La mercancía como una de las bellas artes
La exposición del Reina Sofía 'Nuevos realismos (1957-1962)' evoca la trascendencia del objeto como pretexto creativo
Cinco años, a veces, dan para mucho. Los que mediaron entre 1957 y 1962, del certificado de defunción de Pollock al feliz nacimiento del pop art, le bastaron al mundo del arte para varias revoluciones. Son tiempos en los que los objetos se convierten en protagonistas; y las vitrinas, en verdaderos museos. Años de puro espectáculo epatante en los que los lienzos son reemplazados por ruedas de bicicleta, por vestidos usados, por somieres o por envases de plástico. A esos heroicos tiempos revueltos dedica hasta el 4 de octubre el Museo Reina Sofía su gran exposición de fin de curso: Nuevos Realismos, 1957-1962 (Estrategias del objeto, entre readymade y espectáculo).
Casi toda la primera planta del edificio Sabatini, claustro y salas de protocolo incluidos, han sido ocupadas por las espectaculares y sorprendentes obras realizadas durante esos años en los que Marcel Duchamp es un dios irreverente que imparte evangelio desde los urinarios para creadores como Piero Manzoni, Robert Rauschenberg, Christo, Claes Oldenburg, Roy Lichtenstein o Andy Warhol.
Son años en que el lienzo es sustituido por envases de plástico o ruedas
Duchamp, Warhol, Rauschenberg y Christo son algunos de los protagonistas
Son artistas -aseguraba ayer el director del museo, Manuel Borja-Villel, con su acostumbrado afán de ajuste de cuentas con los manuales- que no han sido suficientemente tratados por los historiadores y los museos. "Es un periodo en el que Pablo Picasso, Joan Miró o Vassily Kandinsky ceden el protagonismo a Marcel Duchamp. Se rompe con el formalismo y se recupera el objeto como expresión total de arte y vida. La obra deja de ser neutra. El autor y el espectador dejan de ser impasibles".
Los artistas están atentos a la producción masiva para el consumo (vitrinas repletas de chapas de botellas o casquillos de bombillas de Arman se convierten en piezas de museo) y lo incorporan en sus piezas. "La mercancía y el espectáculo se imponen hasta tal punto", explica Borja-Villel, "que galerías y museos recurren a vitrinas y escaparates para mostrar obras hechas con residuos industriales o alimenticios. Todo es consumible y todo puede ser arte: desde los recipientes saturados de Arman hasta los vacíos de Yves Klein".
Julia Robinson ha ordenado la muestra, en una decisión que se antoja adecuada, en forma de laberinto. Ha querido recuperar el ambiente de las bienales o documentas donde muchas de estas obras fueron presentadas. Predomina la fusión de formatos, aunque la performance, arte efímero por excelencia, es la disciplina privilegiada en el momento de la eclosión del todo vale. Robert Whitman recreará en cuatro ocasiones su obra más conocida, American Moon (1960).
De Claes Oldemburg se reconstruye una sala completa dedicada a sus dibujos, aunque lo que de verdad sorprende por su osadía y colorido es la pieza escultórica titulada Mostrador de lencería (1962): bragas y sujetadores que parecen recubiertos de escayola. Cigarrette (1962), de Roy Lichtenstein, se expone junto a una de las primeras Botellas de Warhol y los entonces sorprendentes (y después millonarios) Paquetes de Christo. Pero nada como El ballet de los pobres (1961), la escultura de Jean Tinguely que cobra vida sonora sin previo aviso, para sorpresa y susto del visitante.
Babelia
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