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Entrevista:

Luz en el escenario

Tras ocho meses de quimioterapia, vuelve al escenario para apoyar la investigación contra el cáncer

Juan Cruz

Está con un pañuelo en el pelo y sonríe. Siempre sonríe Luz Casal.

Es parte de su delicadeza; una manera de ser, una actitud que es también una metáfora de su nombre; irradia una luz especial esta mujer golpeada ya dos veces por la lástima vital que producen las heridas del cáncer.

Las dos veces se ha despedido de los escenarios diciéndolo: me voy, estoy enferma, volveré. Y las dos veces que ha vuelto ha regresado con una sonrisa que parece borrar la complicada aventura de luchar contra un padecimiento que jamás le quita del semblante esa sensación de esperanza que da verla. Ahí está, a los 52 años, dispuesta (es lo primero que dice, "estoy dispuesta") a dar otra vez la batalla.

"En lugar de tanto ajetreo y confusión, concéntrate en lo que llevas dentro"
"No me gusta enseñar debilidad, desatar afectos bobalicones. No tengo derecho"
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El 4 de febrero se sube, con nuevas canciones, "y con el mismo espíritu", al escenario del Madrid Arena, para ofrecer un concierto muy especial: los beneficios irán a la investigación contra el mal que la golpea, y que golpea a multitud de personas. No es la primera vez que le da su voz a esa lucha.

Estamos con ella un día antes de que acaben las sesiones de terapia. Estamos a mediados de diciembre; se irá luego a Asturias, donde está parte de su pasado, pues nació ahí aunque vivió luego en Galicia, y finalmente pasará por Málaga, de donde es su compañero de tantos años, y de tantas luchas musicales y vitales, Paco Pérez Bryan. En estos nueve meses en que ella ha estado fuera de juego, esa compañía ha sido fundamental, como siempre; si alguna vez se hiciera una historia de cómo las parejas se apoyan en circunstancias que no tienen que ver ni con el glamour ni con las fotos, Luz y Paco estarían muy altos en el índice. Luz ha recibido esta tarde unas flores; en las paredes están los cuadros que la pareja ha ido convirtiendo en el paisaje exterior e interior de su vida, y aquí, donde hablamos, se percibe un silencio que parece el escenario de una meditación.

¿Dispuesta?, le preguntamos. "Sí, estoy dispuesta. Es la manera de sentir que he vuelto a la normalidad". Necesita al público, "las respuestas que me da; y como lo que hago es música, necesito al oyente, al espectador". La soledad de la compositora precisa del escenario, "saber que hay gente esperando un concierto, saber que cada noche puedes emocionar a la gente de una manera distinta".

El médico le dirá mañana "adelante", ella siente que ya se lo va a decir. Pero la normalidad es esto, "preparar el concierto..., una vez pasada la quimio, que es lo más duro de llevar, ya estás encauzada". El temor es que puedas o no puedas, "si aguantaré o no aguantaré. ¿Tendré la mente fuerte?, me he preguntado... Pues yo creo que sí, que tengo la mente fuerte".

Y la mano. Entre los papeles que ha escrito, que serán canciones de este nuevo concierto, hay algunos rasgos de los que se desprenden qué sombras o qué luces han ido alimentando su inspiración y también su lucha en estos ocho meses de quimioterapia. Son canciones de amor, o de ansiedad, pero en algunos versos se vislumbran esos rasguños que la música convierte en metáforas: "Dentro de mi mundo / se ennegrece el aire / con esas palabras / llenas de desprecio / que él me dedicó...". O "He batido mis alas / huyendo de tus amenazas. / He sabido ahuyentar / esos vientos que avivan las llamas...".

Es una enfermedad dura, y ante ella vale muchísimo la actitud, dice Luz. "Es una dificultad fuerte en la vida, pero sientes que estás en buenas manos, lo sabes". En las dos ocasiones, el cáncer "ha sido cogido a tiempo", y a ella la ha hallado consciente de que "no te puedes amilanar". Esa conciencia de que bajo el ala no crece el ánimo "me obligó a hacer cosas casi cada día, a sentirme bien". Había días en que eso no era posible, "porque eso no dependía de mí; eran las consecuencias del tratamiento".

