Kiko, la cólera de Dios
A ver, majo, ¿quieres convertirte?
-Pero es que yo ya estoy convertido...
-¡Que está convertido, dice! ¡Ja, ja, ja! ¡Que está convertido! Lo que te quiero decir es si te quieres unir al Camino.
Cualquier momento es bueno para captar adeptos. La primera rueda de prensa en más de 40 años de Kiko Argüello, iniciador y responsable del Camino Neocatecumenal, el movimiento neoconservador más poderoso de la Iglesia católica, comienza y termina con los periodistas rezando en pie un padrenuestro. Algunos no se lo saben. Balbucean. El espectáculo es digno de contemplarse. Argüello, de 69 años, es un hombre seco, ligeramente encorvado, de barba luciferina, pelo blanco, rostro áspero y carmesí, y los ojos cargados. Viste un raído traje negro y camisa y corbata oscuras; se aferra a una Biblia cubierta por una funda negra de piel. En los momentos de tensión enciende sin parar cigarrillos sin filtro que machaca al instante. Tiene una voz de galán quebrada por el tabaco, los cánticos y miles de sermones. Recuerda al predicador de un western.
Es la tercera ocasión en la que pregunta al periodista si se quiere convertir. Con el brazo apoyado paternalmente sobre sus hombros. Ya le ha interrogado en otros encuentros sobre sus ideas religiosas -"¿crees en Dios?", "¿estás bautizado?", "¿cuántos hijos tienes?", "dame un beso"-. Por contra, todo son largas para conceder una entrevista razonable. Argüello desconfía de EL PAÍS. "¿Para qué queréis hacer un reportaje sobre el Camino si sois un periódico agnóstico y de izquierdas? ¿Para darme un palo? Aquí tengo guardados todos los países que hablan mal de mí y del cardenal [Rouco]. Los hermanos me han aconsejado que no hable con vosotros. Y si lo hago es porque os amo".
Argüello no dialoga con los medios de comunicación críticos con su línea político-religiosa -"¿para qué perder el tiempo?-. Con el resto, apenas. No concede entrevistas. Conseguir que concrete sus ideas es inútil, se escapa con farragosas experiencias vitales. Es un maestro del monólogo. Sus seguidores no saben dónde, cómo y de qué vive. La mayoría no le conoce personalemnte aunque financie el Camino con sus donaciones. El discípulo, una vez que supera el segundo escrutinio (un examen personal que se realiza pasados los primeros años en el Camino), debe entregar a la comunidad el 10% de sus ingresos: es el diezmo. Si su pareja está en el Camino, está también obligada a entregar el mismo porcentaje. Nadie sabe dónde va ese dinero ni cómo se administra. No hay facturas. Además, al final de cada celebración religiosa, uno de los hermanos pasa una bolsa de plástico (la llamada "bolsa de las inmundicias") donde cada uno aporta lo que puede: desde unos euros hasta una pulsera de oro o la escritura de un piso. La bolsa sigue circulando hasta que se obtiene la cifra prefijada por los responsables. Son unos minutos de suspense. ¿Cuántas vueltas dará? Durante la construcción del Domus Galilaeae, la grandiosa sede del Camino en Israel, el iniciador pidió 1.000 euros a cada uno de sus discípulos para terminar las obras. Mientras se pasaba la bolsa, el resto cantaba: "Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan, ni hilan. Y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como uno de ellos". Para avanzar en el Camino es imprescindible desprenderse de las riquezas.
Son los que engrasan económicamente su organización; sin embargo, rara vez se mezcla Kiko con sus seguidores de base. Viaja continuamente por todo el mundo. Dice que subsiste gracias a las limosnas. Al mismo tiempo tiene hilo directo con el Vaticano. Y para sus fieles, con el mismo Dios. "Kiko no se ha inventado nada, le ha inspirado el Espíritu Santo", dicen. Kiko Argüello es célibe y viste de negro, pero no es cura. "Nunca se pondría a las órdenes de un obispo", explica un antiguo seguidor. Predica, pero no tiene una formación teológica. Resuelve los conflictos existenciales de sus discípulos, pero no es psicólogo. ¿Quién es Kiko? Él se define como un artista. "Un pobrecillo, un pecador; el día más feliz de mi vida será cuando muera. Reza por mí". Si se le pregunta acerca del culto a la personalidad que gravita en torno suyo, su piel adquiere un tono encarnado y contesta con cara de pocos amigos: "En la Iglesia siempre hay alguien que inicia".
