Salvar a los orangutanes
Borneo es la última esperanza para los orangutanes, una especie amenazada. La veterinaria española Rosa Garriga ha pasado los últimos cinco años salvando a bebés de estos simios de una muerte segura. Ella misma cuenta su aventura.
Son las once de la mañana, y uno de los trabajadores del centro de rehabilitación de orangutanes The Orangutan Care Center and Quarantine, situado en las afueras del parque nacional Tanjung Puting, en la isla de Borneo (Indonesia), entra en la oficina para informarme de que los policías forestales acaban de llegar con dos nuevos bebés orangután confiscados. En su camioneta llevan una caja de madera. A través de los tablones veo los ojos desconcertados de dos jóvenes orangutanes, un macho y una hembra, que se abrazan. Parecen más jóvenes de lo que son porque están muy delgados, pero no deben de tener más de dos años.
Los policías nos explican que estos dos huérfanos vivían con dos familias desde hace un año en un poblado a unos 100 kilómetros. Los habían comprado por unas 200.000 rupias (unos 20 euros) a unos taladores que los habían cazado después de matar a sus madres. La hembra se llama Mawar, y el macho, Yoris. Mawar tiene dos cortes en la cintura causados por la cuerda con la que la habían atado. Los policías cuentan que en otro poblado hay otros dos orangutanes cautivos y que nos los traerán. Me preocupa dónde los vamos a colocar porque sólo durante este mes el número de confiscados supera los 15 y las jaulas de cuarentena están al completo.
Cuando llegué a Borneo hace cuatro años y medio me encontré en el centro de rehabilitación a 140 individuos. A finales de julio de 2004 había 225. A pesar de las leyes indonesias e internacionales que prohíben la caza, tenencia y tráfico de estos simios, al centro llegan continuamente orangutanes que han perdido a sus madres tras ser cazadas y, a menudo, comidas por los cazadores. Las crías, que se mantienen agarradas a sus madres aunque estén muertas, son capturadas y vendidas a los nativos, que las mantienen como animales de compañía o las llevan a mercados de Java. Otras crías acaban en las redes internacionales de tráfico de animales.
Las tres chicas dayaks que se encargan del área de cuarentena comentan entre risas la apariencia de los recién llegados. Que si ésta se parece a esa otra, que si mira qué carita más dulce Las cuidadoras les dan mangos y plátanos, y ellos se los comen con avidez, pero cuando les dan leche en biberón la rechazan porque no saben lo que es, ni mucho menos cómo beber de una tetina. La leche es cara en Indonesia, y los nativos no pueden comprarla, así que aquellos que tienen orangutanes en cautividad los alimentan con lo más barato: bananas, arroz hervido, té dulce o agua. Después de haber comido un poco, los dos bebés inspeccionan las jaulas cercanas y observan con curiosidad a los otros orangutanes y a sus nuevas cuidadoras, que se convertirán en sus madres adoptivas.
El Orangutan Care Center and Quarantine da trabajo a más de 120 nativos, la mayoría de ellos dayaks. Los dayaks, conocidos como los cortadores de cabezas, son nativos de Borneo. Su destreza con los machetes es famosa y temida. En tiempos no muy lejanos decapitaban a sus enemigos con un corte limpio a ras de los hombros en la creencia de que el alma de éstos incrementaría su fortaleza. Actualmente, estos métodos ya no son habituales, con la excepción de ocasionales enfrentamientos tribales. Sin embargo, los dayaks que viven más alejados de la civilización, en lugares recónditos de la isla, aún pueden provocar escalofríos, como ocurrió en el año 2001, cuando más de 2.000 miembros de la etnia madura fueron decapitados en unos enfrentamientos que duraron meses.
Aunque las zonas de mayor conflicto estaban situadas a unos 200 kilómetros de donde yo vivía, la tensión se extendió hasta nuestro poblado. El miedo a que nos atacaran se convirtió en nuestra principal preocupación. Los hombres hacían guardia día y noche. Incluso yo dormía con un machete junto a mi cama y con mi pasaporte y dinero listos por si tenía que huir. Pero como le dije a mi familia cuando me aconsejaban dejar el país, "mientras los dayaks no corran, yo tampoco".
