El misterio de la mujer del millón de libros
En el principio fue un asunto de mujeres. No en vano son ellas las que mueven los hilos del mercado. Raquel Gisbert empezó a leer el manuscrito de El tiempo entre costuras, de una tal María Dueñas, metida en la cama. Recién llegada a Temas de Hoy, un sello del grupo Planeta, esta editora de 41 años era una de las encargadas por su jefa, Belén Celada, de poner en marcha la división de ficción de la firma. Su misión consistía en buscar, y encontrar, nuevas obras de autores nuevos para una nueva colección. Buenas, bonitas y baratas. Una aguja en un pajar en el saturado sector de la edición. Además, estaban empezando y no había precisamente tortas por publicar con ellos. Este original, al menos, venía recomendado. "Lee esto, te pega mucho", le había dicho Lola Gulias desde Barcelona antes de enviarle el primer tocho de 600 páginas de una perfecta desconocida. Una referencia respetable. Miembro del equipo de la agente literaria Antonia Kerrigan, Gulias es considerada en el gremio como una de las mejores lectoras del país. Cuando apagó la luz después de beberse más de cien páginas, Gisbert se durmió rogando: "Ojalá Lola no se lo haya mandado a nadie más. Este libro es mío". Al día siguiente, Raquel se reportó a Belén y llamó a Lola para apalabrar el libro de María. Comenzaba a rodar el último superventas español.
"Escribir una novela fue un paseo. Está tirado. Dónde va a parar con redactar un proyecto docente o una tesis doctoral" "Soy una buscavidas. Me planteo un objetivo, busco la forma de llegar a él y trabajo para conseguirlo" "¿Que dicen que es un libro de consumo? Me da exactamente igual. Estupendo. Que se consuma más, por favor"
En realidad había empezado un par de años antes. A los 44, María Dueñas Vinuesa (Puertollano, 1964) había llegado a donde iba. Doctora en Filología Inglesa, casada desde los 26 con un compañero de facultad devenido en catedrático de instituto, madre de una niña y un niño casi criados, Dueñas acababa de aprobar la oposición a profesora titular de la Universidad de Murcia. Un apacible campus a 50 kilómetros de autopista de su luminoso piso en una confortable urbanización de Cartagena. Un destino seguro después de dos décadas de tumbos laborales. Trabajo fijo, tardes libres, playa a tiro de piedra, 300 días de sol al año. El sueño dorado de cierta clase media. Pero la doctora Dueñas no quería relajarse y disfrutar, ni dormir la siesta delante de los culebrones de la tele. No todavía.
Sentía que había concluido una etapa y tenía que tomar un camino. ¿La crisis de la mediana edad? "Puede", admite. Encerrarse a estudiar la cátedra después de "veinte años de carrera de obstáculos en la universidad" le daba una pereza mortal. El cuerpo le pedía un cambio. La profesora se examinó a sí misma. "¿Qué me gusta, qué sé hacer, qué armas tengo?", se preguntó. "Me gusta escribir, no se me da mal y tengo determinación", se contestó. Y se puso a ello. Con disciplina académica. Fijándose objetivos asumibles en tiempo y forma. Sin prisa ni pausa.
Primero eligió el escenario: el Protectorado Español de Marruecos. Su madre, maestra e hija de militar, vivió allí su juventud, y a María, la mayor de ocho hermanos criados en el poblado de los empleados de la refinería Repsol de Puertollano, donde su padre ejercía como economista, siempre le fascinó ese ambiente de ciudades francas, cruce de culturas, gente de paso, contrabandistas, espías y buscavidas. Fue al documentarse cuando se le aparecieron, simultáneamente, el tiempo histórico, el argumento y los personajes: la extraña pareja formada por Juan Luis Beigbeder -gobernador del Protectorado antes y durante la Guerra Civil y primer ministro de Exteriores de Franco- y Rosalinda Powell, la enigmática británica con la que mantuvo un romance clandestino durante décadas. Como voz narradora concibió a Sira Quiroga, una modistilla madrileña arrastrada por el amor y el desamor a una vida azarosa que al final se erigió en protagonista de la historia. "Cuando leía a los escritores decir que los personajes se les van de las manos, pensaba: qué gilipollez. Pero sí, se van, te piden carrete y se lo das gustosa", dice Dueñas, que solo entonces, cuando tuvo el plano de lo que quería contar garabateado en una pizarra Velleda, se sentó al ordenador familiar, un modelo fijo enchufado en el estudio de los mayores, y se puso a escribirlo.
Fueron casi dos años de tardes, fines de semana y vacaciones confinada ante la pantalla. Disfrutando de lo lindo: "Descubrí que escribir y fabular me era muy fácil, muy cómodo y muy grato". Sin bloquearse. Sin sufrir en absoluto. "Estaba abducida", confiesa. Hasta el punto de que se pasaba de salida de la autopista día sí y día no camino de la facultad pensando en Sira y compañía. Así hasta que acabó de enjaretar El tiempo entre costuras. Antes, la pragmática Dueñas, "sin una autoestima desorbitada, pero ninguna inseguridad" en sí misma y "cero contactos en el mundo editorial", se había preocupado de informarse. Se enteró de que una agencia literaria es un camino para intentar publicar. Supo de la existencia de la de Antonia Kerrigan. Mandó un currículo, un capítulo de su obra y una declaración de intenciones. Debió de ser convincente. El resto está contado más arriba.