Tras escucharle en varios actos del Camino y hablar con él en un puñado de ocasiones, se saca la impresión de que Kiko Argüello es un iluminado ultraconservador que domina la palabra y el gesto; con un humor cambiante; místico, magnético y halagador. Y también portador de toda la cólera divina. "El infierno existe", remacha. Tenaz e insistente. Dotado, según un monseñor, de "una santa testarudez". Tremendista. "El anticristo está por llegar. Europa camina hacia la apostasía". Según él, perseguido. Un mártir en potencia. Transmite el mensaje que le ha comunicado Dios sin papeles ni fisuras. Con desparpajo. Sin florituras. Durante horas. En un lenguaje vulgar. De andar por casa. Describe el Camino como "este tinglado" o "este follón en el que estamos metidos". Habla desde las tripas, no desde la teoría. Dice lo que le sale. Lo que le brota. A veces de forma incoherente. Todo trufado con citas bíblicas. Canta, baila, pinta, entusiasma, interroga a su auditorio. "¿Quién no tiene un familiar divorciado?". "A ver, tú, cuéntanos tu vida. ¿Cuántos hijos tienes?". Es carismático. Lo más parecido a un telepredicador que tenemos en España.
Dice que los medios "de izquierdas" le manipulan políticamente. Pero su discurso es político. Cuando le preguntamos sobre la situación en España, contesta con desconfianza: "Lamentamos que las leyes de los socialistas rompan la familia. En los países nórdicos, los chavales se están suicidando a los 20 años porque proceden de familias rotas. Es el resultado del divorcio exprés".
En sus respuestas, Argüello condena radicalmente el matrimonio de las personas del mismo sexo. Los anticonceptivos. El aborto. La eutanasia. Y las ideas socialistas. Y el separatismo. Y a los religiosos progresistas. Y a los obispos tibios. Y a los jesuitas izquierdosos . Y a los curas que no ceden sus parroquias al Camino. Y a los monseñores poco complacientes. Es decir, a los que no piensan como él. Y él tiene las ideas claras. "Claro que existe el demonio; está entre nosotros, es un ángel caído".
-¿Y a usted también le ataca?
-Nos ataca a todos. Ha dominado a monseñores para que se pusieran en contra del Camino. Nos han hecho mucho daño. El demonio siempre está dispuesto. Si eres casado, está al acecho para que te enamores de otra. Pero en el Camino, los matrimonios no se separan. ¿Sabes por qué?
-Ni idea.
-Porque la relación de amor de los que tienen dentro vida eterna es distinta. Un matrimonio no se separa si tiene vida eterna. El amor de pareja progresa y madura; no es lo mismo la pasión de los novios que el amor de Cristo, que es un amor total.
-¿Y si le va mal a la pareja?
-Para eso están los hermanos de la comunidad. Cuando un matrimonio está en peligro, toda la comunidad reza por ellos; les llaman y apoyan, y se salvan.
Kiko Argüello ve el mundo en blanco y negro. La sexualidad es el eje de sus catequesis. La pornografía. La homosexualidad -"que es una enfermedad que se cura"-. El rechazo a los anticonceptivos -"el 25% de los preservativos falla"-. Incluso alerta por escrito del riesgo de tener hijas adolescentes: "Los padres están llamados a ser realistas, y a hablar a las hijas de los peligros a los que se exponen con ciertas modas de vestir (como minifaldas exageradas u ombligos descubiertos) si no quieren encontrarse después con la sorpresa de verlas un día embarazadas o, peor aún, descubrir que han abortado". En Roma, durante la rueda de prensa del 13 de junio, nos comenta que el Camino celebra sus eucaristías el sábado por la noche, entre otras cosas "para que los jóvenes no se vayan a las discotecas a fornicar y a drogarse; los jóvenes de nuestras comunidades no fornican, ni se drogan, ni se suicidan".
