El corazón mestizo de Berlín
Imagen habitual en Kreuzberg son sus paredes a rebosar de carteles y graffitis. Nada nuevo. Aquí nacieron, en su momento, las pinturas del muro de Berlín en su lado occidental, las mismas que hoy se andan repintando para el 20º aniversario de su caída; que aquí es un deporte local muy practicado echar mano del spray en cuanto se vislumbra hueco o reivindicación, y/o colocar póster sobre póster hasta levantar verdaderas murallas de papel. Y éstas, cuando se desprenden del puro peso, son como las capas de una cebolla con la intrahistoria cultural y social del barrio.
Hay muros en Kreuzberg que si se raspara en ellos aún se encontrarían restos de los reclamos de antaño, de lo mucho, y muy político, sucedido en estas pocas calles desde que (por cosas de la planificación urbanística hace ya tres siglos) la zona se convirtiera en lugar de tránsito de todos los grupos de población no gratos a la burguesía berlinesa de otras latitudes. Y ahora, de repente, hay un cartel repetido en vallas y escaparates, entre los cientos de convocatorias para eventos gays, proletarios, feministas, infantiles, universitarios, artísticos, políticos o viajeros, de las que uno se va enterando mientras pasea. El anuncio dice: "SO36 pronto sin SO36".
en pleno corazón de berlín conviven 160.000 habitantes de casi 200 nacionalidades y mayoría turca
"doce familias habitaMos en el edificio, esto es como un pedazo de anatolia en una gran ciudad"
"bohemios, activistas el nuestro es un espacio político en un territorio politizado: eso es kreuzberg"
"¿un barrio de inmigración? no señor, ésta es ya otra etapa: posemigración"
Para el visitante, la frase es ininteligible. Puro misterio. Para los oriundos de Kreuzberg (llamemos KB al barrio, y a sus 160.000 habitantes, kbergianos; casi 200 nacionalidades, mayoría turca) y para los que no lo son pero se sienten, leerlo y sufrir del corazón es todo uno.
Tal cosa, que el SO36 desaparezca, significaría el fin de una época, de un estilo de vivir, aseguran, basado en la oposición y la lucha. Porque el llamado SO36, digámoslo ya, es un club y mucho más que un club. De entrada lleva el nombre de uno de los dos pedazos geográficos de este barrio en pleno corazón de Berlín: la zona SO36 (la otra es SW61), südost, sureste, las más aguerrida, proletaria y dura, con calles con un 55% de inmigración. Y de salida es, desde hace tres décadas, sala de conciertos y meeting point, laboratorio, batidora del barrio, por todo lo que aquí siempre se ha mezclado: lo más in y lo más out. Modelo y motor de mucha historia política de izquierdas y mucha desinhibición: las primeras movidas punkies o los primeros parties gays fusión oriente-occidente (el famoso Gayhane, donde pincha DJ Ipek, que se define a sí misma como "lesbiana turca"), llevan su sello. Los portavoces de SO36 argumentan: "En nuestro colectivo sociocultural y musical somos viejos, jóvenes, gays, lesbianas o lo que quiera que uno sea; somos punkies y estudiantes, trabajadores temporales y fijos, infra y sobrecualificados... muchos tenemos el llamado pasado inmigrante: tenemos raíces en Anatolia, en el Magreb, en Breisgau o Cottbus... Y no hablamos por hablar, sino que somos parte de la multiculturalidad del barrio... Con nosotros y a través de nosotros, Kreuzberg es lo que es: indefinible, inabarcable, conocido más allá de Berlín".
