Javier Marías, Escribir para ver
Polemista y genial, Javier Marías, uno de nuestros grandes escritores, publica la novela con la que pone el punto final a su ambiciosa trilogía 'Tu rostro mañana', una ficción que llega a parecerse a la realidad y que le ha dejado exhausto. Escribir es su refugio y una forma de observar la realidad.
Javier Marías nació en Madrid en 1951 y sigue pareciendo aquel joven que cuando tenía 19 años publicó su primera novela, Los dominios del lobo. Han pasado muchos años, han venido las canas y muchos más libros; él se ha convertido en un articulista afamado y polémico, algunos libros suyos han dado saltos increíbles en las listas de éxitos internacionales, y fue muy famosa aquella apuesta que hizo por él y por Corazón tan blanco el crítico más importante de Europa, el alemán Reich Ranicki. Ha pasado todo eso, e incluso le han hecho miembro de la Academia, a la que él nunca quiso acceder hasta que muriera su padre, Julián Marías, y esa muerte ocurrió en el invierno de 2005. Pero Javier Marías sigue despertando en persona esa sensación de que uno se halla ante un adolescente sensato que coleccionó soldados de plomo y que ahora colecciona libros y películas, y que tiene la imaginación y la mente y la cabeza y la casa llena de ficciones que su maestría, la que demuestra en sus libros y sobre todo en la última novela de su trilogía, Tu rostro mañana, convierte en historias que traspasan la ficción para parecer verdaderas, tangibles. Parece un adolescente todavía, pero sólo un escritor muy maduro puede sentarse ante la máquina de escribir ?nada de ordenadores, sólo en la máquina de escribir? y lograr con esa maestría una ficción que de pronto te asalta como si fuera un relato de la realidad. Hay momentos en esa trilogía, y sobre todo en este volumen, Verano y sombra y adiós, en que la ficción parece tan vívida y tan real que te dan ganas de acudir en auxilio del protagonista, que uno siempre cree que es el propio Marías, y que no es Marías para nada, para proponerle salidas al embrollo en el que está metido, para ayudarle a transitar por el Madrid peligroso en que Jacobo Deza (el personaje de la ficción) se introduce como si quisiera vivir dentro de una madeja o de un laberinto.
"Todo lo que hay en el libro está en mi cabeza, aunque tuve que buscar unas citas y vi que mi memoria no daba tanto de sí"
"Gran parte de la sociedad ha perdido mucha capacidad moral, y el todo vale se ha impuesto en la vida española"
"Después del esfuerzo y del tiempo empleado, creo que sí, que esta es mi mejor novela, la más ambiciosa"
Así que cuando uno entra en esta casa grande en la que vive el Marías de verdad, ve los manuscritos corregidos que llenan una caja grande y repleta, y se sienta en medio de esta luz melocotón de la que hablaba la maestra Soledad Alameda en la entrevista con la que se saludó (en EPS) la salida del segundo tomo de Tu rostro mañana, uno vuelve a imaginar que Marías es Deza, que trabajó en el servicio secreto británico, que se separó de una mujer que se llama Luisa y que persiguió, con las armas (el veneno) que le dieron en aquella agencia de espionaje, a un enemigo muy encarnizado que tuvo.
Y claro que no: Marías es Javier Marías, una persona educada y solícita que regala a sus amigos incluso aquello que él quisiera quedarse; que ha sido hecho rey de una isla llamada Redonda, en la que no tiene súbditos, y que es hoy día uno de los grandes escritores de este país y de Europa. Vive en esta casa, se levanta tarde, tiene el contestador telefónico siempre conectado ?en el que su propia voz dice un mensaje que se parece al título de su última entrega ("? y, y? adiós")?; es un hombre metódico, muy trabajador, muy ensimismado, pero hablador; si le preguntas, habla. No se puede uno imaginar las horas y horas y horas de silencio que hay detrás de esta obra y de tantas obras que el antes joven Marías (así le llamaba Juan Benet, don Juan, uno de sus grandes amigos, un referente inolvidable) ha ido haciendo en una mesa como esta que ahora está llena de objetos y de libros viejos o recientes, en la que, sin embargo, no hay prácticamente ninguna nota sobre lo que ha ido escribiendo. La respuesta es simple: todo está en esta cabeza que ahora pasa a responder, hablando a media voz, como habla Javier Marías, las preguntas que nosotros le hacemos mientras cae sobre este lugar de Madrid la última luz de septiembre.
