El otro precio de la energía verde
Los biocombustibles son una oportunidad de oro para los países en desarrollo. Y un peligro
¿Pueden el campesino azucarero de Brasil o el agricultor del maíz de México sentirse como los dueños de pozos petrolíferos de Texas a principios del siglo XX? ¿O deben echarse a temblar? El hambre de biocombustibles que experimentan EE UU y la UE para luchar contra el cambio climático abre grandes oportunidades de negocio para el Sur, pero también un gran peligro. ¿Acabará el Sur pagando la conciencia verde del Norte? Así lo teme la ONU y organizaciones reunidas ayer en Bruselas.
EE UU tendrá un 15% de energía verde en diez años. La UE, un 10%
"Cuando el campesino pierde su tierra, pierde su modo de vida"
"Es inaceptable que la gente pobre tenga que pagar el coste de la reducción de emisiones de la UE", dijo ayer Robert Bailey en nombre de la ONG Oxfam. "Los biocombustibles son un crimen contra la humanidad", asegura Jean Ziegler, comisionado de la ONU para el derecho a la alimentación.
Desde el año 2000, la producción mundial de biocombustibles se ha duplicado. EE UU quiere que en una década el 15% de la gasolina que se venda en su país sea verde, mientras que la Comisión Europea se ha propuesto el 10% en 2020. Esto tendrá ventajas, como la reducción de emisiones contaminantes, la posibilidad de universalizar el uso de la energía y la potencial generación de riqueza en los países en desarrollo. Pero encierra riesgos serios como la subida de los precios de los alimentos básicos, la deforestación salvaje, el desplazamiento descontrolado de poblaciones o la explotación laboral de los jornaleros.
EE UU y Brasil son los mayores productores de biocarburantes. Entre ambos generan el 80% de la oferta. El primero se ha especializado en el etanol obtenido mediante el grano de maíz, mientras el segundo usa caña de azúcar. El país suramericano, que controla la mitad del comercio mundial de etanol, constituye un laboratorio clave para evaluar las ventajas y los riesgos de los biocombustibles para los países en desarrollo. Y hay opiniones enfrentadas.
"Estamos en contra de un modelo que, tal y como está planteado ahora, sirve sobre todo para resolver un patrón de consumo de los países ricos que prima el transporte individual en lugar del colectivo", señala José Batista, coordinador del Movimiento Sin Tierra. "La caña de azúcar consume parte de nuestras reservas de agua dulce y para su recogida se recurre a jornadas de trabajo durísimas. Además estamos perdiendo la soberanía de nuestro territorio porque cada vez es más común la privatización de tierras para su venta a extranjeros", añade Batista. Su organización denuncia la muerte por extenuación de 29 personas en el municipio de Ribêirao Preto, gran productor de caña de azúcar, en los últimos dos años.
La Administración brasileña tiene otra visión. "El etanol es algo que podemos producir nosotros por nuestras condiciones de clima y porque su proceso de elaboración es sencillo. Esa ventaja hay que aprovecharla", destaca Eloy Ritter, responsable del área económica de la embajada de Brasil. "Además los ingresos que genera nos vienen muy bien, entre otras cosas, para reducir nuestra deuda externa y cumplir los compromisos fijados por el FMI". Ritter señala que el terreno ocupado por la caña de azúcar sólo supone el 0,6% del territorio, "y por tanto no hay conflicto entre la producción de biocombustibles y alimentos". En cuanto a las condiciones de trabajo, Ritter señala que en el sector del azúcar en Brasil, "no hay condiciones impropias y hay un riguroso cumplimiento de la Ley".
El propio presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, es un claro defensor de los biocombustibles y este año ha recorrido medio mundo pregonando las bondades del etanol.
En el mundo hay 2.400 millones de personas que recurren a la paja y al estiércol para sus necesidades energéticas, y 1.600 millones sin acceso alguno a la electricidad. Además, el 70% de los pobres del mundo se concentra en zonas rurales. El potencial de beneficios, por tanto, es enorme, pero el debate entre partidarios y detractores de este tipo de energía gana decibelios.
