Último capítulo
El comienzo del paseo del Prado, frente al paisaje del malecón, del antiguo hotel Packard sólo queda el esqueleto. Vencido por medio siglo de abandono, las ruinas de su hermosa fachada ecléctica son testimonio de una época pasada y también de la historia contemporánea de Cuba. Marlon Brando y Pablo Neruda se alojaron aquí antes de la revolución, cuando en los bajos funcionaba la agencia de automóviles Packard & Cunningham, importadora de los vehículos norteamericanos más lujosos y de los primeros Porsche que entraron en la isla. Al costado, el magnate Amado Trinidad instaló en 1940 los estudios de la emisora R. H. C. Cadena Azul, una de las más famosas en su momento, que tuvo en plantilla a los mejores guionistas de radionovelas y a artistas como Isolina Carrillo, quien en 1947 compuso allí mismo y de un tirón el bolero Dos gardenias.
Por aquellos años, un joven estudiante llamado Fidel Castro comenzaba a frecuentar la zona, pero interesado en otras músicas.
En la misma acera, a pocos metros del Packard tenía sus oficinas el Partido Ortodoxo, de Eddy Chibás, a quien Castro se vinculó mientras terminaba la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana siguiendo su lema de "vergüenza contra dinero". En la planta baja de Prado 109 se conspiraba abiertamente contra el Gobierno corrupto de Prío Socarrás, y allí, después del golpe de Estado de Fulgencio Batista, en 1952, tomó cuerpo el plan del futuro líder de asaltar el cuartel Moncada.
Hoy, una tarja en la puerta recuerda aquellos días de lucha, pero el inmueble de tres plantas, como muchos otros del lugar, se encuentra en "estática milagrosa", una categoría creada por los arquitectos cubanos para advertir del riesgo serio de derrumbe. Hace algún tiempo se desprendió de su estructura la primera cornisa. Y los pasillos de arriba se hunden cada día un poco más, amenazando con borrar de la memoria lo que queda del despacho de Chibás.
Miles de edificios en la capital se hallan en situación similar, y puede afirmarse que esa imagen de La Habana como ciudad bombardeada será una de las facturas más caras que la historia pasará a estos 49 años de revolución de Fidel Castro.
El desastre es bien visible. La Habana Vieja, Centro Habana, Cerro y 10 de Octubre, cuatro municipios centrales de la capital, tienen más de 72.000 viviendas en estado precario. Esto supone el 42% de su fondo, que asciende a unos 183.000 núcleos, cantidad superior a la que poseen seis provincias del país. Hoy por hoy, hasta los viajeros más militantes quedan impactados por el estropicio y al regresar a casa se llevan ese recuerdo grabado en la nuca, por encima de cualquier consideración política.
La Habana no es Cuba, es cierto. Pero casi. Y con todas sus paradojas.
El arquitecto Mario Coyula, que hasta 2001 dirigió el Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital, observa que por esas cosas que tiene la vida el mismo proceso que congeló el desarrollo de La Habana en los años cincuenta hizo que milagrosamente se conservaran fabulosos barrios, como El Vedado, que difícilmente hubieran escapado a la especulación y los rascacielos. "Es una contradicción: la ciudad se mantiene porque no se ha hecho nada, pero se cae si sigue así".
Y eso es extrapolable al país. No se puede evaluar el legado de Fidel Castro sin atender a la paradoja arquitectónica que refiere Coyula. En 1998, Manuel Vázquez Montalbán viajó a Cuba siguiendo los pasos del papa Juan Pablo II. Dejó un libro, titulado Y Dios entró en La Habana, en el que indagó la posibilidad de la revolución cubana de reinventarse y convertirse de nuevo en un referente, moderno y sustentable, para los propios cubanos y para la izquierda latinoamericana.
Una mañana, paseando con el escritor cerca del antiguo Habana Hilton, hoy Habana Libre, tropezamos con un grupo de niños que salía en mallas de ballet de un caserón situado en la esquina de L y 19. Le llamó la atención: en esa escuela elemental de danza estudiaban más de 200 chicos en diferentes niveles, y, nos dijeron, en cada provincia de Cuba existía una academia similar de ballet clásico, todas gratuitas, por supuesto.
Montalbán quedó impresionado. Pero observó también que si la revolución posibilitó que un pequeño país como Cuba tuviera más bailarines clásicos por habitante que cualquier otro del mundo, no podía impedir que luego se fugaran a las primeras de cambio porque en la isla no les era dado prosperar. Y lo mismo sucedía con los neurocirujanos, los percusionistas y los informáticos.
"El sistema funciona hasta los 21 años Cuando ya te has graduado, ¿qué haces?", sentenció.
En los días siguientes, Montalbán sacó cuentas de los hijos de personalidades y altos funcionarios que vivían en el exterior sin haberse marchado. La lista era -y es- larga, y dice mucho de lo que ha pasado en Cuba estos años. En su libro no quiso mencionar nombres, pero sí reflexionó al final del volumen de 700 páginas: "Acabe como acabe la revolución cubana, se remodele dialécticamente o se vaya agostando con su talante sostenedor, las necesidades humanas siguen exigiendo satisfacciones, y después de la Revolución sobreviene otra revolución en minúscula, de la misma manera que después de la historia vuelve la historia incapaz de asumir en serio su final".
Han pasado diez años de aquel viaje. Y en el paseo del Prado todo sigue igual, pero con diez años más de desgaste.
Uno de los edificios que se conservan en buen estado en este paseo custodiado por leones es el hotel Sevilla, donde un día la felicidad estalló en forma de ruletas lanzadas por la ventana, había triunfado la revolución. El mafioso Amleto Battisti, último de sus dueños, se asiló en la Embajada de Uruguay ese mismo primero de enero, y más le valía, pues Castro llegó como un héroe justiciero dispuesto a acabar con las desigualdades y los vicios de la sociedad capitalista.
