"Es más fácil discutir con Sarkozy que con Mitterrand"
El fundador de Médicos Sin Fronteras es un personaje singular. Su organización médica ganó el Nobel de la Paz, pero él la abandonó por discrepancia con su forma de actuar. Ha sido ministro socialista dos veces e hizo campaña para las presidenciales con la izquierda y, sin embargo, aceptó, sólo unos días más tarde, la oferta del conservador Nicolas Sarkozy de ser su ministro de Exteriores. Por supuesto sigue discutiendo abiertamente, como en el pasado, decisiones del Gobierno del que forma parte.
Este gastroenterólogo nacido en Aviñón lanzó en el año 1987 su campaña contra el principio de no injerencia. Le resultaba y le resulta inadmisible que haya que esperar el permiso de las autoridades nacionales para auxiliar a ciudadanos en apuros. Es lo que él mismo bautizó en un libro como "El deber de injerencia". Una resolución de la ONU hizo suya en 1989 esta nueva doctrina humanitaria que hoy sigue sufriendo tropiezos insuperables.
"No tenemos ninguna diferencia con Zapatero y Moratinos. Somos amigos"
"Los niños morían en nuestras manos. Eso cambió mi visión del mundo"
"Nicolas Sarkozy no es un conservador. Es un aventurero de la política"
Su gran notoriedad y su alta popularidad, que le permiten tener luz propia en la escena política francesa, han hecho correr ríos de tinta a su favor y en su contra. El último motivo de revuelo en su país fue su anuncio de que votaría al UMP, el partido conservador de Sarkozy, en las recientes elecciones europeas. "¿Cómo iba a traicionarme a mí mismo votando en contra de la política europea que hago y defiendo?", se pregunta.
En noviembre cumple 70 años, pero, fiel a su imagen, mantiene un llamativo aire juvenil. Se mueve con agilidad, habla con pasión, hace continuas inflexiones de voz, bromea, usa un lenguaje coloquial (que a posteriori se siente obligado a matizar, especialmente cuando critica a la izquierda), ríe como un adolescente y de vez en cuando se atusa esa melena que no le ha abandonado con la edad.
La sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y Europeos de Francia es un impresionante palacio a orillas del Sena, como lo es su propio despacho, de dimensiones desmesuradas. Él toma asiento en una de las sillas concentradas en desordenado círculo en un rincón. Se sienta de espaldas al despacho, casi de frente a la pared, como si fuera a confesarse en vez de a conceder una entrevista, y a mitad de la misma abre el ventanal situado tras su mesa de despacho y continuamos conversando dando un paseo por el espléndido jardín que hoy acaricia un templado sol de mayo.
Usted estudió Medicina, y me pregunto si se equivocó de carrera, pues la impresión es que lo que realmente le gusta a usted es la política. Pero es que para mí la Medicina es política. Todo es política. Ser médico y crear Médicos Sin Fronteras es política. En aquel tiempo estaba completamente prohibido ejercer la medicina al otro lado de la frontera, porque cada uno tenía sus propios enfermos. No se tenía el derecho de cuidar a los enfermos fuera de tu país.
Pero usted finalmente es más político que médico. No, no. Yo no soy un político. Hago política, pero no es mi oficio. Mi oficio es ser médico. Es verdad que inventé junto con un grupo de amigos una especie de pasaporte médico, que por eso conozco un poco lo internacional y que ahora me siento a gusto en cualquier parte del mundo. El pasaporte médico es mejor que cualquier política del mundo. Porque es la verdadera política como a mí me gusta. Cercana a los hombres y a las mujeres. Ésa es la política: no respetar los obstáculos; superarlos. La aventura política fue una aventura médica para mí. Descubrí el mundo por la Medicina. Por eso tuve que dejar Médicos Sin Fronteras. Para mí lo humanitario no es solamente caridad. La caridad es necesaria, pero yo quiero ir más allá.
Es intentar también cambiar las cosas. Cambiar las cosas, sí. Y eso es política. Es la misma diferencia que hay entre la medicina práctica y la salud pública. La salud pública es política.
El motivo por el cual abandonó el gran proyecto de su vida, Médicos Sin Fronteras (MSF), resume a la perfección la impronta del carácter de Kouchner: una mezcla de ambición, inconformismo y maestría en el uso de los medios de comunicación. Kouchner pretendió que MSF fletara un barco para rescatar a los refugiados que huían del régimen comunista de Vietnam, y la dirección de MSF se opuso. Él actuó por su cuenta, fletó un barco y logró el apoyo de brillantes intelectuales de la época como Jean-Paul Sartre, André Glucksmann y Bernard Henri-Lévy. Los directivos de MSF le acusaron de montar un espectáculo mediático, y Kouchner abandonó la organización y fundó Médicos del Mundo, organización que nacía con vocación expresa de renunciar a la neutralidad.
