La política chic
1. En cierto sentido, un intelectual es exactamente lo contrario de un político. Un político es un tipo que simplifica al máximo los problemas, reduciéndolos a lo esencial para poder resolverlos de la manera más sencilla y más rápida posible; por el contrario, un intelectual es un tipo que en vez de simplificar los problemas los vuelve más complejos, formulándolos de la manera más compleja posible, o un tipo que inventa problemas donde nadie los ve, mostrando que la realidad es más rica de lo que aparenta. Un buen político es aquel que jamás inventa un problema: solo los resuelve; un buen intelectual es aquel que jamás resuelve un problema: solo los vuelve más problemáticos, o los inventa. Esta oposición es otro motivo para desconfiar de los intelectuales metidos en política. Y, dicho sea de paso, también de los políticos metidos a intelectuales.
"Un político capaz de agitar la xenofobia para mantenerse en el poder es capaz de cualquier cosa"
2. A fines de septiembre paso una semana en París y advierto que muchos franceses no se han recuperado todavía de la vergüenza que les ha provocado la decisión de Sarkozy de expulsar a los gitanos rumanos de Francia. Es natural: no debe de ser fácil convertirse en el símbolo de la xenofobia universal cuando se ha sido la patria de los derechos humanos. En El monstruo dulce. ¿Por qué Occidente no gira a la izquierda?, Raffaele Simone escribe: "La desdicha es que la nueva derecha parece moderna, afable y chic, mientras que la izquierda es polvorienta, huraña y pasada de moda". Sarkozy ha sido presentado con frecuencia por sus numerosos intelectuales palmeros como el prototipo de político moderno, afable y chic; ahora ya no es tan fácil presentarlo así, porque la expulsión de los gitanos ha desenmascarado brutalmente al político gestero, populista y sin escrúpulos que siempre ha habido en él. Un político nefasto: que sepamos, antes de este verano no existía ningún problema con los gitanos en Francia; después de este verano, el problema existe, porque lo ha creado Sarkozy. También un político peligroso. De entrada porque es un político capaz de saltarse la ley -al menos la ley que prohíbe expulsar a europeos de un país europeo-, dado que la primera obligación que tiene un político demócrata consiste en respetar la ley, que es la forma que la libertad y la justicia adoptan en una democracia; pero además es peligroso por otro motivo. Como se recordará, a raíz de la decisión del Gobierno francés, la comisaria de Justicia de la UE, Viviane Reding, trazó un paralelismo entre la deportación de los gitanos de Francia y la deportación de los judíos de la Alemania nazi; el escándalo fue mayúsculo, y Reding tuvo que rectificar. La rectificación me parece un error; en el fondo, el gesto de Sarkozy es muy parecido al de los nazis: en ambos casos se trata de aislar a un grupo étnico y convertirlo en el chivo expiatorio de los males comunes, alimentando las pulsiones racistas latentes en un país; así se empieza a crear una ficción de unidad étnica y nacional que, en medio de una crisis económica, protege ilusoriamente contra las incertidumbres del futuro. Claro está que el propósito final de Sarkozy es, felizmente, menos idealista que el de los nazis -felizmente, Sarkozy no pretende crear un delirante paraíso de pureza étnica en Francia, sino solo asegurarse los votos de los simpatizantes del Frente Nacional que le llevaron a la presidencia en 2007 y que pueden mantenerle en ella en 2012-, pero un político capaz de agitar la nitroglicerina del racismo y la xenofobia ante las narices de su electorado para mantenerse en el poder es un político capaz de cualquier cosa. Lo peor es que en toda Europa están apareciendo políticos como él; lo peor es que todo indica que van a seguir apareciendo. Es peligroso. Como ha dicho Ramoneda, se empieza deportando gitanos, pero no se sabe cómo se acaba.
3. O sí se sabe. Durante mis días otoñales de París cayeron en mis manos un par de libros recién publicados allí: uno, Crear y destruir, de Christian Ingrao, describe el papel capital de los intelectuales en la máquina de guerra de las SS; el otro, Einsatzgruppen, de Michaël Prazan, se centra en los grupos de intervención dirigidos por intelectuales que asesinaron a más de millón y medio de judíos en Ucrania y Rusia. Así es como pueden acabar las cosas cuando políticos e intelectuales intercambian sus papeles: los políticos nazis crearon un problema que no existía, el problema judío, y los intelectuales palmeros lo resolvieron, diseñando y manejando la más perfecta maquinaria de exterminio de la historia. Nadie lo previó. Nadie lo imaginó. Nadie se puso en guardia. Por lo demás, a menudo olvidamos que los responsables de aquella carnicería eran, antes de perpetrarla, tipos modernos, afables y chic, y que quienes se oponían a ellos eran tipos polvorientos, huraños y pasados de moda. Más a menudo olvidamos que en ella también murieron medio millón de gitanos.
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