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Reportaje:La Carrera hacia la Casa Blanca

Todo cambió en Carolina del Sur

La agria disputa entre Obama y Hillary Clinton ha socavado los principios fundamentales del Partido Demócrata

Antonio Caño

Sentada en una esquina del gimnasio del Instituto de North Charleston, Shelby Jameston dice ser testigo de lo que nunca en su vida pudo imaginar: sus padres, muchos de sus amigos, ella misma irritados, pronunciando las más gruesas palabras, no contra sus eternos rivales republicanos, sino contra Hillary y Bill Clinton (Billary, como alguien les llama en The Washington Post), sus viejos amigos blancos. "Nadie podía esperar que le hicieran esto a Barack", se queja. "No lo olvidaremos. Lo recordaremos en noviembre".

Barack es, por supuesto, Barack Obama. Noviembre es el mes de las elecciones presidenciales. Y Shelby es una joven de poco más de 20 años que, como muchos de su raza, se volcó ayer en apoyo de su candidato en unas primarias que pueden resultar decisivas por razones distintas del mero recuento de votos.

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Algo esencial ha cambiado en Carolina del Sur. La rivalidad entre Obama y Clinton, como es lógico, se iba haciendo más agria a medida que avanzaba la campaña. Pero lo que ha ocurrido aquí es diferente de la tensión propia de una campaña política. Aquí se han tocado los nervios sensibles del Partido Demócrata y de esta sociedad: la convivencia entre razas, la armonía social. Alguien ha decidido resucitar los viejos rencores de la lucha por los derechos civiles, tapados en el país por una losa de pragmatismo y sentido común. Alguien ha levantado una esquinita de esa losa, dejando escapar un tufo de arcaicos debates sobre Martin Luther King, Lyndon Johnson, la revancha y el miedo. Y, por mucho que se busque, no se encuentra a ese alguien en el campo de Obama.

"El Partido Demócrata no será el mismo después de Carolina del Sur", afirma la columnista Peggy Noonan en The Wall Street Journal, un diario cuyo editorial pedía el viernes a los republicanos que reparasen en la enorme oportunidad que la guerra abierta entre los demócratas les concede para retener la Casa Blanca. El Partido Demócrata no será el mismo, decía el periódico, "después de que su nombre más famoso y la posible próxima candidata presidencial haya tratado a un consistente hombre negro, a un senador de Estados Unidos, como a un mero inconveniente en sus planes".

No es este un argumento sólo entre conservadores. Dos senadores demócratas que apoyan a Obama, Tom Dasche, jefe de la mayoría en el Senado, y Pat Leahy, presidente del Comité de Asuntos Judiciales, se han quejado de la campaña de los Clinton, particularmente del papel de un ex presidente defendiendo su legado -"Obama destaca a Reagan y no mi Administración", decía Clinton esta semana- al mismo tiempo que defiende la candidatura de su esposa. "No es una actitud presidencial", decía Dasche. "No ayuda a nadie, tampoco al Partido Demócrata", advirtía Leahy.

Un editorial de uno de los periódicos demócratas de referencia, The Nation, consideraba que, después de lo visto, una presidencia de Hillary Clinton sería "un riesgo para la nación". Sin ir tan lejos, un reputado historiador y experto en la presidencia norteamericana, Garry Wills, comparaba ayer en The New York Times el tándem Clinton-Clinton con el de Bush-Cheney y opinaba que "no sería una buena idea poner a otra copresidencia en la Casa Blanca". Uno de los columnistas de ese diario, Bob Herbert, afirmaba que "en la exagerada defensa de la candidatura de su mujer, Bill Clinton suena como un hombre que no se ha tomado su medicación".

James Clyburn, un congresista de Carolina del Sur que preside la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, interrumpió su silencio en estas primarias para pedirle "calma y serenidad" a Bill Clinton. El mismo editorial de The New York Times que apostaba por Hillary Clinton como vencedora de las primarias le aconsejaba que "bajara el tono de su campaña" y sugería al ex presidente que cerrara la boca.

Fuera de los enfrentamientos en los debates televisados, Hillary Clinton ha intentado permanecer al margen de esta guerra, pero alguno de sus mejores amigos ha cumplido con la función de arrojar basura. Andrew Young, el famoso ex alcalde de Atlanta y ex colaborador de Martin Luther King, ha puesto en duda la verdadera negritud de Obama. El ex senador Bob Kerrey ha sacado a la palestra el supuesto paso de Obama por una escuela islámica durante su infancia en Indonesia y el hecho de que su segundo apellido sea Hussein. El propio Bill Clinton, autor de la sentencia de que el joven senador afroamericano vende "un cuento de hadas", ha disminuido al rival de su esposa como un alevín incapaz de hacer frente a los peligros actuales.

Consciente del perjuicio que esta guerra representa para un candidato que atraía, precisamente, por aportar aire fresco y poner fin a los viejos estilos políticos, Obama intentó en sus discursos del viernes atajar estas críticas. "Cuando estaba 20 puntos por debajo", recordó, "yo era un chico majo, los Clinton no se cansaban de decir cosas buenas de mí. De repente, aparecen las navajas". Por si sirve, Obama dijo que siempre ha sido cristiano, que nunca fue a una escuela musulmana, que está orgulloso de ser negro pero que su objetivo es construir "una nueva mayoría que no esté condicionada por la raza ni por el sexo ni por la ideología sino por un práctico deseo de transformación en beneficio de todos".

Puede que no sirva. Las encuestas reflejan ya en Carolina del Sur la enorme brecha que se ha abierto entre el voto negro y blanco. Nacido y criado políticamente en el sur, Bill Clinton conoce la sensibilidad política de esta región y es consciente del enorme potencial de un político negro a quien los blancos aceptaban con sorprendente naturalidad.

Obama intenta mantener ese potencial. El viernes se reunió a tomar un café en Charleston con cuatro mujeres, tres de ellas blancas, para discutir de sus preocupaciones. Es una actuación mirando hacia las primarias del supermartes (5 de febrero), en las que Hillary es favorita. Clinton es favorita entre las mujeres. Las primarias de Nevada demostraron que es favorita entre los hispanos. Y Carolina del Sur ha demostrado que también es favorita entre los blancos.

Barack Obama, en un mitin en Carolina del Sur el pasado martes.
Barack Obama, en un mitin en Carolina del Sur el pasado martes.AFP

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