La vida como escultura
Gilbert & George, pareja artística desde 1967, protagonizan la mayor retrospectiva que la Tate Modern ha dedicado a un creador
Decir que Gilbert & George viven en el número 12 de Fournier Street y que su teléfono es el 247 01 61 no es desvelar ningún secreto. Y no sólo porque esa información esté a disposición de quien la quiera en el listín telefónico de Londres. Ya en los años setenta los artistas ofrecían esos datos en algunos de sus cuadros.
Firmaban así: "Gilbert & George. Arte para todos. Fournier Street, 12. Londres. Teléfono: 247 01 61". La misma dirección en la que viven hoy y el mismo número de teléfono. Tienen 64 y 65 años. No tienen teléfono móvil ni e-mail. Sólo una aparatosa máquina de fax en la misma casa en la que se instalaron cuando decidieron compartir el resto de sus días y convertirse en la primera escultura humana.
Hoy, cuarenta años después de tomar aquella decisión, Gilbert & George saborean más que nunca las mieles del éxito en su ciudad. La Tate Modern les dedica hasta el 7 de mayo la mayor retrospectiva que ha brindado nunca a un artista. El Time out sortea entradas para la exposición. Las paradas de metro están adornadas con carteles de la muestra. Las librerías venden el mastodóntico libro que acaban de realizar y que recoge todas y cada una de sus obras.
Londres se rinde al arte de Gilbert & George, pero eso no parece alterar la paz en Fournier Street, una pequeña calle de casas bajas en el barrio de Spittafields, en el East End. A un lado, una iglesia. Al otro, una mezquita. Los rascacielos del centro financiero se levantan a unas pocas manzanas.
El timbre de la discreta puerta emite un ruido antiguo y al otro lado se oye crujir el viejo suelo de madera. Abre George. Da la mano al visitante y vuelve la vista hacia Gilbert, unos metros más al fondo del oscuro pasillo. Los dos visten elegantes trajes en distintos tonos de beis. Llevan corbatas con idéntico estampado de hormigas gigantes, cada uno de un color. Los artistas conducen al invitado por el interior de su laberíntico hogar. A mano izquierda queda una pequeña estancia con ese acogedor desorden de las casas inglesas. Los libros se apilan en los muebles del siglo XVIII que compran desde hace años al mismo anticuario. Sus colecciones (vasijas, viejos libros eróticos) ocupan gran parte de las estanterías. Junto a la estancia hay una pequeña cocina más bien poco equipada. El único electrodoméstico que se ve es una tetera eléctrica junto a unos vasos de cristal.
El pasillo conduce a otra ala de la casa. El centro de operaciones de Gilbert & George. Una amplia sala fuertemente iluminada, contigua a otra sala con ordenadores, potentes escáneres y moderna tecnología de imprenta. Pegados en las paredes de la sala grande hay decenas de folios escritos a mano. Cada hoja está encabezada por un título, seguido de una serie de números ordenados en columnas, según un sistema de clasificación que explican encantados. Cada folio remite a una de las cajas donde almacenan los contactos de las miles de fotografías que han tomado a lo largo de 40 años. Sólo en 2006 hicieron 370 carretes. Toda la materia prima de sus cuadros ordenada por temas: "Religión", "coños", "graffiti".
Sobre una enorme mesa se despliega la maqueta de la sala de exposiciones de Múnich donde viajará la muestra después de la Tate. Reproducciones en miniatura de sus cuadros cuelgan de las paredes del museo de juguete. Su discreto asistente oriental ofrece una taza de té. Gilbert & George se sientan y explican lo que supone para ellos la exposición en la Tate.
-Es todo un logro -dice Gilbert-. Es la primera vez que un artista británico se muestra con tanta ambición en la Tate. Y se trata de la primera exposición de un artista vivo que ocupa una planta entera. Sentimos que teníamos que estar allí, llevamos cuarenta años trabajando en esta ciudad. Siempre hemos tenido una relación difícil con las instituciones. Algo que no ocurre con el público: tenemos más seguidores aquí que en ningún otro lugar. Pero las instituciones parecen preferir el arte de otros países. Extranjero y muerto y, si es posible, de un país exótico.
-Se dice que el arte moderno se construye con el artista y el crítico intentando convencer al público -dice George-. En nuestro caso, siempre ha sido nosotros y el público tratando de convencer a la crítica.
