El otro señor Losey
Si hubiera que analizar a este gran realizador tal como él acostumbra con los protagonistas de sus filmes, hallaríamos dos Losey bien distintos: uno el que gusta de presentarnos al hombre enfrentado a conflictos raciales o sociales; otro, el que lo estudia en su calidad de animal solitario, tal como en El sirviente, en su relación con los otros hombres, a la vez solidarios o enemigos. Estos dos Losey, estas dos formas diferentes de análisis llevadas a cabo en el cine actual sólo por un puñado de maestros, vienen a coincidir en su obra, gracias a una serie de estructuras dramáticas diferentes, sobre las que prima a menudo la que se deriva de los relatos policíacos.
Así, este señor Klein hedonista de la Francia ocupada gracia s a su conciencia laxa y a los bienes que a bajo precio consigue de los judíos perseguidos, ve un mal día su bienestar amenazado por otro señor Klein, que a sus espaldas medrase ,oculta y utiliza su nombre para actividades bien distintas a las suyas. El cómo el primero llega a sentirse afectado por el peligro del segundo y el porqué de su afán por no aceptar sus problemas que, sin embargo, le llevarán a compartir su destino, se narran en el filme, a través, de un rompecabezas implacable y complicado, fruto del buen saber del guionista italiano Franco Solinas.
El otro señor Klein
Argumento y guión de Franco Solinas. Intérpretes Alain -Delón, Jeanne Moreau, Francine Berge, Suzanne Flon, Michel Londvale. Producida por A lain Delón. Direccion, Joseph Losey. Dramálica. Color. Francia. 1976. Local de estreno: Cine Azul
Nada sobra en la película, desde un Delón en una de sus mejores interpretaciones, hasta Jeanne Moreau, amante otoñal de siempre en un viejo castillo irreal que parece flotar sobre las crueles miserias de la guerra. La búsqueda del segundo señor Klein se va cumpliendo, paso a paso, en progresión lenta pero eficaz, segura, aunque no del todo convincente. Y en ello reside quizás, el único fallo de la película: en la pretensión de erigir al protagonista en héroe.
Losey, que en sus filmes con Pen Barzman suele llegar al fondo de sus personajes, en esta historia de Solinas, con sus judíos ricos y pobres que aplauden sus propios espectáculos o tiemblan rumbo a los campos de exterminio, a medio camino de su narración, hace perder fuerza a la anécdota desde el momento en que Delón, con su dinero y pasaporte en regla, renuncia a su libertad y decide volverse para conocer a su sosias, adoptando, en cierto modo, su acción y pensamiento, hasta la prueba suprema de la muerte.
El proceso del primer señor Klein, a lo largo del filme, no permite justificar tal decisión final. Si se trata de un homenaje, a un pueblo perseguido como tantos filmes de Losey, tal homenaje iba ya implícito en la historia, pero la conversión del Klein hedonista en el otro del cual, tan sólo la voz conoce y conocemos, viene como forzada, como broche escogido para fin de este relato en donde los dos Losey, el artesano y el artista, brillan en ocasiones a la altura de los clásicos.
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