El oficio de recordar
El escritor húngaro György Konrád lleva al Festival Hay la memoria de cómo logró escapar a la deportación nazi
"El deber de un superviviente es recordar. Y si es escritor, más. Hablar por los que ya no pueden hablar". El novelista húngaro György Konrád, de 77 años, mide cada palabra en la pequeña terraza de su habitación de hotel, en Segovia. Ayer conversó en el Festival Hay con Adan Kovacsics, traductor del libro que acaba de publicar en España, Viaje de ida y vuelta (Alianza).
Konrád habla despacio y a veces se sumerge en un silencio sin fondo. "He tenido suerte, sí", dice. Sabe de qué habla. En marzo de 1944, un día antes de que los nazis detuvieran a todos los judíos de su pueblo, él y su hermana pudieron escapar a Budapest. Cuando volvieron, tras la liberación, no quedaba ninguno. "Al volver", recuerda el escritor, "lo peor fue que había cosas de las que no podías hablar. Ni con los amigos que quedaban. Yo ya no era un niño normal. No podía serlo. Para ellos la vida había seguido como si tal cosa". Uno de los primeros ejercicios que tuvo que hacer en la escuela fue escribir una redacción. Título: Por qué quiero a mi país. "No podía dejar de pensar que mi país había querido matarme", explica. ¿Ha podido olvidarlo ya? "Digamos que sigo alerta".
Konrád es uno de los autores capitales de la literatura húngara contemporánea y llegó a presidir el Pen Club Internacional entre 1990 y 1993. Antes, sin embargo, tuvo que pagar con el ostracismo sus críticas al Gobierno comunista que siguió a la II Guerra Mundial. En 1982, pudo abandonar Hungría y viajar a Berlín, donde, él, que había decidido dejar de hablar el alemán que aprendió de crío, terminaría dirigiendo la Academia de las Artes tras la caída del Muro. Todo está en unos libros que bucean en episodios terribles sin engolar la voz, sin énfasis. "La literatura y el vino me gustan secos", afirma con ironía. "Odio los trucos. Solo cuando no buscas la emoción puedes emocionar".
Autor de obras como Una fiesta en el jardín o Antipolítica, Konrád fue señalado por Carlos Fuentes, en Geografía de la novela, como el gran analista actual de la destrucción de la ciudad. Claudio Magris, entretanto, lo ha retratado como "un experto en el malestar y en lo grotesco de la historia". También como un prototipo de centroeuropeo humanista e irónico. Él, entretanto, se sacude los elogios y recuerda un tiempo -"mi abuelo lo vivió"- en el que se podía viajar por todo el continente sin que nadie te pidiera el pasaporte. "Cuando se cierran las fronteras la gente también se cierra", dice. Y despacha con un "¡retórica!" la pretensión del nuevo Gobierno magiar de otorgar la nacionalidad a los húngaros que viven como minoría en otros países después de que, tras la Gran Guerra, el territorio de Hungría se redujera a un tercio: "Es retórica, pero no se puede pedir a gente que tiene dos culturas que renuncie a una. ¿A quién va a elegir, a su padre o a su madre?".
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