UN RESPETO
Hace quince días empezaba esta columna diciendo que el debate de la llamada memoria histórica parece el debate de nunca acabar. Pues sí: el debate de nunca acabar.
La reacción de la derecha y de gran parte de la izquierda contra el auto con que el juez Garzón pretende abrir una causa por los crímenes del franquismo ha sido durísima. Todos nos alegramos de que metan en la cárcel a los etarras -y algunos nos alegraríamos todavía más si los condenaran a pasar sus años de encierro colgados del coxis y escuchando canciones de Camilo Sesto-, pero al parecer, sólo los rojos rencorosos y los campeones del buenismo se alegran de que el mismo juez que sienta en el banquillo a los etarras proclame que hubiera sentado en el banquillo a Franco; aunque los etarras estén vivos y Franco no, hay quien no entiende esta discrepancia, porque De Juana Chaos es una bestia, pero comparado con Franco es poco menos que un discípulo de san Francisco de Asís: el general no sólo dio un golpe de Estado contra un Gobierno tan democrático como el actual y dirigió una guerra cuyo propósito no era la victoria, sino la eliminación física de la mitad del país; además, una vez acabada la guerra -cuando llegó el momento de la paz, la piedad y el perdón-, concibió y ejecutó durante más de una década un plan sistemático de exterminio que sembró España de cadáveres y de campos de concentración y le permitió gobernar durante otras tres en la paz del terror. Esto es lo que afirma Garzón en su auto. Dirán ustedes que eso ya lo sabíamos; no estoy seguro: lo sabían los historiadores, lo sabía todo el que quería saberlo, pero al menos la mitad del país aún no se había enterado, o fingía que no se enteraba. Ahora, gracias a Garzón, va a ser más difícil que siga fingiéndolo: esa verdad salvaje está en las primeras páginas de los periódicos, en las radios, en la televisión; de esa verdad salvaje venimos, de ella estamos hechos, y más nos vale saberlo: para que nunca se repita nada semejante.
bi>Quienes pretenden linchar a Garzón dicen que el juez hace todo esto por salir en la tele. Grave imputación: es como si acusaran a Shakespeare de haber escrito sus obras por la pasta; quizá lo hizo, pero eso sólo demuestra que las ganas de hacer pasta no siempre producen el hundimiento del sistema financiero; por lo mismo, si Garzón hace todo esto por salir en la tele, eso sólo demuestra que las ganas de salir en la tele no siempre producen >Aquí hay tomate. Muchos dicen que el auto de Garzón significa arrasar el pacto de la transición, porque pretende saltarse la ley de amnistía del 77, que fue parte de ese pacto. Esto no lo entiendo: si el juez lleva razón y los crímenes de Franco no son delitos políticos, sino delitos de lesa humanidad, su auto no se estaría saltando nada; además, y sobre todo, el pacto de la transición produjo esta democracia, y nadie quiere arrasar esta democracia, pero sacralizar la transición es lo peor que se puede hacer con la transición; entonces se hizo lo que se pudo, y mucho de lo que se hizo estuvo bien: las iniciativas judiciales de Garzón pretenden contribuir a arreglar parte de lo que no se hizo o se hizo mal, seguramente porque no se pudo hacer de otro modo, o más bien pretenden que el Estado se decida a arreglarlo, empezando por resarcir del todo a las víctimas del franquismo; también dice el auto de Garzón lo que la transición no dijo, seguramente porque había cosas más importantes que decir: dice que este país estuvo gobernado durante casi medio siglo por un sujeto que, aunque ya no se le pueda procesar por ello, cometió crímenes contra la humanidad. De acuerdo: quizá el auto de Garzón sea un disparate jurídico
-veremos lo que resuelve la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional-, y la verdad es que no sabemos a quién puede exigirle responsabilidades penales; de acuerdo: parece materialmente imposible juzgar hechos ocurridos hace setenta años; de acuerdo: lo que por motivos comprensibles no se hizo en su momento es difícil hacerlo ahora, aunque treinta años después de la muerte de Franco se pueden hacer algunas cosas que entonces no se pudieron hacer. De acuerdo, pero no veo por qué eso tendría que quitarle a nadie la íntima satisfacción de saber que el mismo juez que persiguió en vida a un sujeto como Pinochet persiga a un sujeto como Franco en su tumba, ni la de saber que le hubiera imputado los mismos crímenes que a un sujeto como Karadzic, sobre todo cuando es un hecho que, en el oficio de criminal, Karadzic y Pinochet no le llegan a Franco a la cintura. Sea como sea, aquí no hay afán de venganza, porque todos los culpables están muertos y porque, que se sepa, nadie quiere vengarse; aquí no hay ganas de desenterrar la Guerra Civil, sino de enterrarla definitivamente y acabar de esa forma con el debate de la llamada memoria histórica; aquí no hay ganas de sacar réditos tramposos de la condición de víctimas, porque quienes no fuimos víctimas de la dictadura sólo somos beneficiarios de la libertad; aquí no hay rencor ni buenismo ni casi rojos, porque todos están viejos y hace mucho que lo perdonaron todo, incluidos sus propios errores. Aquí sólo puede haber la alegría de comprobar que, gracias a un juez, todos llamamos a las cosas por su nombre: crímenes contra la humanidad. A mí me parece que, aunque sólo fuera por eso, el auto de Garzón merecería respeto.
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