_
_
_
_
Reportaje:REPORTAJE | Intro

Cerrando las heridas de la tortura

Andrea Aguilar

Casi una década antes de que las torturas llevadas a cabo por militares estadounidenses en la cárcel iraquí de Abu Graib saltaran a los titulares en 2004 (aquellas fotos de soldados sonrientes señalando a prisioneros desnudos y humillados) y salpicaran al Gobierno de Estados Unidos, arrancó, al este de Manhattan, un proyecto pionero en el tratamiento de víctimas de este tipo de abusos, que la Administración Obama ha ilegalizado. Se trata del Programa para Supervivientes de Tortura de la Universidad de Nueva York y el hospital Bellevue. Famoso por sus unidades psiquiátricas, Bellevue es el hospital público más antiguo de Estados Unidos. El plano del hospital es laberíntico. Los pasillos conectan una decena de edificios. Hay una comisaría, un parque y hasta una prisión a la que son trasladados los presos cuando sufren una crisis psiquiátrica y no pueden ser atendidos en los centros penitenciarios. En la séptima planta del pabellón C está la decena de despachos donde un equipo de 20 profesionales -ayudados por residentes y becarios- atiende a los pacientes de este programa. En este centro de asistencia para víctimas de tortura no hay divanes, pero sí un mapa del mundo en cada habitación, dibujos infantiles en las paredes y varias máscaras africanas en los despachos.

Visitar un campo de refugiados en Camboya cuando era estudiante cambió la vida del doctor Allen Keller
"Muchos de los pacientes no conocen la psicoterapia y no tienen vocabulario para expresar o entender lo que les pasa"

En total, han sido tratadas 2.210 personas procedentes de más de 80 países que han sufrido abusos físicos y psicológicos. El número de iraquíes, paquistaníes y afganos atendidos es por el momento muy escaso. Cada año, 200 nuevos pacientes son admitidos a este peculiar campo de refugiados en Nueva York. Son inmigrantes que traen consigo una historia de violencia.

A las ocho de la mañana de un día de mayo, el doctor Allen Keller apura su café en el diner del hospital. Este médico, licenciado en Historia, dirige el programa desde su creación. Viste chaqueta gris. Habla rápido y de vez en cuando alza la mirada por encima de las gafas. "La mayoría de los pacientes nos llegan desviados de otras partes del hospital. Para ser admitidos tienen que ser víctimas de tortura o haber sufrido violencia política en sus países", explica. Una serie de entrevistas y exámenes evalúa a los pacientes antes de su admisión. No se admite a soldados estadounidenses porque ellos cuentan con sus propios programas. Tampoco a nadie que no sólo haya padecido, sino también inflingido tortura. Éstos son los llamados perpetradores. La única excepción a esta regla han sido niños soldado.

La lucha de Keller contra la tortura no queda circunscrita a las paredes de Bellevue. La suya es una de las voces médicas que con más fuerza ha denunciado los abusos cometidos por las tropas estadounidenses. "EE UU ha colaborado y perpetrado abusos contra los derechos humanos en el pasado. Centroamérica es un claro ejemplo. Pero todo se hacía de forma secreta, no era algo público que intentaba justificarse", apunta. Ahora las cosas han cambiado. Los llamados "memorandos de la tortura" han demostrado que la simulación de asfixia, mantener a un prisionero despierto durante días y el maltrato físico han sido autorizados por el Gobierno de Estados Unidos, que calificó todo esto como técnicas coercitivas de interrogación. Un eufemismo contra el que Keller carga. "Hablar así, como han hecho Rice y Cheney, es llamar a engaño. Los prisioneros en Guantánamo y Abu Graib fueron brutalmente maltratados". Keller lo sabe de primera mano. Participó en la elaboración de Broken laws, broken lives (Leyes rotas, vidas rotas), el primer informe médico basado en el examen a 12 prisioneros que habían sido puestos en libertad sin cargos.

