Un gran dúo cómico
En los últimos tiempos, entre los políticos, la competición de decir tonterías ha estado en verdad reñida. Tradicionalmente soltaban muchas más los de derechas -los representantes del PP y sus periodistas acólitos, cuya capacidad de razonamiento, salvo excepciones, solía competir a su vez con la de una gallina-. En esta legislatura, sin embargo, los de izquierdas -tanto los del PSOE como los de IU y similares- han llevado a cabo tan tremendo esfuerzo por ponerse a su nivel que parecía que lo iban a rebasar y se iban a alzar con el trofeo. Pero la derecha no debe temer por su primacía en este aspecto, alguien siempre corre a devolvérsela, haciéndonos de paso a todos el inmenso favor de permitirnos leer alguna noticia entre carcajadas, algo por desgracia muy infrecuente. Es una lástima que los señores Trillo y Aznar ya no estén tan presentes como antaño, porque eran especialistas en meter goles de tontería en el penúltimo minuto y en alegrar a la ciudadanía. Al primero hay que guardarle agradecimiento eterno por su épica descripción -a lo Capitán Trueno- de la reconquista de Perejil contra los moros, y al segundo por aquellas ocasiones en que se le contagió no se sabe qué acento, y salió ante las cámaras hablando español, más o menos, como lo hacían Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, que se empeñaban en doblar sus películas a nuestra lengua, con sus propias voces. Las generaciones que no las hayan visto pueden hacerse una idea si buscan en YouTube el fragmento ya clásico en el que Aznar anuncia, junto a Bush Jr, que "Estamos trabajando en ello, y hemos dedicado tiempo, ayer por la noche y esta mañana, a trabajar en ello, exactamente".
"Se apresuraron a celebrar una ceremonia cuando el aeropuerto no acoge un solo despegue"
Ahora han acudido a salvar al PP de la derrota dos valencianos que, lejos de estar perseguidos por la justicia -como lo están-, deberían gozar de la gratitud nacional y mantener sus puestos vitaliciamente, hacia lo cual, por cierto y por fortuna, parecían ir encaminados hasta hace poco. Desdichadamente uno, el Presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, ha anunciado su abandono de la vida pública, y el otro, Francisco Camps, corre el leve riesgo de no salir reelegido Presidente de la Generalitat en las próximas autonómicas si sus vecinos se hartan de su megalomanía (el pobre hombre ha asegurado que ningún político ha tenido tanto apoyo popular como él en la historia; ojo, ninguno quiere decir que ni Hitler ni Franco en sus mejores momentos) y de sus amiguitos del alma (que tienen todas las trazas de ser malas compañías) y de sus trajes traídos por Santa Claus fuera de temporada. Pero es un riesgo muy leve, en efecto, así que podemos felicitarnos de ir a tenerlo en primera fila, vestido de cofrade con unas favorecedoras cintas verdes o dando brincos en un balcón junto a la alcaldesa Barberá (no es por nada, pero yo no me atrevería a tanto en ese balcón), durante al menos cuatro años más.
Sea como sea, gracias a que Fabra se retira se ha podido inclinar la balanza de la tontería y la risa hacia el PP, una vez más. No por otro motivo los dos caricatos se decidieron a brindarnos una de sus mejores actuaciones a finales de marzo. Son individuos preocupados por los detalles, y así como Camps removió cielo y tierra -como glosé aquí hace tiempo- por hacerse una foto junto al Gobernador de Nuevo México Bill Richardson, el mismo que hace poco se vio en el grave dilema de perdonarle o no a Billy el Niño sus remotos crímenes, y a resolverlo dedicó varias semanas y numerosas consultas, Fabra deseaba que en la placa del aeropuerto de Castellón -esas placas que a todo el mundo le traen sin cuidado y que nadie mira jamás- figurara que éste se había inaugurado siendo él Presidente de la Diputación. De tal manera que los dos se apresuraron a celebrar una ceremonia, cuando dicho aeropuerto aún no acoge un solo despegue ni aterrizaje porque ni siquiera se ha solicitado para él la autorización de navegación aérea, y por supuesto ni un aparato alado se acerca ni se aleja todavía de allí. Pero lo mejor fueron las frases con las que los cómicos justificaron su iniciativa, todas dignas del mejor Groucho Marx. "Hay quienes dicen que estamos locos por inaugurar un aeropuerto sin aviones", dijo Fabra, como si fuera a negar que lo estuvieran. Sin embargo, lo que añadió acto seguido, en un magnífico gag, corroboró los rumores con creces: Fabra justificó la idea de habilitar la pista de aterrizaje, la terminal y la torre de control (todo ello no operativo) para que "cualquier ciudadano que lo desee pueda visitarlas y pasear por ellas, cosa que no podrían hacer si fueran a despegar aviones". Lo cual es una gran verdad. Deberían, por tanto, inaugurarse estaciones de ferrocarril y de metro por las que nunca circularan trenes, sólo para permitir a los ciudadanos el gustazo de caminar por ellas sin peligro de ser arrollados, así como autovías en las que estuviera prohibido el tráfico de vehículos, estadios en los que jamás se jugaran partidos (los futbolistas nos impedirían pisar el césped, oigan), centrales nucleares en las que no hubiera reactores y aparcamientos en los que no entraran coches. Ya está bien de que no podamos pasear por ninguno de estos sitios, tranquilamente, con los niños y con los abuelos, que van un poco lentos. A Camps, por su parte, no se le ocurrió otra gracia que espetarle a Fabra, conocido por las gafas negras tupidas que no se quita ni a sol ni a sombra y que le dan un aire de ciego total, en la interpretación más benévola: "Eres un visionario". Tenían que estar de acuerdo en el número cómico, porque, si no, yo de Fabra me habría mosqueado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.