La explosión de Los Carpinteros en Arco
Hay maneras de domesticar las amenazas. Los miedos. Por ejemplo, convirtiendo una granada de mano en un elegante bargueño lleno de perfectos cajoncitos o los perfiles de amenazadores edificios oficiales de una dictadura en mobiliario de diseño. También es posible expresar en el mundo real deseos como el de una cama que se prolonga en montaña rusa o el de misteriosas piscinas-laberinto. Y también están las caravanas de ladrillo y los carritos de la compra con forma de contenedor de basura o los instrumentos musicales latinos derretidos, convertidos en "salsa". Los Carpinteros -Dagoberto Rodríguez (Caibarién, 1969) y Marco Castillo (Camagüey, 1971)- han concebido y realizado estas obras partiendo de una formación académica exigente y tradicional, ideas de vanguardia y una cultura visual muy distinta a la de la mayoría de los artistas contemporáneos. "En Cuba el arte es una carrera de curas. Empiezas desde chiquito y te preparan para ser un artista de alto rendimiento, como si fueras un deportista", apunta Marco. "Estudiábamos con una disciplina soviética. Teníamos que terminar unos veinte dibujos en un día. Y perfectos".
"En Cuba te preparan para ser un artista de alto rendimiento, como si fueras un deportista"
"Entrar en esas lujosas mansiones abandonadas fue para nosotros como entrar en la tumba de Tutankamon"
"Hemos estado obsesionados por la construcción. Ahora es al revés, queremos construir la destrucción"
"No nos interesa para nada la militancia política de ningún partido. Lo que queríamos es hacer nuestro arte"
Y eso se nota en los dibujos y pinturas, la mayoría a acuarela, que realizan a modo de preparación para algunas de las esculturas o como un archivo de ideas, aunque las pinturas son obras terminadas y autónomas. Los Carpinteros originales eran tres, junto a Alexander Arrechea, que desde 2003 trabaja en solitario. "Yo estudié pintura en toda la tradición rusa y aprendí a pintar como en el siglo XVIII. Alex y Dago sabían perfectamente construir un mueble. Ellos construían las esculturas y yo documentaba el proceso con mis pinturas". Eran estudiantes en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana a principios de los años noventa y se hacían muchos trabajos de grupo. Sus compañeros comenzaron a llamarles irónicamente "los carpinteros" porque hacían muchas piezas de madera. Eso no sería raro si no fuera porque en Cuba no es legal comprar madera. Y ellos la obtenían de una manera que dice mucho de la deriva que tomaron sus piezas. "Teníamos dos fuentes. Una, que cortábamos directamente los árboles del bosque de la escuela, que estaba en el antiguo Havanna Country Club, un lugar lindísimo, con un río y con muchos cedros y caobas", cuenta Marco. Y Dago prosigue: "Cortamos un cedro enorme, enorme y antiquísimo. Y tuvimos la desgracia de que el centro del árbol estuviera hueco. Solo pudimos hacer una pieza con ese árbol. Y casi lo perdimos por completo tratando de recuperarlo del río que se desbordó Bueno, una historia dramática".
La segunda fuente: "Las casas que rodeaban el Country Club eran como el Beverly Hills de La Habana", retoma Marco. "Unas mansiones muy lujosas, con unos materiales de mármol, maderas, etcétera. Por ahí cerca había un barrio marginal y nosotros veíamos cómo la gente de ahí desfilaba como hormiguitas y se llevaba de todo: inodoros, los grifos Nosotros nos metimos y descubrimos un mundo fabuloso, increíble, al que nunca habíamos tenido acceso. Un mundo que ya había desaparecido en Cuba, el de la alta burguesía. Era como un viaje antropológico al pasado. Fue como entrar en la tumba de Tutankamon para nosotros".
Para Dago, lo más impresionante eran los espacios que tenían dentro de esas grandes casas abandonadas. "Los armarios eran del tamaño de la habitación en la que yo dormía. '¿Cómo es posible que alguien tenga un armario de este tamaño?", pensábamos. Íbamos mucho, era un vicio. Cada vez que teníamos oportunidad después de la escuela. Las primeras esculturas salieron de ese reciclaje. No solo nos gustaban las maderas, su olor, sino que la estética de esos gabinetes nos encantaba".
"Lo que aparecía en los cuadros era una documentación de cómo trabajábamos nosotros. De cómo producíamos arte", dice Marcos. Lo curioso es que esa documentación la hacían al óleo y no en fotografía o vídeo, como hacen muchos artistas contemporáneos. "Es que nosotros no venimos de una cultura televisiva ni del vídeo", afirma Dago. "Veníamos de lugares del interior de Cuba. Lo que habíamos aprendido a hacer era dibujar, pintar, carpintear, trabajar con las manos. La técnica no era contemporánea, pero el enfoque sí era totalmente de vanguardia".
