Un Darwin a la española
Nació pobre y a dos pasos del monte, su tabla de salvación. Lo filma desde hace 22 años. Hoy tiene 49. Ha descubierto especies nuevas, se ha encontrado con otras que sólo se conocían en estado fósil. Ha acercado como nadie su cámara a la naturaleza de Canarias. Nació en Los Realejos, pueblo apartado del norte de Tenerife a los pies de los pinares de Tigaiga, y se llama Pedro Felipe Acosta. "Somos siete hermanos, todos varones. Mi madre buscaba la niña y llegó gemela conmigo, pero murió al nacer. Entonces no teníamos ni luz ni agua en casa...". "Con 13 años, la naturaleza era el patio de mi casa. Me fugaba de las clases de religión para explorarla. En aquellos riscos había gavilanes, búhos, aguilillas". En la exuberante humedad de la selva de laurisilva aprendió a emocionarse con la vida salvaje, adaptarse a su tempo. Con 16 llegó la primera cámara de fotos, "una Zenith muy rudimentaria, regalo de una novia fugaz". Con 17 murió su padre. Tuvo que olvidarse de los estudios en el último curso. Se buscó la vida de camarero, montó un pub. Pero no olvidó la naturaleza. A los 18 recorrió el parque nacional de Doñana. A los 19, con la mili en Zaragoza, el Pirineo aragonés. "El día libre me iba a Huesca a buscar quebrantahuesos. Era chófer de coroneles...". A los 21 se mudó al condado de Kent (Inglaterra) siguiendo a una mujer. Allí se casó, tuvo una niña. Trabajó en un pub y aprendió a hacer cine sin ayuda de nadie. "Veía los mejores documentales de naturaleza del mundo, los ingleses. Y leí mucho, me documenté. En Inglaterra me compré mi primera cámara de cine, una Bolex de cuerda (manual, sin necesidad de baterías). Tenía 27 años cuando me separé. Volví a Tenerife decidido a dedicarme a esto. Dejé atrás a una niña de dos años. Fue como un naufragio. La naturaleza también fue un salvavidas para sobrellevar su ausencia". Edith, veinteañera, es ilustradora. Sigue viviendo en Inglaterra. Pedro se volvió a casar. Hoy tiene dos hijos más, Sergio y Marcos. Sigue viviendo a dos pasos de Tigaiga, inmerso en la producción de su serie más ambiciosa, Canarias, reductos de biodiversidad, que verá la luz en 2009. Combina cine con vídeo de alta definición durante los tres años ininterrumpidos que tiene previstos de rodaje.
Durante los siglos XVIII y XIX, Canarias constituyó un singular laboratorio para naturalistas europeos. Muchos lo patearon con el cuaderno de campo a cuestas, aunque no la máxima figura, Charles Darwin. Pedro Felipe lo tiene claro. "Si Darwin se hubiera quedado en Canarias, habría encontrado más de lo que halló en las Galápagos para su teoría sobre la evolución. No por cantidad, sino por variedad y rareza". Su trabajo, siglo y medio después, parece querer demostrar el error del inglés, que pasó de largo por las islas en su viaje a bordo del Beagle. "En Canarias hay censadas más de 13.300 especies en 7.447 kilómetros cuadrados. Y muchas desconocidas. Desde hace 10 años se descubre una especie nueva cada 6 días. Casi siempre pequeños invertebrados y plantas, pero también lagartos gigantes como el de La Gomera, de más de medio metro de la cabeza a la cola".