Está dispuesto a reevangelizar el mundo. Quiera o no quiera el mundo. Es su misión. Desde la vieja Europa hasta China, pasando por Latinoamérica y las antiguas repúblicas soviéticas. Ya ha enviado a miles de familias y de seminaristas a catequizar en los rincones más perdidos del planeta. "Apóstoles", les llama. Un cura español destinado en Roma recuerda su sorpresa al encontrarse en Kazajistán con una familia de kikos valencianos predicando puerta por puerta. "Estamos renovando la Iglesia. Somos lo más vivo de la cristiandad, los encargados de la nueva evangelización a través de pequeñas comunidades que viven como los primeros cristianos y avanzan juntas", explica Argüello.
Sostienen los que conocen a Kiko que es orgulloso, soberbio y autoritario. Se considera a la altura de cualquier purpurado. Controla férreamente su organización a base de círculos concéntricos que transmiten en el acto sus consignas. No tiene lugartenientes. No existe un directorio del Camino. Un jefe de prensa, un encargado de finanzas. Él es el iniciador. Nadie le cuestiona. Es el autor de los textos y símbolos. De la estética, música y canciones; ritos y prácticas; el lenguaje y la forma de vivir. Incluso del diseño de sus iglesias, cuyas pinturas de inspiración neobizantina él mismo ejecuta.
Sus seguidores son conocidos como los kikos. Una Iglesia paralela que cuenta, según Argüello, con un millón y medio de fieles divididos en 16.000 comunidades enclavadas en 6.000 parroquias de 106 países; con 3.000 sacerdotes, 1.500 seminaristas y 70 seminarios. Lo que no cuenta es que ya han entrado en las universidades y los colegios; en la Conferencia Episcopal, el Ejército y los medios de comunicación. Dirigen las agencias de noticias religiosas Zenith y H2O. Abarrotan las manifestaciones neoconservadoras contra los Gobiernos socialistas en Roma o Madrid. Son la infantería de la Iglesia más intolerante. Un ejército de resistencia a los cambios. A la cabeza, Kiko está siempre ideando estrategias y puestas en escena. Hay que llamar la atención. Conmover a los fieles. La rueda debe seguir girando. Le gusta esgrimir sus poderes. Ante sus fieles desgrana en voz alta una cosmopolita agenda agotadora. Y el contacto estrecho con los cardenales. Antes perseguido que irrelevante. "Ha llegado el momento de evangelizar", dice él.
Su biografía de líder visionario transcurre durante los 44 años que conducen de una chabola en Vallecas (Madrid), rodeado de gitanos, yonquis y prostitutas, armado con una Biblia y una guitarra, hasta las cenas con el Papa en las sombras del Vaticano. Hasta pintar los frescos de la catedral de Madrid. Hasta erigir una sede internacional a su imagen y semejanza en Israel, en el monte de las Bienaventuranzas, donde Jesucristo comenzó a predicar, que fue inaugurada por el propio Juan Pablo II en 2000.
No ha sido un trayecto fácil. Kiko Argüello ha trepado con esfuerzo. Y voluntad. Y con la idea de que ?Dios proveería?. En sus comienzos, algunos en la Iglesia le consideraron un hereje. Un luterano. Un loco. Un hippy empeñado en llamar la atención. Aún hoy, para muchos, es el creador de una secta intraeclesial; admitida por la jerarquía, pero siempre en el filo de la navaja. Con sus misas y celebraciones. Sus códigos internos y sistemas de captación. Y un absoluto secretismo sobre sus prácticas.