Pero cada día Luz Casal ha tenido la agenda llena de compromisos que se creaba consigo misma, de obligaciones musicales que la mantuvieran alerta, como si estuviera arañando a la vez el pasado y el futuro, para aliviarse del imprescindible peso del presente. Como ocurrió cuando estuvo enferma por primera vez, en 2007, le enviaron flores, naranjas, remedios, cartas; hubo gente que le escribió cada día, Internet le ha servido de vehículo de relaciones viejas y nuevas en las que ella se ha apoyado como quien recibe el aliento de un club de fans. "Tenía mi agenda de iPad llena de citas o compromisos que ya he borrado, pero la de papel está llena ¡como si hubiera estado en activo!".

Se empeñó en prolongar la normalidad. Y no solo eso, le enviaron libros, y ella se rodeó de algunos que leyó para pensar o para distraerse. Le pedí una lista de algunas de sus lecturas de estos nueve meses. Y me la envió: leyó La catedral, de Blasco Ibáñez; Todo es silencio, de Manuel Rivas; releyó El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago; leyó La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina; le agradeció a David Trueba que le hubiera enviado Homer y Langley, de E. L. Doctorow; "leí dos libros de Maruja Torres que ella me envió"; leyó Vida y destino, de Vassili Grossman... "Y no te hablo de poesía: María Teresa Atencia, Dante, Rafael Pérez Estrada...".

Leía, componía, "me obligaba a hacer cosas peregrinas; estaba más tiempo en casa, en Madrid, y me imponía trabajos, como por ejemplo cambiar los libros de mi dormitorio a otro lugar. A lo mejor había sesenta, y quería releer con urgencia cuarenta de ellos, o leer veinte que aún no había leído". Eran tareas que ella se tomaba como pruebas, "obligaciones que me mantenían... Lo del concierto benéfico es la consecuencia de esta actitud. La primera vez, en 2007, me lo planteé como un objetivo, para explicarle a la gente cómo estaba realmente al final del tratamiento. Esta gente que te pregunta cómo estás, si te ve en el escenario cantando, ya saben cómo estás de veras. Y no tienen que insistir, ya no te preguntan más cómo estás".

Si te ven fuerte sobre un escenario, dice Luz, "ya tienen la prueba definitiva". "Esa gente te da, además, la fuerza que necesitas para recuperarte del todo, para sentir que has recuperado la normalidad". Pero hay una fuerza previa, un impulso. ¿De dónde viene, Luz? ¿Por qué no la vencen o la postran estas sesiones, qué le hace volver a emprender la batalla? "Es una buena pregunta. Recibía mensajes de gente que tenía el mismo problema y que mostraba la misma actitud. Pero también percibía la conclusión de que muchos llevaban fatal las consecuencias de la enfermedad, como una puerta entreabierta al otro lado... Esto me sigue llamando la atención. Yo creo que ante una situación así, uno debe mostrarse fuerte, no puedes doblegarte ante cosas así que son pruebas de la vida. Tengo fortaleza desde muy pequeña; es una fortaleza que se basa en ideales, y se ha basado también en cierta fortaleza física. Pero fundamentalmente es una fortaleza mental, que me lleva a pensar que eso que algún día nos va a pasar a todos no me da miedo; que me toque cuando sea, pero mientras no me toque no quiero desperdiciar la vida, quiero pasar la vida teniendo experiencias nuevas, viviendo".

