Mi katarsis (con k)
Todo se concatenó para culminar en lo que un poquito más adelante les explico. En primer lugar atravesé la Diagonal barcelonesa poniendo en práctica la usual aventura de alcanzar el otro lado en sólo un par de semáforos, y entré en el Boliche, que es el multicine en versión original más cercano a mi casa. Pedí un tonel de tamaño mediano de palomitas y una entrada para Mamma Mia! Abrí las piernas de mi afligida afición al musical y me dispuse a ver gente bailar en el cine con una coreografía más o menos sincronizada, lo que no me había ocurrido desde que una muchachada se subió a los capós de los coches, allá en Nueva York y en Fame, la película. Ya saben ustedes que, en la actualidad, los estudios no gastan más que en hacer bailar claqué a los pingüinos animados, a quienes profeso sentida simpatía, pero no es lo mismo.
Gocé como una enana con unas canciones en las que apenas reparé en su momento -soy de la generación anterior a Abba-, y con un despliegue de buen hacer veterano -amo a Julia Walters, esa desmadrada, desde Educando a Rita, y siempre supe que mi adorado Colin Firth estaba esperando un papel en el que mostrar descaradamente plumaza-. Gocé, sobre todo, con lo moralmente libérrimo que parece el argumento, en cuanto a sexo, en estos virginales y pastoriles tiempos del tóquese usted mismo delante de Internet (el día en que las partes sufran un paralís de tanto exponerlas a la cibernética, la ginecología va a recibir un decidido impulso).
No es La calle 42 ni My Fair Lady, artísticamente hablando, pero da una alegría que bien necesitamos en estos tiempos agrios, como han señalado antes que mí personas como la Lindo y algún crítico (pocos) de los que no usan peana. Salí, me compré el disco de Abba, y comprobé que la versión de Meryl Streep y su panda me gusta más. Es lo que unos madurillos tirando a madurazos son capaces de hacer cuando se divierten y están de vuelta de casi todo. Tienen coña.
Cuando acabó la película volví sobre mis pasos (expresión que me encanta: la utilizó una vez Peter Joseph para comunicarnos que el entonces presidente Aznar retrocedía unas páginas para releer un párrafo especialmente sustancioso de Azaña) y me acerqué a mi restaurante predilecto de las proximidades. Le dije a la dueña que no perdiera el tiempo y fuera a ver la peli, que le quitaría el malhumor. La mujer, algo más joven que yo y siempre atareada con el negocio, sacudió la cabeza:
-¿Tú bailas? Aquello que hacíamos: pasodobles, swing, agarrao en general.
-Pues no. ¿Con quién? Los unos no saben y los otros se han muerto.
-Hay un sitio en X... (aquí el nombre de una población del litoral barcelonés) adonde va gente de hasta 80 años, y no sabes cómo manejan los bailables.
Se detuvo y chasqueó el dedo medio contra el pulgar, acercando el ademán a su cabeza: haciendo memoria.
-Y tienen también eso tan bueno, que te deja tan bien... ¿Cómo se llama? ¿Catarsis?
Me quedé atónita. Un local con baile y con ¡catarsis! No había escuchado la palabra desde que se usaba también el término autocrítica. ¿Cómo que catarsis?
-Sí, mujer, eso que sales con un micrófono y te pones a cantar mientras vas leyendo la letra...
¡Karaoke!, traduje para mis adentros, que estaban tan asombrados como yo. No hice nada por corregir a mi vecina de restaurante porque me pareció uno de los hallazgos lingüísticos más acertados desde que Julio Iglesias bautizó como Hey a uno de sus perros. Y quizá, también, porque estoy muy enviciada con las interpretaciones semánticas que debemos a la presentadora de Fifty Fifty.
Katarsis. Con k. Según mi Casares no es sino una "depuración de los sentimientos por medio del arte". O sea, que, literalmente, katarsis con k sería una especie de purga de la mala leche obtenida mediante el asesinato de unas cuantas canciones.
Aquella noche me hice una katarsis. Yo sola, aunque fue una doble limpieza, porque aparte de chamullar las canciones de Abba me puse un viejo mono y bailé pasillo arriba, pasillo abajo, hasta que se me soltó el fémur.
Cuando terminé, amaba más al humano género.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.