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REPORTAJE

Salimos de misión con el 'zar' antidroga

Y al cuarto día, el zar antidroga de la ONU puso los pies encima de una mesita baja de la suite 1601 que ocupaba en el hotel L'Amitié de Bamako, apoyó la cabeza sobre el respaldo del sofá donde tomaba asiento y respondió a la pregunta del periodista.

-¿No se cansa de estar todo el día hablando de drogas y crimen organizado?

-Es que soy un hombre con una misión.

La voz del muecín llamando a la oración se colaba por los ventanales de la suite 1601. El ocaso apagaba los tonos anaranjados de la capital de Malí mientras el zar reflexionaba en voz alta. "No estoy aquí para ayudar a la gente. Mi propósito no es tan noble. Aun así, siento que tengo una especie de misión. Hay demasiada maldad en el mundo, pero también mucha buena voluntad. Creo que podemos movilizar toda esa buena voluntad con un mismo objetivo".

"Mi trabajo es poner una mosquitera para impedir el paso de insectos entre fronteras"
"África occidental puede convertirse en el México de Europa si la UE no reacciona"
El narcotráfico genera alrededor de 250.000 millones de euros anuales
"El sector bancario está buscando el dinero de las mafias para invertir"

Los cuatro días que precedieron a esta afirmación fueron una alocada sucesión de vuelos, viajes en helicóptero, jeeps y coches blindados siguiendo la estela de Antonio Maria Costa. Una frenética carrera de obstáculos con escalas en Senegal, Sierra Leona y Malí tras los pasos del enemigo número uno mundial del crimen organizado.

Antonio Maria Costa es un italiano de 68 años que desde hace ocho dirige la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, en sus siglas en inglés). El zar antidroga de la ONU. Un hombre al que escuchan mandatarios y expertos policiales de todo el mundo. Habla constantemente sobre narcotráfico, crimen, corrupción, terrorismo. Sobre lo peor de nosotros. Desvelar la cara oscura de la humanidad es su pasión. Su obsesión. Su misión. Lo sabe todo sobre las drogas. Producción. Pureza. Mercados. Efectos. Asegura no haber probado jamás una sustancia ilícita. Administra información privilegiada sobre los criminales y grupos armados más peligrosos del planeta. Ellos le tienen en el punto de mira. Y dice no estar preocupado por eso. "Es un miedo que no me concierne. Si Dios decide que es el final del camino, lo aceptaré. Mi vida está llena de escoltas que no me permiten ir al baño solo. La última vez que estuve en Afganistán, 82 hombres se encargaron de mi seguridad. Todos los países a los que viajo me brindan protección".

En la distancia corta, nadie diría que estamos ante alguien que ostenta ese cargo. Aficionado a montar a caballo, católico practicante, casado y padre de tres hijos adoptados que rondan la treintena, su aspecto de abuelete afable dista mucho de lo que uno espera encontrar en el referente mundial de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. No es ningún James Bond. Peina el cabello raleante y grisáceo con raya a la izquierda. Viste sencillos y desgarbados trajes de corte y confección. Maneja una voz cascada con soltura en cinco idiomas. Cuando no lleva puestas las Ray-Ban de pera, parapeta sus ojos extremadamente fotosensibles con unas gafas de cristales cuadrados sin montura que le otorgan un aspecto de experimentado cirujano. Al fin y al cabo, su labor consiste en abrir con bisturí las carnes del mal en la Tierra.

Llegó a Viena en mayo de 2002 para hacerse cargo de la sede de UNODC tras recibir una llamada del entonces secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan. "Tardé un par de meses en decidirme", recuerda Costa. "Estaba a punto de perder un 51% del sueldo de mi anterior empleo. Hoy gano unos 12.000 euros netos mensuales. ¿Por qué yo? Creo que Kofi me eligió por mis 30 años de experiencia como economista, en los que me especialicé en procesos socioeconómicos internacionales y en el estudio de los mecanismos del lavado de dinero e inversiones". Tras un primer mandato de cuatro años, obtuvo la prórroga en el cargo y fue posteriormente refrendado por el sucesor de Annan al frente de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. En mayo de este año terminará su segundo mandato y abandonará el puesto. Hemos conseguido acompañarle en una de sus últimas misiones como zar antidroga de la ONU: constatar los resultados de la lucha contra el narcotráfico en África Occidental, donde se desarrolla la denominada ruta africana de la cocaína en tránsito hacia Europa.

