Monstruos de verdad
En la costa de Perú, las aguas de un océano Pacífico de hace trece millones de años albergaron una de las criaturas más extraordinarias producidas por la evolución. El leviatán o la ballena blanca que Melville creó en su obra cumbre no podía haber tenido una representación más fiel. El desierto costero de Pisco, unos 300 kilómetros al sur de Lima, parece un lugar árido y aburrido, pero para cualquier paleontólogo es lo más parecido al paraíso. Los vientos levantan aquí la arena de los sedimentos formando corrientes de polvo que se confunden con la línea del horizonte. Los afloramientos de estratos —que contienen los huesos de animales fosilizados enterrados hace decenas de millones de años están a la vista. Los mismos vientos pelan el suelo y exponen restos fósiles a la intemperie, restos que evocan historias tan fantásticas como Moby Dick.
El megalodonte tenía una mandíbula tan formidable que de una sola dentellada habría sido capaz de estrujar un automóvil
"No conocemos otro depredador con dientes y mandíbulas más grandes que el leviatán"
"Los depredadores terrestres, cuando se encuentran, suelen evitarse, ya que esun riesgo enfrentarse a alguien como tú"
"Los combates directos entre los monstruos fascinan al público, como enfrentar a'Godzilla' y 'King Kong"
"Los dinosaurios crecieron más que nadie. Pero no pudieron hacerse más pequeños que un gato, y esoes lo interesante"
De ese mundo de gigantes, hoy quedan como representantes el elefante y la ballena azul, y ambos están en peligro de extinción
El guión de esa película prehistórica comenzó a escribirse de forma inesperada el último día de la expedición que Olivier Lambert, del Museo Nacional de Historia Natural de París, realizó en 2008, cuando uno de los miembros de su equipo localizó el primer resto de un monstruo que hasta ahora solo había existido en la literatura. "El animal estaba parcialmente fuera de los sedimentos, gracias a los vientos que habían quitado parte de la arena. Nos dimos cuenta de inmediato del tamaño del cráneo y de los dientes", re-cuerda Lambert, por teléfono, a El País Semanal. Los huesos recreaban parte de una cabeza de tres metros de largo. Los dientes eran tan grandes que daban la impresión de que se trataban de colmillos de elefante.
El equipo de Lambert contabilizó 18 de ellos encajados en los huesos del paladar, y 11 a cada lado de la mandíbula inferior. Algunos medían hasta 12 centímetros de ancho y alcanzaban los 36 centímetros de longitud. "¿Puede imaginar el aspecto de un animal adulto como este, con estas enormes mandíbulas? Desde el punto de vista de un depredador que captura las presas con sus dientes, no conocemos otro que posea dientes y mandíbulas más grandes", asegura Lambert. Visto así, esta ballena en realidad, un antepasado lejano de los cachalotes resulta el matador más grande jamás encontrado. No hay otra criatura capaz de proporcionar un mordisco de este tamaño, por lo que sus descubridores lo bautizaron justamente como Leviathan melvillei, presentando a la criatura en público a principios de este verano en la revista Nature.
Esta podría ser una de las escenas de una película que ocurrió hace trece millones de años, escrita a partir de sus huesos: el leviatán ha localizado un banco de ballenas barbadas. Es probable que haya captado el eco rebotado en sus cuerpos a partir de los sonidos modulados por su órgano, el espermaceti, que rellena de grasa y aceite la mayor parte de su enorme cabeza. A diferencia de sus descendientes, los cachalotes actuales, el leviatán no está lo suficientemente equipado para bucear a grandes profundidades en busca de calamares gigantes. Pero sus dos formidables mandíbulas le permiten capturar sus presas al morderlas, en vez de limitarse a tragarlas. Es una máquina energética hecha de decenas de toneladas de carne compacta y 18 metros de longitud, impulsada por una poderosa cola que bate el agua de arriba y de abajo, y que embiste a sus víctimas usando su cabeza como un poderoso martillo. Desde una cierta profundidad, maniobra para emprender el primer ataque. Las ballenas que su cerebro percibe como manchas sonoras son más pequeñas -entre siete y diez metros-, pero representan para este depredador una fabulosa cantidad de energía. El monstruo emerge con sus fauces abiertas, asestando una dentellada descomunal que atrapa a la ballena, matándola al instante o mutilándola. La cacería termina en segundos.