Sus referencias visuales son también inusuales. "Los libros que teníamos a mano no eran catálogos de arte, sino viejos muestrarios de grandes almacenes. Devorábamos la colección completa de Popular Mechanics de los años cincuenta, que era cuando la mecánica popular lo era de verdad. Ahí te decían desde cómo sacrificar un grillo hasta cómo construir una incubadora. Eso es arte ", dice Dago. "Y también pensamiento del hombre contemporáneo", continúa su compañero. "Ahí está la manera independiente de hacer cosas. Uno de nuestros libros favoritos era un catálogo de Sears de 1800 con unos grabados muy artísticos. Eran fantásticos".
"El giro contemporáneo de nuestra propuesta estaba en la manera de montar el aparato", dice Marco. "La generación anterior sí había sido un poco como en los años sesenta y setenta en Estados Unidos. Esos son los ochenta en Cuba: performance, vídeo precario, los desnudos y ese tipo de acciones. El invento de nosotros funcionaba perfectamente. Despistamos un poco a la censura, porque estaba agresivo aquello. Los artistas iban presos y cuando salían ya no podían trabajar, así es que se iban del país. Nosotros inventamos una historia con la que confundimos a las autoridades".
"Siempre hemos querido alejarnos de esa zona de conflicto en la que ya, si haces muchos temas políticos, te conviertes en un militante", señala Dago. "A nosotros no nos interesa para nada la militancia política de ningún tipo de partido de nada. Lo que nosotros queríamos era hacer nuestro arte, y veíamos que por ese camino anti no sé qué no íbamos a ninguna parte. Pero vivimos en este mundo y este mundo es político y por supuesto que tenemos nuestras ideas políticas. En el libro Handwork. Constructing the world (TBA21/ Ivorypress, 2011), sobre nuestro trabajo, se dice que hacemos 'objetos infectados de política'. Es el lenguaje, es la vida que vivimos y lo mostramos. No podemos evitar hablar de eso".
El diseño es una de sus marcas. Sus piezas son elegantes, lejos de cualquier tentación kitsch. "Nuestros diseños son casi funcionales", explica Marco. "Trabajamos en un lindero en el que las cosas pueden parecer muy funcionales y a lo mejor se alejan del concepto clásico de una obra de arte. Nos gusta caminar en ese filo en el que el objeto es ambivalente o tiene varios significados. Nos obsesionan los lenguajes con los que hemos trabajado, desde la carpintería hasta cosas más industriales. Coño, se nos han acercado Arata Isozaki, Norman Foster y otros arquitectos porque les encanta cómo hacemos las cosas Es un honor".
Al no poder conseguir materiales adecuados ni la tecnología para construir algunas de sus piezas, Los Carpinteros contactan con especialistas en otros países y mandan fabricar las partes. "Es una de las cosas locas que hemos logrado. Viviendo en Cuba no podemos hacer las cosas nosotros, por eso tuvimos que desarrollar la habilidad de poder contactar con gente fuera para poder hacer las piezas y después enviarlas a las exposiciones. Hubo piezas que nunca pudimos ver, por las circunstancias".
Ese es el objetivo del estudio que tienen ahora en Madrid: "Abaratar las cosas y poder hacer más, investigar más y poner más a mano la obra. Porque este sistema crea también una frialdad. Estábamos obligados a hacerlo desde Cuba y nos gustaba, porque había un cierto cinismo. Pero ahora nos hace falta acercarnos más. Por otro lado, mantenemos el estudio en Cuba. No nos gusta que nos consideren exiliados. Y el hecho de que nos hayan invitado al stand de EL PAÍS es muy significativo para nosotros, es el reconocimiento de una España que no está solo metida en sus fronteras".
Entre sus trabajos más recientes se encuentran las explosiones. Entre ellas, Frío estudio del desastre o Showroom. ¿Es algo sobre la destrucción, sobre el tiempo detenido ? La coincidencia con una época como la actual en la que todo parece caerse a pedazos parece evidente. "Quizá lo que pasa ahora es que las bombas están pegando demasiado cerca en el Primer Mundo", dice Dago. "Antes parecía un problema de los países tercermundistas, de los otros, de los países grises. Showroom la expusimos en Londres y todo lo que está volando es un set de Ikea. La vida estable en estos lugares salvados de la barbarie y que de pronto se encuentran en medio de esta masiva onda de destrucción detenida en el instante".
La pieza que han elaborado para el stand de EL PAÍS en Arco es una alusión a la debacle del mundo financiero. Para Marco, este tipo de imagen de la explosión es algo con lo que todos estamos muy familiarizados, está en las noticias de televisión todos los días. "Pero nosotros no explicamos nada, no hay rastro de humo, ni de fuego, ni nada. No hay un porqué. Puede ser algo natural, una bomba, un ciclón. Es un acto de agresión y fragmentación".
"Hay algo curioso en todo esto y es cómo somos capaces, Dago y yo, de hacerlo casi improvisando sobre el espacio. Cada vez que montamos estas piezas salen diferentes. Además no se guarda el material. Por otro lado está el lado artesanal. Nosotros siempre hemos estado obsesionados por la construcción. Y en este caso lo hacemos al revés, queremos construir la destrucción. Dedicarle el amor, la ternura y el cuidado que dedicamos a pulir la madera u otros materiales, a construir lo que vuela por los aires en mil pedazos. Con el mismo nivel de cuidado por el detalle".
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