"No creemos que los biocombustibles sean malos en sí mismos, pero nos preocupan las plantaciones a gran escala que países asiáticos y africanos ya están planeando para atender la demanda europea", explicó Robert Bailey en nombre de Oxfam. Bailey dibujó un panorama sombrío (aumento del precio de los alimentos, deforestación, etcétera) de cumplirse los objetivos que se han propuesto Washington y Bruselas para combatir el cambio climático.
El texto presentado ayer en Bruselas cita datos de Naciones Unidas que indican que 60 millones de indígenas corren el riesgo de ser desplazados por el cultivo de biocombustibles. "Cuando esa gente pierde su tierra, pierde también el modo de vida. Muchos acabarán en los barrios de chabolas en busca de trabajo y otros tendrán que emigrar", añade la ONG.
En Indonesia, por ejemplo, casi una tercera parte del aceite de palma es producido por pequeños productores, según este informe. La mayoría perdieron sus tierras por el avance de las plantaciones y fueron resarcidas con un pequeño terreno. Pero se sienten presos de unas compañías productoras de aceite de palma, que les dan crédito y a los que venden su producción con el precio que fija la empresa, por lo que tienen las manos atadas. Y las consecuencias laterales en la extinción de orangutanes. En Mozambique, el Gobierno ha identificado 33 millones de hectáreas -en torno al 40% de la superficie del país- como aptas para el cultivo de biocombustibles, lo que entraña riesgos sin calcular.
Hay otras opiniones. "Los biocombustibles son muy positivos para los países en desarrollo porque les permite reducir su dependencia de la importación de petróleo y les da la posibilidad de ganar mucho dinero exportando los excedentes a los países ricos", destaca Ramón de Miguel, presidente de la Asociación Europea de Fabricantes de Etanol.
No es tan optimista, en cambio, Jacques Diouf, director general de la FAO, la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU. En su opinión, los biocombustibles sólo serán beneficiosos si establecen "un marco de inversión y de acceso al crédito que permita a los más pobres satisfacer la demanda energética interna", y si se eliminan los actuales subsidios y aranceles de los países ricos "que les impiden acceder a los mercados internacionales en igualdad de condiciones". Si no se dan estas condiciones, los biocombustibles, dice Diouf a EL PAÍS, más que ser un catalizador económico, "podría acrecentar los conflictos sociales".
La fuerte subida del precio del petróleo (el barril de brent, crudo de referencia en Europa, ronda los 90 dólares, un 55% más que en 2005), junto con la amenaza del cambio climático y el peso que tienen países como Venezuela e Irán en la producción de combustibles fósiles, han llevado a EE UU a abanderar una cruzada en favor de los biocombustibles a la que se han sumado otras economías occidentales.
Como consecuencia, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevé que la producción mundial de biocarburantes, que se ha doblado desde 2000, crezca de las 20 Mtoe (millones de toneladas de equivalente de petróleo) de 2005 hasta las 92 Mtoe en 2030. El terreno dedicado a biocombustibles pasaría del 1% de la tierra mundial disponible para la agricultura al 2,5% en 2030.
Entre los riesgos que detecta la ONU está el precio del grano. Por ello, pide que se evalúen con detalle los impactos económicos, sociales y medioambientales del desarrollo de la bioenergía "antes de decidir si se va a desarrollar la industria, cuán rápido se desarrollará, y qué tecnologías, políticas y estrategias de inversión se esperan". Ziegler ha propuesto que se centre la investigación y la producción en la energía producida a partir de forrajes y desechos vegetales.
La explosión de los biocombustibles ya se ha dejado notar en la cadena alimentaria. Y es que no sólo se ha disparado el precio de los cultivos destinados a la producción, sino el de las cosechas que han visto caer su producción para el maíz o la caña de azúcar. Así, en los últimos dos años el precio del trigo se ha doblado, mientras que el de la soja y el maíz ha crecido un 62% y un 45%, respectivamente. Entre los principales damnificados se encuentran los consumidores de productos derivados de estas cosechas. A principios de año, por ejemplo, México sufrió una revuelta popular ya que el alza del precio del maíz provocó el encarecimiento de la tortilla, alimento básico de los más pobres. Este proceso, bautizado como etanoinflación, tiene otra derivada. Y es que el sector ganadero también sale perjudicado. Tyson, el principal productor mundial de carne, ha subido el precio de sus productos debido a los mayores costes que tiene que afrontar para alimentar a los animales.
El debate está servido, y encendido.
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