¿Es cierto que su viaje a Biafra le marcó para siempre? Sí, me marcó porque ahí vi la diferencia entre el mundo rico y el mundo pobre. Ahí descubrí la realidad de una población que sufría la enfermedad y, fundamentalmente, el hambre y la malnutrición. Los niños se morían en nuestras manos, pero nosotros habíamos sido formados en una medicina de ricos. Ese contraste nos impresionó, nos conmocionó y nos cambió nuestra visión del mundo. Es ahí, con los amigos con los que fui a Biafra, donde creamos Médicos Sin Fronteras.
De usted llama la atención la utilización que siempre hizo de los medios de comunicación. Eso le ha costado siempre muchas críticas. ¿Por qué le llama la atención? [Se ríe]. Es divertido. No soy yo el que le ha pedido que venga aquí. Pero le respondo. Mire el caso de Sri Lanka. Nadie ha intervenido. ¿Por qué? Porque no había imágenes. Porque el presidente de Sri Lanka comprendió la necesidad de impedir la entrada a los periodistas (y a los médicos, por cierto). Así que como no había imágenes, nadie se indignó. Sólo hemos ido allí David Miliband [ministro británico de Asuntos Exteriores] y yo. No había imágenes; no había indignación ni reacción popular.
La cuestión es que usted cuidó mucho desde el principio que los medios dieran testimonio de sus acciones humanitarias cuando no era tan habitual como ahora. Por supuesto. No soy totalmente idiota. Ya me había dado cuenta de que existía la televisión.
Dice usted que su oficio es la Medicina y no la política. ¿Qué es entonces para usted la política, sólo una herramienta para conseguir sus objetivos? La política es toda la vida. Es la diferencia entre lo que pasa en Sri Lanka y lo que pasa en Francia; entre lo que ha hecho en Georgia el presidente Sarkozy y lo que otros no han hecho. La política es saber que la gente vive y muere, que hay pobres y ricos, enfermos y otros que están sanos porque han sido vacunados. Todo eso es política. La gente que cree que puede ser neutral se equivoca. La neutralidad es más fácil y a veces no es demasiado justa. Ahora, además, la solidaridad, el trabajo de las ONG es más difícil. Tras una especie de llamarada de generosidad, con la crisis estamos sufriendo un retroceso.
Usted dijo una vez: "No cuento con los juristas para cambiar el mundo; cuento con el mundo para cambiar a los juristas". [Se ríe] ¡Bonita frase! ¿Fui yo quien dijo eso? ¿Está usted segura?
Sí, sí. Lo dijo en Kosovo. Y lo que me llama la atención es la ambición que encierra esa frase. Usted es una persona que habla de cambiar el mundo. No sé si dije eso, pero es lo que pienso. Si uno quiere cambiar la ley hay que situarse fuera de la ley; en el límite. Antes no existía el derecho de injerencia, y conseguirlo fue un progreso considerable, aunque desgraciadamente no se aplica. Y creo que he cambiado el mundo a partir de la Medicina porque yo no era un mero soñador. Estaba con la gente, a su lado. Usted dice que soy mediático, pero no. Simplemente explicaba la realidad que los otros no podían ver. Yo decía: hay muerte en Somalia. Pero mire [grita], mire cómo mueren los bebés. Cambiamos la ley internacional y comenzamos a cambiar tímidamente, sin demasiado éxito, un poco el mundo. Así que ahora hay Médicos Sin Fronteras, ya de manera triunfal [bromea], y Médicos del Mundo, las resoluciones de la ONU, pero también el Fondo Global para el Sida. Yo he sido el primero en proponer tratamiento para los enfermos de sida, aunque no fueran nuestros, a través de Jacques Chirac, en la conferencia de Abidyán. Dijimos: Esos enfermos son también nuestros. Porque los dolores se parecen. El sufrimiento, la enfermedad y la pobreza no conocen fronteras. Y empezamos a tratar a los enfermos de sida en África en 1998. El discurso de Chirac fue revolucionario.
A usted le han llamado traidor, divo de lo humanitario, cínico, felón... No me importa. De verdad. Es hiriente oírle a usted repetir eso. Yo nunca he leído las críticas sobre mí. Aprendí que era el gran remedio contra la muerte. La gente dice tal cosa [con gesto de desprecio]. Paso.
¿Cómo se definiría a usted mismo? Soy un militante.
Pero no de un partido. Sí. De un partido también. Aunque es el partido [socialista francés] el que ha cambiado.
