Paesa-Roldán, la película
Alberto Rodríguez rueda en Madrid el filme ‘El hombre de las mil caras’
El capitán Khan nunca existió. El sello de los papeles de Laos ni siquiera era del Ministerio de Interior de aquel país. Aquel episodio de la historia reciente de España —que quería tener aroma a trama de espionaje internacional pero que en realidad olía a chusco, a chorizos de segunda y al timo de la estampita— aún marca 20 años más tarde la actual democracia.
En febrero de 1995 Luis Roldán, tras 304 días prófugo de la justicia, Roldán, sí, el considerado aún hoy uno de los mejores directores que ha tenido la Guardia Civil, Roldán, el mismo que estuvo a minutos de ser ministro de Interior, que falsificó su currículo, se lucró con los fondos reservados y marcó con su corrupción el gobierno socialista (fue condenado por la Audiencia Nacional a 28 años de cárcel en 1998 por malversación de fondos públicos, cohecho, fraude fiscal y estafa), apareció en el aeropuerto de Bangkok (Tailandia) con unos documentos que pactaban su entrega desde Laos.
En realidad, Roldán nunca ha pisado aquel país, y pasó aquellos 304 días casi por completo en París, al amparo del hombre que supuestamente le estafó 10 millones de euros (entonces un montón de pesetas) y pactó su entrega al ministro de Interior, Juan Alberto Belloch, por otros 1,8 millones de euros. Aquel hombre era —y es, hasta que se demuestre lo contrario— Francisco Paesa, y a él está dedicada El hombre de las mil caras, la película que rueda estos días Alberto Rodríguez (La isla mínima) con Eduard Fernández, José Coronado y Carlos Santos como actores principales.
“Paesa es un gran personaje. Desde que empieza en los años sesenta en Guinea Ecuatorial con una inmobiliaria hasta que se convierte en un timador internacional, del que es difícil saber qué historias contadas sobre él son ciertas y cuáles pura leyenda”, apunta Alberto Rodríguez. Ganador de diez goyas en la última edición de los premios, el cineasta sevillano parece cansado. Lleva cinco semanas y media de rodaje de un thriller —con presupuesto de cinco millones de euros— que aún le tendrá filmando otras cinco semanas y media, y que tiene fecha de estreno prevista en otoño de 2016. Ahora está en Madrid, en concreto entre los barrios de Malasaña y Alonso Martínez, que sirven de trasuntos de París, donde ya han filmado las tomas exteriores.
Durante años, el guion ha pasado de mano en mano de diversos directores (Coronado ya estuvo embarcado en el proyecto cuando lo lideraba Enrique Urbizu) hasta acabar capitaneado por Rodríguez. A él le apetecía llevar a la pantalla toda la vida de Paesa, pero los dineros no dan para tanto. “Rafael Cobos [su guionista habitual] y yo decidimos concretar la historia en los 304 días de la huida de Roldán, que provocó la dimisión del entonces ministro de Interior, Antoni Asunción, responsable de su custodia, y que nos sirven para dibujar a Paesa. El reto de la película es hacer atractivo unos días en los que pasar, pasar, no pasó mucho”, apunta el director.
Para guiar al espectador, Rodríguez y Cobos han creado a Camoes (al que da vida José Coronado), una invención basada en un expiloto de aviación, Jesús Guimerá, otro aventurero envuelto en los chanchullos de Paesa. “Aclarar lo que de verdad ocurrió es casi imposible, y aunque nos hayamos basado en parte en el libro de Manuel Cerdán, hemos ficcionado bastante la historia. No estoy seguro de que estemos haciendo un thriller de espías, me parece más bien que nos está saliendo una película de tramposos. Tú pregúntale a cualquiera quién es Roldán y te responderá que es el tipo que huyó a Laos. Y nunca viajó a Laos. Es todo mentira”. Obra de Paesa, que fue capaz de venderle dos cohetes a ETA como parte de una operación señuelo de Interior, de timar a la mafia rusa, de organizar el montaje de su falsa muerte en julio de 1998, de blanquear dinero sin tapujos en Suiza… o de inventarse al capitán Khan, cuyo nombre homenajeaba a un personaje de los Chiripitifláuticos: el capitán Tan.
