La rabia situacionista
El grupo revolucionario expresó los anhelos que estallaron en Mayo del 68
"No queremos saber nada de un mundo en el que la garantía de que no moriremos de hambre se paga con el riesgo de morir de aburrimiento". Con esa rotundidad se expresaba Raoul Vaneigem, uno de los miembros más relevantes de la Internacional Situacionista, en su libro Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones. Poco antes había dicho: "La toma de partido por la vida es una toma de partido política".
Y es que es eso lo que importa cuando se trata de la Internacional Situacionista. De colocar la vida en el centro del proyecto revolucionario. El grupo se formó en 1957 para dinamitar el mundo del arte, siguiendo la estela dadaísta, y poco a poco fue asumiendo la necesidad de incorporar la revolución social como un supuesto irrenunciable.
En enero de 1968, los situacionistas ya organizaron una pequeña gresca en la Universidad de Estrasburgo. Fue la "primera manifestación europea de la revuelta estudiantil", escribe Mario Perniola, profesor de Estética en la Universidad Tor Vergata de Roma, en Los situacionistas. Historia crítica de la última vanguardia del siglo XX, que escribió en 1972 y que acaba de publicar Acuarela & A. Machado. En mayo, el grupo participó en las luchas de París. Reivindicaron entonces la ocupación de fábricas e hicieron público un programa de democracia directa que implicaba "la abolición de las clases, del trabajo asalariado, del espectáculo y de la supervivencia", escribe Perniola. Pidieron el poder absoluto para los consejos obreros.
Del libro de Perniola, Amador Fernández-Savater, codirector de Acuarela, destaca que ha sabido rescatar "la dimensión colectiva de la aventura situacionista (más allá de Debord)" y celebra su capacidad para dar cuenta de un "proceso en marcha", de una "experimentación abierta y en primera persona", y de no haberse limitado, por tanto, a dar cuenta del encadenamiento de un puñado de ideas. "Lo que importa recuperar de los situacionistas es su voluntad crítica, el gesto de creación".
La Internacional Situacionista abominaba del capitalismo, pero se enfrentaba con igual intensidad al llamado socialismo real, al que consideraba dominado por una burocracia reaccionaria. Fueron los que dieron voz (incluso antes) a los deseos, afanes, sueños y despropósitos que estallaron en Mayo del 68, y se convirtieron en sus más lúcidos intérpretes. Ya no se trataba sólo de transformar una sociedad podrida por sus radicales injusticias económicas, sino también de recuperar la vida que el capitalismo opulento había anestesiado hasta liquidarla. En su radical crítica a la sociedad del espectáculo, Guy Debord (la figura más relevante del grupo) estableció las nuevas armas teóricas para enfrentarse a un tiempo nuevo.
"Nuestra fuerza está en la elaboración de algunas verdades que, desde el momento en que haya personas dispuestas a luchar por ellas, tienen los poderes destructivos del explosivo", escribió Attila Kotányi, otro miembro del grupo. En sus revistas llegaron a definir a la Internacional Situacionista como "un pequeño grupo experimental, casi alquímico, en el que se prepara la realización del hombre total". No se trataba de tomar exclusivamente el poder, había que cambiar la vida. "La mejor táctica coincide plenamente con el cálculo hedonista...", escribió Raoul Vaneigem.
¿Sirven para algo hoy las ideas de la IS? Fernández-Savater considera que la fuerza de la crítica situacionista procede de haber sabido establecer "un vínculo vivo entre los problemas existenciales y las tentativas de transformación social colectiva". Y recuerda a Vaneigem, que decía que "no hay diferencia cualitativa entre la búsqueda de la amistad y el amor y el deseo de revolución". Que Debord convirtiera la insatisfacción (y no la compasión, la ideología o la solidaridad, por ejemplo) en el motor de la crítica, comenta, lo hace muy próximo, "porque ahora también la pregunta clave es cómo politizamos el malestar existencial".
"Lo que se atacó frontalmente en mayo fue una economía capitalista que funcionaba bien", escribió René Viènet, otro miembro de la IS: no fue una reacción a un periodo de crisis económica, fue una contestación rabiosa a las limitaciones del sistema. El protagonista de la asonada fue para ellos el proletariado. Y proletario era para ellos cualquiera que hubiera sido desposeído del "empleo de su propia vida", y que lo supiera.
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