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La honesta propuesta de Manu Chao arrasa en Frigiliana

El músico cerró el festival de las 3 Culturas con su único concierto este verano en España

Manu Chao, la noche del domingo en el festival de las 3 Culturas.
Manu Chao, la noche del domingo en el festival de las 3 Culturas.Jorge Guerrero (AFP)

A martillo pilón, y durante dos horas y media largas, Manu Chao se desbocó anoche en Frigiliana en el cierre de la décima edición del Festival de las 3 Culturas. Siempre ha sido un derroche lo suyo, pero cabría pensar que con los años (ha cumplido 54 hace un par de meses) el fuelle se resentiría. A puro salto, las suelas de las zapatillas del músico francés de ascendencia española no estuvieron ni una vez pegadas al suelo más de dos segundos seguidos. La vitalidad de Manu, y su excelente forma física, está fuera de toda duda visto lo de ayer, también la de los músicos que le acompañan, aunque en ellos es comprensible pues el trombonista Gian Luca Ria, y el trompetista, Gabriel Blandini, aún les quedan unos lustros para alcanzar los cuarenta. Junto a Manu, ellos dos a su derecha son los que más provocaron al público, y el soplido de sus instrumentos le dio el toque verbenero que la propuesta de Manu Chao precisa.

Abajo del escenario había 6.000 personas llegadas de todos los pueblos de la zona, mucho veraneante y lugareños con tantas ganas de saltar como los que estaban arriba dándolo todo. Manu tiró de repertorio conocido y arenga rebelde para ganarse a un público que de entrada vino ya entregado pero que también tuvo que soportar unos minutos antes las incomodidades de unas colas angustiosas en el acceso al Campo de Fútbol 7 de Frigiliana al que se llega por una cuesta muy estrecha. Gran jaleo y malas caras en ese trámite y la tardanza en reconocer los códigos de los tickets adquiridos por internet.

Pero la fiesta que vino después hizo olvidar ese mal trago a los asistentes. La base rítmica que impusieron Garbancito a la batería, y Gambeat al bajo, transformó todo en un chunda chunda que por muy machacón que a veces resultara, no pierde frescura y logra mantener el baile constante por más de 300 minutos.

Manu a la guitarra de palo, escoltado también por las guitarras eléctricas y acústicas de su inseparable y fiel escudero Madgid, convierte todas sus frases y estribillos más célebres en una sola canción. Pero aunque vuelva una y otra vez a lo de Me gustas tú, Arriba la luna, Próxima estación Esperanza, Qué horas son mi corazón, Clandestino ilegal o Solo voy con mi pena, sola va mi condena… no hay improvisación. Todo está controlado y cronometrado: la entrada de los vientos, los disparos de la sirenas policiales desde la mesa de efectos que controla el bajista, estos días obligado a tocar sentado por una fractura de tibia y peroné que ha arrastrado por los conciertos que la banda ha efectuado este verano por Europa, y hasta las frases de rigor. “Gracias mi gente, gracias Frigiliana”, “La locura de Frigiliana”.

Dicho con el máximo respeto y reconocimiento por la entrega incansable que derrochó anoche, acaso pueda pensarse que Manu ha perdido algo de esa sutileza con la que encandiló a medio a medio mundo allá por los noventa cuando editó Clandestino, su disco más renombrado tras dejar atrás bandas como los imprescindibles Mano Negra, o antes Los Carayos o Hot Pants. Pero han ganado en intensidad y contundencia, y en medir estupendamente los tiempos para que nada ni nadie decaiga en todo el tiempo que permanece en el escenario.

Encadena una canción tras otra, vuelve al estribillo anterior y se salta al siguiente, y pone voz a muchas de las injusticias que asolan ahora al mundo entero. Una enorme bandera saharaui presidió su puesta en escena, que la lleva siempre desde que en 2008 visitó los campamentos de refugiados para clausurar con un concierto la quinta edición del FiSahara (Festival de Cine del Sáhara) en una ocasión única en la que el actor Javier Bardem le hizo de percusionista. Las referencias a la causa de Sáhara, aclamadas por todos los asistentes, al horror del Mediterráneo con mención especial a Lampedusa, el estrecho de Gibraltar y el cierre de estos días de las fronteras de Europa ante la avalancha migratoria entraron también entre sus reproches. A grito “¡Qué hora son, la vida entera, que hora son, hora de pasar a la acción, contra la corrupción, corazón rebelde, mi gente!”, Manu supo meterse en el bolsillo a cada una de las 6.000 personas. Se acordó de Argentina, a ver una bandera de ese país, también de Colombia, Cuba, México… Se descamisó en repetidas ocasiones, resistió los saltos infinitos gracias a esos tensores adhesivos musculares que llevaba en los gemelos (único signo de presunta merma física), se partió el pecho golpeando su corazón repetidas veces con el micrófono, e hizo como que se iba y volvía en repetidas ocasiones. Era todo como un enorme bis, y a las dos horas, abordando canciones como Mala vida, de sus tiempos con Mano Negra, La rumba de Barcelona o Bienvenido a Tijuana, en plan esta tanda más sutil y acústica, con menos chunda chunda, y con su guitarra y su voz sencilla y emocionante, parecía que el concierto acababa de empezar. Terminó con el famoso Volver, popularizada tiempo atrás por el mexicano Vicente Fernández, a cien por hora, prometiendo regresar a Frigiliana, la villa que le ha tenido este verano en España. A primeros de octubre se le podrá ver de nuevo en Barcelona pero dentro un largo cartel en el benéfico Festival Esperanza, a favor de una economía justa, sostenible y solidaria.

De sencilla que es la música de Manu, de básica, escasa de complejidades armónicas, asombra esa capacidad de comunicar y remover algo por dentro. Es la emoción de lo honesto, de lo que se hace con el corazón. Música visceral. Manu lo dio todo, sus músicos también. Una hermosa luna les acompañó, pero ni una vez ese Manu generoso que se desprende de ropajes y caretas, se quitó esa gorrilla que le pinza las orejas y que había paseado la mañana del domingo horas antes del concierto por la sierra de Frigiliana, llegando a la recóndita aldea de El Acebuchal donde los sorprendidos lugareños le invitaron a queso y pan con aceite de elaboración caseras. Seguro que esos sencillos manjares fueron los que le proporcionaron esa energía incansable que le mantuvo saltando y gritando tanto tiempo. La pócima secreta.

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