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John Lydon, viejo apóstol punk

El cantante, ex Johnny Rotten, defiende el legado de los Sex Pistols en esta entrevista

Johnny Rotten (en primer plano) y Paul Cook, de Sex Pistols, en su último concierto, el 14 de enero de 1978 en Winterland (San Francisco).
Johnny Rotten (en primer plano) y Paul Cook, de Sex Pistols, en su último concierto, el 14 de enero de 1978 en Winterland (San Francisco).Michael Ochs Archives (GETTY)

Cuando en noviembre de 1976 Johnny Rotten cantó en Anarchy in the UK “tu sueño de futuro es un plan de compras”, seguramente no sospechaba que cuarenta años después el título de esa canción acabaría estampado en uno de los dos modelos de tarjetas de crédito con la imagen de su primera banda que acaba de lanzar Virgin Money. O sí.

“¡Por supuesto que me parece una idea genial! Esa gente está mostrando respeto por mi historia. La gente que lo está criticando solo demuestra su estupidez. No se me ocurre algo más anarquista que inundar los cajeros de Londres con estas tarjetas”, contesta el líder de los Sex Pistols desde su casa de Los Ángeles. Lo hace con una voz nasal y una cadencia trompetera con la que defiende una visión luminosa de la vida y de la música. Durante toda su vida, John Lydon ha arrastrado tres pesadillas: su dentadura (sus dientes podridos le valieron el sobrenombre de Rotten), la idea de violencia (en realidad, afirma, su ídolo es Ghandi y su palabra clave ahora es “entusiasmo”) y sus recurrentes resfriados.

Ahora vive en la costa estadounidense porque allí tiene tiempo para navegar, pasear con su Volvo T5R Turbo amarillo, grabar el nuevo disco de su longeva banda PiL (What the World Needs Now, que verá la luz en septiembre) y escribir las más de seiscientas páginas de su nueva autobiografía: La ira es energía, editada en España por Malpaso. No está en sus planes regresar a su país: “Voy dos veces al año, pero se está convirtiendo en un sitio muy aburrido. Aquí puedo hacer lo que no pude permitirme de pequeño porque no teníamos ni un duro y porque el tiempo era horrible en el norte de Londres”.

John Lydon, en una imagen del pasado 30 de abril, en Nueva York.
John Lydon, en una imagen del pasado 30 de abril, en Nueva York.Rob Kim (GETTY)

En La ira es energía, su segundo libro de memorias (el primero, No Irish, No Blacks, No Dogs, lo publicó en 1994), Lydon explica cómo contrajo una meningitis aguda por culpa de las ratas: jugaba con barquitos de papel en los charcos donde habían hecho sus necesidades. A los siete años, cuando despertó de un coma de varios meses que lo dejó amnésico, no reconocía ni a sus padres: “Y por eso no miro el pasado con nostalgia. Desde entonces recuerdo todo tal y como fue”. Los médicos aconsejaron a sus padres que intentaran mantenerlo enfadado, porque esa excitación podría devolverle parte de la memoria: “Y ese ha sido mi motor. Quien piense que el enfado o la ira tienen que ver con el odio es un ignorante”.

En esa época se fraguó su inquina hacia instituciones como la Iglesia: las monjas de su colegio lo llamaban “tonto del bote” y le decían que su zurdera era cosa del diablo. Años después, cuando se tiñó el pelo con la marca Krazy Color, su padre lo echó de casa por parecer “una col de Bruselas”. “Mi padre pensaba que yo lo culpaba por mi enfermedad y yo pensaba que era él quien me culpaba a mí. Pero nos hicimos amigos”, explica. La herida quedó restañada cuando en 2001 fue con él a recoger el Q Award: su progenitor colocó el galardón en el salpicadero de su camión.

El punk fue mal traducido por oportunistas de clase media y alta”

Lydon es de esos tipos conscientes de su importancia, de los que hablan de sí mismos en tercera persona incluso cuando exhiben, como durante esta entrevista, su cara más amable y risueña. Los Sex Pistols tuvieron un impacto social y cultural que difícilmente se volverá a repetir: incluso se debatió sobre ellos en el Parlamento, donde algunos diputados quisieron aplicarles la Ley de Traidores y Traición (penada con la horca). A finales de los setenta, estos monarcas del punk antimonárquico se ciscaban en la reina o decían un par de tacos en el programa televisivo de Bill Grundy y aquello era un escándalo nacional. Ya en el siglo XXI Lydon pudo insultar irónicamente a la audiencia del reality show en el que participaba sin que aquello fuera a mayores (en realidad, era el favorito hasta de las abuelitas).

Un póster de Sex Pistols.
Un póster de Sex Pistols.

Por todo ello Lydon recuerda que es el rey del punk, afirma que todo lo que él diga es punk e insulta a posibles competidores como Malcolm McLaren, ideólogo de su primera banda, y a compañeros generacionales como The Clash, aunque declara un amor incondicional (y tierno) a su familia y a su manager y amigo. Sostiene que sus documentales sobre el mundo de los insectos están conectados espiritualmente con los versos más incendiarios de los Sex Pistols y blasfema contra los que intentan redefinir qué significó su movimiento. “El punk fue mal traducido por oportunistas de clase media y alta que querían defender sus tesis. No tienen ni idea. No somos hámsteres. Somos el motor de nuestra maldita cultura”, afirma sobre Jon Savage, el autor de England's Dreaming, la biblia sobre el punk británico.

Lydon convierte esa mirada de clase obrera enfurecida en casi una disciplina atlética. Afirma en su libro, por ejemplo, que las 75 libras que cuesta una entrada de fútbol para ver al Arsenal, su equipo, deberían dar derecho a encamarse con las mujeres de los jugadores: “Ellos cobran demasiado y el fútbol ha perdido toda conexión con sus raíces, con sus fans. Los futbolistas no pertenecen al campo en el que juegan, los niños no sueñan con pisarlo, todo el mundo quiere saber de tácticas sin tener ni idea pero luego no animan….". Y añade: “¡Y además me han robado los peinados! Hasta que yo aparecí con mis colores y mis trasquilones, los futbolistas parecían funcionarios o mendigos. Qué sería del pelo de Neymar o de Beckham sin mi influencia. Malditos copiones”.

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