Se conocieron en la escuela de arte londinense de Saint Martin's en 1967. Gilbert apenas hablaba inglés. Nació y se crió en un pequeño pueblo de los Dolomitas, al norte de Italia, en una familia de cuatro generaciones de zapateros. George tenía que haber nacido en Plymouth pero, debido a los bombardeos de la guerra, las mujeres embarazadas eran evacuadas al campo y acogidas por las familias aristócratas. Así que nació en Totnes, un pueblito de Devon, y no abandonó el campo inglés hasta los 20 años. Los dos se interesaron por el arte a una edad temprana. Ya desde niño, Gilbert se dedicaba a tallar pequeñas virgencitas de madera. En cuanto a George, el detonante fue la lectura de un libro de las cartas de Van Gogh.
Los dos venían de un origen rural y se conocieron en una escuela de arte de la gran ciudad. No recuerdan con precisión el momento exacto en que se produjo el flechazo, pero en los cuarenta años siguientes han sido, más que una pareja, una especie de único ser con dos cuerpos.
-Estábamos en el primer curso -dice Gilbert.
-Era un departamento muy exclusivo en Saint Martin's, llamado "Escultura Avanzada" -añade George.
-Íbamos de superiores.
-Todos los estudiantes querían ser profesores a tiempo parcial para financiar su arte.
-Lo cual nunca funciona.
-Cuando salimos de la escuela sólo teníamos la planta baja de este edificio. Así que tuvimos que empezar a hacer arte.
-Y pensamos que quizá podríamos ser nosotros mismos el arte.
Así lo hicieron. Decidieron convertir su vida en una obra de arte. Una de sus primeras acciones fue la llamada Singing sculpture (Escultura cantando), que llevaron a cabo por primera vez en 1969, en las aulas de la escuela. Consistía en subirse a una mesa y cantar a dúo Underneath the arches, una canción de los años treinta. Aquella primera representación de la Singing sculpture, que después llevarían por galerías de todo el mundo, irritó a sus profesores pero divirtió a sus compañeros. Mientras tanto, iban buscando un estilo en sus cuadros, experimentando con distintas técnicas. El carboncillo, la pintura y, finalmente, fotografías manipuladas en las que, claro, siempre salen ellos mismos.
La pareja de jóvenes artistas se dedicó a presentar sus trabajos, sin demasiado éxito, por todas las galerías de Londres. Un día, se encontraron en una con el artista David Hockney y le invitaron a cenar. Él dijo que sí, se fueron los tres a un restaurante, llamaron a sus amigos para que fueran a mirar y aquello se convirtió en la Dining sculpture (Escultura cenando). En 1971 vendieron su primera obra de arte. "Era un enorme dibujo en carboncillo", recuerda George. "El tipo nos preguntó que cuánto costaba y le dijimos que mil libras. Lo compró, y así empezamos a ganarnos la vida".
Gilbert & George estaban pletóricos. Su arte empezaba a tener éxito, viajaban por todo el mundo y durante la primera mitad de los setenta se dedicaron, básicamente, a mamarse. Fueron los años de las llamadas Drinking sculptures (Esculturas bebiendo). Los cuadros de la época recogen fotografías de los artistas borrachos, tirados entre botellas.
A lo largo de los años la temática de su obra ha ido cambiando, pero la esencia siempre ha sido la misma: ellos mismos. Sólo crean juntos. Cada una de sus series de cuadros la realizan a solas en su casa. ¿Y nunca han sentido la necesidad de hacer algo por separado?
-Ni un solo día -asegura George.
-Nunca -dice Gilbert.
-Somos dos personas pero un solo artista.
Dicen que nunca han discutido en el trabajo. Y que la inspiración les llega de sitios diversos. Ahora están con el tema del sexo y la religión. "Nos fascina el hecho de que todo lo que preocupa a las religiones es el sexo. Lo que haces con tu pene. La religión no puede entender la homosexualidad. ¿No es increíble?". La política no les interesa demasiado. "No votamos", dice Gilbert. "Pensamos que la cultura siempre va por delante de la política en una sociedad libre".
Llega la hora de la comida y Gilbert & George invitan a los intrusos al restaurante donde siempre llevan a sus visitas. Un restaurante español en el vecino mercado de Spittafields. Lo regenta un tipo de Castro Urdiales, que recibe cariñosamente a los artistas y les ofrece la misma mesa de siempre. Sirve jamón ibérico, cigalas, vieiras, merluza y vino español. Y Gilbert & George siguen hablando de su arte (o su vida). De nuevo en la calle, su andar coordinado y su aspecto clónico hacen girar algunas cabezas de los turistas que deambulan por el barrio.
Se despiden amablemente ante el 12 de Fournier Street. A disfrutar otra vez de su soledad compartida. Los dos se miran extrañados al escuchar la última pregunta: ¿se imaginan la vida el uno sin el otro?
-No -dice Gilbert.
-¿Para qué? -dice George.
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