El independentismo deja de ser marginal
La política catalana ha entrado en una nueva fase marcada por el auge del soberanismo
La globalización y la crisis han puesto en jaque a los estados nación. En Cataluña, sin embargo, centenares de miles de personas expresaron en la manifestación de la pasada Diada que la independencia es el gran objetivo que conseguir.
El proceso político que se está escribiendo en estos momentos depende en buena medida de la flexibilidad y de las concesiones que estén dispuestas a mostrar y a hacer las partes implicadas en la negociación. Pero más allá de la inmediatez, se dibujan al menos dos grandes líneas de interpretación de ese impreciso futuro que no son excluyentes: la largoplacista, que apuesta por la solución europea, y la que busca una salida de forma más inmediata en la negociación bilateral.
Para Àngel Castiñeira, de la cátedra de Liderazgo de ESADE, “la situación en Europa (Grecia, Italia…) es inquietante para los defensores de la democracia”. “Los ciudadanos votan cada cuatro años y los mercados lo hacen cada día”, subraya el profesor citando al financiero George Soros. Desde ese punto de vista, la soberanía queda muy cuestionada por la voracidad especuladora.
No menos tocado deja el concepto Zigmunt Bauman, el filósofo y sociólogo (famoso por su concepto de modernidad líquida), quien sostiene que el poder que controla nuestras vidas ya es global, pero nuestros políticos piensan y actúan como si todavía fuera local. Para él queda claro que la soberanía nacional “es un concepto zombi, que hace creer que está viva, pero está muerta”. “Sin embargo, nos haríamos trampa a nosotros mismos si no reconociéramos que hay elementos culturales, lingüísticos, simbólicos que hacen necesario que Cataluña tenga estructuras de Estado”, subraya el profesor Castiñeira.
Cataluña se adentra, en palabras de catedrático de ESADE, en un campo de minas. Él compara la situación con la de un batallón británico que durante la guerra de Corea quedó atrapado entre los soldados chinos y los norcoreanos, por un lado, y un campo de minas por otro. Al final, los soldados optaron por cruzar por el terreno minado, por la decisión de uno de ellos, que lideró a los demás. La operación se coronó con éxito. “El camino hacia las estructuras de Estado es una cuestión de audacia por parte del presidente Mas, pero es preciso tener suerte y medir bien las consecuencias”, agrega el profesor de ESADE. La experiencia de más de 30 años de autonomía muestra que hay que acometer esa empresa audaz, a juicio de Castiñeira. La sentencia del Tribunal Constitucional que diezmó el Estatuto no deja otra salida que, en opinión del profesor de ESADE, buscar en esas estructuras de Estado el blindaje de competencias que perforó el fallo del Alto Tribunal.
El primer peldaño de esa larga escalera que CiU construye hacia las “estructuras de Estado” es la convocatoria de elecciones anticipadas, con un programa en el que no figurará la independencia. La voluntad de CiU es que los comicios tengan un carácter plebiscitario.
Desde el punto de vista convergente, el tsunami político que supuso la manifestación de la pasada Diada obliga a hacer reconsideraciones. Mas debe vigilar mucho en qué campo de minas pone los pies, ya que los agentes sociales, sindicatos y empresarios catalanes tienen como última estación de su trayecto soberanista la consecución del pacto fiscal o la mejora de la financiación. El mundo económico no quiere oír hablar de independencia. Aún recuerdan las secuelas del último intento de engarce de Cataluña en España, el Estatuto, que trajo consigo el boicoteo del cava catalán. Por otro lado, también son conscientes de que el centro de gravedad del catalanismo se ha desplazado hacia el soberanismo y el autonomismo es una vía agotada, sostiene Joan B. Culla, profesor de Historia de la UAB. La crisis económica ha hecho naufragar el modelo autonómico, el café para todos. Centrifugar el gasto y centralizar los ingresos no es un modelo corresponsable como el federal. Y en el terreno de las competencias son frecuentes los roces con un PP que no se resigna a dejar legislar desde el centro, como sucede con la nueva ley de educación, en la que el Gobierno fija el 65% de las materias para las comunidades con lengua propia y los servicios educativos son responsabilidad de las autonomías. Para Culla, existe una pulsión recentralizadora.