Esta vez la amenaza de cierre es seria: un conflicto con un vecino por exceso de ruido ha acabado en crisis e "intervención burocrática". Una vía poco querida en esta zona donde todo se reivindica con pasión, se discute con vehemencia y se acuerda. "El respeto al contrario es uno de los fundamentos de la pluralidad del barrio", explican desde SO36. Y aquí estamos, expectantes, en la puerta de un símbolo de la militancia, el SO36 en el número 190 de la Oranienstrasse, calle que es a Kreuzberg como la Quinta Avenida a Nueva York (en escala kbergiana, se entiende), es decir, inevitable y obligada, bulliciosa, multikulti, repleta de tiendas de ropa y alimentación, librerías, cafés, casas ocupadas de los ochenta... Muy turco-alemana, concepto que en Kreuzberg conviene evitar. Tan inadecuado ya como decirle a un alemán de origen turco: "Qué bien hablas alemán" o "no pareces turco". Especialmente las chicas con velo, que se niegan a ser calificadas, te pueden soltar: "¿Que qué bien hablo? Pero si soy tan alemana como tú, imbécil...".
Plaza de Kottbusser Tor. Bajarse del vagón del metro en la línea 1 (U1), mirar el puesto de flores del subterráneo o el quiosco de periódicos, esquivar a los mendigos con perro que piden en la estación, subir las escaleras y asomar la cabeza al exterior... Según el día y la hora, aquí fuera puede llegar a faltar hasta el aire de lo poliédrico del paisaje, el U-Bahn (metro) amarillo que corre sobre un esqueleto de hierro y acero allá en lo alto y los bloques de aluvión baratos que lo rodean, los atuendos multicolor, las lenguas, sonidos y olores que se entrecruzan. El cliché de la Alemania sólo blanca, rica, esterilizada, ordenada... aquí se desvanece. Una experiencia para el no habitual. Y hasta para el nacional: en el intenso debate sobre dónde instalar la capital de Alemania tras la caída del muro en 1989 y la unificación del país en 1990 hubo algún político de peso (de Baviera, sin ir más lejos) que avisó de los peligros de querer convertir Berlín (y con ello, Kreuzberg, "ese enclave de inmigrantes y anarquistas", especificó) en sede del Gobierno. Lo recuerda Nathalie, repantingada en su hamaca, frente a su tienda exquisita de ropa de segunda mano en la zona de Südstern. Pero podría haberlo contado cualquiera. Aquí cada tendero, taxista, bombero o estudiante es un google andante de la información política local.
La advertencia fue en vano. Berlín se convirtió en capital en 2000, y Kreuzberg sigue siendo más o menos lo que era, lo que es desde hace 50 años o desde hace tres siglos, según se mire: zona de tránsito y migrantes con su propio estilo, pobres, pero activos, mucho lost in translation. "Las ciudades ricas son aburridas porque no tienen espacio para los recién llegados, se limitan porque tienen algo que perder. Las ciudades ricas no pueden permitirse experimentos...", escriben en el último número de la revista Dummy que puede encontrarse en los quioscos del barrio.
Y eso es Berlín, una ciudad "pobre, pero sexy", que decía su alcalde para promocionarla, amorosa con la cultura y con una deuda aplastante de 60.000 millones de euros que amarga el idilio. Y eso es Kreuzberg, un puro experimento. Strategiengebiet, territorio estratégico, lo llamaban en los mapas en los años ochenta, cuando sus calles eran un puro caldo de cultivo del desarraigo y la pobreza, los que los antimultikulti definen, finamente, como "sociedad paralela". Hoy ya no es tanto así.
"Hace diez años, las historias de turcos de éxito eran tema destacado en los periódicos, hoy ya no. El número de empresarios de origen turco ha crecido considerablemente... y la palabra dönerkebap está recogida en los diccionarios desde 1991", cuentan Martin Greeve y Kalbiye Nur Orhan, que han elaborado el informe Berlín turcoalemán. "¿Un barrio de inmigración?" No señor, dice Shermin Langhoff, directora del centro de teatro y danza Ballhaus Naunynstrasse, que hace lo que llama "Postmigrantisches Theater para el Kreuzberg multicultural", conceptos que no hace falta traducir. Ésta es ya otra etapa, asegura. "Posemigración", lo llama. "Ahora no se habla de pérdidas y desarraigo; la segunda y tercera generación ya han superado aquello, tanto que se ha creado una nueva perspectiva alemana, la nuestra". "Y ahora, los inmigrantes asentados, formados y crecidos sorprenden en propuestas hasta a los partidos de izquierda, que siguen en el cliché de 'pobrecitos', como sucede aquí en Kotti, con iniciativas de madres y comerciantes contra la droga", dice Cem Özdemir, el alemán de origen turco que más lejos ha llegado en política. Éste es un lugar de "anormalidad normal", define Martin Düspohl, director del Museo de Kreuzberg, que cuenta aquí mismo, en la Adalbertstrasse, la historia local.