En los años cincuenta, el conocido paleontólogo Louis Leakey realizó excavaciones en África con el objetivo de encontrar algunas respuestas sobre el origen del ser humano. Sus investigaciones motivaron a tres mujeres a estudiar el comportamiento de los grandes simios en estado salvaje, lo que en teoría ayudaría a entender el comportamiento del hombre prehistórico. En 1960, Jane Goodall empezó su estudio sobre los chimpancés de Gombe (Tanzania). En 1966, Dian Fossey vio los primeros gorilas de montaña de Ruanda y Zaire. En 1972, la antropóloga Biruté Galdikas divisó los primeros orangutanes en las selvas tropicales de Borneo. Los estudios de estas tres mujeres revelaron las hasta ese momento desconocidas vidas de estos primates y las similitudes entre sus comportamientos y actividades con los de los seres humanos. En los tres casos, los estudios continúan y son fuente de inspiración para otros muchos científicos.
Yo, como licenciada en veterinaria en Barcelona y con un máster en medicina de fauna salvaje por la Universidad de Londres, llegué a Borneo a finales de 1999 para trabajar en un recién construido centro de rehabilitación de orangutanes huérfanos confiscados, The Orangutan Care Center and Quarantine. Biruté Galdikas creó la Orangutan Foundation International en 1986, y desde entonces, esta organización ha llevado a cabo proyectos de conservación, educación e investigación. Uno de los proyectos fue la creación del centro en el que he trabajado cinco años. Mi trabajo incluye desde el cuidado médico de los orangutanes hasta la organización de la clínica, la creación de un laboratorio, la formación de cuidadores, estudiantes y veterinarios nativos; la coordinación de las prácticas de los voluntarios extranjeros e incluso el trabajo como médico de cabecera de los nativos del pueblo.
'Mawar' y 'Yoris' deben pasar un mínimo de tres semanas de cuarentena. Entre el segundo y el tercer día pasan por una minuciosa revisión. El examen incluye análisis de sangre, de heces, de orina, la prueba de la tuberculosis, la malaria y la hepatitis B; la introducción de un microchip, la toma de medidas corporales y un tratamiento contra parásitos intestinales. Los orangutanes bebé son los que sufren más enfermedades, sobre todo debidas a problemas respiratorios e intestinales, es decir, resfriados y diarreas. Al haber sido capturados a edades muy jóvenes, su sistema inmunitario es muy frágil y son muy susceptibles. Pero a medida que crecen se hacen fuertes y rara vez caen enfermos. A excepción de los orangutanes salvajes, que requieren de anestesia para poder ser manipulados, los orangutanes que ya han pasado un tiempo en cautividad son relativamente fáciles de manejar.
En el centro de rehabilitación, casi todos los orangutanes son jóvenes y tienen menos de ocho años, aunque en ocasiones nos llegan adultos heridos. En cierta ocasión nos avisaron de que había un orangután deambulando por las calles de Pangkalan Bun, una población situada a unos 20 minutos de nuestro centro. Al llegar se me puso la piel de gallina. Un macho adulto estaba sentado en medio de la calle rodeado por más de 200 personas. Se le veía cansado. Hicieron falta dos dardos de anestesia que disparamos con una cerbatana para poder transportarlo hasta el centro de rehabilitación. Por suerte llegamos a tiempo de salvarlo de una muerte segura. Aunque nunca sabremos lo que andaba buscando, lo más probable es que la pérdida de su hábitat y el hambre lo obligaran a acercarse a su mayor enemigo, el hombre. Le pusimos el nombre de la calle donde nos lo encontramos, Wijaya, que casualmente significa "victoria" en indonesio. Semanas después, Wijaya fue reintroducido en un área de bosque protegida.
A partir del cuarto o quinto día de la llegada de los nuevos orangutanes, y si están sanos, los cuidadores encargados de la cuarentena los empiezan a llevar unas horas al día al bosque-guardería situado en las inmediaciones del centro. Durante este periodo, los cuidadores valoran la personalidad y habilidad de cada uno de ellos. Al haber sido capturados muy jóvenes y haber pasado la mayor parte de su tiempo encerrados en jaulas o atados, sin acceso a árboles, son individuos sin experiencia que a duras penas saben qué hacer en su medio natural. Mawar y Yoris ganan confianza día a día para trepar a los árboles y empezar el largo proceso de rehabilitación, que durará años antes de poderles devolver su libertad. Con la compañía de otros orangutanes y de sus cuidadoras, aprenden con el juego lo que les será imprescindible para sobrevivir en el bosque.