Esta mañana, un anuncio a toda página en The New York Times enciende al doctor. En él se enuncia que "el uso continuado de la palabra tortura para describir las técnicas de interrogación lleva a pensar erróneamente al mundo que Estados Unidos acepta prácticas de bárbara crueldad"; esto "ayuda a Al Qaeda a reclutar terroristas para futuros ataques". Lo firma Torture Truth Project (Proyecto para la Verdad sobre la Tortura), dejando claro que el Newspeak que George Orwell imaginó en la novela 1984 mantiene plena vigencia y que el debate sobre qué es tortura está vigente 60 años después de que se firmara la Convención de Ginebra. "La idea de que esto sólo se ha hecho con detenidos altamente peligrosos es una tontería. El escenario que pintan parece sacado de la serie 24. La situación límite con la que justifican la tortura es irreal", afirma Keller. "Mantener a un prisionero despierto durante días implica una completa pérdida de control que provoca síntomas somáticos y paranoia. Esto no puede compararse, como se ha hecho, con la falta de sueño que padece un ejecutivo o un candidato a la presidencia".

El compromiso de Keller con la defensa de los derechos humanos se remonta a sus días de estudiante. En su segundo año en la Facultad de Medicina visitó un campo de refugiados en Camboya. Aquello cambió su vida. Comprendió la importancia de un tratamiento multidisciplinar para lidiar con estos traumas. "La tortura produce una interconexión entre lo físico, lo psicológico y lo social", explica. El programa que fundó en Bellevue es único en gran parte porque ataca todos estos frentes. Los pacientes reciben asesoramiento legal, atención médica y asistencia en temas sociales como la búsqueda de alojamiento o de empleo.

Adeeb Yousif llegó a Nueva York procedente de Sudán hace apenas un año. "Llegué con mi traje africano; aquí me dieron ropa y hasta una tarjeta de metro". Hoy, este activista de 33 años lleva una blazer azul marino y una camisa blanca impoluta. Sonríe al explicar que el programa de Bellevue le arregló los dientes. "Llevaba dos años con un terrible dolor de muelas". También le ayudaron a sanar las heridas psicológicas que trajo y a reconciliarse con su historia. Adeeb fundó en 2001 la organización Sudan Social para ayudar en Darfur. Buscaban comida y recursos para los desplazados. Trabajaba con agencias de la ONU y con la Cruz Roja.

En 2003, cuando los conflictos estallaron, documentó los disturbios y abusos y compiló un informe. En 2004 le detuvieron y torturaron durante siete meses. Las organizaciones humanitarias con las que trabajaba presionaron para que fuera puesto en libertad. En 2007 regresó a Darfur y finalmente tuvo que huir. El presidente de Sudán ha cerrado su organización, pero él sigue fiel a su causa. "Mi objetivo es trabajar muy duro y lograr una paz duradera en Darfur. Quiero implicarme en el proceso político y ayudar a mi gente. En países como el mío, los derechos humanos y la política no pueden separarse, van de la mano".

La lucha política también es un pilar fundamental para Kalsang Gamstol, el segundo tibetano en unirse a este programa en 1998. Aquí le ayudaron a obtener asilo político y un empleo en la sede de la Reserva Federal en Nueva Jersey. Y aquí vino a buscar consuelo cuando le informaron de la muerte de su hermano. "Le torturaron y le mataron. Mi arma es la verdad y la verdad. No soy un terrorista". Gracias a una abogada estadounidense, Kalsang consiguió ir a Madrid el pasado abril y abrir una causa ante el juez Santiago Pedraz contra ocho líderes chinos en Tíbet.

De pequeño quería ser monje. El desempleo y la falta de oportunidades le llevaron a la política. "Una vez que te conviertes en sospechoso, te obligan a presentarte constantemente en la comisaría, te pegan palizas con regularidad, sin motivo. Y así no encuentran ni la información ni los motivos que llevan a la gente a resistir", explica. Decidió escapar.

"Los tibetanos tenemos una forma distinta de hacer frente a las cosas. Contenemos todo dentro", explica Kalsang. El programa les ayuda a poner nombre a su ansiedad y sufrimiento. "Muchos de los pacientes no conocen la psicoterapia y no tienen vocabulario para expresar o entender lo que les pasa", apunta la doctora en Psicología Forense, la española Virginia Barber, que ha dirigido la terapia de un grupo de tibetanos durante su trabajo como residente en el programa.