Los textos de Kiko, la transcripción de sus catequesis, con los que se guía el camino de todas las comunidades del mundo (los llamados mamotretos), no están al alcance de sus miembros de a pie. Sólo acceden a ellos los catequistas, su guardia de hierro. "El resto no los entendería", dice. "Hay que ir avanzando en el Camino". Son uno de los misterios del Camino. Pero en realidad, cuando por fin accedemos a esos famosos mamotretos, su contenido decepciona. Es más de lo mismo. Sus experiencias místicas y personales, su consabida visión catastrofista del mundo. Y una continua petición de dinero a sus fieles. Estas frases están extraídas de las catequesis de Kiko en España: "Alguno que tenga una herencia, alguno que tenga algo, que ponga aquí cinco millones de pesetas para construir el seminario de Madrid". "Hoy he leído una cosa que me ha hecho mucho daño, que el cantante Elton John es homosexual y que quería casarse con su amiguito, un chaval, y se le ha dado el matrimonio jurídico en Inglaterra". "La nulidad matrimonial es una trampa del demonio". "Entramos en una nueva era, y Dios nos está preparando para reevangelizar el mundo".
Recorrer el Camino de Kiko Argüello, llegar al verdadero bautismo, que se realiza por inmersión en el río Jordán, en Israel, con el sacerdote con la estola sobre el bañador, puede llevar a un cristiano entre 20 y 30 años. A lo largo de ese tiempo atravesará infinitos pasos, pruebas y exámenes. Celebraciones y convivencias. Ritos y exorcismos. Renunciará a las riquezas. Al éxito. A los afectos. Desnudará sus flaquezas ante los hermanos colocados en círculo en torno suyo. Se humillará ante ellos. El catequista, el guía, tiene un poder absoluto sobre el catequizado, que le debe obediencia. Una antigua seguidora de Kiko lo explica así: "Nos modelan tanto los sentimientos que consiguen que en unos años seas capaz de dejar pareja, hijos, trabajo, dinero..., lo que sea, si te lo exige un catequista. Y si no cumples alguna de sus exigencias eres expulsado de la comunidad". Los catequistas son descritos por otro ex kiko como "gente dura, controladora, intransigente, que modifica la mentalidad de sus discípulos". Cuando se le pregunta a Argüello qué formación tienen los catequistas para encauzar psicológica, laboral, sentimental, económicamente la vida de los miembros de la comunidad, responde molesto: "¿Qué preparación van a tener? Una preparación maravillosa. En una comunidad no necesitan más; ni psicología, ni nada. Ya tienen las 3.000 páginas del mamotreto para realizar su misión". Nadie sabe muy bien si alguna vez concluye el Camino.
Todo es obra suya. Ese espeso cóctel en el que se mezclan las prácticas de los primitivos cristianos con la tradición hebrea; las prácticas evangélicas de interpretación literal de las Escrituras con las terapias de grupo; las guitarras, las palmas y las danzas con las fórmulas de predicar itinerantes de las sectas protestantes. Sin olvidar la similitud ideológica con los Cristianos Renacidos estadounidenses, que auparon al poder a George W. Bush.
Todo es obra de su imaginación. Y según sus seguidores, del Espíritu Santo. Por eso, el pasado 13 de junio en Roma, Francisco José Gómez de Argüello, alias Kiko Argüello, estaba feliz. Nervioso y agotado, pero feliz. Esa mañana, monseñor Stanislaw Rilko, presidente del Pontificio Consejo de los Laicos, había puesto por fin su firma sobre el Decreto de Aprobación del Estatuto del Camino Neocatecumenal por orden del Papa. Suponía la plasmación canónica de los kikos, de sus fines y sus prácticas. El Vaticano había transigido. Kiko Argüello pasaba por encima de sus críticos como una apisonadora. Lo ha logrado. Dar forma legal a una organización que está basada en la indefinición más absoluta. Ha conseguido que el Camino Neocatecumenal no sea definido por la Santa Sede como una asociación religiosa, ni una orden, ni una fraternidad sacerdotal, ni siquiera un grupo laico. El Camino no se parece a nada dentro de la Iglesia. Es "un itinerario de iniciación cristiana". Imposible algo más etéreo. No tiene personalidad jurídica ni patrimonio. "Somos algo más profundo que una asociación. Administramos bienes espirituales", dice Kiko. "El Papa y Rilko querían que fuésemos una asociación. Y yo, ¡que no, y que no, y que no!".
