_
_
_
_
Reportaje:

Con Conrad por el río Congo

Cuando hablamos de grandes novelas del siglo XX, nadie pone en cuestión que El corazón de las tinieblas, obra de Joseph Conrad, es una de ellas. Y no sólo porque se trate de una novela moderna, entendida como una forma de contar alejada del estilo detallista y a menudo notarial de una buena parte de la narrativa del XIX, sino porque trata de indagar en los rincones más oscuros del alma humana y juega con la realidad como si fuera una metáfora poética. En el siglo de Freud, a la novelística se le exigía un esfuerzo creativo, tan psicológico como a veces ontológico, que la situase a la altura de su tiempo y que la apartase de la tarea simplemente descriptiva. Conrad cumplió sobradamente con ese reto, más que en ninguna otra obra, en su novela El corazón de las tinieblas, una historia que se reedita ahora ilustrada por el pintor Ángel Mateo Charris.

"Navegando por el río Congo, dejé de ser un animal para convertirme en escritor"
"Aquellas grandes soledades se abrían ante nosotros... Penetrábamos más y más en la espesura del corazón de las tinieblas"
Más información
Ángel Mateo Charris ilustra el horror

Conrad, nacido en la actual Ucrania en 1857 y afincado en Inglaterra, era un joven marino cuando en junio de 1890 llegó al Congo. Todavía no había publicado ningún libro, aunque en su equipaje llevaba los primeros capítulos manuscritos de una novela, La locura de Almayer. Durante los años anteriores había navegado en buques mercantes, como oficial y como capitán, por los mares del Sur, pero su mayor deseo, que alentó desde niño, era viajar a África. Después de mover numerosas influencias, logró al fin ser contratado para comandar un vapor, el Roi des Belges, por la compañía que explotaba las riquezas del Estado Libre del Congo, y su primera misión consistió en viajar río Congo arriba, desde Leopoldoville (hoy Kinshasa) en dirección a Stanleyville (hoy Kisangani), para recoger en una lejana estación del río a un agente de la compañía gravemente enfermo.

La experiencia no fue muy grata para el futuro novelista. Contrajo la malaria y la disentería durante la travesía, y hubo de delegar en su primer oficial el mando del vapor mientras permanecía enfermo en su camarote. Pero sus males no le impidieron ver lo que sucedía a su alrededor: el trato inhumano que recibían los nativos a manos de los agentes de la compañía, desde la tortura hasta las amputaciones y la muerte. Espantado ante lo que vio, Conrad regresó a Europa nada más concluir el viaje por el río. Años después de publicarse El corazón de las tinieblas, escribió en una carta a un amigo: "Navegando por el río Congo, dejé de ser un animal para convertirme en un escritor".

En 1881, a sueldo del rey Leopoldo II de Bélgica, el famoso explorador Henry Stanley había recorrido las inmensas regiones de la cuenca del río Congo y firmado tratados de acatamiento de la soberanía del monarca belga con los jefes locales. La Conferencia de Berlín, que procedió en 1884-1885 al reparto de África entre las potencias coloniales europeas, asignó a Leopoldo II la propiedad de los territorios de la actual República Popular del Congo. Y el soberano los convirtió en una especie de inmensa finca privada. Formó un contingente de policía; creó una compañía de explotación del caucho, el cacao, la madera y el marfil, y estableció una serie de estaciones a lo largo del río que dirigían agentes belgas contratados por el gerente de la empresa, Albert Thys. Fue Thys con quien contactó Conrad para lograr el empleo de marino en el río Congo.

La forma de explotar las riquezas de la colonia se basó en la utilización de la mano de obra nativa en las condiciones que fueran, con tal de hacer productivo cuanto antes el territorio. Para ello, los antiguos esclavistas árabes fueron contratados como capataces, se impusieron los trabajos forzados que obligaban a los peones a bregar los primeros siete años sin salarios, se establecieron cupos de producción y se utilizaron todos los medios de represión necesarios para lograr los objetivos de la explotación. La mayoría de los nativos trabajaban encadenados y los policías estaban autorizados a cortar las manos de los peones que no rendían lo suficiente, e incluso matarlos. En muchas aldeas, las cabezas cortadas de los peones que no resultaban rentables se clavaban en estacas y se dejaban pudrir allí como advertencia para los vivos. Cuando Leopoldo II, en 1908, fue desprovisto por el Gobierno belga de los territorios del Estado Libre, a causa del escándalo internacional que supuso la salida a la luz en los periódicos de la barbarie del monarca, de los veinte millones de personas que, antes de llegar Stanley a la región, habitaban la cuenca del Congo, quedaban sólo ocho millones. Las demás habían muerto o habían huido.