Vivir "teniendo metas diarias", buscando, como escribe el poeta José Luis Pernas, "una esperanza para seguir viviendo". "Y los instantes que uno vive", cree Luz Casal, "son como los amores, nunca son iguales entre sí; si lo ves así, creo que puedes aprovechar la vida de otra manera. En lugar de tanto ajetreo y de tanta confusión, de tanto viaje y de tantas tareas externas, concéntrate en lo que llevas dentro, fíjate en las pequeñas cosas, aprovecha para verte con gente a la que quieres o admiras, lee todo lo que puedas, cultiva a los demás cultivándote a ti mismo... Siempre le puedes sacar partido a la vida mientras tengas ilusiones por vivirla. Pensar, al más mínimo traspié, que eres un desgraciado, eso no va conmigo...".

Tener pequeños descalabros es como pagar impuestos. Eso cree Luz Casal. Esos "descalabros" los ha sobrepasado "sintiéndome querida o confortada; no me gusta quejarme, creo que soy una persona afortunada, y pienso que, en efecto, esos descalabros son impuestos que va marcando la vida... La lectura me ha ayudado, sin duda; me ayudó muchísimo un viaje que hice a Florencia durante unos días, ese fue un verdadero chute de energía, de sensaciones nuevas, de ampliación de los horizontes... Igual me ha pasado con la música".

En este tiempo, Luz Casal renunció a la música actual, "preferí escuchar música del pasado; he descubierto compositores de cuando empecé a estudiar música, que había dejado porque me tenía que concentrar en los actuales y no había tiempo para tanto... Redescubrí a Jean Sibelius, por ejemplo, un compositor que me parecía muy lejano, muy frío, aunque este parezca un calificativo un poco simplón. Redescubrí a Edward Elgar y a otros compositores ingleses de finales del siglo XIX y principios del XX... Cuando tienes poca sabiduría con respecto a los clásicos, siempre recurres a Mozart. Y escuché a Mendelssohn, a Bach, a Debussy, a Saint Säens... Cubrí lagunas, descubrí músicos turcos, volví a la egipcia Um Kulzum. Uf, hace poco la estuve viendo por Internet y me llamó mucho la atención comprobar que el 90% de su audiencia eran hombres...".

Es curioso, le digo, que la diosa del rock español ("No me digas eso hoy, que voy vestida como una inglesa de la campiña...") se fije tanto en la música clásica para hablar de los materiales con los ha vivido durante estos tiempos de enfermedad... "Pues así ha sido... El otro día le comentaba a uno de los músicos de mi banda que nosotros hemos vivido unas décadas en las que se hizo una música extraordinaria en el mundo del rock. Aunque no caigo en la tentación de pensar que ya está todo hecho. Aún esta mañana me he sorprendido viendo la actuación de un grupo de chicos que no debían de ser mayores de 20 años y eran totales. No porque lo que cantaran fuera extraordinario, sino porque el concepto de producción que representan es diferente, las voces están dispuestas de otra forma... Es una cuestión más de disponer sonidos que desarrollar una melodía o una letra... Me sigue interesando, cómo no, es mi mundo, ahí llegué, ahí sigo. Y mi preocupación por la música clásica viene de lo mismo: se trata de saber más, de tener mayor información para hacer mejor tu trabajo. Pertenezco a lo actual, es inevitable, es físico, estamos en lo actual. Por actitud, por dedicación. Pero por actitud también tiendo a ir hacia atrás, quiero descubrir cosas nuevas. Iba a actuar en Estambul cuando tuvieron que internarme, y esa circunstancia me hizo escuchar música turca, por ahí encontré vetas que han sido muy importantes para mi música posterior, instrumentos de los que no tenía ni idea...".

De vez en cuando tiene Luz la tentación de volver al piano, de tomar clases... Pero lo va dejando, y escuchar le alivia de la mala conciencia de no hacerlo. "Lo que persigo cuando escucho música, no cuando trabajo en ella, es emocionarme y sorprenderme. Lo contrario no es un disfrute, es un análisis, un rechazo. Vas buscando porque cada vez es más complicado sorprenderte; tienes que ir a pozos más profundos para encontrar aquello que desconoces, aquello que te va a producir placer. En esa búsqueda te das cuenta de que hay mucho que no conoces. Igual me pasa con la pintura o con la literatura, y con el arte en general. A medida que conoces el presente, más quieres acercarte a las fuentes, a los orígenes de los estilos o de las tendencias... Hasta hace poco se me hacía cuesta arriba el arte contemporáneo; ahora me gusta que el arte esté en el cuadro o en la escultura, ya no me interesan tanto las instalaciones, las intervenciones en la calle".

