El mérito de Delibes
1 Cuando muere un escritor es casi obligado preguntarse qué quedará de su obra; la respuesta también es obligada: no lo sabemos, no sabemos nada de nada. Por supuesto, esta respuesta es igualmente válida para la obra de Miguel Delibes, que acaba de fallecer en Valladolid. El caso de Delibes es curioso. A juzgar por las muestras de afecto que ha recibido estos días, era una persona muy querida, y es un hecho que en un mundillo tan desabrido como el literario no era fácil oír hablar mal de Delibes, lo que tiene un mérito enorme; sin embargo, no estoy seguro de que en los últimos tiempos la obra de Delibes suscitara grandes entusiasmos. De hecho, quizá nunca los suscitó, cosa que no me parece tan mala: su literatura, como al parecer su persona, fue siempre sobria y discreta, siempre ajustada a la retórica barojiana del tono menor; esto explica que, en el humilde contexto de nuestra literatura, Delibes ocupe el lugar de un hombre humilde, aunque no un lugar humilde: al fin y al cabo, durante casi medio siglo fue con razón un novelista inexcusable en España. De entre todo lo que he leído en estos días sobre él, me quedo con una observación de Elsa Fernández-Santos según la cual Delibes es un escritor "que no tuvo escuela literaria (...) y que probablemente tampoco la deja", lo que quizá complica su purgatorio necesario, pero no necesariamente su posteridad; de entre todo lo que he leído sobre Delibes a lo largo de los años, me quedo con unas palabras escritas por Jaime Gil de Biedma en 1965, cuando la trayectoria literaria de Delibes se acercaba a su ecuador. Dice Gil de Biedma que Delibes es "un buen escritor a quien siempre se lee con placer y de quien se puede esperar que nunca dará sorpresas desagradables, aunque tampoco, es posible, ninguna otra clase de sorpresas"; esto me parece exacto, pero no del todo: justo a mediados de los sesenta, Delibes, que hasta entonces había sido un narrador tradicional -a veces deliciosamente tradicional, como en Viejas historias de Castilla la Vieja-, sorprendía a propios y extraños intentando ponerse al día respecto a la novela occidental y tratando para ello de asimilar determinadas técnicas narrativas más o menos innovadoras, un esfuerzo notable y para él quizá artificioso al que sin embargo debemos una de sus mejores novelas (Cinco horas con Mario), aunque también una de las peores (Parábola del náufrago). Pero Gil de Biedma también escribía otra cosa, que me permito citar por extenso: "Si los escritores españoles supiesen cantar y organizasen una representación de Don Giovanni, a Delibes inevitablemente -a veces me pregunto si no hay en ello injusticia- le correspondería el papel de don Octavio, que no es brillante, ni seductor, ni tiene tanta vitalidad, pero es honrado y valiente y al final se casa con doña Ana". Esto me parece exacto sin más.
"Fue un prosista prosaico, y en su Castilla los castellanos comen, beben, ríen, lloran"
2 Hace casi veinte años hice un viaje por Castilla durante el cual no paré de recitar estos trozos contrahechos de prosa recortada: "Castilla está noventayochizada / ¿quién la desnoventayochizará? / el desnoventayochizador que la desnoventayochice / buen desnoventayochizador será". Que yo sepa, a raíz de la muerte de Delibes nadie ha recordado una observación de Francisco Umbral, quien había leído a Delibes a fondo, aunque su obra propiamente dicha quizá no le deba demasiado: según Umbral, Delibes desnoventayochizó Castilla. Yo creo que Delibes por lo menos lo intentó. La llamada Generación del 98, que es el nombre amañado que en España adoptó el Modernismo, inventó una Castilla mística, romántica y nacionalista en la que el tiempo del hombre había sido abolido por el tiempo sin tiempo de Dios, en la que las facciones de cada campesino delataban las facciones del Cid y en la que se intuía en la forma de cada peñasco el macizo de la raza. Era, aunque duela aceptarlo, una Castilla con un atractivo bestial, y la prueba es que todavía no nos hemos emancipado de ella. Delibes intentó hacerlo; hay que reconocer que Cela también, pero, si bien los castellanos de Cela parecen a veces seres terrenales que hasta comen huevos fritos con torreznos, lo cierto es que la suya sigue siendo una visión deudora del 98 y su prosa una prosa poética, siempre en el borde de la cursilería y a menudo más allá de él. Delibes, en cambio, fue un prosista prosaico, y aunque su Castilla es una Castilla tan inventada como la del 98, en ella los castellanos comen, beben, ríen, lloran, se enamoran y mueren más o menos como lo hacemos los demás humanos. Repito que lo intentó, intentó desnoventayochizar Castilla, pero no pudo; es natural: los del 98 eran demasiados y demasiado fuertes, y Delibes estaba solo o casi solo. El resultado es que, más de un siglo después, la imagen profunda de Castilla no ha dejado de ser en lo esencial, me parece, la imagen del 98. Digo yo que alguien tendrá algún día que reflexionar sobre este anacronismo. Entre tanto, sería muy mezquino negar que Delibes hizo cuanto pudo por evitarlo y que, aunque perdió la batalla, la perdió con dignidad, sin hacer trampas, con la honradez y la valentía de don Octavio. Yo diría que ese es, literariamente, el mérito principal de Delibes.
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