Una policía sin vocación
Sabes lo que voy a pedir de regalo de cumpleaños, mamá?
-No, cariño -pero le conocía tan bien que su acento, su sonrisa, su manera de mirar hacia delante con cara de no haber roto nunca un plato, le dieron más miedo que las heridas que se hacía de pequeño-. ¿Qué?
Una cresta.
Ni hablar.
Pues sí.
Pues no.
¡Pues me la pago yo, con mi dinero!
Tú no tienes dinero.
¡Sí que tengo! -y su encrespamiento, la rigidez repentina de sus mandíbulas, la indignación que coloreaba sus mejillas y le hacía escupir las palabras como si masticara cada sílaba antes de pronunciarla, la agotaron en un instante, para dejarla tan exhausta como si acabara de subir a una montaña-. Con el dinero que me den por mi cumpleaños voy a un peluquero, le pido que me rape por detrás, por los lados, me dejo una cresta en el centro y me la tiño de verde. ¿Qué pasa, mamá? Voy a cumplir catorce, ¿sabes?, no soy un bebé. Todos mis amigos llevan cresta...
¿Sabes lo que significa raparse la cabeza para dejarse una cresta, hijo mío?"
Mentira.
¡Verdad!
Mira, Miguel, no me mientas. Conozco a tus amigos desde que tenéis tres años y ninguno lleva cresta...
Los nuevos, los del instituto, sí llevan, mamá, y es mi estilo, es mi gente, tengo derecho, ¿sabes? -hace dos meses, con los mismos argumentos, era un tatuaje; hace cuatro, un pendiente en la nariz; hace seis quería dejar la ESO, pero no para siempre, mamá, no te preocupes, es sólo este curso y para estudiar, no creas, para aprender a tocar la batería...-, y tú no tienes ningún derecho a prohibírmelo todo, porque eso es lo que haces todo el tiempo, ¿te das cuenta?, tan progre como dices que eres, tan de izquierdas y todo ese rollo, y lo único que se te ocurre es prohibir, y prohibir, y prohibir.
Porque lo único que dices son tonterías. ¿Tú sabes lo que significa raparse la cabeza para dejarse una cresta, hijo mío? ¿Y si luego no te gusta? ¿Qué te crees, que el pelo va a volver a crecerte así como así?
Bueno, ¿y qué? Si me equivoco, es asunto mío. Yo no soy un crío como los demás, soy muy maduro, lo dicen todos mis profesores, yo sé lo que quiero hacer en la vida...
¿Llevar una cresta?
¡No! Quiero ser músico, tocar la batería en mi grupo, y eso no se puede hacer vestido de niñito facha, ¿sabes? Así no hago más que el ridículo.
Pues estudia -al mirarle, advirtió que quien parecía agotado de repente era él, como si acabara de escalar el Himalaya, y se sintió dividida entre la risa que no podía permitirse y una ternura que aún podía permitirse mucho menos-. Estudia, acaba la ESO, acaba el bachiller con buenas notas, haz la selectividad, y luego, si no quieres ir a la universidad, aprende a tocar la batería. Cuando vayas a dar tu primer concierto, yo te regalo la cresta.
Siempre estudiar, siempre estudiar, mamá. ¿Eso es todo lo que sabes decir? Pues García Lorca sacaba unas notas malísimas, ¿sabes?, y Einstein suspendía las matemáticas, y a Picasso no le admitieron en Bellas Artes porque no dibujaba bien, y Tarantino...
Eso me da igual, Miguel. Tú no te apellidas Tarantino, ni García Lorca, ni Einstein, ni Picasso, hijo mío. Y no digo que no seas un genio. Sólo digo que tienes que estudiar porque ese es tu trabajo, tu responsabilidad...
¿Y mi sueldo? Si estudiar es mi trabajo, ¿cuál es mi sueldo, mamá? ¿A qué tengo yo derecho? ¿A que me lo prohíbas todo? ¿A que me trates como a un niño pequeño? ¿Qué quieres, que sea como mi amigo Luis, como los primos? Pues tú no tienes ni idea de lo que hacen ellos, ¿sabes?, te quedarías muerta si te enteraras. Yo no fumo, no bebo, leo un montón, me porto bien, no hago pellas...
Suspendes las matemáticas.
Bueno, sí, suspendo las matemáticas, ¿y qué? Yo quiero ser músico, mamá, no necesito las matemáticas para nada. Y hago lo que puedo, me esfuerzo, me estoy esforzando, ¿o no? -ella asintió con la cabeza, aunque él ni siquiera la miraba-. No soy perfecto, pero tengo que tener mi vida, mis amigos, mi gente, porque eso es lo más importante para mí. ¿Qué preferirías, que aprobara con buenas notas y me emborrachara los fines de semana? ¿Eso preferirías? -ella volvió a mover la cabeza, esta vez para negar, aunque él seguía sin mirarla-. Necesito ser yo mismo, mamá, necesito libertad...
¿Y para ser tú mismo necesitas una cresta?
Pues sí, la necesito, porque es una manera de expresarme, de declarar mis ideas para que no se equivoquen conmigo. Tú no tienes ni idea de cómo es el mundo, mamá...
No, ¡qué va!
Pues no, porque no sabes nada de la cultura urbana, de lo que significan las cosas, la forma de vestir, los cordones de las botas...
Entonces se calló de pronto. Ella percibió el cansancio en su voz, se acercó a su hijo, le dio un abrazo. Al principio, él la rechazó, pero se corrigió enseguida, y se aferró a ella.
Te quiero mucho, Miguel -le peinó con las manos.
Y yo a ti mamá -él se dejó peinar-, aunque no entiendas nada...
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