Como Picasso, que encontraba aunque no estuviera buscando... "Buscar", dice Luz Casal, "aquello que te sorprenda y que también te sirva. A Picasso todo le servía, sí... A algunos colegas que son muy radicales en sus gustos musicales yo les digo: miren, es que yo escucho todo, incluso puedes sacar partido de una canción hortera, de un sonido estúpido, porque sabes que eso nunca te servirá para ti. Pero en cualquier cosa puedes hallar una emoción".

Y hay emociones buenas y malas. En este tiempo, Luz Casal ha continuado leyendo el periódico, "para emocionarme o para asustarme... Para subrayarlo, para recortarlo. Leí el reportaje que Juan José Millás publicó sobre la eutanasia en El País Semanal, y sentí mucha empatía con él. Porque no es que yo haga lo que él hace, contar las sílabas cuando está nervioso, pero hago muchísimos de esos juegos con los que pareces evadirte un poco, salir del mundo por un rato. Me hizo gracia que él hiciera algo así para contrarrestar su estado de ansiedad porque verdaderamente debió de ser una circunstancia fortísima...".

Ha leído con más afán, "como si quisiera rellenar huecos", con la sensación "de que debía aprovechar el tiempo para llegar a sentirme suficientemente preparada", como si estuviera a punto de examinarse "con la sensación de que si no lo aprovecho voy a perder una gran oportunidad". "Un día me invitaron a cenar y me pusieron un vino que me gustó, aunque yo de vinos no sé, sabía algo de lo que me contaba Feliciano Fidalgo. Pero este me gustó. Pregunté el nombre, me dijeron que se llamaba Casta Diva, se me pusieron los ojos como platos y luego estuve casi una semana escuchando todas las versiones de Casta diva para llegar a la conclusión, como casi siempre, de que la que más me mata sigue siendo la de la Callas...".

Música, escritura, lectura. ¿Y cómo ha ido absorbiendo la escritura propia esta experiencia de la enfermedad? "Hago como los surrealistas: leo y entresaco una frase que me viene bien, una frase, tres palabras me ayudan a crear una imagen que luego construyo. Sigo siendo un poco peculiar; raramente escribo un poema porque sí... Me gusta escuchar a los demás y sacar de ahí mis preocupaciones o mis músicas; no sé si algún día podría escribir sin música. Lo supedito todo a que se puede cantar".

-¿Y lo que ha compuesto ahora tiene que ver con lo que ha vivido?

-Creo que tiene que ver con la posibilidad de haber visto lo que hay alrededor más que de mi propia experiencia. Si hablo en términos reales, de una situación sobre todo física, porque lo emocional ya es otra cosa, es pena, dolor... A veces compongo canciones de amistad que la gente cree que son de amor, y otras hablo de incompatibilidad y algunos las escuchan como si fueran de fracaso... En este tiempo no he tenido mucha necesidad de decir: "He perdido la fuerza, el mundo se abre bajo mis pies, necesito encontrar el rayo de luz que traspase mi cuerpo...". No. Que luego estén sutilmente reflejadas esas sensaciones, está por ver, pero no me pasó. En la primera experiencia, lo único que tuvo relación con lo que sucedía fue la canción Sueños raros, que fueron verdaderamente las alucinaciones de dos días en los que estuve tratada muy fuertemente. Y el título, Vida tóxica. Poco más.

-¿Esa voluntad de segregar su propia experiencia es una forma de defensa, o simplemente su naturaleza se lo impide?