Claro que la sangre también ha atraído a otro matador. Es un megalodonte, un escualo prehistórico que puede alcanzar los 16 metros y pesar 30 veces más que el tiburón blanco. Es muy rápido. Caza de una manera parecida al leviatán, embistiendo desde abajo. Se centra en mutilar las colas de las ballenas, desposeyéndolas de su sistema de propulsión. Aunque su mandíbula es más pequeña que la del leviatán y sus dientes son menores, el megalodonte ejerce una presión tan formidable, que sería capaz de estrujar un automóvil de una dentellada, ya que puede producir una tensión máxima al morder de 18 toneladas, según una simulación computerizada del funcionamiento de sus mandíbulas. Eso le convierte en el depredador con la mordida más poderosa conocida (más, incluso, que la de un tiranosaurio) y en un serio enemigo, incluso para un monstruo como el leviatán.
El escualo y el mamífero dentado son los amos de los mares del Mioceno. El enorme tiburón ha elegido una sombra como su presa potencial y nada con precaución, dando vueltas de un lado para otro, esperando el momento. Desde su aparición, hace 16 millones de años, no ha tenido ningún otro animal que le hiciera sombra, ni supusiera un peligro para su existencia. El agua es turbia, pero, a una menor distancia, el escualo descubre que la ballena que ha elegido es incluso más grande que él. Es posible que se enciendan instintos desconocidos que eviten un duelo mortal. ¿O quizá no? El leviatán acaba de engullir una de las presas, está saciado y se muestra menos agresivo. El megalodonte da un bandazo y se retira, ignorando al cachalote dentado, y centra su atención en otra de las ballenas que han logrado escapar del primer ataque del leviatán.
"Puedo imaginar que hubiera competición por el alimento entre ambos", explica Lambert. "Debido a su gran tamaño, estos depredadores habrían matado presas más o menos parecidas entre sí". Pero si hablamos de enfrentamiento, asegura este experto, no resultaría provechoso luchar contra un enemigo tan poderoso, aunque uno sea también un superdepredador. "Los depredadores terrestres, cuando se encuentran, suelen evitarse, ya que siempre es un riesgo enfrentarse a alguien como tú. Quizá uno de ellos se dedicara a atacar a una presa mientras el otro se centrara en otra, pero no creo que fueran frecuentes los enfrentamientos directos".
Los combates directos entre los monstruos fascinan al público, como enfrentar a Godzilla contra King Kong usando la paleontología como excusa. En la mayoría de los casos, si escogemos el escenario de la evolución y la vida desarrollada sobre la Tierra, las batallas entre colosos resultan imposibles, por ser de épocas distintas. En el filme Parque Jurásico IV, un tiranosaurio sucumbe ante el temible ataque de un espinosaurio, cuyas espinas de dos metros —derivadas de las vértebras le recorren el lomo formando una característica vela cubierta de piel. Pero el espinosaurio vivió a mediados del Cretácico, hace 95 millones de años, y en África; mientras que el tiranosaurio es propio de finales del Cretácico (hace 67 millones de años) y de Norteamérica. Los separa un abismo temporal y geográfico infranqueable (por lo que el único modo era crear una isla ficticia y juntarlos). "El rex era el número uno en Norteamérica, no tenía competencia", explica el paleontólogo Paul Sereno, de la Universidad de Chicago, y quizá uno de los descubridores de dinosaurios y otras criaturas más increíbles desenterradas en las últimas dos décadas. Sereno, que preside una institución, Project Exploration, que se dedica a divulgar los hallazgos fósiles al gran público, propone un rival increíble para el espinosaurio: un cocodrilo gigante, bautizado como Sarcosuchus imperator, apodado supercroc, de más de 12 metros de longitud y 10 toneladas, es decir, el doble de tamaño que el más grande de los cocodrilos en la actualidad.
Supercroc era coetáneo del espinosaurio -vivió hace 110 millones de años en lo que entonces era el desierto central de Nigeria- y se trataba de un animal tan voraz y agresivo, que Sereno no duda en evocar escenas antes impensables en las que el reptil surgía de las aguas como un bólido para emboscar y atrapar a un dinosaurio entero. "Hay un número razonable de suposiciones que podemos hacer a partir del cráneo, la forma de los dientes y la zona de inserción de los músculos de la mandíbula para comprender cómo cazaban y comían estos cocodrilos", explica este experto. "Y en el caso del supercroc es estupendo, puesto que tenemos a sus parientes actuales y podemos compararlo".