Mientras hablábamos le llegaron los dos primeros ejemplares de este último tomo ?"mi mejor novela"?. Se interrumpió la conversación; Marías estaba radiante, feliz, pero sobrio. Relajado, tranquilo, el novelista habla de su esfuerzo, el último, dice, de estas dimensiones.
'Veneno y sombra y adiós'. Es un libro que requiere mucha inteligencia para ser escrito, imagine cuánta hace falta para leerlo. ¿Cómo nace un libro así?
Estamos hablando del tercer volumen, el más largo de los tres; sin duda el más extenso y el que más trabajo me ha dado. La verdad es que es un libro, como todos los míos, que no está planeado de antemano. Cuando empecé a escribir el primer volumen preveía que iba a ser una novela extensa, pero de ningún modo tanto como ha resultado ser. Así que cuando lo publiqué anuncié que iba a haber un segundo volumen, pero de ningún modo pensaba entonces que pudiera haber un tercero, y aquí está. Fue cuando ya avanzaba en el segundo tomo cuando entendí que seguramente sería necesario un tercero. La ambición del libro surge del mismo libro. No de mi intención.
Así que el libro le va conduciendo.
No, a mí no. No acepto eso de que los libros le vayan conduciendo a uno o que los personajes se rebelen frente a la voluntad del escritor. Uno conduce el libro, faltaría más. Uno improvisa, uno decide. Tú decides siempre. A mí lo que más me gusta del acto de escribir es el proceso de averiguación. Yo averiguo la novela que estoy escribiendo y sólo la entiendo cuando la he terminado. Los dos primeros volúmenes, que fueron publicados en 2002 y 2004, fueron saludados con mucha generosidad también en el extranjero, sobre todo por la crítica anglosajona, y yo me decía: "Pero si no he acabado la novela. Son muy generosos, pero están leyendo una cosa aún incompleta. No se puede juzgar hasta que se haya acabado del todo".
¿Y le enseñaron algo, le advirtieron sobre algo de lo que estaba escribiendo?
Cuando salió el primer volumen decidí que no iba a leer ninguna crítica, y más o menos lo cumplí. Cuando se publicó el segundo volumen, y el tercero iba bastante adelantado, leí algunas críticas extranjeras. Me suelo fijar bastante más en lo que dicen en el extranjero simplemente porque fuera no te conocen y no hay elementos espurios, prejuicios, o posjuicios. En ese sentido, esas críticas me animaron. Hubo una o dos que fueron negativas. Una me hizo mucha gracia porque decía algo así como: "Yo, más o menos, preveo cómo va a seguir el libro?". Y pensé: ¡qué suerte, yo todavía no lo sé!
Esa indagación, esa averiguación que hace para seguir el libro, constituye también un estilo, ¿no? El lector averigua al tiempo que averigua el escritor.
Creo que el escritor, por el mero hecho de estar utilizando palabras, por estar contando una historia, conviene que escriba con inteligencia. Hay gente que me ha dicho que mis libros son complejos, pero que yo hago todo el trabajo. Es decir, que no exijo ningún gran esfuerzo por parte de los lectores. Creo que el lector puede seguir perfectamente el proceso del libro sin tener que poner demasiado de su parte.
¿Y cuál es el chispazo de una historia así, en la que no sólo hay ficción, sino realidad, y éstas se juntan hasta que uno cree que usted habla de algo que le sucedió? ¿Cómo nace Jacobo Deza, el personaje del libro?