El primer encuentro con el zar tiene lugar a las ocho de la mañana de un lunes de mediados de febrero en el vestíbulo del hotel Meridien de Dakar (Senegal), donde asiste a una conferencia ministerial sobre tráfico de estupefacientes. Le acompañan Walter Kemp, un canadiense de 40 años que aparenta 10 menos y que escribe sus discursos; Alexander Schmidt, responsable de gestionar los 15 millones de dólares de presupuesto de la oficina de UNODC en África Occidental, y Aisser Al-Hafedh, coordinadora en la sede de Viena del programa de UNODC en la misma región. Como de costumbre, Costa agotará a todos los que le siguen. Corta a sus interlocutores cuando se explayan. Cada segundo perdido es un lastre para su misión. No para un instante, ni para almorzar. "Los delincuentes son muy creativos; gran parte de nuestro trabajo consiste en correr detrás de ellos", suele decir.

El ministro español del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, coincidió con el zar en la Conferencia Ministerial de Dakar, donde alabó el descenso de las aprehensiones de droga llevadas a cabo en España durante el último año. "En 2009 incautamos 450 toneladas de hachís, muy lejos de las más de 700 del año 2003 y de las casi 800 del 2004. Lo mismo se puede decir de la cocaína, que ha pasado de las 50 toneladas anuales interceptadas durante los años 2003 a 2006, a las 25 toneladas del año pasado. Hemos incautado muchas menos drogas mientras que aumentaban el número de operaciones policiales y el número de detenidos. Somos más eficaces en las tareas de disminución de la oferta", zanjó el ministro.

A pesar de esas cifras, España sigue siendo puerta de entrada de la cocaína y el hachís hacia Europa. El Gobierno tiene previsto gastar este año 70 millones de euros, más otros 4 de bienes decomisados, para luchar contra la droga y el crimen organizado, una tarea en la que participan 10.371 agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Pero además de ser puerta de entrada, España encabeza los índices europeos de consumo de ambas sustancias, mientras que más de 2.000 españoles permanecen encarcelados en el extranjero, el 80% de ellos por delitos relacionados con el narcotráfico. "Y aun así, a los españoles este tema se la refanfinfla", ilustra con datos del último barómetro del CIS Francisco Migueláñez, comisario jefe de la Brigada Central de Estupefacientes. "Se concibe como un problema intrascendente, inevitable y, lo que es peor, invisible. Las nuevas formas de consumo y las nuevas sustancias hacen que ya no se vea tanto al yonqui como en los años de la epidemia de la heroína". Para Migueláñez, el descenso en las incautaciones del año pasado no debe interpretarse automáticamente como una reducción de la oferta. "Se debe a que los alijos vienen menos cargados, ya que los narcos intentan minimizar riesgos ante la presión que ejercemos. Otros parámetros como la estabilidad de los precios no nos permiten hablar de descensos en el consumo ni en el tráfico".

Tras la conferencia ministerial, atravesamos Dakar a media tarde junto al zar en coche oficial por una autovía que discurre paralela a la costa atlántica, donde hordas de muchachos practican jogging descalzos sobre la arena de la playa. Costa aprovecha para ilustrar su cometido: "El narco cruza las fronteras. La policía, en cambio, no está autorizada a hacerlo. Mi trabajo consiste en poner una mosquitera en la ventana abierta de las fronteras para impedir el paso de insectos". Una tarea que requiere exponerse, enmendar la plana a mandatarios corruptos o pusilánimes ante el delito. Algo así debió hacer Antonio Mazzitelli, predecesor de Alexander Schmidt al frente de la oficina de UNODC en África Occidental. "Cambié de destino a Mazzitelli porque comenzó a sufrir amenazas de muerte", asegura Costa.