El Camino Neocatecumenal es un misterio. No tiene una elegante sede social en Roma como los jesuitas o el Opus. Los kikos no tienen a la vista del público más que un par de discretas sedes situadas en dos sótanos desnudos de Roma y Madrid. Aunque sus seguidores y ex seguidores hablan de numerosas propiedades inmobiliarias en Italia y España. A comienzos de los noventa (al parecer, bajo la inspiración del cardenal Suquía) crearon una organización denominada Fundación Familia de Nazaret para la Evangelización Itinerante, que, según sus estatutos, registrados en el Ministerio de Justicia en 1993, está dedicada a "sostener la actividad evangelizadora itinerante de los miembros pertenecientes al Camino Neocatecumenal. Especialmente los desplazados en zonas descristianizadas". Los recién aprobados estatutos del Camino prevén que se constituyan otras fundaciones similares en otras diócesis para canalizar sus ingresos.
Más allá, el Camino no responde de sus actos ante nadie. Es un método de formación católico al servicio de los obispos. Los kikos prestan sus servicios a la Iglesia a cambio de desmontar la Iglesia anterior e implantar la suya. Llegan a una parroquia, piden permiso al párroco, programan catequesis, montan comunidades y comienza el camino. Circulan en paralelo. Son los elegidos. Muestran a sus fieles, divididos en pequeñas comunidades estancas (que rara vez se mezclan con otras comunidades, y menos aún con los fieles de la parroquia tradicional), su particular visión de cómo alcanzar el paraíso al tiempo que fiscalizan su vida. Para los kikos, más allá del Camino no hay nada. Fuera está el "mundo". Y es malo. Y no es posible ser feliz si no se está en el Camino. Ése es el mensaje que reciben durante décadas los hermanos. Sus hijos, a los nueve años, tras la primera comunión, comienzan a asistir a sus actos litúrgicos, y a los 13 se incorporan plenamente a una comunidad. No conocerán otra forma de vida. Ni en su casa, ni en la parroquia. Por eso es tan difícil romper con Kiko. Tras años de recorrido en comunidad, ya no queda nada fuera del Camino. Ni amigos, ni amor, ni salvación posible. A los que lo abandonan se les denomina rebotados, en la jerga de Argüello. Y se les profetiza que "la sangre de Cristo caerá sobre ellos". Cuando un hijo abandona el Camino, los catequistas prohíben a los padres que vuelvan a tener contacto con él. Y viceversa.
¿Es una secta? En la Iglesia católica, nadie se atreve a lanzar esa acusación. El Camino está bendecido por el Vaticano. Por eso, algunos prefieren hablar de "comportamientos", "prácticas", "individuos sectarios". Sin embargo, contemplar en la noche del último Sábado Santo, el 22 de marzo de 2008, durante la vigilia pascual, a los miembros del Camino en ayunas, en penumbra, ataviados con túnicas blancas, portando cirios, cantando durante horas, bautizando a sus hijos por inmersión, bailando en círculo hasta que sale el sol..., consigue que uno sienta cierto desasosiego.
A comienzos de los sesenta, Argüello era un joven artista madrileño de buena familia, agnóstico confeso, que durante una crisis existencial, que le llevó "a las puertas del suicidio", se marchó a vivir con los gitanos de las barracas de Palomeras Altas, un suburbio de Madrid. El mismo camino que habían seguido a raíz del Concilio Vaticano II muchos curas decididos a encontrar a Dios entre los pobres. Algunos acabarían en la izquierda. Kiko, no. Kiko sufrió en las chabolas una conversión personal. No social. Sintió la llamada de Dios. Lloró durante horas. Como buen converso, se haría más papista que el Papa. Según explica el especialista en temas religiosos Jesús Bastante, "el converso, como san Pablo, cuando encuentra la verdad rechaza radicalmente su vida anterior. Adquiere conciencia de que la sociedad es perversa. Renace. Y como san Pablo, pasa de perseguir cristianos a perseguir paganos". Hoy, Kiko afirma que el 70% de sus seguidores eran cristianos no practicantes antes de conocer el Camino. Hoy son neoconversos.
