Cuánto dura cada crimen
La relación entre justicia y tiempo es tan evidente, y aun tan cotidiana, que no solemos pararnos a pensar mucho en ella. En los países en que está felizmente abolida la primitiva pena de muerte y en que no se aplica esa primitiva ley aberrante llamada sharía, damos por sentado que los crímenes se pagan con eso, con duración, con el tiempo mayor o menor que el criminal pasa entre rejas, privado de libertad y apartado de la sociedad a la que ha ofendido. Estamos acostumbrados a medir la gravedad de un delito en esos términos, y por eso nos escandalizamos a veces ante las frecuentes reducciones de penas -por muy estipuladas que estén legalmente- o nos sorprendemos, por el contrario, al enterarnos de que delitos que no nos parecen demasiado dañinos acarreen muchos años de cárcel para quienes incurran en ellos. La prensa hace a veces sus cálculos: un etarra que ha asesinado a veinte personas, por ejemplo, cumple dieciocho años de prisión efectivos y sale a la calle, luego en la práctica, se dice (otra cosa es la sentencia, que no deja de ser siempre simbólica, sobre todo cuando habla de centenares de años), al etarra en cuestión cada asesinato le ha salido barato: menos de un año por cada vida segada.
"No existe un ex-asesino, como no puede existir un ex-golpista ni un ex-dictador"
En realidad no tenemos otro modo de calibrar la dimensión de los crímenes: este equivale a un mes, este a tres años, aquel otro a treinta, que es el máximo real que el mayor asesino puede pasar aislado. De haber podido ser juzgados y condenados en nuestro tiempo, Hitler o Stalin, Pol Pot o Pinochet, Ceaucescu o Franco habrían vuelto a la vida normal al cabo de tres decenios. Por así decir, se habrían reincorporado a nosotros con sus cuentas saldadas, legalmente "limpios" aunque no moralmente: no existe tal cosa como un "ex-asesino", por mucho que la prensa idiota esté a punto de crear esa figura, habiendo ya creado las casi igual de ridículas de "ex-golpista" y "ex-dictador". (Aunque haya abandonado nominalmente el poder, Fidel Castro será un dictador hasta el fin de sus días; aunque después haya ganado elecciones, Hugo Chávez será un golpista hasta el término de los suyos.)
Estamos, pues, acostumbrados a esa relación entre justicia y tiempo, pero rara vez nos preguntamos por ella, y menos aún por qué el tiempo también se computa -pero a favor de los delincuentes- cuando éstos no han sido apresados. Como saben, y con excepción de algunos crímenes considerados especialmente odiosos -los de guerra, los que van "contra la humanidad" (definición bien vagarosa), los de genocidio-, los delitos prescriben, y así nos encontramos en ocasiones con la paradójica circunstancia de que, para quien logró eludir la acción de la justicia, el tiempo que transcurre lo va "exonerando" lentamente de su crimen, mientras que para quien fue capturado y condenado ese mismo tiempo que transcurre es el de su castigo. Si pensamos en Anglés y Ricart, los dos sujetos que, según todas las trazas, asesinaron a tres adolescentes de Alcàsser en 1992, tras torturarlas y violarlas, resultaría que los diecisiete años transcurridos para Ricart, que está en la cárcel, se sumarían de la misma manera que los diecisiete de Anglés, que tal vez sigue libre y que en modo alguno ha pagado por sus actos: el tiempo avanza en ambos casos -que no pueden ser más opuestos- hacia la misma consecuencia: cuando Ricart haya cumplido su condena completa, quedará libre; cuando quiera que expire el plazo para la prescripción de ese delito, a Anglés ya no podrá juzgárselo y también será libre. O, si se atiende a una noticia reciente de otra índole, tal vez sea "absuelto", lo cual resultaría aún más llamativo.
Lejos de mi intención asociar el caso de las niñas de Alcàsser con ningún otro delito, sobre todo si no es de sangre. Pero lo cierto es que leí en este diario que el actual Presidente de Telefónica, Alierta, y su sobrino Plácer habían sido "absueltos" del llamado "caso Tabacalera" al entender el tribunal que su delito ha prescrito. Ese tribunal, sin embargo, "considera probado que dicho delito, castigado con pena de uno a cuatro años de cárcel, fue cometido, y que entre los acusados existió un concierto común para sacar un provecho económico en una operación que les reportó 1,86 millones de euros". Pese a ello, el señor Alierta, que yo sepa, sigue siendo Presidente de Telefónica nada menos, del mismo modo que el señor Berlusconi sigue siendo Primer Ministro de Italia pese a habérsele probado la comisión de más de un delito que -oh casualidad, oh gran suerte- ya ha prescrito. He sostenido en novelas que tal cosa como la justicia es imposible y que en realidad llamamos así a algo que en puridad no existe. Pero lo que así llamamos para entendernos, es además un disparate, porque, si bien castiga a quienes caen en sus manos, premia a quienes logran burlarla. ¿O acaso no nos envía el siguiente mensaje? "Si usted comete un delito y es lo bastante hábil o listo para escapar de mí durante el suficiente tiempo, se verá recompensado y se encontrará con la maravilla de que su crimen ya no lo es, o quizá con algo aún más loco y milagroso: con que sí lo será, pero saldrá usted absuelto".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.