Dos viajes al horror del gulag
El cierre de la trilogía 'Archipiélago Gulag' de Solzhenitsyn, coincide en las librerías con 'Historias de Kolymá', de Shalámov
El infierno helado del gulag, la red soviética de campos de prisioneros en la inhóspita Siberia, es el aterrador protagonista de dos obras de los autores rusos Alexandr Solzhenitsyn y Varlam Shalámov, publicadas casi simultáneaente en España y escritas a partir de su propia experiencia.
Con el tercer y último volumen de Archipiélago Gulag, Tusquets Editores completa así la traducción al castellano de la monumental trilogía de Solzhenitsyn (Kislovodsk, 1918), redactada en la clandetinidad entre 1958 y 1967.
Solzhenitsyn, que pasó por el calvario del gulag estalinista entre 1945 y 1956, continúa en esta tercera entrega su estremecedora descripción del terror cotidiano en los campos de trabajo forzado, por los que pasaron casi 30 millones de seres humanos, muchos de los cuales perecieron, víctimas de los malos tratos, el agotamiento, el hambre, el frío o las ejecuciones.
Objetivo: alargar el sufrimiento
No sólo se trataba de presidios infrahumanos para disponer de mano de obra esclava, obligada a trabajar en las minas 16 horas al día sin apenas alimentación. "El objetivo casi no se disimulaba: se trataba de dar muerte a los presidiarios, pero, siguiendo la tradición del gulag, de acción prolongada para que los condenados sufrieran más y trabajaran todavía un poco antes de morir", relata el autor.
En las 739 páginas de Archipiélago Gulag III, Solzhenitsyn explica cómo Stalin restableció en tierras soviéticas los campos especiales para presos políticos que habían sido suprimidos tras la revolución de 1917.
Relata los intentos de fuga o las rebeliones de prisioneros, así como el fin del gulag -acrónimo ruso de "central administrativa de los campos de trabajo correccionales"- poco después de la muerte de Stalin, en 1953, y el manto de silencio que cubrió esta funesta realidad en los años posteriores.
Aproximación lírica al horror
En un tono más lírico, pero con idéntico efecto estremecedor, se expresa Varlam Shalámov (Vólogda, 1907 - Moscú, 1982) en Relatos de Kolimá (Editorial Minúscula). La obra se divide en 33 relatos cortos que transportan al lector al interior de los barracones donde se hacinaban los condenados, a las minas donde son explotados, al centro de la taiga, en Kolimá, donde en invierno se alcanzan los 50 grados bajo cero.
En las 350 páginas del libro, traducido por Ricardo San Vicente, Shalámov describe la psicología del preso, su lucha por hacerse con un pedazo de pan extra, su pérdida de esperanza, la evaporación de valores como la amistad, la honradez, la generosidad, el amor o la compasión en un entorno tan hostil que, a menudo, el instinto de supervivencia sucumbe ante un irrefrenable deseo suicida.
Los seres deportados al gulag, algunos con condenas de hasta 25 años, aparecen poco menos que como muertos vivientes a los que les ha dejado de palpitar el alma: "Ya no había nada que nos turbase, nos resultaba fácil vivir cautivos de una voluntad ajena a nosotros. Ya no nos preocupaba ni siquiera conservar la vida", escribe Shalámov, que sobrevivió a 17 años de encierro.
El ser humano reducido a bestia
Las escenas más desgarradoras, como el acuchillamiento de un preso a manos de un compañero de barracón para robarle el preciado jersey de lana, son contadas con el aplomo, incluso la ternura, de alguien cuyos ojos han presenciado tanta barbarie que ya no se deja sobresaltar por nada.
"Honor y Gloria al Trabajo, Ejemplo de Entrega y Heroísmo", rezaba cínicamente un letrero a la entrada de los campos del gulag, percibido por los presos como un macabro "archipiélago" de islotes, separado de lo que en lenguaje carcelario se conocía como el "contiente", la "tierra grande" de la que fueron arrancados antes de ser detenidos.
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