Hace unos años, rodando en el macizo de Teno (Tenerife), su equipo descubrió por casualidad un caracol, la canariella. Hasta ese momento sólo se conocía como fósil y sin embargo allí estaba, avanzando lentamente sobre la hojarasca. Otra vez filmó un pequeño insecto cavernícola de la familia de los pececillos de plata. Era una criatura nueva para la ciencia. Lo habían encontrado unos científicos en unas grutas de Gran Canaria. "Hay especies rarísimas como la acrostira, un saltamontes sin alas, antiquísimo, localizado en Tenerife. Algunas son inimaginables, especialmente las que se descubren en cuevas y tubos volcánicos. Por ejemplo, el opilión cavernícola, una araña que parece de porcelana y con patitas como de alambre. Sólo existe en la cueva del Llano (Fuerteventura), y cuando la rodé únicamente se habían encontrado tres ejemplares. No hay más especies de ese género sobre la Tierra". ¿No será que la araña troglodita anda de puntillas para no ser descubierta? "También es única una pequeña mosca verde que parasita el cardo de plata de las cañadas del Teide. Y la cochinilla de la humedad (encontrada en un tubo volcánico de La Palma) está aún pendiente de ser descrita por los científicos".
En la jerga, el hide es el escondrijo desde el que el cineasta filma sin ser visto. El de Pedro suele medir metro y medio cuadrado. Otros se llevan lecturas al agujero. Él nunca. "Lo más importante que me ha enseñado la naturaleza es a ser paciente. Puedo estar horas escondido. Mientras espero el momento, me fijo en los insectos, en el viento que balancea las plantas. Y pienso mucho". Piensa cuando le dejan, porque en unos acantilados de El Hierro, sobre la playa de arena roja de El Verodal, estuvo cerca de 50 horas seguidas sin salir del escondite, su récord. Filmaba el cortejo de unas águilas pescadoras. "No imaginé que pasarían dos días enteros copulando sin parar". Pasa varios meses en la naturaleza hasta que clava el trípode sobre la tierra. "Colocamos los escondrijos cinco meses antes de ocuparlos para acostumbrar al animal, más si es época de cría. En la montaña de Guaza (Tenerife), para filmar de noche al búho chico le pusimos una luz que todas las tardes durante un mes íbamos aumentando gradualmente para acostumbrarlo y poder registrarlo". En los riscos de Famara (norte de Lanzarote) estuvo más de dos años detrás de los halcones de berbería hasta que logró filmarlos.
Compartir y sensibilizar. En estos veinte años de trabajo, Pedro Felipe está siendo testigo excepcional del cambio climático. "He visto desaparecer montañas bajo el cemento. La laurisilva está cada vez más seca. Soy pesimista con respecto al futuro. Hay especies que se adaptan al hombre, pero otras que mueren si el hombre las acorrala". La serie constará de ocho capítulos, pero habrá una versión compacta para el mercado internacional, donde para triunfar, además de calidad visual, se exige drama y espectáculo. ¿Un ejemplo? "Una vez cada año, los llanos amarillos del centro de El Hierro acogen una impresionante explosión demográfica de saltamontes. Surgen millones de repente. Parece el puente de Brooklyn en plena maratón. Es alucinante ver cómo las crías de las gaviotas patiamarillas los regurgitan de tanta comida que les traen sus padres. Esta comida eructada por los pollos es un regalo caído del cielo para los lagartos gigantes. ¡Se vuelven locos!".
Pero para impacto, el de la hubara, ave corredora que habita en jables de Fuerteventura y Lanzarote. "Es el ave más grande de Canarias. El cortejo del macho es alucinante. Se sitúa a pocos metros de la hembra, de repente se infla, dobla la cabeza hacia atrás como si cogiera impulso y echa a correr en círculos a toda prisa. Parece que se ha tomado una pastilla de LSD". La hubara también emite una especie de aullido, así que sólo le falta empuñar el tomahawk para parecer un indio en pleno éxtasis durante una danza tribal. "Es esquiva, miedosa, celosa de su intimidad. Sus baños de arena son un misterio. Nadie ha conseguido filmarlos. Me gustaría hacer un documental único sobre ella. Pero eso tendrá que ser en 2010, cuando acabe esta serie". Esperemos que para entonces el hombre haya permitido a la hubara esperarle.
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