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Crítica | La escala
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Zona de descompresión

La película esquiva todo aspaviento dramático para abordar la naturaleza tóxica de la violencia

“Hemos pasado de los burkas a los tangas”, exclama un soldado francés, tras su misión en Afganistán, al entrar en el complejo hotelero chipriota donde él y el resto de sus compañeros van a sumergirse en unas jornadas de descomprensión, antes de reingresar en la vida civil. Los soldados contemplan desde un mirador a un grupo de turistas en una terraza, bailando a ritmo de machacona rave, en una imagen que sintetiza la abismal distancia entre la banalidad de retaguardia y quien vuelve del frente con muchos números en el interior de su petate para engendrar un síndrome post-traumático. La imagen encontrará una equivalencia hacia el final de la película, cuando una de las protagonistas cruce la mirada con un puñado de inmigrantes detenidos en un furgón. El grupo de ex combatientes que centra la atención de las hermanas Delphine y Muriel Collin en su segundo largometraje, La escala, ocupa un territorio de exclusión que le impide reconocerse en ninguna de esas dos miradas lanzadas, respectivamente, en la introducción y en el desenlace de la película: lo que vuelve del frente no son otra cosa que espectros heridos, tan ajenos al dolor del refugiado como incapaces de sumirse en el hedonismo idiota del turista del Primer Mundo.

LA ESCALA

Dirección: Delphine y Muriel Coulin.

Intérpretes: Ariane Labed, Soko, Ginger Romàn, Karim Leklou.

Género: drama.

Francia, 2016

Duración: 102 minutos.

En La escala, las hermanas Coulin parten de la novela escrita por una de ellas, Delphine, para colocar a ese problemático grupo humano entre paréntesis, sumiéndolo en un acotado limbo vacacional que, en realidad, será el espejismo que camufle una terapia de gestión del trauma a través de la reconstrucción virtual. Esta realidad es patética”, afirma el personaje interpretado por Soko, mientras contraplanos de clientes de hotel comiendo en el restaurante o manejando sus teléfonos móviles ilustran el choque entre las magulladuras morales de la soldado y el vacío alrededor. Soko y la siempre entregadísima Ariane Labed llevan el peso de una película que esquiva todo aspaviento dramático para abordar la naturaleza tóxica de la violencia y la imposibilidad de un regreso a casa –o un regreso al punto de partida- para quienes se han convertido en peones desechables del nuevo desorden mundial.

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