Atardece en un río africano de hace 110 millones de años. Ha sido un día terriblemente caluroso y húmedo, y un grupo de dinosaurios herbívoros con sus crías, cuyos adultos pueden llegar a los 15 metros de longitud, se acercan a la orilla para beber. El agua está cubierta de polvo y algunos trozos de corteza de árbol flotan perezosamente arrastrados por la corriente. Hay grandes telarañas tejidas pacientemente entre los troncos, pero uno de ellos es distinto, empieza a moverse a contracorriente y arruina el trabajo de las arañas tejedoras. El aire húmedo y cálido está atravesado por insectos voladores, e incluso habitualmente sobre el río se proyecta una sombra de un pterosaurio de casi cinco metros de envergadura con dientes afilados, una máquina de planear perfecta, especializada en capturar peces zambulléndose desde el aire. Los dinosaurios no tienen nada que temer del pterosaurio, pero en un segundo, un bólido de 10 toneladas de carne y escamas armado con una mandíbula de un centenar de dientes emerge del agua y atrapa entre sus fauces a una de las crías. Los dientes de Sarcosuchus son capaces de ejercer una presión de ocho toneladas en una superficie de poco más de un sello de correos, así que el dinosaurio no tiene escapatoria. Está atrapado en un cepo de acero y se ve arrastrado al agua, donde será despedazado en segundos.
"El supercroc' tenía enormes músculos insertados en la mandíbula. En el caso del individuo adulto, los dientes eran más cónicos y robustos. No eran dientes aptos para pescar peces, por lo que el animal sería un pescador bastante torpe", explica Sereno. Este depredador era muy bueno en una cosa: triturar huesos. "Podemos examinar las heridas en el cráneo, ya que se trataba de un animal muy activo. Y la longitud de sus patas. No progresaba bien en tierra, por lo que capturaba a sus presas en el agua. Pasaba la mayor parte de su tiempo allí, y sus ojos y su nariz estaban adaptados para el camuflaje. Estos cocodrilos acuáticos comían más y más animales terrestres, como ocurre con el cocodrilo del Nilo o el cocodrilo marino de estuario".
Aunque el Sarcosuchus, con un morro peculiarmente afilado, es uno de los cocodrilos gigantes más notables, hay otro coloso que rivaliza en tamaño y fuerza: Deinosuchus, también llamado cocodrilo terrible. Se cree que podría alcanzar los 12 metros y las 9 toneladas, que vivió a finales del Cretácico en Norteamérica, en pantanos y aguas superficiales. El morro de este gigante era mucho más ancho y parecido al de los cocodrilos actuales y menos estilizado que el del supercroc. La fantasía de los guionistas de documentales producidos por la BBC no ha dudado en escenificar ataques en los que uno de estos cocodrilos surgía como un cohete de la ribera de un río para asestar una dentellada a las patas de un depredador. Sin embargo, el trabajo de campo de paleontólogos como David Schwimmer, de la Universidad de Columbus, ha dado la razón a estos guionistas. "Sabemos que el Deinosuchus cazaba tortugas, pero es evidente que también mataba dinosaurios", aseguró este experto en una reunión de la Sociedad Geológica Americana en la que presentó algunos informes sobre arañazos en huesos fósiles de terópodos carnívoros del mismo grupo que los tiranosaurios. "Hablamos de un cocodrilo de casi nueve metros abatiendo a un dinosaurio de nueve metros".
El gigantismo es un fenómeno extraordinariamente curioso que suscita muchas preguntas. ¿Por qué han surgido animales tan grandes en el pasado? En el universo de los dinosaurios hay ejemplos de lo extremo, como el Argentinosaurus, con vértebras de más de metro y medio. Este coloso pudo medir más de 30 metros y pesar 80 toneladas.Quizá fue el animal terrestre más grande (no se ha encontrado un esqueleto completo, por lo que su tamaño es especulativo). Sereno apunta a que, con respecto al mundo mamífero, incluso los mayores dinosaurios no superaron en tamaño a la ballena azul, probablemente el animal más grande jamás aparecido. Pero el gigantismo se apoderó de los dinosaurios como en ningún grupo zoológico, y eso fascina a los seres humanos. "Los dinosaurios tenían una fisiología especial que les permitió crecer más grandes que nadie por un factor de 10 en términos de peso. No hay nada comparable en los mamíferos. Pero no pudieron hacerse más pequeños que un gato, y esto es lo interesante".