Lo que empezó como un lanzamiento del montón en la Feria del Libro de 2009: 3.500 ejemplares, 4.000 euros de adelanto, una tirada modesta, un adelanto estándar, llega a la Feria del Libro de 2011 por la puerta grande. En plena crisis del papel, cuando arrecian las devoluciones, la tirada media en España es de 1.734 ejemplares -datos de 2010-, solo el 3,7% de los textos alcanza más de 5.000 copias, y al que despacha 20.000 se le considera un best-seller, las cifras del debut de Dueñas son un hito. Un millón de libros vendidos y un ritmo regular de ventas que no decae, traducciones para 23 países, una teleserie para Antena 3 en rodaje. Y un beneficio económico -el 10% del precio de venta por ejemplar vendido- de más de millón y medio de euros para la autora, tirando por lo bajo.
"No he cambiado de estatus. Vivo en el mismo piso, tengo el mismo coche, y mi hija de 16 años me llama cutre porque no la llevo de compras a Stradivarius. Sigo siendo anónima, afortunadamente". Es cierto. La imagen de María Dueñas resulta desconocida para la mayoría. Aquí está. Una mujer de 47 años bien llevados. Vestida y peinada a la última sin estridencias. Atractiva, estilosa, urbana, contemporánea. Una de tantas profesionales que caminan ahora mismo a zancadas sobre sus tacones camino de cualquier sitio en cualquier ciudad. Estamos en la sala noble del Grupo Planeta, en lo más alto de un señorial edificio del paseo de Recoletos de Madrid. Una pieza circular presidida por una mesa de varios metros de diámetro bajo una imponente cúpula y una apabullante lámpara de araña en bronce y cristal. Temas de Hoy ocupa un modesto departamento en la cuarta planta, pero allí han pensado que aquí estaríamos más cómodas. A María, lo que pida aunque no lo pida. No es para menos. Hoy por hoy, es la joya de la corona. Ella acepta las deferencias con naturalidad. Pero se la ve demasiado acostumbrada a tirar del carro como para no darse cuenta. Se le nota que lo nota. Y que lo disfruta.
"Jamás fantaseé con esto", confiesa. "No soy una escritora vocacional, nunca tuve la aspiración ni la ambición de serlo, no he ido a un taller literario en mi vida. Sencillamente, me veía con 44 años y con ganas de hacer algo. Mi única ambición era publicarlo". Dueñas siempre creyó en sus posibilidades. "Pero porque mis posibilidades han sido siempre realistas", matiza. Y sus elecciones, pragmáticas. "Soy una buscavidas. Me planteo un objetivo, busco la forma de llegar a él y trabajo para conseguirlo". Fue así como se "curró", y obtuvo, una beca para estudiar y dar clases a la vez en la Universidad de Michigan (Estados Unidos) nada más acabar la carrera. Como compatibilizó la crianza de sus niños con su accidentada vida laboral dando clases de inglés a los militares de la base de Los Alcázares cuando no había mujeres en el Ejército, o presentando su tesis el mismo día que entraba en el noveno mes de embarazo de su hijo pequeño, "que pesó 4,300 al nacer". "Lo más complejo que he hecho en mi vida fue redactar un proyecto pedagógico que casi acaba conmigo", recuerda. "Escribir una novela fue un paseo, está tirado. Dónde va a parar con hacer una tesis doctoral".
Tal ausencia de ínfulas puede parecer arrogancia, pero tal vez se trate solo de realismo. Son las ocho de la tarde de un miércoles cualquiera. La biblioteca del centro cultural Francisco Tomás y Valiente de Fuenlabrada, una populosa localidad del cinturón madrileño, está a reventar. Pero estos lectores no vienen a leer. Vienen leídos de casa. Quieren conocer a la autora de El tiempo entre costuras, el libro que llevan bajo el brazo y que les ha subyugado lo suficiente como para echar aquí la tarde. La mayoría son mujeres. De todas las edades. Unas con pareja, otras solas. Dueñas llega, ve y vence. Se presenta, cuenta cuándo, cómo y por qué escribió lo que escribió. Se apoya en una presentación con profusión de transparencias sobre los escenarios, los personajes y las tramas de su obra. Cuenta anécdotas, confiesa secretos, se ríe de sí misma. Domina el auditorio. Acostumbrada a controlar clases de posadolescentes en celo a base de labia, seducir a este público entregado de antemano no le debe de resultar difícil.
