¿Qué clase de enfermo soy?
Nada es menos lógico y racional que tomar una decisión, aunque nos guste pensar lo contrario. Aun aquellas en las que nos jugamos muchísimo, como las relacionadas con la salud, están determinadas por emociones poco tangibles. Hay gente que prefiere que otros decidan por ellos y los hay que no quieren perder el control en ningún momento. Hay quien hace más preguntas antes de comprar un coche que antes de entrar a un quirófano. Los hay dispuestos a someterse a cualquier procedimiento, mientras más técnicos y sofisticados, mejor, y los hay que solo creen en la medicina natural.
Jerome Groopman, oncólogo, y Pamela Hartzband, endocrinóloga, ambos de la Harvard Medical School y muy conocidos por sus artículos en The New Yorker, han desarrollado una teoría para explicar por qué sus pacientes, y ellos mismos -todos seremos pacientes algún día-, toman decisiones tan disímiles en situaciones similares. Sus conclusiones provienen de haber sido testigos durante años del proceso en el que las personas tomas decisiones que implican su calidad de vida.
Hay gente que prefiere que otros decidan por ellos. Otros optan por no perder el control en ningún momento
"La medicina no es una ciencia exacta. No podemos garantizar siempre un final feliz", dicen los autores
La primera hipótesis es que tenemos una "mente médica", condicionada por la historia personal de cada quien y por la buena o mala relación con la medicina que hayan tenido nuestros seres queridos, cómo han enfermado, cómo han sido curados o cómo han muerto.
Todo ha quedado recogido en el libro Your medical mind: how to decide what is right for you (Tu mente médica: cómo decidir lo que es bueno para ti; The Penguin Press, 2011), publicado recientemente en Estados Unidos. Según su teoría, a la hora de decidir sobre nuestra salud podemos ser "minimalistas" o "maximalistas".
A los minimalistas no les gustan demasiado los médicos, ni los hospitales. Así que los evitan por todos los medios. A la hora de decidir, se irán a por lo menos invasivo y más natural posible. Pasar por el quirófano es la última de las opciones. Como buenos minimalistas, creen que menos es más. Pamela Hartzband, una de las autoras, se define como minimalista. Y estas son sus razones: "Mi madre era artista y librepensadora. Siempre pensó que los médicos no sabían nada. Ella y mi padre todavía viven, y siempre creyeron que tenían una buena salud que no había que poner en manos de nadie que la estropeara".
Los de mente médica maximalista -siempre según esta teoría- suelen ser apasionados de la tecnología y están enterados de la existencia de técnicas diagnósticas y procedimientos de última generación. Son proactivos en la búsqueda de información y confían en que a mayor número de pruebas y procedimientos, los resultados serán mejores. Es el caso del otro autor, Jerome Groopman. "Crecí en una familia tradicional judía donde los médicos eran como dioses. Para mis padres, la medicina natural no tenía ningún sentido. Todo lo que estuviera fuera de la ciencia y la tecnología les parecía una tontería. Mi padre murió joven, de un ataque al corazón, y yo estudié medicina para salvar vidas como las de mi padre, a cualquier precio, yendo a los extremos", explica.
Además, los hay "creyentes" -aquellos que confían ciegamente en la medicina, creen que siempre hay una solución y están dispuestos a buscarla allá donde esté- y "escépticos" instalados en la desconfianza, en el miedo a los efectos secundarios de los fármacos y en la creencia de que el remedio es peor que la enfermedad.
Para más complicación y dificultad, estas categorías se mezclan en todas las combinaciones posibles. Por ejemplo, se puede ser maximalista-creyente, como es el caso del doctor Groopman.
Lo que proponen estos expertos es que intentemos ser conscientes de nuestra mente médica, de las influencias internas y externas que sesgan las decisiones que tomamos sobre nuestra salud para poder entenderlas.
De todas las influencias probables, la más importante es la historia de quienes nos rodean. Por ejemplo, si un familiar cercano ha sufrido un terrible efecto secundario de un tratamiento particular, es probable que el interesado se niegue a pasar por ese trance que ha visto en su entorno. Sin embargo, los autores recomiendan que pongamos nuestra información personal en contexto. ¿Es muy frecuente ese efecto secundario? ¿Cuánto se parece tu organismo o tu enfermedad a la que padecía aquella otra persona?
De la misma manera, alguien que conozca o haya oído hablar sobre los efectos muy positivos de una intervención quirúrgica estará deseando someterse a ella y esperará idénticos resultados. Y otra vez, los expertos recomiendan que se averigüe un poco más. "¿Con qué frecuencia se consiguen esos fabulosos resultados?", sería una buena pregunta, por ejemplo.
En cualquier caso, los doctores han observado que el comportamiento de los pacientes varía de acuerdo con la gravedad de la enfermedad que padecen. "Ante un cáncer, muchos escépticos acaban convertidos en creyentes", cuenta Groopman. Pone como ejemplo el caso de un hombre superviviente de un tumor de próstata que habló hasta con 20 especialistas diferentes antes de elegir una opción de tratamiento. El propio Groopman cuenta en el libro su tránsito de paciente maximalista a minimalista después de una desastrosa cirugía de espalda.
La recomendación de los autores de Your medical mind es que nos tomemos nuestra condición de pacientes como un trabajo, incluso "como un trabajo frustrante". Hay que preguntar mucho, hay que informarse, y aun así, a veces no se consiguen buenos resultados. "Estamos tratando con la medicina, que no es una ciencia exacta. No podemos garantizar siempre un final feliz", apuntan. Su punto de vista es que la individualidad del paciente está por encima de todos los protocolos y que los "caprichos y excepciones" de la medicina deben ser aceptados y no negados. "Es la clave para elegir los mejores tratamientos", asegura Hartzband. "Aun en las mejores circunstancias, las cosas se pueden torcer. Si esto sucediera, lo mejor es saber que uno eligió el procedimiento correcto para su caso concreto. Un mal resultado te puede disgustar, pero, al menos, no te sentirás invadido por el arrepentimiento y la culpa", explica Groopman.
Aceptar que la medicina tiene zonas grises, donde no hay respuestas absolutamente correctas o incorrectas, es uno de los retos que se propone este libro.
Descifrando los datos
Entender lo que significa una estadística también es importante para tomar una buena decisión. Según los autores de Your medical mind, en lugar de prestar atención a la cifra, por ejemplo, el 50% de los pacientes tratados elevó su calidad de vida, conviene más enterarse de si a nuestro caso concreto se le podría aplicar esa estadística. "Estos números provienen de estudios realizados en poblaciones muy seleccionados en las que no hay personas de edad avanzada, embarazadas o diabéticos", explica Groopman.
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