Jorge negrete, Imperio Argentina, Gloria Swanson, George Simenon y el rey del mambo Dámaso Pérez Prado fueron algunos de los huéspedes ilustres del Sevilla, tal era el poderío de Cuba, pero ninguno como el periodista de The New York Times Herbert Matthews uniría su nombre al de Castro. A comienzos de 1957, Matthews viajó a Cuba para entrevistar al líder guerrillero en el corazón de la sierra Maestra, cuando se le daba por muerto. "La personalidad de este hombre es abrumadora", escribió. "Resulta evidente que sus hombres lo adoran, y también comprendí por qué ha arrebatado la imaginación de la juventud cubana en toda la isla". Lo publicó el 24 de febrero de ese año, en un artículo que dio la vuelta al mundo.
Un año y diez meses después, tras derrotar a un ejército de 40.000 hombres armados por Estados Unidos, Castro entró en La Habana por la esquina del malecón y Prado al ritmo del bolero de Isolina Carrillo "Dos gardenias para ti / con ellas quiero decir / te quiero, te adoro, mi vida ". Más que adoración, fue júbilo a borbotones, casi un cheque en blanco. "Fidel Castro se adueñó de Cuba y lanzó su gran revolución en enero de 1959 con el aplauso atronador de la mayoría de sus compatriotas", escribió un cuarto de siglo después su biógrafo más riguroso, Tad Szulc, también periodista de 'The New York Times'.
Szulc tuvo su primera conversación con Fidel en 1959 y luego le acompañó en un recorrido por el campo de batalla de bahía Cochinos, en 1961, cuando el romanticismo de la revolución aún hacía hervir la sangre y convocaba bajo las balas a intelectuales como Sartre, defensor de "la revolución única e incomparable, la revolución sin ideología", que luego tendría demasiada. En 1985, el periodista norteamericano realizó el estudio más importante que se haya hecho de la personalidad de Castro y de su revolución, y el primer gran balance histórico a 25 años de su triunfo. No fue nada complaciente. Dejó sentado, en primer lugar, que para seguir la trayectoria de la revolución era necesario penetrar en la psicología de Fidel, el hombre y el líder, con sus genialidades y defectos, y sobre todo con sus desmesuras y contradicciones, que son las de su obra.
Guerrillero y funcionario. Nacionalista martiano y marxista. Líder pragmático e idealista inclaudicable. Es el mismo Castro el que colocó a Cuba en el mapa y fue capaz de lidiar con diez administraciones norteamericanas sin sucumbir, y el que cometió garrafales errores económicos que pusieron a su país al borde del precipicio. El mismo estadista que acabó con el complejo histórico de 400 años de coloniaje y medio siglo de dominación norteamericana, y que después se deslizó en los brazos de la Unión Soviética, importando un modelo ajeno y burocrático. El mismo hombre que enamoró y luego defraudó a las élites intelectuales del mundo en los sesenta; el que llenó su país de escuelas de arte y aplaudió la invasión de Checoslovaquia; el mismo Fidel que promovió avances sociales sin precedentes y después "impuso una osificación del régimen y de la sociedad con el pretexto de mantener encendido el fuego revolucionario", según Szulc.
"Fidel es la principal fuerza de la revolución, pero también su principal debilidad", me dijo en una ocasión el premio Nobel Gabriel García Márquez, uno de sus mejores amigos. En su casa de La Habana, una Navidad memorable, llegó Castro y después de charlar un rato se levantó de la mesa con el proyecto desproporcionado de crear una escuela internacional de cine para el Tercer Mundo. Era el final de 1985, y estaba a punto de iniciar el llamado "periodo de rectificación de errores y tendencias negativas", que supuso una vuelta al centralismo más férreo en lo económico y lo político. De cualquier modo, la escuela acaba de cumplir 21 años.
¿Cómo será recordado Castro cuando el tiempo pase?
Hay que partir de un hecho innegable: Fidel despierta todo tipo de sentimientos, menos indiferencia. Dentro y fuera de Cuba, el líder comunista tiene apasionados detractores y vehementes defensores, y es frecuente encontrar a personalidades que han militado en ambos bandos con fervor, Mario Vargas Llosa y Jorge Semprún entre ellos, de una larga lista de intelectuales.
El ex comandante Eloy Gutiérrez Menoyo, que pasó 22 años en una cárcel cubana, considera que Castro "es el primer disidente, el primer traidor a la revolución democrática que prometió y por la que le siguieron millones de cubanos". Para Alfredo Guevara, su compañero de luchas universitarias, es un "ciclón" en la historia de Cuba, el hombre que refundó una nación y posibilitó que el país diera un gran salto social y humano.
En el parque de la Fraternidad, en la desembocadura del paseo del Prado, a unos pasos del salón de baile donde la orquesta Jorrín tocó el primer chachachá, llamado La engañadora, se pude sondear el juicio de la historia. A la vera de la estatua de José Martí, los cubanos se reúnen para discutir de béisbol y otros asuntos mundanos, y entre tragos de ron y humo de tabaco se dicen verdades como templos y barbaridades.
Para muchos, la herencia que deja Castro después de 50 años es terrible, y punto. Algunos se sirven de estadísticas de la Cuba republicana para demostrar el fracaso: en 1959, con una población de seis millones de personas, la isla poseía más electrodomésticos que cualquier otro país de América Latina y tenía más kilómetros de líneas férreas y mejores infraestructuras que cualquiera de sus vecinos. En 1958, la producción de azúcar superó cuatro veces la alcanzada el año pasado, y había más vacas que habitantes (hoy la proporción es de una vaca por cada seis cubanos). Y eso sin hablar de los derechos políticos y civiles; tampoco de la reforma agraria, ya que hoy prácticamente la mitad de las tierras en manos del Estado, infestadas de marabú, no producen nada y la isla ha de importar el 80% de los alimentos que consume.
