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Columna
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El Eje Sur-Sur

El nuevo club de naciones formado por Brasil, Rusia, India y China pone en cuestión el orden mundial

Si alguien duda de que la unipolaridad va para fiambre que pregunte al BRIC. El anagrama formado por las iniciales de Brasil, Rusia, India y China designa un nuevo club de naciones que ponen en cuestión el orden mundial, que ya era fluido tras la desaparición de la URSS.

Los índices macrométricos de esos cuatro gigantes son conocidos: con más de 2.700 millones de habitantes, tienen el 40% de la población mundial; rebasan el 15% del PIB global; India y China son Tercer Mundo clásico, Brasil está dejando de serlo, y Rusia ha evitado caer en él; la raza blanca -Brasil y Rusia- apenas contribuye con 200 o 250 millones de miembros al grupo; el cristianismo, todas sus versiones comprendidas, figura con 300 o 350 millones, y el resto se reparte en hinduistas, budistas, musulmanes y el culto a los antepasados que en tiempos de Mao se denominaba la "tienda de Confucio"; y en cuanto a lenguas, el mandarín y el hindi, con más de 1.000 millones de hablantes cada uno, abruman. Pero toda esa taxonomía sólo habla de diferencia, heterogeneidad, amalgama. Tiene que haber algo distinto que acerque a esos países, que explique el interés en coordinarse, en creer que algo en el futuro les es común.

El politólogo francés Dominique Moïsi proponía en un artículo de 2007 cuatro categorías: países de "apetito", "resentimiento", "miedo", e "indecisos". Los cuatro del BRIC entran de lleno en el primer apartado, porque piensan que les ha llegado la hora de aprovechar la globalización, el consumo, la gestión de una nueva riqueza y de una exaltada soberanía en el mundo. Japón abrió la vía con la apertura de la dinastía Meiji en 1868, y Rusia recupera esa trayectoria, iniciada por el zarismo a comienzos del XX, y como dice Tzvetan Todorov -El miedo a los bárbaros- "puede enriquecerse porque no se ve lastrada por la necesidad de luchar por el poder mundial"; para China significa volver a ser el imperio del centro; India alcanza una mayoría de edad tras su reinvención como Estado; y Brasil reclama lo que cree que le corresponde por las riquezas que su tierra y su mar atesoran. La casilla del resentimiento no los deja tampoco indiferentes.

Cualquiera que haya visitado las grandes urbes chinas en estos últimos años, los del verdadero Gran Salto Hacia Adelante, habrá padecido la escala de precios sólo para occidentales, y a nivel macro, la masiva falsificación de marcas europeas se practica no sólo como fraude sino compensación por el semicolonialismo que las grandes potencias infligieron a China durante un siglo de humillaciones. El súbito descenso de Rusia a los infiernos tras su suicidio en 1989-1991 dejó a muchos rusos -y no sólo comunistas- con la sensación de que el mundo se había abierto bajo sus pies, y únicamente la terapia de Vladímir Putin ha venido a mitigar ese padecimiento, pero la convalecencia aún no ha terminado. Lo que mejor fragua esa comunidad del resentimiento es un pasado colonial de explotación y esclavitud, y modernamente, los intercambios desiguales.

India vivió ese pasado, pero la adopción de una democracia a la británica y haberse reconstituido como Estado gracias a Londres, que unificó bajo su dominio el subcontinente indostánico, seguramente alivian sus pesares. Y Brasil no reconoce en Portugal, quizá por el abismo de magnitudes, a la potencia colonial culpable, al menos no como la Venezuela chavista y la Bolivia aindiada hacen con la madrastra España. Pero todos participan algo de la especie.

El miedo le pertenece por entero a Europa, pero Estados Unidos no está tan lejos de sumársele. Es la era posheroica por la que las etnias blancas, retrepadas en un desarrollo que ni la peor crisis puede volatilizar, consideran que no hay aventura exterior que justifique el derramamiento de sangre; la propia. La de los indecisos, finalmente, es una categoría container para recoger a los que sobran o circulan de un emplazamiento a otro. Ecuador podría estar ahí.

Los BRIC, que el fin de semana pasado se reunieron en Brasilia, no son una confederación, no tienen estructura, carecen de vínculos institucionales y uno de ellos, China, ni siquiera es una democracia; son apenas un club con intereses comunes verificables en votaciones de la ONU, declaraciones contra la intervención norteamericana en el mundo islámico, y un nuevo lenguaje común y global. Aunque dos de ellos, China y Rusia, abarquen todos los paralelos, los BRIC son el Sur del Sur. Un Eje para el siglo XXI.

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