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Sin figuras, cambió el panorama

Lo de ayer en Alcalá ya fue otra cosa, aunque tampoco vamos a exagerar. Adviértase que no había ninguna figura de relumbrón en el cartel. El de más fama, Miguel Márquez, que tiene agallas suficientes para medirse con un pablorromero, mi victorino o un miura y merendárselos. Por casta torera será, digo yo. Es gracioso lo que sé dice de la casta de otras figuras, que la tienen para enrabietarse con el borrego. Con un toro no se enrabietan, no, sencillamente porque es difícil que en su andadura de figuras se encuentren con un toro, ni aun en las encrucijadas.Pero no vamos a exagerar -advertíamos-. Si las reses de ayer corridas en la tercera de feria de Alcalá salen en la feria de San Isidro, tendríamos que decir de ellas que eran seis zapatos. Sin embargo a treinta kilómetros de Las Ventas (por autopista), porque la plaza es de inferior categoría, se llevan las benevolencias. Plaza de tercera categoría para perdonar trapío, pico y todas esas cosas, pero no para abaratar los precios, porque los de estos festejos que componen la calificada por el padre de la criatura «la mejor feria de Castilla», son más elevados que en la mismísima isidrada. Alguien tendría que salir al paso de tales abusos. ¿Plaza de tercera para soltar chotas y de categoría especial para la taquilla? No concuerda.

Ayer se celebró la tercera de la feria de Alcalá con toros de Beca Belmonte para Miguel Márquez, José Galloso y Juan Martínez, y un novillo de rejones para Alvaro Domecq

Márquez.- Estocada que asoma por un costado, otra caída de la que sale trompicado y rueda de peones (silencio). Estocada caída, se acuesta el toro y lo levanta el puntillero, y descabello (aplausos y saludos). Galloso.- Estocada en la suerte de recibir, de la que sale trompicado y pierde la muleta (dos orejas). Bajonazo (vuelta con algunas protestas). Martínez.- Pinchazo, estocada y rueda de peones (pitos). Dos pinchazos, otro en el que sale perseguido, otro más y estocada delantera y caída (silencio). Domecq.- Un rejón muy trasero y caído, y descabello (oreja). Los toros.- Discretamente presentados, tuvieron casta. Nobles todos excepto el primero. El quinto estaba inválido.

Bueno, los toretes no fueron la vergüenza de días anteriores, más aparentes de tipos y de cabezas (casi todas romas), esta vez con divisa y hierro, que además pertenecían a la ganadería anunciada, y sobre todo, he aquí la gran diferencia, casta. Lo de Beca Belmonte no fue una borregada. Ni siquiera el animalito que, lidiado en segundo lugar, embistió a Galloso como un carretón, era borrego. Torete noble de casta, casi tanta como la que tenía el cuarto el cual tomó una vara tremenda, se arrancó de largo y, recargado con fijeza total, llevó al caballo hasta las tablas, donde recibió un castigo durísimo. Este fue el único que entró dos veces a los caballos.

Hubo una faena redonda, la de Galloso al carretón dicho. Es hasta ahora la faena de la feria, la que más se aproxima a lo que debe ser el toreo. Galloso templó y mandó en dos tandas de derechazos y otras dos de naturales, embarcó con gusto al toro, ligó y remató muy bien los pases. Sobró pico, que no era necesario para la franca embestida del animal, y fue defecto grave que citara siempre con la pierna contraria retrasada, vicio técnico éste tan extendido en la actualidad que parece como si hubiese tomado carta de naturaleza en la moderna tauromaquia. Más los recortes, ayudados y «kikirikies» con que concluyó el trasteo poseyeron sabor, porque eran toreros, y aún tuvo el detalle de citar a recibir para la suerte suprema, aunque cuando debió cruzar perdió la muleta y salió rebotado.

Tan puesto como se le vio a Galloso fue una pena que su otro toro, que era también bueno, saliera inválido, tanto, que no admitía el toreo. Porque los restantes espadas no daban la talla. Márquez pasó apuros con el primero, que tenía media arrancada y medía las embestidas, y en el boyante cuarto hizo faena, pero de tonos violentos, absolutamente falta de arte y con poco temple. A Márquez o se le echa a los leones -para que se los coma, como decíamos- o no hay color. Y Juanito Martínez, quien tanto y tan bien apuntaba de novillero, se pasó la tarde de baile, pero no por lo «agarrao», sino por lo suelto, roquero él, ante dos ejemplares perfectamente aptos para torear, sobre todo su primero, cuya nobleza habría sido más que evidente si el espada se cruza y en lugar de retirarle la muleta de la cara, como hacía, hubiese aguantado las embestidas.

A media corrida actuó Alvaro Domecq, que estuvo entonado con un novillo cuya procedencia desconocemos a ciencia cierta, aunque por el hierro (no muy claro) pudiera ser de Torrestrella y por la divisa ni se sabe, pues era encarnada y blanca y de estos colores hay unas cuantas en las ganaderías españolas. Puso dos buenos pares de banderillas de frente y con reunión al estribo, y mató con prontitud.

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