Antonio Mazzitelli tiene hoy 46 años y es representante regional de UNODC en México, Centroamérica y el Caribe, punto al rojo vivo en el mapa mundial del narcotráfico. Entre enero de 2004 y agosto de 2009 ocupó el mismo cargo en África Occidental. Hasta que Costa decidió trasladarle. "Nuestro trabajo fastidiaba y las amenazas llegaron a finales de 2007", reconoce Mazzitelli. "La ruta africana de la cocaína se gestó a principios de 2000. Los narcos colombianos abrían mercado en Europa y atisbaron en los países más inestables de África Occidental un buen lugar donde establecer sus depósitos. A principios de 2005 viajé a Guinea-Bissau, donde se había descubierto una falsa fábrica de pescado que encubría tráfico de cocaína. Constaté aquello con las autoridades y me dijeron que no podían hacer nada. La Policía Judicial operaba sin medios. Guinea-Bissau era un Estado sin prisión donde no existía certidumbre de la pena por los delitos. Otros países de la zona también empezaban a convertirse en un imán para todo tipo de criminales. El riesgo era mínimo. La corrupción campaba a sus anchas. Si cada hombre tiene un precio, eso no sólo es cierto en África Occidental: es que allí, además, ese precio es muy bajo".

Mazzitelli se empeñó en denunciar aquella realidad ante la comunidad internacional. Pero, según él mismo admite, "nadie quería oír hablar de ese lugar del mundo en 2005; la prioridad mundial seguía siendo el terrorismo". Fue en julio del año pasado, con la publicación del demoledor informe de UNODC sobre los diferentes tráficos en la región, cuando saltaron todas las alarmas. Cerca del 27% (unas 40 toneladas) de la cocaína incautada anualmente en Europa llega desde Latinoamérica a través de la ruta africana vía Nigeria, Ghana, Liberia, Sierra Leona, Guinea-Bissau, Guinea-Conakry, Cabo Verde, Senegal, Malí y Mauritania. Un trazado que, como teme un experto en la lucha contra el narcotráfico en la zona, "puede convertirse en el México de Europa si la UE no toma cartas en el asunto".

Cuatro meses antes de la publicación de aquel informe, Guinea-Bissau, uno de los países más pobres del mundo, se convertía en el ojo del huracán por los asesinatos consecutivos del jefe de las Fuerzas Armadas, Batiste Tagme na Waje, y el presidente, Nino Vieira. "No puedo afirmarlo rotundamente, pero sospecho que esas muertes están relacionadas con el narcotráfico", concede Carmelita Pires, una mujer de 46 años, bajita, rechoncha y risueña que hoy vive en Nigeria y fue ministra de Justicia en el Gobierno de Vieira hasta el magnicidio. "Vieira y Tagme rivalizaban por el poder. Y me temo que el narcotráfico tiene mucho que ver con el poder". Todas las fuentes consultadas conocedoras de la realidad del país comparten las sospechas de la ex ministra, que recibió amenazas de muerte por plantar cara a las mafias. Un funcionario español de Interior en Guinea-Bissau -"un lugar donde la mierda convive con los cochazos de lujo de los narcos latinoamericanos allí instalados", ilustra- asegura que "sin la implicación de las autoridades civiles y militares sería imposible el tránsito de droga en Guinea-Bissau y en el resto de países de la zona".

El sucesor de Carmelita Pires en el Ministerio de Justicia de Guinea-Bissau es Mamadou Pires, de 52 años, con el que viajamos desde Senegal hasta Sierra Leona a bordo de un avión privado por invitación del zar de la ONU. "¡Me niego a reconocer que Guinea-Bissau sea un narco-Estado!", proclama con indignación el actual ministro a 21.000 pies de altura. "Nosotros somos víctimas del tráfico de drogas. Tenemos un Estado frágil fruto de las consecuencias de la guerra civil de los años noventa. No hay control de fronteras ni del espacio marítimo. Tengo bajo mi mando a 150 agentes de policía y 60 jueces, todos ellos mal pagados, sin recursos para luchar contra esta amenaza. Yo no llevo escolta. Es una elección personal. Tengo un fusil del calibre 12 en mi casa, donde vivo con mi mujer, por si me atacan".

Aterrizamos a mediodía en el aeropuerto de Lunghi (Sierra Leona). El mismo lugar donde la noche del 13 de julio de 2008 tomó tierra una avioneta con pasajeros de diferentes nacionalidades que transportaban más de 700 kilos de cocaína. La mala suerte de la tripulación quiso que el aeropuerto estuviera ese día atestado de policías y militares esperando la llegada de otro avión en el que viajaba el presidente del país, Ernest Bai Koroma. Las fuerzas de seguridad se apuntaron un gran tanto por pura casualidad. Varios de aquellos narcos fueron reclamados por la justicia estadounidense. El resto permanecen encarcelados en la prisión de Pademba Road, en Freetown, la capital de Sierra Leona.