Jacobo, en realidad, nació hace dieciocho años. Es el narrador de Todas las almas. Y aunque esta última novela se puede leer independientemente de Todas las almas, no deja de ser el mismo personaje con muchos más años. ¿El chispazo? Ésta es una cuestión delicada; hace algunos años no hubiera podido abordarla en público porque una de las personas claves de la historia vivía aún, era sir Peter Russell. Un gran amigo mío. Era profesor, catedrático, un gran hispanista de la Universidad de Oxford. Y aunque a él no le gustaba hablar de eso, trabajó para el servicio secreto durante la guerra. Y la verdad es que tengo conocimiento directo, de primera mano, de algunas cosas relacionadas con el servicio secreto inglés. Recuerdo que sir Peter Russell decía que nunca contaría en vida nada de lo que había hecho o dejado de hacer porque no estaba dispuesto a ser pasto de dominicales. ¡Y aquí estoy, hablando de eso para un dominical! Además me dijo, y eso está reflejado en la novela, en el personaje que le corresponde, que oficialmente no tenía autorización para contar lo que había hecho setenta años atrás. Evidentemente, a partir de estos datos que conozco se produce una fabulación por mi parte. Y luego hay otro elemento que, en mis últimas seis novelas, aparece constantemente, y es un narrador que ha renunciado a su propia voz. Es un intérprete de vidas, un espía que tiene una cierta facultad para saber qué se puede esperar de las personas, sobre todo de las más cercanas, que son las que más daño nos pueden hacer.
El que es capaz de saber qué puede ser 'tu rostro mañana'.
Exactamente. En este volumen es donde más se encuentra ese personaje capaz de encontrarse con lo que será el rostro mañana. Ese personaje con esa facultad es la primera chispa, por decirlo así. En este tercer volumen también se explica cómo afectó la caída del muro de Berlín al servicio secreto británico y a los servicios secretos de otros países. Hubo mucha gente que perdió su trabajo, y muchas cosas cambiaron radicalmente. Durante diez u once años, muchos agentes secretos empezaron a ofrecer sus servicios a empresas privadas, y, por tanto, empezaron a tener otros clientes, los que en la novela se llaman "particulares-particulares". Ya no estaban trabajando sólo para el Estado.
Todo novelista debiera tener ese don de adivinación. ¿En qué grado se ha sentido usted intérprete de los rostros que ha ido conociendo?
En el fondo es lo que intentamos hacer todos, sobre todo en las personas que mejor conocemos. Conrad decía que escribía sobre todo para que la gente viera. Era el mismo afán que tenía cuando era marino. Lo peor que le podía pasar a un marinero era no ver. Yo escribo para que la gente vea. A veces ocurre que cuando más interés tenemos en ver, vemos menos. Al narrador de esta novela le pasa que cuando más falla a la hora de interpretar es cuando está mirando a las personas más cercanas.
En su novela, esa sensación de interpretar, de ver, de intuir, de creer, se produce de forma casi física, no sólo anímica.
Casi todos tenemos el empeño de creer. Lo que no se puede hacer es ir por la vida lleno de desconfianza. Hay que ir con buena fe, a pesar de todo. Queremos creer. Si alguien me dice algo que me parece bien, y es inteligente y noble, en ese momento lo último que quiero es desconfiar. Todos tenemos esa especie de optimismo que nos lleva a pensar que no nos van a engañar por sistema.
Los dos personajes mayores de la novela, Wheeler y el padre de Deza, dicen que las cosas van a ir a peor en el mundo.
Esos personajes están inspirados en personajes reales. El padre del narrador es mi padre, y Wheeler es sir Peter Russell. A ambos, ya viejos, les oí decir: "No sabes lo deprimente que es vivir en una época de decadencia cuando uno ha conocido otras épocas". Los que hemos nacido alrededor de 1950 hemos conocido épocas de las que ya no queda rastro, y también podemos decir eso.
El padre de Jacobo, en la ficción, dice: "Es triste asistir a una época de tontuna en todas partes". Y lo que dice Wheeler es: "La mayoría de la gente es tonta, tonta, frívola y crédula. No sabes hasta qué punto. Una permanente hoja en blanco sin la menor huella ni resistencia".
Yo creo que pasa más ahora que en otros tiempos. El grueso de la gente me ha dado la impresión de que ha renunciado a saber. Quizá el cúmulo de información es tan monstruoso que resulta engañoso. La gente confunde la información con el saber, y está, en general, cómoda con esa ignorancia profunda. Una de las cosas que decía mi padre era: "Creo que el hombre se está convirtiendo en un ser primitivo con mucha información". Y pienso que tenía razón. Se ha renunciado a la educación, a la cortesía. Hay muchas cosas que hacen que éste sea un mundo muy distinto.
En el libro alude usted al fenómeno de la telebasura, y a la gente que quiere aparecer a toda cosa en los medios.