Tras la "revelación" había llegado el momento de que Kiko pusiera en práctica sus teorías. Había que reevangelizar a los cristianos durmientes. Conducirles a un nuevo bautismo. Era 1964. Entraría en contacto con grupos emergentes de católicos posconciliares y con sacerdotes; nunca se adaptaría a la disciplina de los otros. No quería estar bajo nadie. Siempre deseó ser el centro de atención. Absorbería las prácticas de cada grupo. La terminología. Y la forma de estructurarse. Y luego, él, un artista, le daría forma propia. Empezando por la misa. Comulgarían sentados con auténticos pan y vino. Cantando las canciones de Kiko. Explicando sus experiencias en público. Había que vender el producto. Él sabía cómo.
En las barracas de Vallecas, Kiko se va a encontrar en aquellos primeros compases de su carrera a la que ha sido su compañera, álter ego y coiniciadora del Camino Neocatecumenal durante cuatro décadas, Carmen Hernández, una monja de su generación, de familia adinerada, licenciada en teología, que desde niña había querido ser misionera, pero nunca se había sometido a la disciplina de las órdenes religiosas. "Éramos dos inadaptados; que todo saliera bien es un milagro", describe Argüello. Kiko aportaría al Camino su carisma, sus dotes interpretativas y su inquietud. Carmen Hernández, la base doctrinal de la que Argüello carecía. Unirían sus fuerzas. La relación entre ellos es uno de los grandes arcanos (uno de los términos favoritos del Camino) de los kikos. Sus seguidores te explican enseguida que ambos no son pareja. Es cierto, él es el líder. Pero ella no está dispuesta a quedarse sin su minuto de gloria. Es la voz de su conciencia. En público y en privado. Y le machaca a conciencia.
Día 22 mayo de 2008. Parroquia de Santa Catalina Labouré, Madrid. Esta iglesia, inaugurada en 2003 por el cardenal Rouco, resume el ideal estético de Argüello. El que pretende implantar en sus parroquias. "Kiko es un genio", explica Mattia del Prete, uno de los arquitectos del Camino. Mármol blanco, cúpulas doradas, moqueta azul eléctrico, pinturas al fresco del propio Kiko. El altar, en el centro; los bancos, alrededor, y una pequeña piscina para el bautismo por inmersión. Los iconos, el cáliz, la copa del vino, la cruz alzada, las flores sobre la mesa, la funda de orfebería que cubre los evangelios, todo es obra de su mente de artista. No es fácil entrar en sus celebraciones privadas. Son a puerta cerrada. Esta noche, el iniciador se reúne con sus seguidores más antiguos. Van ataviados con túnicas blancas de lino. Menos el periodista. Y Kiko, siempre de negro. Habla durante horas. Sin embargo, dentro de la más pura tradición de las parejas cómicas, sus frases son respondidas, criticadas, incluso ridiculizadas en voz alta por Carmen Hernández, la coiniciadora, sentada a su espalda. Estamos en familia. Nadie parece sorprenderse. Pero las réplicas humorísticas de Carmen durante los actos públicos y la misma rueda de prensa en Roma sonrojan al no prevenido. En un momento dado, Carmen profiere: "Yo digo la verdad y tú te la inventas". Kiko se echa las manos a la cabeza, pone los ojos en blanco, mira al cielo y solicita la misericordia divina. Ella se ríe con socarronería: "Confiesa, Kiko. Lo único que quieres es que los periodistas te hagan la foto. Aquí tenéis a san Kiko".
¿Cómo ha logrado esta singular pareja conseguir tanto poder en la Iglesia católica? El ascenso imparable de los kikos no se puede entender sin dos causas: el crecimiento imparable de sus miembros por la desaforada política demográfica del movimiento (una mujer debe tener todos los hijos que Dios le mande) y por el apoyo incondicional de Juan Pablo II a lo largo de sus 27 años de reinado.
