'La piel', de Curzio Malaparte
Una obra clave en la bibliografía del provocador escritor italiano, en la colección de EL PAÍS
Curzio Malaparte (1898-1957) pertenece por méritos propios a ese restringido grupo de autores europeos del pasado siglo que aplicaron su indiscutible talento a irritar a tirios y troyanos. Un escritor que, como Céline o Drieu de la Rochelle, por ejemplo, atrajo las iras y descalificaciones de la gran mayoría de los intelectuales de su tiempo. Sin embargo, su vida y su obra son lo suficientemente extremas y complejas como para evitar descalificaciones apresuradas. Malaparte se afilió en los años veinte al emergente Partido Fascista italiano, si bien en la Primera Guerra Mundial había combatido con el Ejército francés y su Legión Extranjera. Fue expulsado de la organización por su temprana, e insólita entonces, crítica a la ortodoxia mussoliniana. Como corresponsal de guerra irritó también a los alemanes y después a los norteamericanos. Al final de su vida declaró públicamente su simpatía por el comunismo chino y el catolicismo. Fue un gran provocador que además escribió un gran texto sobre los horrores de la guerra: Kaputt, en 1944, y otro, espléndido, sobre la miseria y grandeza de la posguerra: La piel (1949), visión sarcástica y brillante de la vida cotidiana de la recién asolada y liberada Nápoles, novela que podrá adquirir mañana por 2,95 euros quien compre EL PAÍS.
El gran camaleón
Su vida privada estuvo plagada de escándalos. A comienzos de la década de los treinta se unió sentimentalmente con una viuda de 35 años llamada Virginia Agnelli, madre del que luego sería presidente de la Fiat. Gianni Agnelli recordaba a Malaparte como "engominado, perfumado y viscoso". En cambio su hermana Susanna Agnelli, futura ministra de Exteriores, le adoraba. Puede que todo se debiera a una venganza: Agnelli lo había destituido de la dirección de La Stampa.
El artista Orfeo Tamburi, su amigo, dijo de él que "las mujeres sólo le servían para halagar su vanidad". Una amante, estudiante norteamericana, a la que negó el billete de vuelta, se suicidó de rabia y dolor.
Curzio se empolvaba sus rojas mejillas y para mejorar la piel aplicaba sobre su rostro chuletas de carne fresca. Por su lecho de muerte desfilaron las ex amantes, recibió al mismo tiempo el carnet del Partido Comunista y el certificado de católico, tras abjurar de su fe luterana. En realidad, el gran camaleón no fue fascista ni antifascista. Lisa y llanamente fue malapartista.
Babelia
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