Dispuesta a ganar la partida
Lo extraño no es que tenga cada ojo de un color; lo extraño es que puede llorar con uno mientras ríe con el otro. Es entonces cuando se descubre que el equilibrio de un rostro se escapa a razones. Probablemente no existe una belleza comparable a Elena Anaya en el cine español, aunque ella nunca fuese muy consciente de sí misma. O precisamente por eso. La actriz siempre tuvo buena estrella, y también una mezcla de absoluta determinación y total descreimiento. Para el próximo año le espera un póquer de estrenos. Cuatro películas, dos españolas -Hierro y Habitación en Roma- y dos extranjeras -Enemigo público nº 1 y Cairo Time-, que darán cuenta de los registros de una actriz dispuesta a ganar la partida. La niña que debutó en 1996 con África no sólo ha madurado, sino que proclama con un orgullo casi militante que en este mundo que glorifica la juventud, a ella nada le gusta tanto como sentir que, por fuera y por dentro, ha crecido.
"mi único pánico es no saber poner cuerpo, cara, corazón y voz al personajede un director"
"mis párpados no funcionan igual. es difícil explicar qué sientes cuando sólo lloras por un ojo"
"soy fuerte porque no queda otra. aprendes a actuar sin destrozarte por dentro"
Agustín Díaz Yanes, que la ha dirigido en Sin noticias de Dios, Alatriste y Sólo quiero caminar, comparó una vez el idilio con la cámara de Elena Anaya con el de Victoria Abril. "La cámara saca cosas de ella que uno no alcanza a ver en la realidad", apunta el director. "Es una mujer muy interesante, con esa mirada tan especial, esos ojos tan bonitos y tan raros. Su fuerza está en ellos. Puede parecer la más bondadosa o la más turbadora y criminal".
Elena Anaya se crió en Palencia, donde nació en julio de 1975. Una malformación provocada por el fórceps que utilizaron en su parto (que hirió el sistema nervioso simpático) provocó que un ojo fuera verde y el otro marrón. "No, como David Bowie no", corrige ella. "Los míos son como los de Rossy de Palma, que me gusta más".
Se pasó la infancia con un parche en el ojo y subida a un árbol. A la pequeña de tres hermanos siempre le gustó jugar sola. "Llevaba uno de eso parches color carne muy feos, pero mi madre se las ingeniaba para que fueran los parches más bonitos del mundo, me los decoraba con telas y colores. Era increíble. Mi madre me contó que había nacido sin un ojo y que me habían puesto el de otra persona. Ella no sólo no ponía cortapisas a nuestra imaginación, sino que se las arreglaba para multiplicarla. Yo solía subirme a un cerezo que me fascinaba y no me movía de allí, decía que estaba esperando a los elefantes y mi madre no sólo no se cansaba de mi juego, sino que me llevaba la merienda y me preguntaba: ¿y qué tal los elefantes?".
Hija de un ingeniero industrial -"mi padre ponía postes de la luz en todo el mundo", dice con entusiasmo-, sus padres se separaron cuando ella tenía 12 años. "Pero mi sensación no es la de una familia rota, mis padres siempre se han querido y respetado mucho. Como nosotros les queremos y respetamos mucho a ellos. Mi padre es un hombre muy católico y yo hice la primera comunión, pero cuando llegó la confirmación le dije no y fue que no. Es verdad que le hubiera gustado que yo estudiara una carrera, pero siempre me ha apoyado y ha aceptado sin quejarse lo que yo quería".
¿Y qué quería Elena Anaya? "Seguir jugando, por eso quería ser actriz", responde en una cafetería de Madrid con un tono de melancolía que se aleja del de la eterna actriz-niña a la que nos tenía acostumbrados. Entra en el local cargada de bolsas, viaja a Nueva York a la mañana siguiente y acaba de regresar de Málaga. Todo por trabajo. Desde hace unos meses lleva el pelo muy corto y teñido de rubio como si fuera una replicante de Blade runner. "Jamás he mezclado mi vida profesional con la personal, pero tampoco me he escondido por la calle. Cuanto más te tapas, más te miran. Ponte gafas de sol y una gorra y no te dejarán de mirar".
"Me gusta este lugar", dice al referirse a la cafetería HD, en Madrid, que ha sido rehabilitada conservando todo su sabor de los años cincuenta. "Me recuerda a Nebraska, en la Gran Vía; me encantaban todas esas cafeterías maravillosas que ya han desaparecido. Yo llegué a Madrid con 19 años y desde entonces me independicé y me busqué la vida, siempre me he organizado bien. Y siempre me ha gustado mucho la calle". El lugar tiene un público variado: jóvenes trabajando en su ordenador mientras unos jubilados meriendan o un bebé llora. Pide un Bloody Mary y un sándwich, "de esos con aceite de trufa, por favor".
Testaruda. Ése es otro adjetivo que pega con esta actriz. Se deja aconsejar poco en las decisiones sobre su carrera ("tengo una relación maravillosa con mi agente, y somos un equipo, pero siempre decido yo, siempre") y todavía hoy le hierve la sangre al hablar de sus estudios y de cómo la echaron de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) por faltar a clase. "Entiendo que sean estrictos, pero yo faltaba a clase porque estaba rodando una película. No tiene sentido". "La verdad es que lo pasé mal desde la prueba de ingreso. Un profesor me descalificó diciéndome de mala manera que yo sólo era un germen de actriz. Al escuchar aquello, yo le mantuve la mirada, desafiándole. Todavía recuerdo mi enfado". De la RESAD pasó a la escuela de Juan Carlos Corazza, donde se ha formado todos estos años y donde acude cada vez que necesita entrenamiento.