Hay un grado de exhibicionismo que me llama mucho la atención. Se ha perdido en gran parte el pudor. Se ha perdido la distinción entre lo que se puede decir públicamente y lo que se puede decir en privado. Hoy ser hipócrita está mal visto, pero hay un mínimo de educación en el hecho de ser hipócrita. Se ha ido muy a favor de la transparencia, todo tiene que ser transparente, y todo el mundo ha acabado hablando de cosas que deberían dar vergüenza.
En el libro aparece también un fenómeno de la guerra mundial: la apelación al silencio, a que no se cuente nada por miedo al uso que de lo que se dice haga el enemigo. Es mejor no contar nada.
Sí, es la primera frase del primer volumen. No debería uno contar nunca nada? Y a medida que avanzó el libro me fui dando cuenta de que en él hablaba de todo, como en éste. Es lo que yo decía: la ambición del libro la va imponiendo el propio libro, mientras se hace. Me di cuenta de que es un libro que aspira a hablar de todo. Se habla de la guerra, de los tiempos de paz, de la violencia de género, del miedo, del Estado, y del patriotismo, si me apura. También es una novela amorosa, sobre la añoranza, sobre la culpa. Y fue haciéndose así, tal como se lee. Yo no trabajo con ordenador. Todo lo que hay está en mi cabeza. Hay algunas citas, de Eliot, de Rilke, que funcionan como un fondo musical; ésas no me las sabía, había que buscarlas, me di cuenta de que mi memoria no daba tanto de sí.
El capítulo 'Veneno' de esta última entrega es muy intrigante. Se habla en él de las cloacas del Estado, y eso le permite hablar de la policía, de lo que hace el Estado para defenderse. Se habla de mucho de lo que ha sucedido en democracia en nuestro propio país. ¿Cómo llegan esos asuntos al proceso de elaboración de la novela?
Las sociedades actuales exigen transparencia, que se sepa todo. Y creo que eso es erróneo. El Estado ha hecho cosas delictivas, y eso lo sabemos todos. Todos los Estados lo hacen. Pero en esa exigencia de transparencia hay un elemento de hipocresía. Lo normal es que la gente quiera creer que el Estado no hace nada, y hace muchísimas cosas. Y ahora también pasa que siempre que ocurre algo, un accidente, por ejemplo, lo que primero se hace es buscar culpables o responsables, no se acepta el azar. Y eso responde a una soberbia enorme por parte del ser humano. Todos nos podemos equivocar. Yo puedo cometer una falta de ortografía, u otras equivocaciones, todo el mundo está expuesto a equivocarse. En cuanto a los Estados, todos tienen las manos manchadas. Siempre, de siempre. A nadie le puede caber duda de eso. Lo que pasa es que se prefiere ignorar. Wheeler dice en el libro qué cosas hicieron los buenos durante la guerra, e hicieron cosas atroces, que se negaron siempre. El tiempo de paz suele juzgar el tiempo de guerra. Y eso es una injusticia, porque esos tiempos se excluyen.
Cuando Jacobo vuelve a España, a resolver algunos asuntos, reflexiona sobre el envilecimiento de su país, pero se enfada si de eso le habla un extranjero. ¿Envilecimiento? ¿Lo ve usted así?
Ahora mismo vivimos en un tiempo en el cual, para empezar, hay una clase política que da la impresión de no tener escrúpulos, o de tener muy pocos. Tengo la sensación de que lo que hacen los políticos no es lo que más interesa a los ciudadanos. Se dedican a hacer extraños negocios, recalificaciones, se ven continuos casos de corrupción. Tenemos, además, una prensa que en líneas generales es muy venenosa. La lucha contra la calumnia es una tarea imposible. Hay una especie de actitud de combate feroz y sin escrúpulos. Gran parte de la sociedad ha perdido mucha capacidad moral. El todo vale se ha impuesto. Y todo eso está en la sociedad española.
¿Y el mundo que se corresponde con el suyo? En algún momento, el protagonista de su libro habla de "esa plaga" refiriéndose a los escritores.
Bueno, lo dice el narrador. Creo que en la literatura española persiste uno de los lastres tradicionales, la zafiedad y la cursilería. Es algo llamativo, porque eso no lo tiene en absoluto Cervantes.
