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Adiós al retratista de América Latina
Columna
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Una narrativa poderosa

J. Ernesto Ayala-Dip

En algunos manuales de literatura hispanoamericana, la personalidad literaria de Tomás Eloy Martínez todavía ofrece algunas complicaciones a la hora de situar su obra en un contexto estético o corriente narrativa determinados. En trabajos especializados, su papel en la narrativa argentina contemporánea conviene a algunos ensayistas integrarlo en el capítulo de "literatura de interés por la situación nacional". Hay quienes incluso lo sitúan en el contexto de "La literatura del Tercer Mundo en la época del capitalismo multinacional". Así de fácil. Pero algunas de las novelas más relevantes del novelista y periodista suramericano ofrecen algo más que esa limitada clasificación. Ofrecen sobre un paisaje social e histórico indudables de la Argentina de nuestros días, un trabajo de composición novelístico y de compromiso estético siempre exigentes. Deseo, poder e identidad fueron conceptos siempre presentes en su narrativa. Aparte de su libro de cuentos, Lugar común la muerte (1979) y su ensayo Estructura del cine argentino (1961), sus novelas, Sagrado (1969), La novela de Perón (1985), La mano del amo (1991) y Santa Evita (1995), sin olvidarnos de El vuelo de la reina (2002), con el que obtuvo el Premio Alfaguara, confirman una vocación desmitificadora (la del excelente periodista y del ensayista), pero a la vez ratificaron una vocación entregada a las más exigentes leyes de la ficción. De ello encontramos sobradas razones en Santa Evita, una novela paródica, inclasificable (para mí, su mayor novela), que hurgaba en la esperpéntica manipulación a que fue sometido el cadáver de Eva Perón, uno de los más duros relatos sobre el imaginario de una sociedad, pero que a la vez también señalaba un modelo de transfiguración literaria de reconocida precisión estética. Convirtió el cuerpo embalsamado de Eva Perón en una poderosísima alegoría de la Argentina contemporánea.

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