En cierto modo, Conrad fue el cronista de aquella desaforada perversión. Él mismo escribió que la novela era "una experiencia llevada un poco, solamente un poco, más allá de los hechos reales, con el propósito perfectamente legítimo, creo yo, de traerla a las mentes y al corazón de los lectores". Pero añadió a renglón seguido otro párrafo en el que mostraba hasta qué punto quería sobrepasar el marco de la mera crónica: "Había que dar a este tema sombrío una siniestra resonancia, una tonalidad propia, una continua vibración que quedara ?eso pretendía? suspendida en el aire y que permaneciera grabada en el oído después de que hubiera sonado la última nota".

Conrad empezó a escribir el libro en 1899 y lo publicó en 1902, cuando ya era un escritor reconocido. El argumento era muy sencillo: un viaje parecido al suyo en busca del agente perdido en la selva, en "el corazón de las tinieblas". Los personajes principales eran dos: Marlow, el capitán del barco y álter ego de Conrad, y Kurtz, el agente en cuya busca va Marlow, un personaje inteligente, refinado y culto al que han devorado la barbarie que le rodea y la que aflora de su propio inconsciente. Kurtz sobrevive en el interior de esa selva salvaje con un corazón del que brota la más primitiva crueldad. Ese tremendo drama se refleja en las palabras pronunciadas por el propio Kurtz antes de morir: "¡El horror...!". Sin duda, esa exclamación, "¡el horror!", es uno de los gritos más imponentes de la literatura del siglo XX.

Ésa es la médula del libro y ése es el corazón de las tinieblas: la misma selva salvaje e indómita que hace suyo un corazón civilizado y cultivado, el de Kurtz, para arrastrarlo hacia el horror. Y desde ese punto de vista, Conrad construye una narración donde lo sombrío está en el paisaje al tiempo que en el alma. La selva de la novela deja de ser un espacio físico para ganar un valor simbólico. Es una entidad maligna, en tanto que el viaje por el río se transforma en un camino de perversión. "Éramos vagabundos en medio de una tierra prehistórica", dice Marlow, "de una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido. La Tierra no parecía la Tierra. Nos hemos acostumbrado a verla bajo la imagen encadenada de un monstruo conquistado. Pero allí..., allí podía verse como algo terrible y libre. Era algo no terrenal... Aquellas grandes soledades se abrían ante nosotros y volvían a cerrarse, como si la selva hubiera puesto poco a poco un pie en el agua para cortarnos la retirada en el momento del regreso. Penetrábamos más y más en la espesura del corazón de las tinieblas".

Al final del viaje, espera ese hombre perdido y moribundo, Kurtz, cuya alma ha sucumbido "a la fascinación de lo abominable". Dice Marlow: "La selva había logrado poseerlo pronto... Me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía ni idea hasta que se sintió aconsejado por esa gran soledad... Se había desprendido de la tierra. Su inteligencia seguía siendo perfectamente lúcida, pero su alma estaba loca. Él tenía algo que decir. Había resumido, había juzgado al decir '¡el horror!'. Había dado el último paso, había traspasado la orilla..., ese inapreciable momento en que atravesamos el umbral de lo invisible".

El título de la novela se ha publicado en español siempre como El corazón de las tinieblas, pero su título en inglés es simplemente Heart of Darkness, esto es, Corazón de Tinieblas. Traducido así, resulta de una ambigüedad más aproximada al propósito del escritor, pues Conrad funde dos corazones en uno: el de la selva primitiva y el del hombre fascinado por lo abominable.

En todo caso, para quienes vivimos la literatura con pasión, El corazón de las tinieblas no es una obra que pueda dejarnos indiferentes. Porque la novela trata de hablar no sólo del alma vesánica de Kurtz, sino de lo que puede esconderse en la de todos nosotros.

'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad, ilustrado por Ángel Mateo Charris y editado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, se pone a la venta la próxima semana.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_