Este libro incluye muchos asuntos que usted ha tratado en sus artículos; en EPS, por ejemplo. ¿Qué le ha dado a usted como novelista este trabajo periodístico?
Tengo que decir que no mucho. Hay una diferencia muy grande entre mis columnas periodísticas y mis novelas. Siempre digo que cuando escribo un artículo lo hago como ciudadano. Cuando escribo una novela, el ciudadano desaparece. En una novela se puede ser salvaje. En un artículo nunca haría afirmaciones como las que hago en mi novela. En un artículo te estás haciendo responsable, y el sentido de la responsabilidad, en la novela desaparece.
¿Cuánto hay de no ficción en esas páginas de Jacobo con su padre?
Hay bastante, pero no todas las cosas que dice el padre las ha dicho mi padre. Hay dos conversaciones con el padre del protagonista, Jacobo Deza. En una de ellas le dice al hijo que tiene la seguridad de no haber dicho nada que hiciera daño a nadie. Otra cosa que dice es que está seguro de no haber matado a nadie durante la guerra, en el frente. Tiene la seguridad, pero no quiere decir que no lo hubiera hecho. Ahí sí que hay algo de autobiográfico. Ha habido algo extraño en esta novela; yo no podía haberla escrito si ellos no me hubieran permitido, Wheeler y mi padre, que usara en ella sus biografías. Por eso está dividida en partes, para que ambos la vieran. Y logré que vieran y leyeran, en parte, los dos primeros volúmenes; murieron ambos cuando estaba escribiendo el tercero, y he tenido la sensación de tenerlos conmigo, vivos, hablando.
Es un homenaje.
Sí, un homenaje y una utilización consentida. Este libro no podría haber existido si ellos no me hubieran prestado sus biografías o sus personalidades.
¿Cómo se sintió escribiendo esos capítulos, particularmente?
La verdad es que me costaron especialmente. No soy una persona que se emocione mucho mientras escribe. El escritor no se debe emocionar, sino buscar la emoción del lector. Debo decir que me fueron muy costosos. Me entristecieron y sí que me emocioné. Sin embargo, esas dos conversaciones, incluso la muerte de esos dos personajes, creo que están hechos con mucha sobriedad. No son lacrimógenas. Me dio pena y a la vez me dio consuelo.
Entiendo que sir Peter Russell se divirtió mucho leyendo su parte. ¿Y su padre, qué le dijo?
Mi padre era muy escueto con sus comentarios sobre lo que yo hacía. Creo entender que le gustó mucho, pero a mí me dijo: "Está bien". Solamente recuerdo que cuando le leí la parte donde relato la delación de la que fue objeto al acabar la guerra, por parte de un amigo suyo, me dijo que él nunca había nombrado a ese personaje. Y yo sí lo nombro, es mi derecho.
Cuando uno escribe sobre algo tan cercano, ¿escribir no le cambia?
Creo que no. El escritor debe diferenciarse del ciudadano. Si te has pasado el día escribiendo y sales a cenar, no sales con el escritor encima. Hay que dejarlo en casa. Cuanto más escribo, más raro, más absurdo me parece. Cuantos más libros escribo, menos entiendo cómo los hago. A veces hago una página al día, o dos. Y no todos los días puedo escribir. En mi agenda anoto cuando me interrumpo y cuando reanudo los libros. Una de las primeras personas que leyó el libro me preguntó qué estaba escribiendo yo cuando mi padre murió. Le dije que estaba en la página 112 del manuscrito, y era el 8 de diciembre de 2005; y veo que la 123 la escribí el 28 de diciembre. Y me dijo: "Pues no se nota nada". El escritor tiene que estar en una realidad paralela. Cuando uno está muy afectado no escribe. Y eso hago: cuando estuve muy afectado, pues no escribía.
¿Y qué hace entonces?
Leo más. Una de las cosas que se ha llevado este libro es la posibilidad de leer. Desde hace siete u ocho años he leído muy poco. Cuando uno está trabajando a lo largo de tanto tiempo necesita creer que es el único que existe.
Después de un esfuerzo como este que ha hecho, ¿qué queda dentro?