Los dinosaurios pertenecen a una categoría aparte, puesto que hoy no podemos encontrar ningún análogo en el mundo viviente actual. Las aves son sus descendientes directos, pero su aspecto es remarcadamente diferente. Algunas llegaron a alcanzar tamaños notables y una ferocidad que les puso a la par de sus primos dinosaurios. Es el caso de las aves del terror, carnívoras, armadas con un enorme pico, incapaces de volar, pero muy rápidas, cuyos diversos grupos y especies dominaron los bosques tropicales de entre hace 60 millones y 2 millones de años, poco después de la desaparición de sus gigantescos parientes. Su mayor representante hace honor al apodo de ave terrorífica. El paleontólogo Louis Chiappe, del Museo de Historia Natural de Los Ángeles, describió el fósil de un cráneo de 71 centímetros que le trajo un estudiante graduado, quien lo había encontrado en la localidad de Comallo, en la Patagonia. Posteriormente, Chiappe dedujo, a partir de un hueso de una de las patas que superaba los 40 centímetros, que el ave podría alcanzar una altura de 3 metros. El pico de este ave gigante acababa en un gancho, como sucedía en otros representantes de su clase. "Lo usaba para matar a la presa y arrancar pedazos de carne", indicó Chiappe a National Geographic. No hay seguridad en cuanto a la velocidad que podía alcanzar, aunque algunos expertos sugieren que estas aves gigantes podían alcanzar los 50 kilómetros por hora.
Las serpientes también tuvieron antecesores gigantescos. La más grande de las que se tienen noticias dejó fosilizadas una serie de vértebras que se desenterraron en unas excavaciones realizadas en Colombia, con una antigüedad de unos 60 millones de años, en la época que siguió tras la extinción de los dinosaurios. Titanoboa cerrejonensis pudo alcanzar hasta 13 metros de longitud y pesar una tonelada. De acuerdo con Carlos Jaramillo, del Instituto de Investigación Tropical del Smithsonian, en Panamá, y Jonathan Bloch, del Museo de Historia Natural de Florida, este animal vivió en un bosque tropical mucho más cálido que los actuales, con una temperatura sofocante, de hasta 34 grados de media, y probablemente cazaba cocodrilos y tortugas (la serpiente de mayor longitud medida en la actualidad no supera los 10 metros, y la más pesada es una pitón que llegó a los 183 kilos).
Los mamíferos también han proporcionado sorpresas a los paleontólogos (aparte de los populares mamuts). La más reciente fue el hallazgo del cráneo de una rata que tenía el tamaño de un toro y pesaba una tonelada. El roedor (Josephoartigasia monesi) vivió hace entre dos y cuatro millones de años en los bosques tropicales de Uruguay. Con una cabeza de medio metro, sus colmillos eran lo suficientemente potentes como para defenderse de formidables depredadores, como los tigres de dientes de sable, pero la rata era comedora de frutas y vegetales.
Si hablamos de la ecuación tamaño más ferocidad, hay que sumergirse en los océanos prehistóricos. Si nos remontamos en el tiempo, unos 390 millones de años, un chapuzón en esas aguas superficiales cerca de la costa podría costarnos fácilmente la vida. Por entonces abundaban una clase de artrópodos marinos, los escorpiones de mar (que algunos han querido ver como los antepasados de los escorpiones terrestres), uno de cuyos representantes medía 2,5 metros y tenía unas pinzas de casi medio metro. Jaekelopterus rhenaniae es el artrópodo más grande conocido. Una de sus pinzas fósiles fue desenterrada en un yacimiento en Prüm (Alemania). Estos gigantescos escorpiones marinos probablemente también eran caníbales y mataban cualquier presa que se ponía al alcance de sus pinzas.