En cualquier celebración de los kikos, durante el tiempo en que relatan sus experiencias vitales, cada interviniente se presenta con su nombre de pila y el número de hijos que ha traído al mundo. "Cuatro, cinco, seis, siete". A medida que el número asciende, un murmullo de aprobación se extiende por los bancos de la iglesia. Cuando un hermano afirma "tengo 10", brotan los aplausos. Según Argüello, los miembros del Camino tienen el promedio más alto de hijos de la cristiandad, "cinco por familia". En 44 años de Camino se han incorporado a las comunidades miles de hijos y nietos de los primeros seguidores. El crecimiento de sus filas ha sido exponencial. Hoy abarrotan sus celebraciones. Después de cada acto multitudinario, con las masas enfervorizadas por la catequesis de Kiko, el iniciador pide vocaciones: "¡Que levanten las manos los hermanos que quieran ir al seminario!". En el fragor del momento, enardecidos, decenas de jóvenes se alistan sin pensarlo. Muchos marcharán por el mundo como predicadores ambulantes financiados por el Camino. Otros se convertirán en sus sacerdotes. Y los obispos, emocionados. ¿Quién le va a negar nada a Kiko?
Juan Pablo II fue el más entusiasta de esos obispos. El primero de ellos. Cuando Karol Wojtyla llega al Vaticano, en 1978, se encuentra las iglesias y los seminarios vacíos, a las órdenes tradicionales (jesuitas, dominicos, franciscanos) coqueteando con la teología de la liberación, y a un clero diocesano anciano y en desbandada. Wojtyla era el resultado de la guerra fría; concebía una Iglesia de resistencia al comunismo. "Y desde el primer momento, su idea es reevangelizar Europa. Y ve que con las órdenes antiguas no puede contar", explica un sacerdote español. "Se encuentra solo. Hay un vacío de espiritualidad, y aparecen providencialmente los nuevos grupos neocon [Opus Dei, Focolares, Comunión y Liberación, San Egidio, los kikos], formados por laicos con una concepción de la Iglesia similar a la suya, y tira de ellos. Y éstos no sólo le llenan los estadios, sino que son un antídoto contra la teología de la liberación y la proliferación de sectas evangelistas en Latinoamérica, y para predicar en los antiguos países comunistas. Y le profesan una fidelidad perruna".
Kiko y Wojtyla son almas gemelas. Quieren reevangelizar la cristiandad. Y son dos antiguos actores aficionados. Conocen la importancia de la imagen. Según relata un monseñor, Carmen y Kiko se trabajan a Juan Pablo II a conciencia. Son maestros en el arte del halago. En cuanto el Papa abre su ventana, llueva o nieve, se encuentra un grupo de kikos con guitarras entonando en su honor. Los kikos cantarán a Wojtyla en cada celebración multitudinaria a la que asista en cualquier rincón del mundo. Cada domingo, Carmen Hernández se encuentra con el Papa mientras visita las parroquias de Roma como obispo de la diócesis. Se convierte en una presencia habitual. Kiko y Carmen llegarán a penetrar en la intimidad del Papa y a compartir cenas privadas. Le hablarán con su crudeza habitual de la situación de la Iglesia. Y le darán informes sobre la fidelidad de los obispos. Previamente, la pareja se ha ganado para su causa al poderoso secretario del Papa, el sacerdote polaco Stanislaw Dziwisz. Cuando éste sea creado cardenal, en 2006, estarán en primera fila, y el nuevo purpurado rodeará fraternalmente a Carmen con el brazo. Ella confirma que siguen siendo muy amigos: "Nos ha invitado a Cracovia y me trata como a una reina. Incluso me invita a marisco".
En 1990, en contra de la opinión de algunos obispos que desconfían de las prácticas del Camino, Juan Pablo II hace pública una carta de reconocimiento que supone su visto bueno a los kikos. En el documento exhorta a los obispos a valorar y ayudar a su obra. En otras palabras, les ordena que le abran las puertas de sus parroquias. Un seguidor del Camino sospecha que la carta fue redactada por el mismo Argüello, que se la dio a firmar al Papa. Era el gran espaldarazo.