Sin diferir necesariamente de este diagnóstico, otros prefieren escenarios más amplios para el futuro. “La especificidad de Cataluña ya no es respecto a España, sino que es global. La dialéctica Barcelona-Madrid se desdibuja en favor de la de Barcelona-Bruselas”, apunta Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Sin tener en cuenta el contexto global no se puede hablar de futuro de Cataluña”, subraya. En contra de la opinión que sostienen una parte de los manifestantes en favor de la independencia, “la tensión con Madrid es una visión estrecha, limitada ,un proyecto político de menestral, porque el futuro de Cataluña hay que pensarlo en clave europea, en el contexto de unidades que no sean Estados nación, en una Europa federal”.
Mientras se abren horizontes sobre la soberanía en unos momentos en que no se sabe muy bien dónde se encuentra, existe la preocupación de la cohesión social en ese proceso hacia las estructuras de Estado. “Parece claro que muchos de los que viajaban más o menos cómodamente instalados en el convoy catalanista pueden ahora sentirse amenazados de exclusión en un futuro al que nadie parece invitarles; se trata de aquellos que en las encuestas no señalan la casilla independentista, o quienes viven en una esfera social, comunicativa y mediática a la que apenas llega la pasión soberanista, hegemónica en muchas partes del territorio. ¿Estamos dispuestos a avanzar aun a costa de romper los delicados equilibrios conseguidos a lo largo de todos estos años?”, se pregunta Subirats.
A juicio de algunos analistas, la cohesión social, que ha sido una de las señas de identidad del catalanismo, puede entrar en crisis en estos momentos convulsos. Antoni Puigverd reflexionaba al respecto en su artículo ‘Catalunya en la encrucijada’, publicado en La Vanguardia: “Nadie en Madrid o en Barcelona puede sustraerse al reto de este nuevo y convulso escenario. Mientras el PSC y la izquierda en general están atrapados en su propio laberinto, incapaces de influir en el proceso, una gran masa anónima catalana no participa del ambiente rupturista. Una enorme bolsa interna catalana, formada en su mayoría por castellanohablantes (entre los que abundan los parados y los que han abandonado los estudios), parece tener su propio código de señales: entusiasmo por la Roja, cultura Telecinco, fricciones con la nueva inmigración. ¿Cómo se comportará este segmento de la sociedad catalana que no participa de los valores y emociones catalanistas?”, se preguntaba el articulista.
El reto soberanista debe responder, a juicio de Subirats, a asuntos tan vitales como el trabajo, la producción, la educación, la sanidad o la vivienda. “Son temas”, apunta el profesor de la UAB, “que están sometidos a un escrutinio y a una tensión ideológica y política que no permite difuminaciones ni simplificaciones bajo ninguna bandera, por estelada que sea”. Subirats no se muestra convencido con la idea de “primero la independencia, luego ya veremos”.
Al Gobierno catalán no le ha temblado el pulso a la hora de reducir el impuesto de sucesiones y ampliar recortes en sanidad, la educación y prestaciones sociales. Lo ha demostrado en las cuatro sucesivas oleadas de ajustes.
El modelo es, pues, importante. Máxime cuando la independencia se ha presentado por vez primera como una salida a la crisis: si soltamos el lastre de España, Cataluña será la Holanda del sur, ha sostenido el presidente Mas en sus viajes por Europa y Estados Unidos. Entre los manifestantes de la pasada Diada, además de quienes expresaban su dolor por las heridas en el alma nacionalista, había quienes blandían la independencia como la vía para dejar atrás la crisis. El déficit fiscal, que el Gobierno autonómico sitúa en 16.500 millones de euros anuales, permitiría ese despegue económico basado en la capacidad de iniciativa de la economía catalana, se especula desde el Ejecutivo. Paradójicamente, esas virtudes que se han situado históricamente en la industria catalana chocan con proyectos más especulativos que se potencian desde el poder.
En opinión del economista y articulista César Molinas, las élites extractivas han hallado un mecanismo de captura de rentas en la que puede ser la nueva burbuja de los casinos (Eurovegas en Madrid, Barcelona World, en Tarragona), un modelo que no difiere más allá de por su ubicación geográfica. No parece, pues, que en materia económica se apueste por el hecho diferencial catalán.
Sea como fuere, “los paradigmas empleados los últimos 200 años ya no sirven para hacer prospectiva respecto a Cataluña”, apunta Subirats. “La nueva situación pone en cuestión las variables hasta ahora empleadas”, agrega. La globalización y la crisis se encargan de ensombrecer el futuro del proyecto soberanista. No deja de ser paradójico que un Ejecutivo, el catalán, que precisa un rescate de 5.023 millones de euros deba negociar un pacto fiscal o unas imprecisas estructuras de Estado con otro Gobierno, el central, que está en vías de pedir, a su vez, otro rescate y, por tanto, de perder soberanía.
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