Para los defensores del sistema, los datos que cuentan son otros: además de la infraestructura sanitaria y de unos índices de salud a nivel del primer mundo, la revolución deja un país con 800.000 graduados universitarios, 1.500.000 personas con formación técnico-profesional y 9.000 científicos, un capital humano que es el principal tesoro de Cuba, junto a otros intangibles, como el sentido de la independencia y el orgullo de la soberanía, que harán muy difícil el regreso del "imperialismo yanqui" contra el que Castro ha luchado toda su vida.
Sea cual sea el escenario futuro, la valoración que finalmente se haga de Fidel Castro y de la revolución dependerá de cómo evolucionen los acontecimientos. Si Raúl Castro y sus herederos logran hacer reformas verdaderas y reinventar la revolución, como hubiera querido Vázquez Montalbán hace diez años, quizá la historia sea benévola y absuelva a su fundador. Hugh Thomas, que después de ver el espectáculo de una multitud cantando La Internacional a ritmo de chachachá en la plaza de la Revolución, en 1961, empezó a escribir su gran historia de Cuba, concluye después de 1.200 páginas. "En el momento de escribir este epílogo [2001] resulta difícil contemplar con optimismo el futuro de Cuba a corto plazo. Pero a la larga, la historia de Cuba, trágica como ha sido, demostrará que nada debe darse por imposible".
El comandante de la revolución Manuel Piñeiro, el mítico Barbarroja, jefe de los servicios de inteligencia cubanos durante años, admiraba a Thomas y su sentido del humor británico. El de él era surrealista y criollo, y por tanto muy agudo. Antes de morir en un accidente de tráfico, fui a visitarle a su casa de La Habana, en Miramar, y al abrir la puerta saltó un perro rottwailer que le había regalado un espía alemán.
-¡Manuel! ¡Pero qué es esto!
-Y qué tú quieres, gallego. Es que el hombre nuevo se ha demorado.
Piñeiro conocía muchos de los secretos de la revolución y también sus debilidades. Cosas de Cuba, Barbarroja era un enamorado del boxeo, de las conspiraciones y de los boleros, en especial del inmortal de Isolina Carrillo, que termina: "Pero si un atardecer / las gardenias de mi amor se mueren / es porque han adivinado / que tu amor se ha terminado / porque existe otro querer".
'Castrofobia'
Texto inédito de G. Cabrera Infante
Fidel Castro es un bastardo. No soy ni ofensivo ni bromista. Cuando nació Castro, en los años veinte, ser bastardo en Cuba quería decir ser un paria social de por vida. Sin ninguna esperanza, aquellos que nacieren naturales eran registrados en el Registro Civil como SOA, sin otro apellido. Contrario a la usanza española, los bastardos no tenían derecho a tener dos apellidos.
Ser bastardo en Cuba era ser descastado. Consideren ahora, por favor, las implicaciones del caso Castro. Su madre y la madre legítima de sus hermanos y hermanas compartían la misma casa. La situación se volvía psicológicamente compleja cuando la madre, la feroz Lina Ruz, era la criada de la madrastra. La trama era un drama -rural porque vivían en el campo-. El sitiero o el sitio se hizo pedazos cuando Castro, un muchacho llamado Fidel por un mercante local, creció y se hizo hombre.
Recuerdo una noche en la oficina del director del periódico Revolución, que era el vocero de Castro, y éste entró echando humo (entonces el Máximo Líder fumaba) para gritar ya desde la puerta: "¡Franqui, quiero que en tu primera plana llames a ese hermano mío bastardo!". Ramón Castro, ése era su hermano, había declarado que la reforma agraria era injusta. (Ramón, que era el hermano mayor, había heredado la finca de su padre, el jefe del clan Castro). Sus declaraciones habían sido primera plana del periódico de la noche cuyo nombre era anatema para Castro. Cuando Castro llamó bastardo a su hermano, nos miramos asombrados. ¿Quién se creía que era? ¿El hermano bastardo de su hermano que no era bastardo? Raúl, hermano menor, no era bastardo. Pero los hermanos Castro se convirtieron en una dinastía. Ramón, perdonado por Fidel (familia obliga), corre con una granja llamada Cuba. La mujer de Raúl es una suerte de cuñada Macbeth, y Raúl, por su parte, está obligado a ser Mr. Hyde para el Dr. Jekyll Castro. Pero ahora, viendo a Castro firmar un documento que prometía la democracia, la libertad y la defensa de los derechos humanos, yo sabía que su pluma estaba cargada con tinta invisible. No se le podría llamar, técnicamente, tinta simpática porque es, siempre ha sido para él, tinta antipática. Este hombre nunca ha creído en elecciones ni en libertades que él llama, al uso comunista, burguesas, ni respeta los derechos humanos porque cree que sólo debe haber un hombre libre en Cuba: él mismo.
Castro, el que se preciaba de cruzar cualquier salón político con tres zancadas militares, ahora subía las escaleras vacilante y atravesó toda la conferencia a pasos cortos, sus pasos largos acortados por la edad y el peso de un terco terno hecho en Holanda. El traje estaba hecho a su medida, pero las mangas le quedaban largas. Exactamente como su presencia en Chile. Al final firmó un documento que hablaba de democracia, libertad y derechos humanos: todo lo que ha estado ausente de Cuba durante el largo de su demasiado largo mandato. Las mangas nunca mienten y dan la verdadera medida de su dueño.
