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Reportaje:

"La pintura, como Drácula, nunca muere"

Miquel Barceló y Alberto Manguel conversan sobre arte y literatura en el estudio parisiense del pintor - El mallorquín dirige el último número de la revista 'Matador'

Javier Rodríguez Marcos

"¿Me visto de civil?". Miquel Barceló saluda con un abrazo a Alberto Manguel y, al ver al fotógrafo, pregunta si se quita la ropa de trabajo, salpicada de pintura. En la antesala de su estudio parisiense, una cabeza de rinoceronte convive con varios ordenadores, una mesa repleta de libros y una butaca de cuero en la que, como en el sillón de un director de cine, alguien ha escrito: Masaccio. Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) se mueve y habla a toda velocidad, pero no parece tener la menor prisa. Se demora, por ejemplo, en la cocina en la que manipula los pigmentos. "Parece el atelier de un alquimista", apunta el escritor Manguel (Buenos Aires, 1948). "Algunos son muy venenosos", añade el pintor. Ahora trabaja en una serie de retratos -de Patrick Modiano, Pere Gimferrer, Alberto García-Alix...- pintados con lejía sobre lienzo negro, en negativo: "Como la lejía actúa lentamente, no veo lo que pinto: tengo la fe, no la certidumbre".

Barceló: "En Europa pintas porque la vida no basta. En África sí que basta"
"Miquel es un gran escritor. Y lee más que yo", apunta Alberto Manguel
Para el pintor, "el tiempo forma parte de la obra. Huyo de los restauradores"
Manguel: "Cuando las imágenes no bastan, las aclaramos con el lenguaje"

Habitaciones, escaleras, libros, discos y, por fin, el estudio mayor, un espacio de triple altura en el que guarda dos retratos de Manguel: "¿Te reconoces?". Allí señala las manchas que han ido colonizando el pavimento: "un cuadro nunca será mejor que el suelo. Hay que resignarse". Manguel lleva en la mano el cuaderno africano de Barceló. "Es un gran escritor. Y lee más que yo", apunta el autor de Una historia de la lectura, que bromea con el relato de las enfermedades del artista. "¡Es que solo escribo cuando estoy enfermo, cuando estoy sano pinto!", responde este. "En África la muerte está muy cerca y el remedio, muy lejos. Lo contrario que aquí. En Europa pintas porque la vida no basta. En África sí basta, por eso te preguntas qué sentido tiene pintar".

De vuelta en el estudio pequeño, Miquel Barceló repasa el último número de la revista Matador, en el que ha hecho de director. No incluye ninguna obra suya, pero es una "galaxia Barceló" con colaboraciones de Rafael Sánchez Ferlosio, Jonathan Franzen, Rodrigo Rey Rosa o el propio Manguel.

Pregunta. Ustedes representan dos disciplinas, la pintura y los libros, cuya pervivencia parece siempre amenazada.

Miquel Barceló. La muerte de la pintura se decretó hace más de 200 años. La pintura es como Drácula, nunca muere. La invención de la fotografía iba a matar la pintura, y ahora es una técnica pictórica más. Ha dejado de ser un documento de lo real.

Alberto Manguel. Tus nuevos retratos tienen algo de fotográfico.

M. B. Cuando se ponía una pintura sobre un cadáver era como hacer que no estuviera muerto de verdad.

A. M. Porque exorciza la muerte.

M. B. Y funciona. Cuando vas al Prado nunca piensas: esta gente está muerta. En cambio, como dice Susan Sontag, ante una fotografía es imposible no pensar en que el retratado está muerto, o que lo estará.

A. M. En tu pintura siempre está presente el tiempo. A veces actúan sobre ella las termitas, las goteras...

M. B. El tiempo también pinta, decía Goya. Intento pensar cómo serán los cuadros dentro de 10, 100 o 1.000 años. Me gusta la idea geológica de la pintura.