-Hay dos cosas. No me gusta enseñar la debilidad. Y, además, algo mucho más potente; sé que en cualquier momento la experiencia se mostrará de manera más brillante. Toda mi vida, todas mis experiencias duras, tan duras como estas, al final me han servido para muchas otras canciones. Y sobre todo para muchas interpretaciones... No tengo por qué hacer ostentación, frivolizar o provocar sensaciones o sentimientos que desaten afectos bobalicones... Porque, insisto, no tengo derecho. Sí siento la necesidad de fijarme en los demás, en las personas, en las situaciones, en los conflictos. No soy un cronista, nunca lo he sido. Siempre me ha gustado tener la posibilidad de que las canciones te den tres interpretaciones distintas, por lo menos. Que puedas ser varón o hembra, que puedas ser primera persona, tercera o un simple observador. Creo que eso enriquece. Me interesa la comunicación, comunicarme con la gente. Me interesa poner el sentimiento y mi experiencia, pero de manera diluida, aun cantando en primera persona, que es como me gusta. Pero son historias o sentimientos de los otros, lo que yo percibo...

Y sigue Luz: "Cuando cantas, te diriges a un determinado grupo de personas. Eso es lo que verdaderamente persigo; sobre todo, además, después de haber pasado por otra experiencia físicamente idéntica en casi todo, ¿qué razón tendría explicar cómo ha afectado a mi feminidad, que he perdido el pelo? Ni antes ni ahora he sentido como un problema el haberme quedado calva... Ni he sentido ni siento la necesidad de protagonizar nada. Solamente podrías decir que no tienes fuerzas, que no te ves físicamente bonita, que te miras en el espejo y no te reconoces. Pero siempre tengo trucos, me sigo pintando los labios en cuanto desayuno y, bueno, uso mucho gorro, mucho pañuelo, mucho sombrero..., que además me quedan bien. O sea, que no hay ningún problema.

-¿Y dónde ha estado el dolor?

-El dolor ha estado presente muchos días. Tampoco quiero parecer imbatible, pero cuando tengo un momento de tensión, típico de nuestros trabajos, el dolor aparece también... No lo puedo evitar, pues lo tengo que aguantar.

-¿Ha aprendido mucho de usted en este tiempo?

-Yo aprendo de mí todos los días. Soy mi gran misterio... Pero en este periodo he aprendido más de la gente. He estado más atenta a sus reacciones que a las mías; he aprendido que cada vez hay gente más distinta. Cada individuo es un mundo, cada vez lo tengo más claro. Y cada día me atrae más la gente compleja. Hay una cierta tendencia a creer que la gente compleja es difícil. No. Es que nos puede gustar el café hoy y mañana aborrecerlo...

-Cuando ha leído los periódicos en estos ocho meses, ¿qué impresión se ha llevado de lo que está pasando?

-Que es el tiempo más confuso, más duro que he vivido. La cosa está más dura, turbia, sucia y complicada que en tiempos de mi abuelo, que también tuvo un tiempo durísimo. Y eso produce muchísima pena, muchísima tristeza.

-En su historia personal se acaba un túnel y por delante hay una luz...

-Yo no he perdido la luz en todo el tiempo. Pero sí, se acaba este periodo... Creo que lo que resta, por lo menos lo que yo atisbo, será lo que tenga que venir... No creo que vaya a rebajar mi forma de ser, mi autoexigencia, mi deseo de mejorar las cosas... Todo eso no decaerá. Lo que no habrá más es el deseo de llenar un sitio de 70.000 sillas si lo que debo llenar es uno de 7.000... Eso no va a pasar. Porque siento que eso me excita y me produce ansiedad. Ahora estoy más cerca del sosiego. Más alta no voy a ser; lo que voy a intentar es no rebajar la altura sin necesidad de ponerme mucho tacón. Me gusta tener los pies en el suelo. No quiero perder la sensación de que piso el suelo.

"Ese es uno de los cambios más grandes que intuyo", dice Luz, y sonríe otra vez. Sonríe siempre, de cara a la batalla. De nuevo.

Luz Casal
Luz CasalOUTUMURO
Luz, con un bolero de plumas de Rosa Clará
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