Ni Rodríguez ni Carlos Santos —que le encarna— han querido conocer a Luis Roldán, para no sentirse mediatizados. “En su momento, tuvo un poder inmenso. Fue el primer civil en liderar la Benemérita, y aún hoy muchos guardias lo recuerdan como su mejor director. Pero leyendo el libro que le dedicó Sánchez Dragó, está claro que hoy no se parece mucho al Roldán de hace 20 años: lo vivido, sus 15 años en la cárcel, le han convertido en otra persona”, asegura Rodríguez. “En realidad, de todos aquellos polvos, ya lodos, viene el barro actual que salpica España”, comenta Santos. Para su Roldán ha engordado, se ha rapado parte de la cabeza y se puesto en manos de maquillaje y peluquería para envejecer los diez años que le separan del exdirector de la Guardia Civil. “Lo he construido más basándome en el imaginario colectivo que hay de él que en Roldán mismo, porque lo contado es hasta cierto punto obra de Cobos y de Alberto”.
Curiosamente, y pasado el tiempo, “como apunta el libro de Sánchez Dragó, Roldán nunca habla mal de Paesa”, explica el director. “Debió de ser una amistad intensa. Puso en manos de un tipo de dudosa reputación su destino. Así que queda claro que Paesa tiene que ser un mago de la palabra y de la seducción. Si no, no se puede entender cómo en 2010 aún estuviera timando a los rusos. Me imagino que Roldán se movería entre la desesperación y el síndrome de Estocolmo”.
Paesa en acción
Eduard Fernández llega al rodaje. Todavía no es Paesa. Se coloca las gafas, le ponen un abrigo, adopta cierto aire de sobrado y aparece el espía, el gran timador. En un patio interior con varios garajes individuales, va a recoger un coche junto a Camoes. Todo el movimiento —entrada en el portal, cambio de vehículo, apertura de la puerta metálica junto a Coronado y arranque del coche— se rueda en un plano secuencia. Álex Catalán, el director de fotografía, aprieta al steady cam para que ajuste el movimiento y lo que se ve en el plano. La toma se repite hasta ocho veces. Rodríguez habla con los dos actores: hasta en ese momento de transición el tono le parece fundamental.
Acabado el plano, Coronado describe su personaje: “Es un tipo de buena familia, piloto de líneas comerciales, y ante todo un aventurero. Por eso cada vez que Paesa le llama, se apunta a lo que sea”. Los tres actores son nuevos en el universo Rodríguez. “Yo estaba loco por trabajar con él. Es un equipo que lleva mucho tiempo junto, con varias películas a sus espaldas, y funcionan con una precisión y una exigencia como yo nunca había visto. Así se debe de hacer cine y a mí esto me pone muy cachondo”.
A Fernández le ha tocado “el personaje tan grande como complicado”. Ha construido su Paesa desde el guion. “Es un tipo muy particular, que hace malabares constantemente, que improvisa sin cesar. Como actor ahora mismo no lo juzgo, cuando acabe volveré a opinar sobre él. Manipula y miente, y nunca se sabe cuándo lo hace”. Aunque apunta como una nota curiosa, “su sentido del humor”. “Y eso sí, todo lo hace a la española, a lo pillo, a lo cutre”. ¿Le hubiera gustado conocerle? “No ahora. Pero en París, muchos días en el rodaje nos preguntábamos si estaba espiándonos entre los curiosos”. Por supuesto, es Paesa: si se acercó a la filmación, nunca se sabrá.
La historia de España
Alberto Rodríguez no es un cineasta apasionado por el drama histórico, y sin embargo, un espectador puede hacerse una idea clara de la España del siglo XX y principios del XXI con su filmografía: el posfranquismo y el caciquismo en La isla mínima, la Sevilla previa a la Expo de 1992 en Grupo 7, el racismo y la inmigración actual en El traje, la vida en los barrios marginales de cualquier ciudad en 7 vírgenes, y la soledad y la insatisfacción de los urbanistas de After.
"Es curioso, nunca fue mi pretensión, y El hombre de las mil caras estaba en marcha antes que La isla mínima. Espero volver en mi siguiente película a la España de 2015, a la de After, aunque sé que mucha gente se sintió reflejada en aquel drama".
Babelia
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