Eso mismo hizo hace dos años con la correosa red de comerciales de Planeta. Antes del lanzamiento, Raquel Gisbert organizó un encuentro de su autora novel con los encargados de colocar la novedad. "Fue entonces cuando los tíos entraron en la historia", dice. "Hoy es fundamental que el autor sepa comunicar. Primero se trata de enamorar al librero para que te ponga el libro en buen sitio y lo recomiende. Para eso, el vendedor se lo tiene que creer. María les entusiasmó. Tiramos 3.500 ejemplares, pero estábamos preparados para reeditar. Pensábamos que la bola podía crecer, y así fue. Y eso que la echamos a los leones, con una feria copada por la trilogía de Larsson a tope y lo nuevo de Dan Brown e Ildefonso Falcones".
Desde entonces, el libro de Dueñas ha ido ganando lectores de uno en uno, pero sin parar. Sin reseñas en los suplementos culturales de los periódicos -"No lo he leído, no sé por qué. Tampoco leí a Larsson, hasta que lo leí y me gustó", confiesa por ejemplo Ernesto Ayala-Dip, crítico de Babelia-, poco proclives a dedicar espacio a los superventas, y mucho menos a los de advenedizos en el mundo de las letras. Pero con la demoledora eficacia del viejo método de la recomendación personal de amigos y familiares. Un par de referencias elogiosas en populares programas de radio hicieron el resto. Lo resume bien Mar Bonilla, una de las lectoras del encuentro de Fuenlabrada. "Se lo regalé a mi madre porque oí a unas señoras hablar de él. Ella no es muy lectora, pero cada vez que la llamaba la pillaba leyendo y me picó la curiosidad. Cuando acabó, se lo pedí y me lo bebí. Después lo cogió mi marido y no lo soltó. Luego, mi hermano, un treintañero que no lee ni el periódico, lo devoró. Desde entonces lo he regalado en todos los cumpleaños. Es un acierto seguro".
"Descubrir a María supuso un privilegio y una emoción muy grande. Fue un flechazo. Una aparición mariana, sí", bromea la agente Lola Gulias, la primera persona que leyó el primer Dueñas. La agencia de Antonia Kerrigan, con más de 200 escritores en cartel -entre ellos, los superventas Carlos Zafón, Matilde Asensi y Javier Sierra-, no acepta nuevas incorporaciones, pero con María hicieron una excepción. La apuesta salió redonda. Los agentes suelen facturar al escritor el 10% sobre el 10% de sus derechos. Echen cuentas. "María no había escrito, pero lleva un narrador dentro que hubiera terminado por salir", opina Raquel Gisbert, que ni asume ni reniega de la etiqueta de escritora de consumo que se le adjudica a su autora. "Digamos que es literatura para todos los públicos", matiza. "No siempre puedes ir con tacones, a veces gusta ir en zapatillas. María es un zapato fino. Tiene una voz personal y un don para escribir y arrastrarte. Ha llegado para quedarse".
La aludida está al cabo de la calle. "¿Que es un libro de consumo? Me da exactamente igual. Que se consuma más, por favor", dice sin inmutarse. Sus padres, sus dos hijos, sus siete hermanos y respectivos cuñados, y su legión de sobrinos -a los que invitó el año pasado a un viaje por todo lo alto a Nueva York para celebrar su particular pelotazo-, se encargan de ponerla en su sitio. "Son mis mejores fans y mis más feroces críticos. Aún dicen que con ese título [El tiempo entre costuras] y esa portada [un romántico óleo del escocés Jack Vettriano que bien podría ser Sira] tan cursis, parece un libro hecho a propósito para el Día de la Madre". Tampoco piensa disculparse por su éxito. En estos dos años ha coincidido con los y las grandes de las letras españolas en ferias y fiestas. No ha sentido miradas por encima del hombro, dice. No va -aún- de escritora por la vida. "No me planteo qué etiqueta me cuelgo a partir de ahora. Mi vinculación con el mundillo intelectual es cero. No me atrae, me da un perezón que me muero".
Pragmática como siempre, ha pedido una excedencia de dos años en la Universidad. La retaguardia a cubierto, por si acaso. No sabe si volverá. Ni lo desea ni lo descarta. Mientras, trata de sobreponerse a las presiones propias y ajenas para acabar su segunda obra. Una novela que escribe a trompicones, en los días que le deja su apretada agenda de promoción y sobre la que no quiere dar datos porque cambia de idea a menudo. Las expectativas son enormes. Las de los lectores y las del mercado. Hay quien piensa que con la primera obra le sonó la flauta y con esta se va a estrellar, la provoco. No mueve una ceja: "Crucemos los dedos. Voy a poner todo de mi parte. Pero el lector tiene la última palabra. Está por encima de todo". Lo único seguro es que aquel adelanto de 4.000 euros es historia. Para el segundo, podríamos estar hablando de 400.000 en adelante. Ella ni confirma ni desmiente. Tiene sus propias prioridades. No se quiere perder el último año en casa de su hija mayor, que se marcha en septiembre a estudiar a Estados Unidos. Por cierto que ni la mayor ni el pequeño han leído el libro de mamá. "Pero no lo digas, porque me lo juran todos los meses", ruega Dueñas al despedirse. Puede que desde entonces hayan cumplido la promesa.
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