El iniciador despliega esa misma estrategia de seducción en la década de los noventa con el episcopado español. Especialmente en Madrid, donde Antonio María Rouco Varela llega al arzobispado en 1994. Por un lado, le halaga y abduce; por otro, le ofrece resultados: el seminario, lleno; las parroquias, activas; plazas abarrotadas, y una parcela importante de poder de cara a Roma. Rouco se entrega con armas y bagajes. Se convertirá en su aliado. Pondrá a su disposición sus finas dotes de canonista en la elaboración de los estatutos (que son redactados entre 1997 y 2002), le permitirá abrir un seminario y le encargará la realización de los frescos de la catedral de Madrid en 2004. En el palacio episcopal de la capital corre un chascarrillo al respecto: "Rouco quiere pasar a la historia como el cardenal que encargó terminar su catedral a un santo". Tampoco hay que olvidar los generosos donativos del Camino al arzobispo para terminar la catedral.
Y sobre todo, Kiko proporcionará a Rouco influencia política. En un encuentro en Roma en octubre de 2007, durante la beatificación de 468 religiosos asesinados en la Guerra Civil, Argüello propondrá al cardenal organizar una gran manifestación en Madrid "en defensa de la familia cristiana". Quedan tres meses escasos para las elecciones generales. Las encuestas dan un empate técnico PP-PSOE. Rouco duda. Le parece precipitado. Kiko le tranquiliza: "Don Antonio, yo le pongo 300.000 kikos en Colón". Rouco accede. El acto se fija el 30 de diciembre. Asisten varios cardenales y 42 obispos.
El supuesto acto religioso se convierte en una manifestación política contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero y sus iniciativas como el matrimonio homosexual o la asignatura de Educación para la Ciudadanía. La tribuna se alza sobre un icono pintado por Argüello. Los organizadores acusan a Zapatero de "romper la familia". El cardenal García-Gasco va más lejos: "El laicismo radical puede llevar a la disolución de la democracia y no respeta la Constitución", brama. Kiko cierra el acto con su guitarra. Y lanza una señal de alarma: "Estos Gobiernos ateos y laicos nos quieren hacer creer que nuestra vida no va a ningún lado. Pero va al cielo".
El Partido Socialista ganará las elecciones el 9 de marzo de 2008. Y el papa Ratzinger toma nota. No quiere líos con el Gobierno español. Presión, la justa.
Con la aprobación de los estatutos del Camino Neocatecumenal el 13 de junio con mínimas modificaciones por parte de la Santa Sede en torno a la peculiar naturaleza del movimiento, su líder, Kiko Argüello, ha logrado todo lo que se propuso hace 44 años. Es uno de los hombres más poderosos de la Iglesia. La cabeza visible de los neoconservadores. Con un millón y medio de seguidores dispuestos a tomar las calles y las parroquias. Un fabricante de familias numerosas, misioneros incondicionales y sacerdotes adeptos que ya comienzan a ascender al obispado. Sin embargo, su relación con el Sumo Pontífice, Benedicto XVI, no tiene la complicidad que disfrutó con Wojtyla. El papa Ratzinger, un eminente teólogo que ya tuvo que bregar con Argüello cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir, el encargado de la ortodoxia, observa con distancia sus andanzas. Y ha preferido repartir parcelas de poder entre las órdenes tradicionales y los neocon. Una de cal y otra de arena. Una línea que comparten ciertos obispos críticos (o celosos) con el auge de Kiko. En esa línea, el Camino Neocatecumenal ya ha tenido problemas con las conferencias episcopales de Israel y Japón por las particulares prácticas litúrgicas y proselitistas de sus miembros. Muchos se preguntan qué será del Camino cuando Argüello, el líder carismático indiscutido, el alma y acuñador de la liturgia y la estética, fallezca sin un heredero. "Nada será lo mismo sin Kiko", dicen.
En ese sentido, un chiste recorre las comunidades del Camino. Argüello está en el lecho de muerte y un grupo de sus seguidores le visita para informarle de que están construyendo un panteón en Galilea para enterrarle como un patriarca. Kiko se incorpora, sonríe con sorna y les contesta: "No os compliquéis la vida, hermanos; para tres días que voy a estar muerto?".
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