Lo que Castro nunca ha entendido son los límites del poder. Habrá podido enviar guerrillas a Venezuela, Colombia y Argentina con idénticos resultados desastrosos y envió a su supuesto álter ego, Che Guevara, a la muerte en Bolivia, y ha enviado ejércitos a Angola, el Congo y, asombroso, Etiopía, porque en definitiva las decisiones han sido suyas, ya que gobierna solo. No hay nadie en Cuba capaz de oponerse a sus decisiones personales, y aun los que lo han hecho de manera renuente han corrido la suerte peor que la muerte de un juicio abyecto, y en el caso de su general y héroe de la revolución, Arnaldo Ochoa, los dos destinos. Pero el poder unipersonal siempre corre el riesgo de terminar cuando termina la persona que lo detenta. Aunque Raúl Castro ha sido siempre el Mr. Hyde del Dr. Jekyll de Castro, nunca podrá gobernar solo en Cuba y siempre será, delfín o infante, un heredero dudoso. Para terminar con el poder de Castro habrá que terminar con Castro. No importa si su fin es vertical o será horizontal, la posición definitiva de Ceausescu. En todo caso, la nación, la república, la isla tardará mucho tiempo en recobrarse, en volver a ser ella misma como siempre lo quisieron Martí y Maceo, los protagonistas del aparente fracaso de la lucha contra el poder colonial español. Pero Cuba, la llamada "isla de corcho", flotará, y una vez más la geografía determinará la historia.
Contrariamente a lo que se dice y a veces se piensa, las últimas fintas de Fidel Castro no cambiarán una jota el desesperado presente cubano ni alterarán el inevitable futuro de la isla. Las apariciones de Castro son el adiós de un actor que se despide.
Castro es ahora gallego, cuando su desastrosa aventura de Angola fue afrocubano; hace poco, para refutar a Colón, reclamó antepasados indios, y, por supuesto, cuando era íntimo de Olof Palme se hizo el sueco. Pocos políticos ha habido en el siglo más oportunistas, y decir que es un camaleón es insultar a los camaleones por tener los colores fijos. Hay una interpretación borgiana tal vez menos conocida, pero más justa: Castro es un hombre de sucesivas y opuestas lealtades.
Con La Habana en ruinas, con la economía cubana hecha trizas, con la isla demolida, ¿qué es lo que sostiene a Castro en el poder? Físicamente, la permanente policía política; personalmente, el orgullo desmedido, pero también la conducta de un criminal que sabe que la revelación de la escena del crimen le será aún más onerosa que la permanencia. Hitler, con la guerra perdida, lanzó sus últimas campañas suicidas para evitar que, con su derrota, se revelaran todos los crímenes del nazismo, como sucedió al terminar el conflicto. Castro no hace menos, y las revelaciones de lo que ha ocultado su largo gobierno servirán para hacer conocer al mundo, con la vergüenza de los que lo han apoyado hasta el amargo final, el horror de su régimen.
© Guillermo Cabrera Infante, 2004.
Las comidas profundas
La cocina, las mujeres y sus lecturas protagonizan este relato histórico sobre Castro
Por Manuel Vázquez Montalbán
En qué se parece una nevera cubana y un coco? En que los dos nada más que tienen agua", era quizá el chiste más inocente sobre las hambres del periodo especial, y el más cruel hacía referencia al zoo donde se contaba que habían ido sustituyendo los letreros: "Prohibido dar comida a los animales , prohibido comerse la comida de los animales , prohibido comerse a los animales". Los materialistas históricos recordaban que durante la Comuna de París, los animales del zoo fueron sacrificados y se convirtieron en menú de restaurantes importantes, pero el corresponsal de La Vanguardia en México fue invitado a salir de Cuba porque había escrito que habían desaparecido todos los gatos de la ciudad. Fidel extremó su insomnio en búsqueda de soluciones alimentarias de urgencia y supervivencia, pero seguía propiciando agriculturas y ganaderías de arte y ensayo: campos de arroz cerca de La Habana; planes de cultivos frutales especiales; vacas frisonas de Canadá según uno de los más tenaces empeños ganaderos del comandante; fábricas de quesos franceses excelentes, pero al alcance del poder adquisitivo de los franceses; whisky Old Havana, que evidenciaba las preferencias de Fidel, pero sólo distribuido en tiendas para extranjeros; foie-gras experimental de gansos criados bajo el especial cuidado del comandante en jefe, del que abasteció a los mandos sandinistas en la fiesta conmemorativa del acceso al poder de Daniel Ortega. Fidel estudiaba cada una de las materias de sus sueños alimentarios hasta el punto de poder discutir con los expertos desde un compartido saber y lenguaje, dispuesto a luchar tozudamente por sacar adelante sus proyectos, pero también a rectificar, uno de los placeres más intensos al alcance de todo hombre con convicciones: asumir el error.
A Fidel le gustaba hablar de cocina, y Frei Betto ha dejado constancia escrita de la atención que puso ante una conversación del dominico brasileño con Chomi Miyar sobre la receta de la cocina brasileña bobó de camarón, que el religioso había facilitado a Chomi, con la advertencia de que era capital el aceite de dendé, de coco. Pues no tenía y no pudo ser. Ya te enviaré aceite de dendé la próxima vez. En las conversaciones con la madre de Betto, Fidel le explica las comidas mexicanas a las que se aficionó mientras preparaba la expedición del Granma y también cómo se cocinan camarones y langostas: "Lo mejor es no cocer ni los camarones ni las langostas porque el hervor del agua reduce sustancia y sabor y endurece un poco la carne. Prefiero asarlos en el horno o en pincho. Para el camarón bastan cinco minutos al pincho. La langosta, once minutos al horno y seis minutos al pincho sobre brasas. De aliño, sólo mantequilla, ajo y limón. La buena comida es una comida sencilla. Considero a los cocineros internacionales derrochadores de recursos; un consomé desperdicia buena parte de los subproductos al incluir la yema del huevo; debe usarse sólo la clara, para poder usar luego en un pastel la yema con la carne y los vegetales que queden. Uno de estos cocineros muy famosos es cubano. Estuvo preparando no hace mucho pescado al ron y otras mezclas con ocasión de la visita de una delegación. Lo único que me gustó fue el consomé de tortuga, pero con los desperdicios señalados".
