a favor de los sectores democráticos. Reanudación de las negociaciones sobre el canal de Panamá (ayer fue nombrado M. Linowitz con categoría de representante especial del presidente para llevar a cabo estas negociaciones). Apoyo decidido a las democracias representativas que sobreviven en el continente (Venezuela, Colombia, Costa Rica) y aproximación por vía comercial Cuba. Estrechamiento de relaciones con el México post-Echeverría. Apoyo, a nivel estratégico, de una nuclerarización limitada de tres países (Brasil, Argentina y, tal vez, Chile). Establecimiento de una nueva retórica que permita relaciones de amistad y cooperación no excluyentes y diferenciadas, pese a la diversidad de regímenes, políticos.

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Europa. -Potenciación de la OTAN en el terreno estratégico y sobre todo económico (Europa no puede pagar la cuenta). Firmes barreras aduaneras contra los productos japoneses y europeos. Relativa tolerancia con la izquierda ascendente y con esa fuerza inédita que es el eurocomunismo. Permisividad hacia la independencia pour la galerie de ciertos países que desean tener estas veleidades. Fortalecimiento de la santa protección y alianza con la RFA. Actitud limitativa hacia la CEE tanto como realidad económica como germen político.

Unión Soviética. -Extensión y fortalecimiento de las relaciones entre ambas potencias, diálogos en la cumbre y establecimiento de ciertos pactos sobre desarme dentro de un orden y sin romper, al menos en este asunto, la continuidad de la política Kissinger. Diversificación de las relaciones con las repúblicas populares e intensificación de la colaboración económica y tecnológica. Incorporación de la palabra «detente» (Vance) al vocabulario presidencial. Mantenimiento del statu quo armamentista y del poderío atómico actual. Reducción de las fuerzas americanas en el extranjero e impulso a las conversaciones de Viena con las naciones del Pacto de Varsovia, cuya vida era hasta ahora. más bien languida.

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Oriente Próximo. -Apoyo a las eventuales conversaciones de paz en Ginebra, y al progreso que en todos los órdenes se ha producido en las últimas semanas, pese a la crisis política de Israel. Posible suministro de armas a Egipto y Jordania, así como afianzamiento de las relaciones de cooperación y amistad con Arabia saudita. Apoyo al proceso de pacificación libanés. Esfuerzo concertado de los negociadores de dedicación completa y participación en las conversaciones de paz, en caso de que estas se reanuden.

Extremo Oriente. -Impulso para normalizar las relaciones con Vietnam, prestación de ayudas a este país, ya que no «reparaciones bélicas». Relaciones privilegiadas con Japón. Voluntad decidida de normalizar también las relaciones con la República Popular China, aseguran su soberanía. Reducción paulatina de las fuerzas americanas en Corea del Sur manteniendo «el compromiso de seguridad vigente » y tras conversaciones detalladas y cuidadosas con Japón.

Africa Austral -En Rodesia, Carter parece dispuesto a «apoyar firmemente los derechos de la mayoría» para coadyuvar a que se apliquen pacíficamente estos derechos «asegurando los derechos de la minoría», mediante el apoyo a las actuales negociaciones. En cuanto a Suráfrica, los objetivos resultan incomparablemente más vagos: los USA rechazan el apartheid, y esperan que la presencia de empresas americanas en Suráfrica «ayuden a modificar la situación para bien» (sic). Sobre Namibia, Carter espera que el asunto de su independencia de Suráfrica se resuelva pacíficamente. Y que muy pronto se normalicen las relaciones con Ángola;.

Actividades clandestinas. -« Deben restringirse a casos extraordinariamente excepcionales» y «deben establecerse normas para que si existe una propuesta» estos actos deban ser aprobados por un comité constituido por el secretario de Estado y de Defensa, el procurador general y el asesor presidencial para Asuntos de Seguridad.

La simple lectura de esta síntesis incompleta de propósitos revela, en primer lugar, una cierta dosis de utopismo. Lo que para algunos no deja de ser una extraña exhibición de cinismo y para otros, un cúmulo de proyectos inalcanzables en sus últimas consecuencias, pero viables en etapas intermedias. La pregunta que se ha repetido hasta el infinito y en todos los tonos, continentes y grupos humanos,podría sintetizarse así: ¿Es capaz un presidente de los Estados Unidos de variar sustancialmente el rumbo de la política exterior de su país, pertenezca al Partido Demócrata o al Republicano? ¿Hay diferencias esenciales entre la política exterior de ambos grupos? ¿Pueden diferenciarse?

Y aquí las respuestas son diversas, contradictorias, sorprendentes. Unos creen que el incipiente aislacionismo propuesto por Carter, su personalización de las cuestiones exteriores, su discutible tolerancia no son sino medios nuevos -y seguramente, más eficacespara alcanzar los mismos fines de antaño. Sólo variarían, y levemente, las preferencias y las prioridades. Para abonar semejante hipótesis se recurre a las numerosas declaraciones del presidente y sus colaboradores donde se aclaraba que la nueva política exterior se basaría en, la continuidad. Los más optimistas creen que se trata de declaraciones formales, hechas de cara a la galería y para contentar a los halcones del Partido Demócrata.

La tesis de los proconsulados exteriores (RFA en Europa, Japón en Extremo Oriente, Brasil en América Latina) se fundaría precisamente en la simulación verbal de los grandes objetivos exteriores.

Pero sería necio olvidar a estas alturas que no todo abona la tesis maximalista de que, pase lo que pase, los Estados Unidos seguirán siendo el severo gendarme antidemocrático que en las últimas décadas parece que fueron. Es obvio que muchas de las proposiciones exteriores de Carter y su equipo son nuevas o relativamente novedosas en un país cuya política exterior era hasta ahora un hombre -Kissinger- y un argumento -el poder económico, financiero o militar- Y que millones de personas, demócratas convencidos de todos los países y grupos políticos, esperan bastante de Carter y no esperaban absolutamente nada de Ford en caso de que hubiera triunfado. ¿Ilusiones vanas, sueños imposibles? Es posible. Pero toda hipótesis, por muy aventurada o utópica que sea, conviene contrastarla con la realidad. Esa realidad nueva ha empezado hoy.

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