"Cada vez que entro en crisis vuelvo a la escuela. Un actor es un atleta, y el entrenamiento es fundamental para nuestro músculo. Cuando acabo mal después de un rodaje, y me ha ocurrido, con ganas de tirar definitivamente la toalla y dejarlo todo, he vuelto a clase y me he recuperado. La última vez cogimos entre tres un texto de Strindberg y lo trabajamos desde todos los puntos de vista; aquello me reactivó, me hizo volver al origen de este trabajo, a los principios que te hacen actor. Me reconcilié otra vez con lo que hago. Es como un concertista o un deportista, es volver a poner tu cuerpo a punto, volver a lo básico, a los detalles. La expresión es sanadora, movilizar lo que tienes dentro te ayuda a atajar problemas, los coges de la mano y los ahuyentas".
Elena Anaya habla de actores que admira porque son "virtuosos en el laboratorio" y luego habla de la importancia de la propia experiencia. "Te da recursos expresivos, sabes mejor de lo que hablas, es más fácil entender lo que es estar destruida o apasionada por algo".
Anaya estrenará el próximo enero Hierro, la película del madrileño Gabe Ibáñez sobre una madre soltera que pierde a su hijo y que se niega a "aceptar lo inaceptable". En febrero está previsto el estreno de Habitación en Roma, su segundo filme con Julio Medem, tras Lucía y el sexo, que narra el encuentro sexual de dos mujeres en la capital de Italia. "Es la historia de una mujer en crisis, que sale a tomar una copa después de la presentación de un trabajo y acaba en la cama con una rusa. En lugar de una noche de sexo y risas, acaba enamorada". Luego seguirán Enemigo público nº 1, la película francesa en la que interpreta a la primera mujer del criminal Jacques Mesrine, interpretado por Vincent Cassel. Y finalmente, Cairo Time, filme canadiense dirigido por Ruba Nadda y protagonizado por Patricia Clarkson; "es un papel pequeño, pero todos los trabajos son importantes para mí", asegura la actriz, que en 2004 dio el salto a Hollywood con Van Helsin, un filme de vampiros protagonizado por Hugh Jackman que pasó sin pena ni gloria.
"Nunca he sentido: ésta es la mía; ni siquiera lo pensé cuando me eligieron para África o para Familia. Siempre pensaba que era la primera y la última, y de alguna manera me sigue pasando. No es miedo al fracaso, mi único pánico es no cumplir las expectativas de un director, no saber poner cuerpo, cara, corazón y voz a su personaje. Las críticas me pueden halagar o hundir, pero no me dan miedo. Mi único miedo es no estar a la altura durante el rodaje. Lo que ocurra después es otro asunto".
"Hierro' es un drama pero la disfruté mucho", dice en referencia a la ópera prima de Gabe Ibáñez que fue presentada en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes y por la que ganó el premio a la mejor actriz en Sitges. El rodaje de Hierro prácticamente empalmó con el de Habitación en Roma: "Ha sido uno de los rodajes más difíciles de mi vida, con un enorme desgaste físico y emocional. Estar desnuda durante casi toda la película es complicado siempre, aunque el equipo te arrope y cuide. Al final, quitarse las bragas es siempre quitarse las bragas, y una actriz no posa, se entrega a lo que hace y ya está. Ha sido un viaje, uno de esos viajes que como actriz te llevan a lugares que no conocías. Al final, lo importante es cuidarte a ti misma, ser coherente contigo y con tu desnudo. A lo mejor a tu lado está una actriz más potente, pero tú eres así, con tus pelos y tu tamaño. A todas nos gusta salir guapas, pero cuando actúas no puedes pensar en eso".
"Yo soy fuerte porque no me queda otra", asegura la actriz. "Necesito ser fuerte, pero soy de esas personas que se vienen abajo y se hacen vulnerables en un segundo. Me voy de un lado a otro con mucha facilidad. Al principio me quedaba muy tocada con los trabajos. Luego te acostumbras y de igual manera que aprendes a cantar sin destrozarte la voz aprendes a actuar sin destrozarte por dentro. Pero antes era de las que llegaban a casa y se ponían a llorar sin poder parar, y me asustaba. Ahora lo separo de mi vida, ocupo una personalidad que no es la mía y sigo adelante, aunque a estas alturas sé que todo lo que he interpretado forma parte de mí, de mi pasado y de mi historia, de mi expresión como actriz y como mujer. Soy todo lo que he vivido o todo lo que he creído vivir". Elena Anaya se despide con tiempo para preparar la maleta. Es verdad que cuando mira puede parecer la chica más alegre del mundo y también la más triste. "Y si estoy cansada o he bebido algo, se me cierra un ojo y no hay manera de abrirlo. Los párpados no funcionan igual. Supongo que es difícil explicar qué sientes cuando sólo lloras por un ojo. Yo no tengo una explicación. Sólo es así".
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