Queda mucho, pero tengo la sensación de que no voy a escribir más novelas. Desde luego lo que sí sé es que no voy a hacer ya nada de dimensiones equivalentes. El mero hecho de haberlo terminado ya es apabullante para mí, 1.600 páginas. Tengo la sensación de haber dicho todo lo que tengo que decir en el campo de la novela. Si alguien me pregunta: ¿y ahora qué?, le diría: "Nada. A descansar". Después del esfuerzo y del tiempo empleado no me queda más remedio que pensar que sí, que es mi mejor novela. La más ambiciosa, sin duda. Creo que sí, es mi mejor novela.
¿Qué quiere decir cuando afirma que ya lo ha dicho todo en el campo de la novela?
Ahora mismo, la sola idea de crear otro mundo distinto de éste me parece imposible. Por primera vez en mi larga carrera, cuando acabé el segundo volumen y descansé un poco me sentí incómodo. He sentido la ficción como un verdadero refugio. Por eso me atrevo a decir ahora que los que escribimos no podemos concebir una mejor manera de vivir.
El personaje de su libro hace un regreso melancólico a Madrid, y recorre calles en las que un lector, y a mí me ha pasado, ha creído verle a usted mismo. Ha logrado usted una ficción muy real.
La ficción está en todas partes, está aquí mismo, en esta habitación. No hay más que mirar alrededor del cuarto. Todo puede ficcionalizarse. Basta con aplicar la mirada ficticia. Hay una mirada de la imaginación. La gente carece de imaginación, y no me refiero a la invención de mundos raros, a monstruos. Lo que quiero decir es que la gente, aparte de vivir cosas, tiene capacidad para vivir más con la imaginación y hacer historias con ello.
Vayamos a la realidad. ¿Cómo se siente en este país en este momento?
Yo no me siento muy cómodo en este país. Me he sentido un poco extranjero, como si fuera un falso español, y yo nací en Chamberí. De niño viví en Estados Unidos, pero siempre me he sentido un poco ajeno. A veces me desespero. Hay una mala leche excesiva, una saña, una zafiedad. Hay a menudo una especie de odio a lo inteligente, y a lo reflexionado, y a lo sentido. Hay una difícil aceptación de lo distinto. Ahora, por ejemplo, me he quedado un poco estupefacto: ha muerto un futbolista, Antonio Puerta, muy joven; una muerte terrible, está claro, todos estamos de acuerdo. Pero que los telediarios abran con esa noticia un día, y otro, y otro; que se haya criticado al Barcelona porque ha sido el único equipo normal, que se ha puesto el uniforme del luto, pero que no haya cancelado el partido? Hay una especie de mandamiento: alguien dice "esto tiene que ser así", y todo el mundo a cumplir. Éste es un país con una enorme vocación totalitaria, que todo sea como alguien quiere que sea.
Así habla usted en sus columnas. Sus columnas crean opinión y también conflicto.
No lo intento. Lo que sí hago es decir lo que opino y no callarme las cosas que me parece que están muy mal. Hay gente que lo agradece mucho. Una de las peores cosas que tiene el ser columnista es la sensación de fracaso permanente, y eso no ocurre con la literatura. Digo esto, digo lo otro, y al final uno no ve que lo que escribe sirva para algo.
Hoy le he encontrado muy bien, muy contento, como cuando Sol Alameda le vino a ver, en una ocasión parecida. ¿Cómo se encuentra, cuál es su estado de ánimo?
Estoy contento en general, de haber hecho este libro, de haberlo terminado. El libro ahora tendrá verdadera vida. Eso es bueno y es malo. Ha habido momentos de desfallecimiento, de desconcierto. Ahora gustará o no, tendrá buena vida o mala vida. Pero el hecho de haberlo acabado me deja contento, sí.
¿Qué es lo que le pone contento, en general?
Estar con las personas que más quiero y con las que más me río. Y agradezco enormemente a las personas que me hacen reír y que ríen. Me pone contento ver películas, escuchar música. Me pone contento pasear, ver partidos de fútbol buenos.
Ponga en práctica la capacidad de su personaje. ¿Quién tiene cara de ganar la Liga?
Acabamos de empezar. Aún es pronto para decidir.
¿El Madrid, su equipo?
Es pronto, y además me encuentra en un tiempo de indiferencia. Ya veremos qué hace.
'Veneno y sombra y adiós', de Javier Marías, el último volumen de su trilogía 'Tu rostro mañana', sale a la venta, publicado por Alfaguara, mañana lunes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.