El intervencionismo culinario de Fidel es bien conocido. En cierta ocasión regaló a un matrimonio visitante norteamericano un buen lote de carne de cordero, chuletas y pierna, y también regaló su presencia en la cocina y como chef supervisor aconsejó que empanasen la carne y la frieran con aceite, pero la mujer y presunta cocinera opuso amable y poco imaginativamente la posibilidad de asar la carne en una barbacoa. Fidel le dijo que lo hiciera como quisiera y les retiró bruscamente su presencia, no las chuletas. Cuando era un joven estudiante y el profesor Moreno Fraginals, casi tan joven como él, le invitaba a su casa, el hambriento atleta se metía en la cocina, examinaba los preparativos de cena y desplazaba a la anfitriona: "Déjame que fría yo los plátanos, voy a enseñarte a freírlos debidamente". Salvada la estupefacción inicial, la señora Moreno Fraginals le preguntaba si se creía que lo sabía todo: "Casi todo, sólo casi todo". Luego el matrimonio Moreno Fraginals y el vehemente sabelotodo hablaban de política y Fidel diseñaba una revolución que tenía en la cabeza, pero no una revolución de pronunciamiento o intuitiva como la del general Gerardo Machado, "una revolución profunda", decía ( ).
Fidel relaciona la cocina con las mujeres, porque la asocia a lo que guisaba su madre, por la que sentía más compasión que geometría, aunque la vieja se puso brava cuando apareció el decreto de confiscación de las tierras; para empezar, las de la United Fruit y las de la familia Castro Ruz. La vieja María Mediadora cogió la escopeta y declaró que sus tierras no se las quitaba ni su hijo Fidel, por el que tanto había mediado. Tuvo que ir Ramón, el hermano mayor, a convencerla o a desarmarla. También esa asociación entre las comidas y las mujeres profundas procede de que ha cocinado o ha nutrido de saberes culinarios, y en ocasiones de viandas, a las mujeres que lo han esculpido como un atlante de la historia. La primera que comprobó casi cotidianamente que su marido creía saber cocinar fue Mirta Díaz Balart, tan bonita como todas las mujeres que Fidel ha amado, perteneciente a una familia de Oriente, hacendados de derechas, batistianos hasta el punto de que un hermano de Mirta, Rafael, compañero de universidad de Fidel, llegó a ministro del Interior de Batista y con el tiempo escribiría un libelo titulado ¡Viva a Fulgencio Batista! Con Mirta y Fidelito, el hijo recién nacido, aprendió Fidel las derrotas de lo cotidiano, el no tener dinero para pagar el alquiler o las medicinas del niño, el sentirse una calamidad como padre y tener que aceptar la ayuda de los compañeros. Aprendió también a trabajar en oficios tan fronterizos como cobrador de morosos o presunto industrial de pollos fritos en la azotea de su apartamento en La Habana. Habían pasado la luna de miel en Nueva York, y fue allí donde Fidel compró los primeros libros de Marx y Engels, El capital, octubre de 1948. Luego Mirta fue a la zaga de la obsesión activista de su marido, sin espacio ni tiempo en su vida, a remolque de sus finalidades, incluso de la cárcel cuando le detuvieron tras el asalto al cuartel Moncada y desde la cárcel le envió Fidel algunas cartas, la demanda de una lista de libros, entre otros La filosofía en sus textos de Julián Marías, los Fundamentos de filosofía de García Morente, las obras completas de Shakespeare y algunas novelas. También le enviaría desde la cárcel la petición de divorcio, en 1954, porque se había hecho público que Mirta estaba en la nómina del Ministerio de Interior que conducía su hermano Rafael, el actual flagelo de Miami, el que quiere ver a los Castro, Fidel y Raúl, de balseros.
A rey muerto, rey puesto. Fidel se carteaba con Natalia Revuelta, que había vendido todas las joyas de la familia y las que le había regalado su marido para ayudar a financiar el asalto al cuartel Moncada y ejerció de ninfa constante y prudente, tratando de dejar de ser una burguesa para ser una mujer nueva, una militante comunista ejemplar, siempre a prueba, como si fuera la heroína de El árbol de la vida de Lisandro Otero, haciendo méritos para que Fidel pasara las más veces posibles por su vida y por su casa, ansiedad contemplada tierna y críticamente a través del filtro de la histeria de la hija común, Alina. Las mejores visitas de Fidel a casa de Natalia, según Alina, eran las que hacía cargado de manjares inasequibles para la cartilla de racionamiento, aunque a veces se trataba de comidas de periodo especial, como semillas de marañón o de calabaza ( ).
Para fidel, una de las principales Marías Auxiliadoras de la revolución era la divulgadora televisiva Nitza Villapol, que ya venía de los tiempos de Batista y que durante el periodo especial en tiempos de paz estuvo dos años dando recetas de cocina en las que no intervenía la carne: patatas asadas, puré de patatas con cebolla o con ajiaco o con grasa de cerdo y zumo de naranja, mayonesa de papa, postre de papas con corteza de naranja y azúcar, platos que Alina recitaba con voz gangosa, asqueada. Alina. Alina. La rebelde Alina compone con Juana Castro el dúo de mujeres desafectas dentro del gineceo fidelista, pero la desafección de Alina es una protesta por el insuficiente afecto o dedicación de su padre.