Pero usted siempre ha dicho de sí mismo que no era un hombre de partido. Efectivamente, es que no soy un hombre de partido. Soy un militante, que es otra cosa. Soy un militante de la justicia, de la igualdad, de lo internacional, de los derechos humanos. A veces los partidos cambian. Mire, señora, usted pertenece a un país dirigido por un partido socialista. Somos muy amigos de Zapatero, de Moratinos... No tenemos una sola diferencia con ellos. Siempre estamos de acuerdo. Estamos de acuerdo con todos los partidos socialistas de Europa, salvo con uno: el Partido Socialista Francés. Todo el mundo nos ha agradecido nuestro regreso a la OTAN, excepto el PSF. Por eso tuve que irme del PSF. Los pobres socialistas franceses no entienden que contra la crisis se necesita unidad nacional y que en Europa se necesita la unidad nacional para las grandes ideas, pues es normal que haya diferencias, pero no en lo esencial. ¿Usted cree que hay una Europa socialista y una Europa de derechas? No es cierto.
No estoy convencida de eso. Hay grandes diferencias, sobre todo en los asuntos éticos, morales, como la investigación con células madre, o la directiva del tiempo de trabajo... Hablar de horarios cuando el problema es que no hay trabajo... ¿Qué hacer? Como sabe, las medidas sociales dependen de cada país. Nosotros hemos sido los mejores: las 35 horas. Fue un error. Los que quieran elevar los beneficios sociales pueden hacerlo, pero no lo han hecho. No hay una Europa de izquierdas. Eso es así. Con Zapatero estamos totalmente de acuerdo. Como estamos de acuerdo con Brown o con Merkel.
Los acuerdos, en Europa, suelen ser acuerdos de mínimos. No, para nosotros no son acuerdos de mínimos. Va usted a ver la presidencia española. Va a ser formidable. Hay acuerdos importantes sobre la crisis y no son acuerdos de mínimos. Creer que Europa es una cuestión de mínimos es un error. Si nos conformamos con lo mínimo, la gente dejará de creer en Europa, especialmente los jóvenes. Mire, usted dice que hay una Europa de izquierdas, pero en los temas de inmigración le diré que la realidad es más compleja cuando se examinan las políticas de cada país. Hubo un pacto europeo de inmigración y yo pensé que Sarkozy se equivocaba diciendo que había que seleccionar a los inmigrantes. Yo estaba en contra. Pero al final, todos, los 27 países, lo aceptaron en una sola reunión.
Es la real 'politik'. ¡No! No solamente eso. Nosotros, finalmente, tratamos mejor a los inmigrantes que otros países.
Hay diferencias en la concepción del Estado. La defensa de la protección social frente al liberalismo económico. ¿Qué es lo que ha cambiado Sarkozy en Francia respecto a la protección social? Nada. Y es de derechas [se ríe]. ¿Qué mejoras hizo al respecto la izquierda? Las 35 horas. ¿Está bien? No estoy seguro. Ya cuando era ministro socialista dije en el hospital que era una tontería absoluta porque los enfermos no lo son durante 35 horas a la semana. Son enfermos las 24 horas del día.
Por supuesto, pero se pueden establecer turnos. No, no se puede. Se necesitaron 70.000 puestos de trabajo y se obligó a los hospitales a pagar más y trabajar más. Y eso que entonces disponíamos de crecimiento económico, lo que hoy ya no existe. Yo hice entonces un informe sobre eso. Era ministro de Sanidad. Y dije: [en español] "Nunca jamás".
Eso es algo característico de usted. Decir lo que piensa, aunque su opinión sea contraria al Gobierno para el que trabaja. Sí, siempre lo he intentado. Y a veces tengo razón. Quizá el ejemplo del hospital es un poco particular y hay empresas en las que es más lógico recortar los horarios (en caso de trabajos especialmente duros). El hospital es sólo un ejemplo, pero el hospital es la vida. Es un atajo de la vida y de la sociedad.
Usted siempre se ha considerado de izquierdas, ¿verdad? Sí, de izquierdas. Mi concepción es de izquierdas: estar cerca de la gente o, al menos, intentarlo.
¿Cómo consiguió Sarkozy convencerle para que aceptara trabajar con él? Repasamos todos los grandes asuntos: la OTAN, Oriente Próximo, la política con Latinoamérica, las relaciones con los países en desarrollo... Y estábamos de acuerdo. Yo no había votado por el señor Sarkozy. Pero ésa era su promesa de apertura. Si yo hubiera votado por él no habría sido expresión de su política.
¿Usted le conocía ya? Sí, pero poco. Hice un debate contra él hace mucho tiempo en la televisión durante una hora y media o dos y creo que habíamos coincidido en una cena hace veinte años.
