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Godot espera la recuperación

La subida del IVA cultura ha devastado las salas españolas, que han perdido casi cuatro millones de espectadores, pese a que se hace más teatro que nunca

Agustín Sciammarella

La subida del IVA cultural del 8% al 21% en 2012 tuvo un efecto devastador en 2013. Un informe hecho público en marzo anunciaba las proporciones de la sangría. La asistencia de público bajaba, las giras menguaban, los puestos de trabajo (600 en pocos meses) se evaporaban. Los datos de recaudación neta del sector al final de la temporada, es decir, en agosto, ofrecen un nuevo dato escalofriante: de los 247 millones de la temporada 2011-2012 se ha pasado a los 163 millones de la presente temporada; un descenso de 84 millones (33,99%). Desde el punto de vista artístico, eso se traduce en un descenso de las producciones, el recurso a las reposiciones y una dependencia de la taquilla que inevitablemente hace bajar el listón de la calidad en favor de propuestas más comerciales que aseguren el respaldo del público.

Para Daniel Martínez, responsable de la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza (Faeteda), las “trágicas” consecuencias del “desmesurado aumento” del IVA en las artes escénicas ha dado como resultado un ejercicio “difícil, con unos resultados económicos muy negativos”. “Las causas son dos”, explica, “por un lado el efecto del IVA y por otro la caída, hasta grados peligrosos, de la actividad teatral fuera de las dos grandes ciudades: Madrid y Barcelona”. Especialmente dramático es el estado de las giras, de las que depende la existencia de la clase media del teatro español, las compañías que carecen de teatros estables. Falta comprobar los efectos resultados del Plan Platea del Inaem, que promueve 1.200 actuaciones en 150 espacios municipales que se han visto literalmente despoblados.

Pero el pánico (escénico) ya había atacado a un sector que, paradójicamente, demostró estar está más vivo que nunca. Se hace teatro, mucho teatro (más del millar y medio de estrenos, sin contar las piezas de microteatro), aunque frente a la eclosión de los espacios alternativos esté la incertidumbre de si, finalmente, se podrá construir una nueva estructura sólida y profesional que permita asentar las bases del futuro.

Como ocurrió en la España de finales de los setenta, el teatro independiente —a pie de calle, rebelde, político— ha encontrado el eco lógico de una sociedad sedienta de una historia no oficial. Por otro lado, el teatro es una feliz válvula de escape (el éxito de musicales nacionales y alternativos, como El intérprete y La llamada, o de Campanas de boda, último show de La Cubana, lo corroboran), un lugar para reivindicar un ingente patrimonio dramático (Montengero. Comedias bárbaras, CDN), pero también para la reflexión íntima y el debate público. Compañías y salas que buscan una gestión horizontal (El Teatro del Barrio de Madrid) y ser reflejo de la realidad (Sala Mirador) o contar el presente a bordo de tragedias eternas.

En Cataluña, 2013 se despide con cierta sensación de alivio. Se ha detenido la caída de público y recaudaciones. “A partir de aquí solo queda subir”, señala Martínez. “Ganas de luchar no faltan”. El Teatre Lliure se salvó in extremis de un ERE gracias a una inyección extraordinaria del Ayuntamiento de Barcelona de medio millón de euros.

En lo artístico, 2013 se salda con una pérdida irreparable, la de Anna Lizaran, fallecida en enero. En cambio, se recupera al hijo pródigo Josep Maria Flotats, previo alucinante acto de “desagravio” de la Generalitat. La llegada de Xavier Albertí al Teatre Nacional con un programa social, las alianzas entre colectivos para aunar esfuerzos y el éxito del festival Temporada Alta de Girona —prácticamente la única entrada de teatro internacional en Cataluña— han sido buenas noticias.

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