"Hay mucha variabilidad en las reacciones. Algunos quieren hablar de lo que está pasando en sus países y otros presentan una disociación absoluta; hablan de lo que les ha ocurrido con total frialdad", explica el psicólogo Hawthorne Smith, codirector del programa. La falta de reconocimiento de la tortura como un problema de primer orden es, según este médico, uno de los principales retos del programa. "Se calcula que hay cerca de un millón de inmigrantes en EE UU que han sido torturados. Un tercio de los cuales llega a NY. Es decir, nunca sabes qué le ha pasado al conductor de tu taxi o a la persona que limpia tu casa", señala. "En la guerra de Irak, el Gobierno ha violado los derechos humanos de mucha gente. Y esto es un asunto fundamental no sólo para nuestros pacientes. La tortura se justifica apelando a la situación límite, a la bomba que está a punto de estallar, pero la realidad es que no existe ninguna evidencia fáctica que demuestre que estos abusos sirvan para obtener información veraz".

Este doctor dirige el grupo de terapia de africanos desde hace 14 años. "Este grupo francófono funciona como una especie de familia espiritual. Hay gente de 21 países, cristianos, musulmanes, diplomáticos y trabajadores, todos al mismo nivel. Y no hace falta hablar del trauma; a lo mejor sólo se trata de hablar sobre los problemas cotidianos", dice.

Martine Edjuku Yes se refiere con entusiasmo a estas sesiones. "Hablar resultó ser la mejor medicina del mundo. A lo largo de mi vida acabé por desarrollar mucho miedo y desconfianza". Una organización católica le ayudó a salir de Kinshasa en 2005. Se topó con Bellevue mientras buscaba un abogado. Ahora estudia para obtener un diploma como asistente médica. "Estoy experimentando la libertad por primera vez. Esto tampoco es el paraíso, pero si conoces tus derechos, te respetan. En Congo no tienes derechos de ningún tipo".

John Wilkinson coordina todo el área de atención social y se encarga de asesorar legalmente a los pacientes. El programa de Bellevue tiene uno de los índices más altos de EE UU en la obtención de asilo político. "Las evaluaciones psicológicas y médicas a menudo juegan un papel muy importante en este proceso", apunta Wilkinson.

La mayoría de los pacientes tratados en el programa en el último año padece de síndrome de estrés postraumático (42%), depresión (72%) y ansiedad (81%). La tortura también causa problemas de identidad. Esto es especialmente cierto en el caso de los pacientes que han sido torturados por su orientación sexual. La doctora Maile O'Hara trata a los cerca de 40 pacientes homosexuales ligados al programa. "Un porcentaje significativo de la población gay en todo el mundo ha padecido violencia, pero para ser aceptado en el programa tiene que tener una connotación oficial, tiene que haber alguna conexión militar o política", matiza. "En algunos casos, esto hace que internalicen una homofobia que les enfrenta a sí mismos".

En Bellevue han comprobado que no todos los pacientes desarrollan los mismos síntomas. "La pregunta de fondo es qué es lo que hace que algunas personas sean más resistentes, y otras, más vulnerables. A veces, las herramientas de diagnóstico que tenemos no bastan", dice Asher Aladjem, el psiquiatra jefe del programa. El objetivo final, explica, es que los pacientes logren salir adelante. Y cuando llegan a Bellevue ya tienen mucho camino andado. "Me llena de admiración que esta gente logre llegar hasta aquí desde las montañas del Tíbet, que logren encontrar el camino por las calles de Manhattan y sepan navegar en el sistema", dice Aladjem. Uno de los mayores retos a los que él se ha enfrentado ha sido tratar a gente que ha sido torturada por psiquiatras. "Ahí tienes que plantearte cómo reconstruyes su confianza". Él, más allá de las sesiones con sus pacientes, batalla para que los médicos que han participado en las torturas de Guantánamo y Abu Graib pierdan sus licencias. "Se trata de sacar la tortura del armario".

El deportista centroafricano E. J. fue torturado. Ahora prefiere mantener el anonimato
El deportista centroafricano E. J. fue torturado. Ahora prefiere mantener el anonimatoLorena Ros

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_