P. ¿Se debe restaurar una obra que ha nacido así?

M. B. No. El tiempo forma parte de la obra. Yo huyo de los restauradores. Hay que restaurar las cosas que se han añadido independientemente de la voluntad del artista. Durante un tiempo se puso de moda limpiar los cuadros y quitarles los barnices, y terminaron quitándoles las veladuras del pintor. Dejaron secos los murillos. ¿Quién sabe dónde acaba la suciedad y empieza la veladura?

A. M. Joyce hablaba de dejar que el azar colaborase. Una vez estaba dictándole a Beckett y alguien llamó a la puerta. Él dijo: "entre" y Beckett lo anotó. Joyce le dijo que lo dejara.

P. El ejemplo clásico es el burro de Sancho, que desaparece en el Quijote y Cervantes lo olvida.

M. B. Todo estaba ya en el Quijote. Como en Velázquez. Me pasa ahora con las pinturas de Chauvet. Todo está en Chauvet, incluso Velázquez. Lo extraordinario allí no es solo la técnica, sino que se acercasen tanto a los animales como para pintar una leona con ese detalle. Animales peligrosos que nosotros hemos visto de cerca por los documentales de la BBC.

P. ¿Ha estado en la cueva?

M. B. Varias veces. Está cerrada al público y es una gran suerte, porque no está enferma.

A. M. ¿Qué sentido tienen esas pinturas? ¿Se sabe?

M. B. Yo no teorizo, pero las imágenes de animales tienen más importancia que las humanas (solo hay una, de mujer). Me he preguntado por qué pinto tantos animales y veo que en mi vida la jerarquía animal ha ido modificándose. Ya no pongo al hombre arriba del todo. Lo mismo pasa en Chauvet. Los animales no son dioses, como en Egipto, pero tampoco víctimas, ni comida. Tal vez no seamos capaces de percibir su relación.

P. ¿Enseguida convertimos a los animales en símbolos?

A. M. Las explicaciones vienen siempre después. Como si dentro de miles de años alguien entrara en el atelier de Miquel y dijera: "Esto debió ser un lugar de culto".

P. ¿La pintura sigue más cerca de su origen que la literatura?

A. M. La palabra viene mucho después, claro. Quizás sea porque la imaginación se debilita con el tiempo. Cuando las imágenes no bastan necesitamos aclararlas a través del lenguaje, que en el fondo es un instrumento muchísimo más débil. Al tratar de ser más preciso es menos ambiguo y, por tanto, menos rico. Se reduce lo que podemos ver porque tenemos el ansia de la interpretación. No podemos simplemente mirar una pintura, inmediatamente tenemos que contarle una historia. Por eso me gusta que Miquel quiera pintar algo donde hay un eco de Chauvet. Con un pequeño intervalo de 32.000 años.

M. B. En pintura, 32.000 años no son nada.

A. M. Desde la eternidad serán contemporáneos.

M. B. Toda pintura es contemporánea. Y al leer el Quijote ves que toda la literatura también lo es. Las diferencias de lenguaje son menos importantes que aquello que tenemos en común. En 32.000 años nadie ha inventado nada mejor que el carbón para dibujar.

P. ¿La modernidad va contra eso?

A. M. Siempre está presente la amenaza de una tecnología que va a matar a la precedente, cuando lo que hace es tomar su lenguaje para transformarlo.

M. B. Yo acabo de viajar por el Himalaya con un iPad lleno de libros. Emite su propia luz, es perfecto en lugares donde no hay electricidad.

Miquel Barceló (izquierda) y Alberto Manguel, en el estudio parisiense del pintor.
Miquel Barceló (izquierda) y Alberto Manguel, en el estudio parisiense del pintor.DANIEL MORDZINSKI
Manguel, delante de uno de los retratos que le ha hecho Barceló.
Manguel, delante de uno de los retratos que le ha hecho Barceló.D. M.
El uniforme del pintor Miquel Barceló.
El uniforme del pintor Miquel Barceló.D. M.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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