La otra, la actual, ahora mismo en cada esquina:
1. La familia palestina y numerosa El Robaja prepara la parrilla y la carne en el Görlitzer Park, su parque preferido.
2. La canciller Angela Merkel aparece hoy en los periódicos animando a los extranjeros residentes a que se nacionalicen alemanes: en la mitad de los noventa lo hacían unos 300.000 por año; en 2008, menos de 100.000.
3. Hombres turcos con barba se reúnen ya en el café Yavuzeli Sarilar, en Dresdener Strasse, todos procedentes de la ciudad de Sarilar, todos taxistas y de religión alevita (forma liberal del islam, mayoritaria en KB), y en los muchos cafés alrededor de Kottbusser Tor, sólo de hombres turcos con barba; esos que nunca se dejan preguntar, porque no quieren o no entienden palabra de alemán, pero entre ellos se saludan con un "¿de dónde eres, campesino?".
4. Cem Özdemir, líder de Los Verdes, con las elecciones europeas encima y las generales en septiembre, a la vuelta de la esquina, sale de su casa en Kottbusser Tor (de techos altos, jardín interior, bicicletas aparcadas en el patio...), junto a su esposa, argentina. "Doce familias habitamos en el edificio, esto es como un pedazo de Anatolia en una gran ciudad, hasta huerto tenemos", dice antes de ponerse a trabajar.
5. Los niños brotan de todos lados camino de las escuelas. Algunas, especialmente en el barrio vecino de Neukölln, llegan al 100% de alumnos con origen inmigrante. Los periódicos publican el reclamo del senado berlinés para la secundaria: "Se buscan profesores, a ser posible con pasado migratorio. ¡Berlín te necesita!".
6. Los camareros del Rote Harfe, en Heinrichplatz, abren su restaurante, que cuenta, en la planta de arriba, con el conocido Orient Lounge (narguile, cojines y mesas en el suelo, mucho reservado); Firat, dueño del café Übersee, en el Paul Linke Ufer 44, coloca la mesas en el suyo. Y el Hannibal, en Görlitzer Bahnhof; el Luzía y el Milch und Zucker, en Oranienstrasse... Todos gestionados por lo que los alemanes no turcos llaman "turcos de segunda generación", es decir, alemanes como ellos, pero con otros apellidos. La clase media turca, frente a la clase media alemana.
7. La adolescente Hanna Schneider hace rato ya que ensaya bajo la carpa del circo que dirige un activista clásico del lugar y en el que desarrollan programas conjuntos con jóvenes de Israel.
8. El director kurdo, Ilker Abay, y su equipo turco-kurdo-alemán ruedan en este instante en el local de periódicos que han alquilado en la Urbanstrasse otra toma más de su soap opera titulada Crazy kiosk, de éxito en la televisión turca.
9. Otro director, éste más de teatro, Neco Çelik, repite una vez más en una entrevista que no quiere hablar del cliché: su condición de hijo de inmigrante turco, ex miembro de una banda en Kreuzberg y modelo de integración, bla, bla, bla... pues ha llegado lejos y es conocido en lo suyo. Pero lo que no puede evitar es ser carne de paradoja: no son inmigrantes, pero usan sus raíces, su pasado en el gueto...