En la cárcel, Fidel metabolizó las comidas más profundas de literatura, la que podía darle respuesta a sus ejercicios espirituales de autista: Víctor Hugo y Marx; el 18 Brumario le pareció aleccionador y le ha servido para prevenirse de los cansancios revolucionarios; La feria de las vanidades, de Thackeray; Nido de hidalgos, de Turguenev; la biografía de Carlos Prestes, un líder comunista kominteriano; El secreto del poderío soviético, del deán de Canterbury; El capital, relectura en profundidad de una obra asociada a su luna de miel; las obras completas de Freud; Crimen y castigo; Von Clausewitz; La estética trascendental. Del espacio y del tiempo, de Kant; El Estado y la revolución, de Lenin; escritos de Roosevelt, de Einstein, de Shakespeare, y sobre todo su Julio César, un clic mental que le llevó a la conclusión de que César era el revolucionario y Bruto el reaccionario. Julio César, personaje de cartas más eruditas que amorosas dirigidas a Naty Revuelta: "El pensamiento humano está indefectiblemente condicionado por las circunstancias de la época. Si se trata de un genio político, me atrevo a afirmar que depende exclusivamente de ella. Lenin en época de Catalina habría sido, cuando más, un esforzado defensor de la burguesía rusa; Martí, de haber vivido cuando la toma de La Habana por los ingleses, hubiera defendido junto a su padre el pabellón de España. Napoleón, Mirabeau, Danton, Robespierre, ¿qué habrían sido en los tiempos de Carlomagno sino siervos humildes de la gleba o moradores ignorados de algún castillo feudal? El cruce del Rubicón por Julio César jamás habría tenido lugar en los primeros años de la República, antes de que se agudizara la intensa pugna de clases que conmovió a Roma y se desarrollara el gran partido plebeyo cuya situación hizo necesario y posible su acceso al poder.
Otra mujer fundamental en su vida fue su hermanastra Lidia, que le prestaba su casa en La Habana para preparar el asalto al cuartel Moncada, que le ayudó mientras estuvo en la cárcel, incluso forzó la visita carcelaria de Lina, la madre que desde Birán seguía sin entender nada. Lidia, tantas veces canal clandestino de su hermanastro. Con Melba Hernández y Haydée Santamaría plancharon las arrugadas cartas de Fidel que contenían La historia me absolverá, recuperaron la letra oculta a base de zumo de limón, las mecanografiaron, las fotocopiaron y consiguieron una edición de miles de ejemplares repartidos militantemente mediante el correo más manual de este mundo. También fue Lidia quien recibió la carta en la que Fidel presumía de haber superado el golpe de la ruptura con Mirta, carta evidentemente dirigida a su gineceo: "No os preocupéis por mí, ya sabéis que tengo un corazón de acero y seré mesurado hasta el último momento de su vida" ( ).
Fue en torno de la campaña de amnistía como llegaron a la vida de Fidel otras dos mujeres del gineceo protector, Vilma Espín y Celia Sánchez; la primera, ayudante y chófer de Frank País en Santiago, dirigió los movimientos estudiantiles proamnistía; la segunda, premonitoriamente asociada a comidas poco profundas, enviaba latas de carne en conserva y golosinas a los prisioneros de la isla de Pinos. Vilma se casaría con Raúl Castro y representa a la mujer revolucionaria, antes y después del divorcio. Ahora viven divorciados en domicilios separados. Cuando Fidel salió de la cárcel le acogió Lidia y le lavaba la única guayabera que tenía; fue Lidia quien se las ingenió para sacar a Fidelito de Cuba y así poder ver a su padre exiliado, la que le acompañó a veces en el exilio mexicano, siempre incondicional de su obra hasta que murió discretamente, sin pedir nada, sin molestar.
Haydée Santamaría, superviviente del Moncada, accedió a altos cargos representativos de la política cultural a partir de 1958 y fue la creadora de Casa de las Américas, lo que no le impidió antes de suicidarse traspasarle a Castro una receta familiar castellana de la tortilla de patatas no frita, sino cuajada ( ).
Pero Celia Sánchez acabaría siendo la mujer más determinante del gineceo, su devota secretaria durante 23 años; con ella trabajó en el palacio, pero también en el pequeño apartamento de Celia en la calle Once, la casa más propicia para el comandante, que muchas veces se quedaba allí a dormir. En ocasiones, Fidel cocinaba para los dos, para no interrumpir la labor, pero más frecuentemente era Celia la que guisaba y le enviaba a su amigo los guisos allá donde estuviera, conocedora de sus preferencias, comida sencilla, poco elaborada, pero sabrosa y necesaria; a Fidel le desagrada desperdiciar, y entre todos los platos escoge la sopa de tortuga fresca. Celia sabía que detrás de la austeridad de Fidel hay una sensualidad de gourmet, salvo en el sentido del oído, para el que se reconoció negado ya el joven Castro cuando trató de aprender a tocar la guitarra.