Los orangutanes, junto con sus primos hermanos africanos, los gorilas, los chimpancés y los bonobos, forman el grupo de simios superiores. Los humanos formamos parte de la misma familia que los grandes simios, la Hominidae. No es de extrañar, pues, que los bebés de estos simios nos recuerden tanto a los bebés humanos. De hecho, el ADN de los chimpancés y los bonobos es en un 98,4% igual al de los humanos, y la diferencia de nuestro ADN respecto al de los gorilas y los orangutanes es sólo de un 2,3% y un 4%, respectivamente. Las diferencias físicas entre humanos y simios son casi inexistentes, y aunque se han hecho muchos experimentos para medir la inteligencia de estos primates y su similitud con la de los humanos, no se ha llegado a ninguna conclusión definitiva sobre su inteligencia y sus emociones.
Los orangutanes son los primates más difíciles de estudiar en estado salvaje debido a sus hábitos arbóreos y su vida semi-solitaria. El orangután se diferencia de sus primos africanos no sólo por su pelo rojizo, sino también por su comportamiento. Como único simio superior asiático, es también el único que pasa la mayor parte del día en lo alto de los árboles de la espesa selva tropical, en cuyas copas hacen nidos para dormir. Los machos adultos viven en solitario, y las hembras sólo se reproducen una vez cada seis o siete años, cuidando de sus crías hasta que vuelven a estar en época de apareamiento, lo que convierte a los orangutanes en la especie con un mayor intervalo entre partos de todos los primates superiores. El hecho de que los orangutanes vivan en solitario y sean animales silenciosos (a excepción de las vocalizaciones de los machos adultos dominantes -long-calls-, que sirven para alertar de su presencia a otros de su especie) hace que los estudios de esta especie sean muy arduos y frustrantes.
La educación de las crías recae por completo en un solo individuo, la madre. El primer año de vida, las crías se mantienen agarradas a ella buscando protección y cuidados. A finales del primer año empiezan a comer algunos sólidos que obtienen de su madre cuando ésta se alimenta. A partir del año y medio se aventuran a separarse de la madre, aunque mantienen un pie o una mano agarrados a ella. Durante los dos siguientes años se separan de ella sin perderla de vista. Aún a esta edad continúan durmiendo con ella en el nido que se construyen cada noche para pernoctar. A partir de los seis o siete años, la madre empieza a forzarlos para que duerman solos. La madre pronto será receptiva para volver a aparearse, y el macho dominante de su territorio lo sabe.
Cuando un macho muestra interés por una hembra y ésta lo acepta, el cortejo dura unos pocos días, durante los cuales la pareja viaja junta apareándose repetidamente. Llegado el momento de la separación, él continúa su camino por una dirección y ella por otra. Nueve meses después nacerá un nuevo bebé que ocupará toda la atención de la madre. La primera cría seguirá a su madre a distancia y ésta se ocupará cada vez menos de ella para darle a entender que ha llegado la hora de su independencia total. Moverse, alimentarse y sobrevivir en las selvas tropicales obliga a una especie del tamaño de un orangután a hacerse cargo únicamente de un bebé cada vez. Tampoco pueden permitirse el lujo de vivir en grupo, como hacen los chimpancés y los gorilas, porque la distribución de los alimentos en la selva es muy dispersa y no es suficiente para alimentar a una comunidad. En los bosques tropicales no hay estaciones definidas para la floración y producción de frutos. Parte del aprendizaje durante la juventud de un orangután incluye conocer dónde y cuándo dan fruto los árboles. Es como si hicieran un mapa mental del área donde viven memorizando cada rincón de la selva de manera que saben cuándo los frutos están maduros. Un 60% de la dieta de un orangután es fruta, el otro 40% incluye hojas tiernas y raíces, insectos, flores, bambú, la corteza y savia de los árboles, miel y hongos.
'Mawar' y 'Yoris' pierden poco a poco su temor y hacen sus primeras excursiones entre las ramas de los árboles, aunque siempre con la seguridad que proporciona la cercanía de la cuidadora. La herida de Mawar cicatriza rápidamente gracias a las curas diarias. Ella no se queja y mira atentamente como si quisiera aprender a hacerlo. De hecho, ni siquiera se toca el vendaje, lo cual es poco habitual: los orangutanes no son los mejores pacientes cuando se trata de vendajes, ya que su habilidad con manos y pies les permite quitárselos en un tiempo récord.
Después de tres semanas, Mawar y Yoris ya no se parecen en nada a los orangutanes asustadizos del primer día. Ahora reclaman llorando sus biberones de leche. Disfrutan del tiempo de juego en los árboles y de los frutos silvestres que éstos ofrecen, pero aún exigen la atención de su cuidadora.