¿Qué le dijo? ¿Le explicó por qué había pensado en usted para ser ministro de Exteriores? Me dijo que ahora era el presidente de todos los franceses, que quería la apertura y que propondría a algunos socialistas para trabajar por Europa. Cuando me dijo que quería incorporarse a la OTAN le pregunté que por qué, y él me contestó que para construir la defensa europea, algo que yo defiendo desde hace tiempo. Sobre la entrada de Turquía a la Unión Europea no estábamos muy de acuerdo. Y yo le dije que intentaría convencerle. Fue el único punto de desacuerdo, pero, de nuevo, todos los partidos socialistas europeos han estado de acuerdo con él.
No todos. El español quiere a Turquía dentro de la UE. Sí. Yo también lo quería. Pero debo decir que estoy muy decepcionado por su actitud de rechazar a Anders Fogh Rasmussen [primer ministro danés cuando se publicaron las caricaturas de Mahoma] como secretario general de la OTAN por una cuestión de libertad de expresión. Los turcos cometieron ahí un gran error.
¿Le puso usted a Sarkozy alguna condición para aceptar la oferta de entrar en el Gobierno? No, ninguna, salvo la libertad de reaccionar. Porque a mí me gusta la libertad absoluta. Si no soy capaz de convencerle de algo, él es el presidente. Él es quien decide. Pero intento convencerle. El presidente sabía que yo estaba contra la política de inmigración. Yo me equivocaba. Porque es buena. La prueba es que ha sido aceptada por toda Europa, incluida España.
¿Cuál es su secreto para que le permitan decir siempre abiertamente lo que piensa? Si algún día dejara de poder hacerlo, me iría. Es muy simple. No soy un político profesional. Puedo ganarme muy bien la vida en mi otra ocupación. Mucho mejor, diría yo. Por eso no tengo nada que hacer con la gente del partido socialista, salvo con Michel Rocard [ex primer ministro socialista], que tiene su despacho aquí arriba [señala el techo del despacho]. Soy un hombre libre. No me gustan los partidos políticos. Sé que son indispensables y que soy yo el patológico. Así que, sí, digo siempre lo que pienso. Pero es que es muy fácil discutir con Sarkozy. Mucho más fácil que con François Mitterrand y que con Jacques Chirac.
¿Se puede hablar de amistad entre ustedes? Sí, seguramente. Pero él es el presidente de la República, elegido por los franceses. Yo sólo soy su ministro de Exteriores. Pero, francamente, es muy fácil discutir con él. Porque, además, yo no tengo ningún tipo de apuesta personal. A mi edad, ser ministro de Exteriores aquí es ya una gran oportunidad. Pero no soy conocido por este cargo, sino por ser el fundador de Médicos Sin Fronteras. No tengo ninguna necesidad de notoriedad. Ya disfruto de ella. Si mañana me relevan de este puesto, no pasa nada. Al contrario. Al contrario.
¿Cree que la derecha española es homologable a la derecha francesa? No son comparables. La política de Sarkozy es más social y un poco de izquierdas. Nicolas Sarkozy tuvo que enfrentarse a toda la derecha francesa para ser candidato a la presidencia. Y no es un conservador. Es un aventurero de la política. Y eso cambia todo. Es un verdadero gaullista en cierta forma. Sé que los gaullistas dirán lo contrario, pero es que es muy abierto. Mire la relación con Zapatero. Es curioso. Se entienden muy bien.
¿Qué diría usted de Zapatero? Que es un hombre muy justo en el terreno social. Es franco, espontáneo y habla de corazón. No es un calculador. Tiene posiciones sociales formidables.
¿Qué diría de Rajoy? No le conozco.
¿Y de Aznar? No, no puedo entrar en este juego. Sí le digo que tienen ustedes un Rey formidable y que España es un país extremadamente atractivo.
¿De verdad confía en el cambio de las instituciones financieras que propone Sarkozy? Nada es imposible. Hace falta una reforma mundial y se va a hacer. Igual que va a haber un tren de alta velocidad que una París con Madrid.
El 'french doctor'
Bernard Kouchner estudió Medicina en París y se especializó en gastroenterología. En 1971 fundó con varios amigos Médicos Sin fronteras, que fue en 1999 Nobel de la Paz. En la foto, el conocido como el 'french doctor' atiende a una paciente en Chad en 1981.
Medicina y política son los ejes de su vida. Tras dejar Médicos Sin Fronteras fundó Médicos del Mundo y lanzó el principio del "derecho de injerencia" para poder atender a las víctimas sin esperar el permiso de las autoridades. Francia ganó la batalla en la ONU en 1989, al conseguir la consagración de tal derecho, lo que permitió atender a los kurdos del norte de Irak, pero la nueva doctrina humanitaria sigue tropezando con innumerables obstáculos.
Ha sido dos veces ministro con gobiernos socialistas, eurodiputado y representante de la ONU en Kosovo. En abril de 2007, tras hacer campaña con la izquierda, aceptó, sin embargo, convertirse en el ministro de Exteriores del Gobierno conservador de Nicolas Sarkozy.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.