El toreo, una marca blanca
La corrida fue de derrota en derrota hasta el desastre final. Salieron seis becerrotes de la muy prestigiosa ganadería de Parladé, propiedad de Juan Pedro Domecq, sin hálito de fuerza, mansos, descastadísimos, sin atisbo alguno de calidad. Seis animalitos, todos ellos con la sospecha en sus pitoncitos de haber sido fraudulentamente manipulados, que acabaron con toda esperanza. Por allí anduvo un afanoso Morante, que dibujó dos naturales largos en su primero, y pare usted de contar. Macheteó a las primeras de cambio al segundo, que no tenía un pase, y desistió ante el quinto, sin recorrido. Ni un recuerdo más que en la memoria quedase. Y le acompañó Castella, sin toros también, reconvertido en pegapases infumable. Es valiente, pero su toreo no dice nada. Se justificó con pases insulsos ante el sexto, con algo más de codicia, pero aburrió sobremanera en su lote.
Como suele ser ya tristemente habitual en esta plaza, se aplaudió a los picadores por no picar, se jalearon pares de banderillas mal colocados y sonó la música sin causa justificada. Sólo un buen par de Curro Molina en el sexto arrancó la única ovación fuerte de la tarde. Un balance paupérrimo.
¿Qué está pasando? Quizás es que el toreo moderno se ha reconvertido en una marca blanca. Ha perdido autenticidad, integridad y esencia. Salen al ruedo animales de color negro y con cuatro patas, pero no son toros. ¡Pero si cualquiera es ganadero en este país! Basta haber hecho dinero para comprar una punta de vacas -de Juan Pedro, por supuesto- y ya estás colgado en los carteles de una feria. Se ha perdido el respeto al toro. Lo que hoy se cría es una caricatura infame. Y se hace con la complicidad necesaria de las figuras -los más grandes antitaurinos de la modernidad- y de un público festivalero que ni sabe, ni entiende ni le importa nada esta fiesta.
Una marca blanca -el toreo- descafeinada, superficial y aburrida, que supone un engaño. Y después se habla de la crisis... Pero, ¿acaso la económica es mayor que la de la propia fiesta? No se engañen: se ofrecen menos espectáculos porque lo que ofrecen los taurinos cada vez interesa menos. El público acude menos a las plazas cansado de aburrimiento y engaños.
Por perder, se han perdido hasta las formas: ayer se cumplieron 25 años de la muerte de Paquirri en Pozoblanco, y la Maestranza no tuvo a bien tener un recuerdo para el gran torero desaparecido. Y otra más: la convalecencia de El Cid dejó un puesto libre en el cartel. La empresa Pagés prefirió dejar un mano a mano antes que ofrecer una oportunidad a uno de los tres jóvenes triunfadores del pasado 15 de agosto en Sevilla, por ejemplo. A eso se le llama visión de futuro. No tengan duda: más pronto que tarde, los taurinos acaban con la fiesta. Por ésta...
Babelia
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