( ) Jamás prescindió del sentido del gusto, como demostró antes del asalto al cuartel Moncada, cuando encargó a Melba y Haydée Santamaría que prepararan arroz con pollo para los expedicionarios y que plancharan los ciento veinte uniformes de que disponían, porque no se puede dar un golpe con el estómago vacío y a lo desharrapado. Y en mayo de 1958, antes de empezar la gran ofensiva contra Batista, escribió a Celia una queja irónicamente patética: " no tengo tabaco, no tengo vino, no tengo nada. Una botella de vino español, rosado y dulce, se quedó en la nevera de la casa de Bismarck, ¿dónde está?". Celia entendía el sentido del autismo de Fidel, un gran solitario que detesta la soledad total, que necesita a alguien que le escuche, incluso que le conteste, que le escriba ( ). Queda una mujer muy importante cuantitativamente en su vida y de ocultado valor cualitativo, Dalia Soto del Valle, madre de los últimos cinco hijos de los siete u ocho que imprecisamente se le censan, mujer que tiene los ojos verdes como Naty Revuelta y un mismo origen social en la vida, mansión y muerte de la alta burguesía cubana.
Aunque nunca haya devuelto a sus mujeres tanto como le han dado, y por eso le dijo a su hija Alina en un momento de debilidad: "Tu mamá tiene un defecto. Es demasiado buena. Nunca seas buena con ningún hombre". Fidel se siente guardián de la grandeza de las mujeres que le han permitido ser el que es y recordó hasta comienzos de los noventa que la revolución se hizo, entre otros motivos, para evitar que Cuba fuera el prostíbulo de los norteamericanos y que los marineros borrachos de la Infantería de Marina yanqui se mearan en el monumento a Martí, como él les había visto hacer. Le repugna visceralmente referirse a la prostitución y su eufemismo: las jineteras, las mujeres trotacalles, una plaga que ha traído el turismo, una prostitución que según él no se debe al hambre, sino al fetiche occidental del consumo, a la asfixia económica del bloqueo que no ha permitido una suficiente socialización de los bienes de consumo, a la tardanza en llegar del hombre nuevo, de la mujer nueva. Pero precisamente se hizo la revolución, entre otras cosas, para que La Habana no fuera el prostíbulo de los norteamericanos, no para que lo fuera de los españoles, de los italianos, de los canadienses, de los turistas del sur de Río Grande. Cuando se superen las dificultades, cuando no haya bloqueo, entonces podremos plantearnos seriamente un retorno de aquella situación de 1965, cuando en Cuba no había ni un prostíbulo porque no había ni una puta, y sin prohibir la prostitución, simplemente proponiendo a las profesionales que aprendieran otro oficio y mientras tanto el Gobierno les pagaba alimentación y vivienda para ellas y todos los familiares que de ellas dependieran, incluidos los abuelos. De momento hay que ser intransigente con los que hurgan en esa herida y, para humillar a la revolución, lo hacen a través de la mujer cubana. Que sea inmediatamente expulsado el corresponsal de France Presse por haberse pasado de listo encabezando su crónica: "Alta o baja, gorda o delgada, blanca o negra, joven o vieja, toda mujer cubana vale 7.000 dólares". Y aunque el corresponsal explicaba más tarde que ésta era la tarifa jurídica para asesorar matrimonios con extranjeros, la cabeza del reportaje llevaba toda su mala fe.
Este fragmento está extraído del libro 'Y Dios entró en La Habana', del periodista y escritor Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003). El País-Aguilar, 1998.
El grano de maíz
Crónica de un encuentro de madrugada en el Palacio de la Revolución de La Habana
Por Manuel Rivas
Fue en el siglo pasado. Los periodistas habíamos sido convocados en el Palacio de la Revolución para una conferencia de prensa del entonces presidente y comandante en jefe. El encuentro tuvo lugar varias horas después de lo previsto, bien de madrugada, cuando el reloj y los corresponsales adormecían y Fidel Castro, moviéndose entre los grandes helechos ornamentales, iba adquiriendo las facciones de una quimera noctívaga, con la mirada despejada y acechadora del búho. Ahí lo tenemos. Está cómodo en la deshora. Habla y habla. Parece, por veces, transparentársele la corriente del pensamiento. Pueden vérsele las palabras en la boca como un enjambre que enjambra. Todavía no hemos hablado de la actualidad. La caída del muro de Berlín parece, en esta noche surreal, un acontecimiento tan lejano y ajeno como si lo hubiera tirado el mismísimo martillo que construyó el caballo de Troya.
Antes había habido una recepción. Charlábamos con una de las invitadas. Maruja Calvo. Una gallega que se había dedicado al canto. De repente, se acerca Fidel. Le pregunta sobre su madre. "Está mal", dice ella. "Se le va la memoria". El mandatario compone el gesto como un hombre providencial y hace llamar al ministro de Sanidad. "Tenemos un medicamento nuevo para la memoria. ¡Hágaselo llegar!". Siempre lamenté no haber tenido el atrevimiento de pedir una prueba de aquellas píldoras milagreras.
La memoria. En febrero de 2008, antes de renunciar a sus cargos, Castro se lamenta en un artículo dedicado al candidato republicano McCain el no haber tenido tiempo para escribir sus memorias. En el tramo final de la vida se le ve preocupado por componer su retrato histórico. Rebate la acusación de McCain de haber sido cruel con los prisioneros del intento de invasión en bahía Cochinos, en abril de 1961. Recuerda el laborioso proceso de negociación para intercambiarlos por medicinas. Una semana después, el pasado 19 de febrero, publica en Granma su mensaje de renuncia. No es un gran texto. Tal vez destaca una frase: "Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz". Es un aforismo de Martí, aunque no lo cita.
Castro dijo de José Martí, de su manera de discursear, que "era una catarata de ideas en un arroyo de palabras". No podemos saber lo que Martí pensaría de Fidel, de su obra ni de su prosodia arborescente. También descendiente de españoles, en Martí fermentó lo mejor de Cuba y de su tiempo. La biografía de Martí nos lleva a la común presencia de René Char: fue de los que se apresuraron a legar su parte de maravilla, rebelión y generosidad. Pero, además de un buen poeta del pueblo, estamos hablando de un ilustrado reformista. De un revolucionario para quien la palabra democracia era una energía nueva, optimista, con la fuerza de un vapor humano. El hábitat por el que luchó, y por el que murió tan joven, era el de una Cuba independiente, sí, y democrática.