10. Los jugadores del primer equipo turco en la ciudad, el Türkiyemspor, entrenan en el Katzbachstadion. Erkan Önae, treintañero, ex entrenador de una de las categorías, se acerca hoy domingo a verles. Sus padres, invitados a trabajar aquí, buscaron la mejor educación para él, se empeñaron en el idioma y lo alejaron de zonas de mayoría turca: "¿Qué se puede esperar de aquella generación? Vinieron a trabajar y ¡vaya si trabajaron! Nosotros, la segunda generación, nos hemos adaptado aquí, ahora ellos deben abrirse". El deporte, dice, es uno de los grandes medios de integración. Recuerda, cuando se abrió el muro, a dos jugadores del Dinamo, de Berlín Este: "Vinieron a buscarnos para jugar con nosotros". El equipo es una institución aquí. Hace nada, el príncipe Carlos de Inglaterra y su esposa, Camila, visitaron Kreuzberg para asistir a dos partidos de fútbol: el Türkiyemspor contra el FC Internationale, y el Evangelische Pfarrer (pastores evangelistas) contra los imanes musulmanes...
Los 'kbergianos' configuran un territorio peculiar: mayoría inmigrante de origen turco; radicales activos sin importar la edad; militantes de partidos varios; artistas internacionales... Muchos se suelen marchar y suelen regresar. Añoran el barrio. Los kbergianos conviven en paz. Hasta combinan varias lenguas: por aquí se habla Deukisch, la combinación de ambos idiomas; se llama Kreuzkölln a la zona de frontera que une KB con Neukölln, barrio vecino, más turco y de religión y tradición más extrema (allí se han producido varios asesinatos de honor de mujeres a manos de sus familiares). Muchos habitantes crean. Otros se manifiestan contra la instalación de un McDonald's (por capitalista, pero no lo consiguieron); contra el ataque a homosexuales (sucede y al momento tres mil personas aparecen en la calle para protestar), o la falta de posibilidades educativas y de futuro de los hijos de inmigrantes, uno de los grandes fracasos políticos: según el DIW (Instituto alemán de Investigación Económica), tres de cada cuatro ciudadanos de origen turco no termina la escuela, uno de cada dos en edad de trabajar no tiene trabajo y sólo el 3% de ellos ha estudiado.
"¿Un mito o un ejemplo exitoso de integración?", se pregunta Doris Nahawandi, que se ocupa de tal cosa en el Ayuntamiento. "Ambas cosas", concluye. Y enumera: es uno de los barrios más pobres de Berlín y, sin embargo, uno de los más "capitalizados" en lo económico, lo cultural, lo social. Pero las luces tienen sombras: "La tasa de escolares hijos de inmigrantes que no terminan sus estudios es muy alta; la economía sumergida y la delincuencia menor pertenecen a lo cotidiano, crecen las organizaciones religiosas fundamentalistas islámicas...".
Hablar con Shermin Langhoff, con Özdemir, con Önae es oír términos como turcofobia, selbstphobie (fobia a sí mismo). "La identidad es el problema: definir el 'yo' y el 'ellos'. Los nuevos jóvenes alemanes aún no han sido aceptados en esta sociedad", dice Shermin. "Después de treinta años en este país, se trata de poner otra mirada". Ella lo intenta desde el arte: en su sala programa y monta obras como Bist du schwul oder Türke? (¿Eres homosexual o turco?). "No hacemos un teatro de gueto. Tenemos una clientela de bohemios, de activistas, trabajamos con artistas de otros contextos... el nuestro es un espacio político en un territorio politizado: eso es Kreuzberg".
¿Es lo contado arriba razón suficiente para escribir ahora precisamente sobre Kreuzberg? ¿Ahora? Cierto. No hay hecho destacado nuevo, salvo los 500 policías heridos y los 250 detenidos que se produjeron en sus calles en la pasada y habitual fiesta antifascista del Primero de Mayo y que este año se convocó al grito de "Contra la discriminación". No. Un barrio es una construcción cotidiana, y el KB cotidiano es tranquilo, casi rural: "el pueblo", lo llaman. Aquí hay sillas, bancos y hasta sofás en las calles para la charla, tomar el café o el sol.