Borneo es una de las 17.000 islas que forman el archipiélago de Indonesia, y junto con el norte de Sumatra, es uno de los dos únicos lugares del mundo donde se pueden encontrar orangutanes salvajes en libertad, los últimos de su especie. Indonesia es uno de los países con más riquezas naturales del planeta. Posee los bosques tropicales más extensos después del Amazonas y el Congo, y en ellos se desarrolla y habita una de las mayores diversidades de plantas y animales conocidas en el mundo. Hace 100 años, sus bosques cubrían unos 170 millones de hectáreas. Actualmente sólo quedan 97 millones, y desaparecen a un ritmo de dos millones al año a causa de la tala incontrolada de árboles, ya sea para obtener madera para muebles, pulpa para la producción de papel o con el objetivo de utilizar los terrenos para cultivar palma de aceite. Otra actividad que produce daños irreparables es la búsqueda de oro, que no sólo destroza las áreas de bosque donde se establecen los poblados mineros, sino que además contamina los ríos con el mercurio que utilizan para separar las pepitas de oro del fondo arenoso. A todo esto hay que sumar los desastres naturales, como el incendio de casi un año de duración que afectó a Borneo en 1982 y en el que se quemaron más de cuatro millones de hectáreas de bosque, un incendio que fue considerado el mayor fuego forestal de la historia de la humanidad hasta ese momento. En 1997, otro incendio batió ese récord. La combinación de la masiva deforestación, las técnicas de cultivo de quema y tala, los cambios ambientales como los causados por el Niño y las largas épocas de sequía fueron los ingredientes básicos para estos desastres naturales. Indonesia ostenta además dos importantes títulos: el de ser uno de los países más poblados del planeta, con sus más de 200 millones de habitantes, y el de ser uno de los más corruptos. Ambos factores repercuten negativamente en la conservación de su rico hábitat natural.
Los orangutanes, junto a los demás animales y plantas de este rico archipiélago, muchos de ellos únicos en el mundo, están a punto de extinguirse. Todos han convivido entre nosotros en un equilibrio natural que durante este último siglo se está rompiendo debido a la ignorancia y la codicia humanas.
La Orangutan Foundation International fue creada por Biruté Galdikas en 1986. Esta organización no gubernamental no se dedica solamente a la defensa de los orangutanes y el hábitat en el que viven, sino que también crea alternativas de trabajo para las comunidades locales, enseña conservación medioambiental a niños tanto de escuelas indonesias como americanas y europeas, apoya diversos estudios científicos de campo e interviene activamente en la reforestación y conservación de parques nacionales degradados, como el Tanjung Putin National Park. Mi estancia de casi cinco años en el Orangutan Care Center and Quarantine ha sido la etapa más difícil y, sin embargo, más gratificante de mi vida. Ni los documentales, ni la lectura, ni los consejos de algunos colegas fueron suficientes para prepararme ante lo que tuve que pasar en mis dos primeros años en Borneo, durante los cuales vivía y trabajaba en el centro y me alimentaba monótonamente a base de arroz blanco, salsas picantes y pescado salado frito con ocasionales muestras de verduras.
Una última revisión médica da por terminado el periodo de cuarentena de Mawar y Yoris, que serán incluidos en uno de los grupos de orangutanes residentes de su misma edad, lo que podría compararse con el niño que va por primera vez a la guardería. El proceso de introducción en un nuevo grupo con diferentes cuidadores les supone cierto estrés, pero el cariño de sus madres adoptivas y la interacción con los otros individuos les permite superar sus temores iniciales. Durante los próximos años vivirán en grupos de 10 a 15 orangutanes de su edad, siguiendo una rutina diaria: desayuno de frutas y vegetales a las siete de la mañana, salida al bosque-guardería a las ocho y vuelta a sus jaulas-dormitorio a las dos de la tarde; comida a las tres y botella de leche a las cuatro. Los más pequeños se alimentan de leche y fruta según tengan hambre y duermen en cestas cerca de sus cuidadoras, que se organizan por turnos para quedarse durante la noche.
El resto de cuidadores limpian las jaulas antes de irse y dan sacos de arroz vacíos a los orangutanes, que los usan como lechos para dormir. A las cinco de la tarde, y poco antes de la puesta del sol, en el centro ya no se oye nada más que las cigarras y el ocasional ronquido de alguno de los orangutanes, que ya duermen profundamente. A medida que crezcan irán cambiando de grupo hasta que lleguen a la edad en la que pueden ser reintroducidos en su hábitat natural, del que fueron arrancados cuando su madre fue asesinada y al que siempre pertenecieron.
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