¿A qué viene este paréntesis martiniano? José Martí es la figura histórica que más ha invocado Fidel. Es el espejo al que se aferra. El partenaire soñado para unas Vidas paralelas. Ya desde sus comienzos como activista político, cuando prefería "predicar" a las muchachas en el parque de los Laureles que pisar las aulas, Castro eligió a Martí, padre fundador de la nación cubana, como un alma externada donde anidar su propia identidad. Otros hablarán de apropiación indebida para construirse una imagen de mito nacional. Es evidente que Castro ha escenificado durante años un proceso de transmigración para alzarse como el Martí vivo. De ahí la insistencia tenaz en establecer una continuidad directa entre la lucha de 1895-1898, que dio lugar a la independencia, y la de 1956-1959, que derrocó a la dictadura de Batista y tomó gradualmente la forma de una revolución marxista a no muchas millas de Wall Street. Si en Martí estaría esbozado el antiimperialismo, Castro sería el abanderado, no sólo en la geopolítica americana, sino mundial, como voz de los no alienados y del Tercer Mundo. Una iconografía en la que despegó, con vuelo propio, el Che Guevara. Otra vez lo binario. El Che, con razón o sin ella, pero muerto antes y con estela de mártir indomable, se quedó como el rostro de la utopía. Hoy es un símbolo pop universal, un héroe del graffiti que parece murmurar un dicho clásico: "Muere joven a quien los dioses aman".
No es magro el porcentaje de simbolismo global aportado por Cuba, una pequeña nación joven, una isla con once millones de habitantes. Pero ha aportado algo más que simbolismo. En los programas de Naciones Unidas se destaca que es el país que más recursos humanos, los contingentes médicos, ha movilizado en los países más necesitados y con pandemias atroces como el sida. Hay hechos incuestionables. Cuando Nelson Mandela proclama el fin del apartheid, el más cálido agradecimiento es para Cuba por su solidaridad en la lucha contra el régimen racista. El apoyo militar cubano a Angola había sido determinante para quebrar el régimen de la antigua Suráfrica. Los cubanos también estuvieron en Etiopía. Aparecían a los ojos de Los derrotados de la tierra (título del muy influyente libro de Frantz Fanon, aparecido en 1961), como una vanguardia internacionalista que, en el marco de la guerra fría, desafiaba a los impresores de mapamundis. El propio Fidel, desde Cuba, dirigió batallas transatlánticas como un guerrero ajedrecista. Está claro que los movimientos de Fidel tuvieron la tutela del Imperio soviético, y en intensidad proporcional al apretamiento de tuercas por parte del Imperio estadounidense. Dicho en cubano: "La cosa, además de difísil, es complicada". Lo asombroso es haber sobrevivido ante semejante adversario y con semejante aliado. Sólo se explica por la preservación de un factor cubano, por muy sumergido que estuviese.
Castro ha vestido durante gran parte de su vida un único traje de faena. El de guerrero. Sin duda, ha triunfado en el "arte de la guerra". Desde niño, en la gran hacienda paterna de Birán, se fue familiarizando con las armas. Uno de sus juegos era disparar a las auras tiñosas con revólver o un fusil semejante al de Búfalo Bill. Quizá no haya en el mundo una persona a la que hayan intentado matar tantas veces. Los servicios secretos cubanos contabilizan 638 intentos hasta el año 2007, 197 en la época de Reagan. Hasta en eso, en el salvarse, Castro parece excesivo, con episodios que en una ficción resultarían inverosímiles, como el del "traje de buzo envenenado", el caso de la sala de televisión con ácido lisérgico o el de la antigua amante que, teniéndole indefenso, no es capaz de apretar el gatillo. La decisión de eliminar físicamente a Castro se tomó ya en octubre de 1959, siendo presidente estadounidense Dwight Eisenhower, el mismo que apuntaló la dictadura en España. Después de la visita de Ike, el nuevo "amigo americano", justo a finales de 1959, Franco pudo decir: "Ahora sí que hemos vencido".
Ruego me disculpen. No olviden que estamos en el siglo pasado. Antes de que amanezca del todo volvamos al Palacio de la Revolución, donde Castro, en flamante verde oliva, habla sobre los avances genéticos en la cría del ganado vacuno, a continuación nos relata el viaje río Magdalena arriba de Simón Bolívar en la llamada "campaña admirable", luego pasamos a la parábola de los panes y los peces y el comunismo de Cristo. Muchas veces las digresiones son saltos de caballo para eludir cuestiones incómodas. Antonio Gramsci definía el partido revolucionario como un "intelectual orgánico" del pueblo. Fidel Castro diserta sobre todo como si él sólo fuese ese "intelectual orgánico". Y más. El partido, el Estado. Todo. Un "arroyo de palabras", sí, pero sin la capacidad de escucha. Eso que conduce al terrible error de confundir la disidencia con el enemigo. Eso que tiene un nombre y es despotismo, aunque sea invocando al pueblo. Error fue su empeño en la colectivización estatal del campesinado. De otra manera, quizá hoy Cuba podría estar autoabastecida. Después de aquella noche en el Palacio de la Revolución, pude hablar con campesinos que conseguían buenas cosechas de arroz y de maíz en tierra de nadie, en ciénagas y en las veras de vías férreas abandonadas. Con todo, si uno es sincero, no es mala forma de pasar a la historia como un grano de maíz.
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