La cárcel de Pademba Road es lo más parecido al infierno en la Tierra. Entramos en ella con Antonio Maria Costa después de visitar una comisaría donde el inspector español del Cuerpo Nacional de Policía Emilio de la Calle, asesor de la ONU en drogas y crimen organizado, instruye desde hace un año a un cuerpo especial de la policía de Sierra Leona en la lucha contra el narcotráfico. Entre los mugrientos y pestilentes barrotes de esta prisión, donde malviven más de 1.200 internos, encontramos a uno de los condenados por la detención de aquel avión cargado de cocaína. Retaco y corpulento, dice ser venezolano y tener 29 años, mujer y dos hijos. Se niega a dar su nombre. Su abogado le ha prohibido contar nada relacionado con el caso. "No estoy tan mal aquí", afirma. También asegura que es la primera vez que pisa una cárcel. Y que éste es su primer delito relacionado con drogas. Aunque trasladar cerca de una tonelada de cocaína en una avioneta no parezca una faena propia de primerizos.

La casualidad permitió interceptar aquel alijo. "La mayoría de las incautaciones que se llevan a cabo en África Occidental todavía son fruto de la casualidad", apunta Antonio Maria Costa al atardecer en Lumley Beach, donde un cartel advierte: "No arms allowed" (prohibido llevar armas). El mensaje parece una premonición para un país de cinco millones y medio de habitantes -el 70% vive por debajo del umbral de la pobreza- que todavía intenta cerrar las heridas de una cruenta guerra civil (1991-2001) y ahora afronta una amenaza como el narcotráfico. "Aquí hay muchos hombres jóvenes desempleados. Si tienes algo de dinero puedes organizar tu propio ejército. El impacto del tráfico de drogas sería enorme; se trata de una chispa a punto de prender fuego", advierte Michael von der Schulenburg, responsable de la misión de Naciones Unidas para Sierra Leona, UNIPSIL.

A la mañana siguiente, Antonio Maria Costa presenta en Freetown la iniciativa WACI (West Africa Coast Iniciative) para combatir el crimen transnacional en África Occidental. Con su tono peleón habitual, repite consignas como la que el año pasado proclamó ante el consejo de seguridad de la ONU: "Cada raya de coca desangra África". Costa suele acaparar la atención de los medios con frases como éstas. "Muchos bancos han esquivado la crisis gracias al dinero procedente del narcotráfico", aseguró el año pasado en una entrevista. Aún se niega a decir los nombres de esas entidades a las que acusa. "Ése no es mi mandato. No somos una policía de Naciones Unidas. Pero voy más allá: no es cierto que las mafias busquen al sector bancario para invertir; el sector bancario está buscando el dinero de las mafias".

Como explica el zar, la oficina que dirige parecía destinada a convertirse en sus inicios, allá por 1997, en esa especie de policía de Naciones Unidas de la que habla. Francis Maertens, director de operaciones de UNODC, recuerda que "su antecesor, Pino Arlacchi, prestaba mucha atención al tráfico de drogas. Pero Costa sofisticó la oficina. Quiso convertirla en una agencia especializada en análisis de las tendencias de la droga y el crimen a nivel mundial y desarrollar mecanismos de coordinación a nivel regional de la inteligencia de los países. Hoy contamos con 250 millones de dólares de presupuesto anual -el 90% proveniente de países donantes- y 1.200 trabajadores, el 60% de ellos sobre el terreno en los puntos calientes del narcotráfico: sobre todo en los países andinos (Colombia, Bolivia y Perú), productores de las aproximadamente 900 toneladas de cocaína que cada año se trafican en el mundo; Afganistán, que satisface el 90% de la demanda de opio mundial; África, por donde transita la cocaína de camino hacia Europa y en cuyas plantaciones al norte del continente crece gran parte de la resina de hachís que se trafica, y México, que constituye uno de los puntos clave de las narcorrutas hacia Estados Unidos".