Pero quizá sea también razón poderosa para hablar de KB que en estas calles nació el cabaré alemán de la mano de Ernst von Wolzogen en 1901. Que hoy, miércoles o viernes, hay mercado turco en el Landwehrkanal, y mientras Hristoforos Triadafillu, el griego, descarga su mercancía de aceitunas, queso y gambas, aquello se llena de gentes de todo el mundo, de colores y olores mediterráneos. Que tiene salas donde bailar agarrado, seas hetero u homo, y un museo sobre la historia gay en Mehringdamm. Que abundan los clubes donde adoran lo nuevo y lo retro, lo tecno y lo punk, lo inclasificable... Que sale el sol y el parque Hasenheide se llena de cuerpos desnudos alemanes y de parejas jóvencísimas de origen turco, muy vestidas, que se esconden de las miradas. Que abrirá pronto la gran mezquita en la Wienerstrasse. Que ya funciona la primera residencia de ancianos turcos de Alemania, aquí envejecidos, y los recién nacidos del barrio se llaman Merve, Yade, Gizem, Fatih... Que existe mucho patio interior repleto de negocios, arte y artistas... y que hay mucho hammam, mucho canal, mucha agua. Que Kreuzberg debe su nombre a Napoleón...
Nada en Kreuzberg parece importante. Pero sí lo es el todo. Un lugar que por no tener, no tiene ni centro geográfico, digamos al estilo plaza de Lavapiés. "El barrio nació de una idea burocrática en 1920. Juntaron partes de otros, al norte y sur de la línea 1 de metro, y lo dividieron en cuatro áreas", ha explicado muchas veces Düspohl desde el Museo de Kreuzberg. Y a Kreuzberg no sabían ni cómo llamarlo. Hasta que en 1921, al celebrar los cien años de la guerra contra Napoleón, alguien se fijó en la cruz que coronaba una colina... y ahí estaba: "la montaña de la cruz". Lo que hoy es y lo que ofrecen los kiez citados lo describe bien otro habitante común en KB: el turista. El norteamericano Tobias G. aconseja sobre las bondades de KB en el foro de www.toytowngermany.com. "Se puede dividir en dos partes, SO36 y SW61, y más exactamente en cinco barriadas (kiez)...".
Asegura Düspohl que "la semilla de la conciencia y el orgullo de ser de Kreuzberg se plantó en 1959, cuando unos pocos artistas abrieron galerías en Oranienstrasse y se empezó a convertir en un Montmartre bohemio". La planta nació y creció, primero un tallo (artista politizado); luego, otro (obrero turco). Medio siglo ha transcurrido desde que la Alemania de posguerra solicitara a los países del Sur trabajadores para rehacer su economía. Kreuzberg era la zona más pobre. Y allí, junto a unos pocos berlineses, criadas y proletarios, se instalaron los obreros. Luego llegaron los alternativos. "Todos vivían puerta con puerta. Lo que vino después tiene que ver con ese tiempo", concluye Düspohl. Hasta lo turístico.
Es el incremento de turistas el que tiene parte de culpa de los cambios a peor en el barrio. Lo dicen, desmoralizados, los anarquistas: "El proceso de gentrificación, estructuración, privatización, incremento de los alquileres, y el crecimiento del control con cámaras en las calles, presencia policial, están devorando nuestro barrio. Detrás de la fachada de creatividad y estabilidad social hay grandes discriminaciones". Tomar o recuperar la noción de comunidad es fundamental, dicen. Y apelan a las estructuras ya existentes: las WG's (comunas en pisos compartidos), colectivos de trabajadores, asociaciones deportivas... Hasta llaman la atención a los recién llegados apáticos. Desde hace un tiempo cuelgan carteles y llenan de graffitis los muros de Kreuzberg, en alemán y en turco: "El Estado salva a los bancos, nosotros debemos salvarnos a nosotros mismos...".
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