Sin embargo, los mares del Mesozoico han albergado las criaturas más grandes y letales que probablemente ha generado la evolución: los reptiles marinos. Mientras en la tierra los dinosaurios imponían su ley, en el agua, animales fabulosos rompían los esquemas del concepto de lo que es un monstruo. "Durante el Mesozoico no había mamíferos ni ballenas, sino reptiles que realizaban las tareas que luego ocuparon a los mamíferos cuando los primeros se extinguieron", explica Paul Sereno. En vez de orcas, delfines y cachalotes había "buceadores de aguas profundas, como los ictiosauros, que capturaban peces espada. O plesiosauros y pliosauros, que serían el equivalente a los cachalotes actuales, como Pleurodon -un tipo de pliosauro carnívoro-, que comía cualquier cosa a su paso, y los tiburones prehistóricos, así que no hubiera sido una buena idea bucear en esos océanos".
Si usted pregunta cuál ha sido el mayor depredador de todos, la criatura más letal, la respuesta más probable la encontrará en la isla noruega de Spitsbergen, dentro del Círculo Polar Ártico. Allí, un grupo de paleontólogos noruegos lleva desenterrando de los sedimentos helados los fósiles de reptiles marinos que ocuparían con toda seguridad la peor de sus pesadillas. La isla es un tesoro para estos expertos, pero las condiciones son durísimas y hay que aprovechar el verano del mes de agosto. Jorn Hurum, de la Universidad de Oslo, dejó sin aliento a sus colegas hace poco más de un año al mostrar los restos parciales de dos esqueletos de una nueva especie de pliosauro, un reptil marino gigante no emparentado con los dinosaurios que nadó en los mares del Jurásico hace unos 150 millones de años. La criatura es tan asombrosa, que ha recibido apodos como El Monstruo o Depredador X. Tenía cuatro grandes aletas para propulsarse. Medía unos 15 metros y pesaba probablemente unas 45 toneladas, pero la fuerza de su mandíbula era suficiente como para ejercer una presión de casi 15 toneladas, suficientes para partir en dos el mayor todoterreno del mercado. Eso quiere decir que la mordida del Depredador X era cuatro veces más poderosa que la de un tiranosaurio y diez veces mayor que la de cualquier animal vivo en la actualidad. Este fenomenal asesino cazaba otros reptiles carnívoros de menor tamaño y es uno de los más firmes candidatos a convertirse en el depredador más letal.
Claro que en este tipo de competiciones de quién es más grande y fuerte se tropieza con el problema de que casi siempre los restos fósiles no aportan la suficiente información como para determinar con precisión el tamaño. En la famosa serie Caminando con dinosaurios se afirma que otro pliosauro hallado en México y bautizado como Liopleurodon ferox podría haber alcanzado los 25 metros de longitud, pero las estimaciones más precisas rebajan esta cifra hasta los 15 metros. Quizá la criatura reptiliana más grande, aunque no la más letal, corresponda a un ictiosauro encontrado en la localidad de Sikanni Chief River, en British Columbia (Canadá). El esqueleto se ha conservado en su mayor parte embebido en el sedimento, y los investigadores midieron sobre el terreno una longitud total de ¡21 metros! A los ictiosauros se les ha denominado a menudo como "lagartos con forma de pez", y en este caso, el ejemplar canadiense vivió en los mares del finales del Triásico, hace poco más de 200 millones de años.
¿Por qué este mundo de gigantes se desvaneció? Hoy quedan como representantes el elefante africano y la ballena azul. Y no es casualidad que ambos estén al borde de la extinción. Las criaturas más grandes son también más susceptibles a los cambios y fluctuaciones climáticas, pero hay un denominador común, y es el hombre, concluye Sereno. En su opinión, el ritmo de desaparición de especies por culpa de la influencia humana es algo que ni siquiera experimentaron los dinosaurios. Los verdaderos monstruos somos nosotros. "La manera en la que exterminamos las especies en la actualidad es parecida a como lo hacíamos en el pasado. No matamos de forma directa, sino que alteramos su entorno". El último ejemplo es el derrame de crudo de un pozo de perforación de crudo de la compañía British Petroleum en el golfo de México, lo que los expertos ya catalogan como el peor desastre ecológico en la historia de Estados Unidos. "La tragedia de BP", termina Sereno, "va a envenenar un número enorme de ambientes de una forma que no podemos ni imaginar".
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