Al año siguiente de la creación de UNODC, Naciones Unidas anunciaba su estrategia por un mundo libre de drogas. Un decenio más tarde, sus propios datos mostraban el fracaso de la comunidad internacional en este sentido. Alrededor de 200 millones de personas consumen algún tipo de droga. La amenaza que cantaban los raperos de Westside Connection a mediados de los noventa, "Gangstas make the world go round" (los gánsteres hacen girar el mundo), mantiene su vigencia: el mercado de drogas ilícitas genera alrededor de 250.000 millones de euros anuales, siendo la actividad que más dinero aporta al crimen organizado, por delante del tráfico de armas, personas y recursos naturales, a pesar de que UNODC justifica como avances un cierto descenso en los cultivos y añade que las fuerzas de seguridad se incautan del 42% de la producción mundial de cocaína y el 23% de toda la heroína del planeta. "No ha sido un fracaso", responde Costa. "Lo que teníamos en los años ochenta era un tren en fuga. Pero sí reconozco que me gustaría ver el mismo esfuerzo de concienciación sobre el consumo de drogas que hemos llevado a cabo contra el tabaco o contra la pedofilia".

No es suficiente para las voces, cada vez más numerosas e influyentes, que abogan por soluciones alternativas a la mera prohibición o a la guerra contra el narco que en un país como México ha provocado más de 17.000 muertos en los últimos tres años. "La prohibición por sí sola tiene poco impacto en la disminución de la oferta", argumenta desde la Universidad de Maryland (EE UU) Peter Reuter, eminencia en la materia. "El consumo de cocaína en Estados Unidos ha descendido por varias razones, pero sobre todo porque los potenciales consumidores han empezado a ver sus peligros. Las actuaciones agresivas contra los camellos se convierten en un insólito factor de aumento en la producción, más que ayudar a ese descenso". Otros analistas, como Pien Metaal, del Programa sobre Drogas y Democracia del think thank Transnational Institute, van más allá: "Muchos de los daños que está sufriendo México se deben a la prohibición del cannabis. Hacen falta nuevos aires en UNODC. El sucesor de Costa debería traer nuevos vientos, sobre todo a lo que está pasando en América Latina. Nosotros no hablamos de legalización, pero abogamos por la despenalización del uso de todas las drogas; es la manera de desligar la idea criminal al consumidor".

El zar ni se plantea este debate. Argumenta que "controlar oferta y demanda no es incompatible". El cuarto día tras sus huellas nos lleva hasta Malí, cuya zona desértica del Sahel sirve de refugio a los miembros de la filial de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) que han mantenido secuestrados a los cooperantes españoles Alicia Gámez, Roque Pascual y Albert Vilalta, capturados el 29 de noviembre del año pasado en Mauritania. Tras la liberación de Gámez después de 102 días de cautiverio, EL PAÍS reveló a mediados de marzo que AQMI tiene a España y a sus ciudadanos en el punto de mira "porque participan con los aliados de la OTAN y contra nosotros en la guerra de Irak [hasta 2004] y de Afganistán, y porque gobiernan Al Andalus [la península Ibérica]".

En cuanto a las temidas conexiones entre el tránsito de drogas y el terrorismo en el Sahel, el ministro español del Interior está convencido de que "los secuestradores de los cooperantes españoles seguramente son narcotraficantes que, por desgracia, secuestran en sus ratos de ocio; cuando entras a fondo contra la droga colocas también en difícil situación a estos grupos armados". A Costa no le cabe duda de que organizaciones terroristas como AQMI se financian con dinero proveniente del narcotráfico en el Sahel, donde, según UNODC, confluye la ruta terrestre de la cocaína que entra por el Oeste (unas 40 toneladas) y la heroína que irrumpe por el Este (alrededor de 35 toneladas, principalmente a través del Cuerno de África) en su camino hacia Europa. Como argumentó Rubalcaba al periodista en Senegal: "Si no nos damos cuenta de que lo que pase en el Sahel va a afectar dentro de muy poco a la seguridad de los españoles y los europeos, estaremos cerrando los ojos".

Cuando el zar antidroga de la ONU cierra los suyos sueña con "entender por qué hay tanta violencia en el mundo; hasta que no comprendamos el verdadero origen de ese mal no podremos acabar con él". En mayo cederá el trono. Pero aún tendrá pendiente esa última misión.

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