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CAFÉ PEREC
Columna
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El espíritu de la escalera

Enrique Vila-Matas

La primera vez que oí decir que literatura y venganza se hallaban estrechamente relacionadas fue en Antibes, hace muchos años, en una taberna del viejo puerto. A altas horas de la noche, alguien comparó a la totalidad de la literatura con una "inmensa venganza del esprit de l'escalier". No entendí nada, pero retuve con fuerza la extraña comparación y también aquella enigmática expresión francesa: "el espíritu de la escalera". Muchas veces, en la confianza de que un día podré descifrarlas, he memorizado frases que de entrada me parecían ininteligibles. El tiempo ha terminado siempre acudiendo en mi auxilio, aunque en el caso del "espíritu de la escalera" lo hizo con parsimonia, pues tuve que esperar décadas. No volví a encontrarme con aquella misteriosa expresión hasta el año pasado en Bogotá cuando fui a ver qué decían César Aira y Juan Gabriel Vásquez en un coloquio titulado La venganza en la literatura. Habló Aira allí de pronto de l'esprit de l'escalier y explicó que para los franceses significaba encontrar demasiado tarde la réplica: pasar por ese momento en el que encuentras la respuesta, pero esta ya no te sirve, porque estás ya bajando la escalera y la réplica ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba.

Muchas veces memorizo frases que me parecen ininteligibles como 'l'esprit de l'escalier'

De modo que escribir es vengarse cuando bajas la escalera, pensé allí en Bogotá mientras me admiraba de cómo aprendemos sobre la marcha y hacemos camino al andar y me acordaba de Samuel Butler que decía que nuestras vidas se parecen a un solo de violín que tenemos que interpretar en público mientras aprendemos la técnica del instrumento a medida que ejecutamos la pieza.

Nada tan cierto como que, hace un momento, he vuelto a encontrarme con esas palabras de Butler en La felicidad de los pececillos (Acantilado), del gran Simon Leys. Tras abordar la frase sobre el solo de violín, Leys comenta que la vida nos somete a unos azarosos tests "en los que hemos de improvisar respuestas instantáneas, pero el talento de la réplica no es dado a todo el mundo: unas veces respondemos algo que no tiene nada que ver, otras nos quedamos mudos" y cita a continuación a Paul Valéry para decir que fue el primero en asociar la totalidad de la literatura a una "vasta venganza del esprit de l'escalier".

Realmente, la literatura parece una actividad en contacto con un material menos vivo que la vida y, además, tiene algo de inmensa conjunción de frustrados, todos con un retardado talento para la réplica. Por cierto, aún me acuerdo de los días en que perseguí obsesivamente a un individuo para intentar recrear con él una situación ya vivida y poder así por fin -fracasé en mi intento- darle mi réplica a unas palabras que en su momento me habían dejado mudo y humillado.

Días enteros bajando escaleras. Me doy cuenta de que, a la luz de aquel frenético espíritu, puedo interpretar ahora desde un ángulo inédito una vieja y apreciada lectura: Las preocupaciones del padre de familia, aquella narración de Kafka que protagoniza Odradek, un artilugio en forma de huso, hecho de hilos viejos y rotos, inextricablemente entreverados (¿la literatura antes de la era digital?), una criatura animada de la que se nos dice que está "provista de vida eterna" y que vive siempre en la escalera que desciende cada día el preocupado padre de familia. ¡De vida eterna! Aunque parece vano cualquier intento de saber quién es Odradek, se ha especulado tanto sobre él que sorprende que aún no haya reparado nadie en que ese engendro kafkiano que no es ni antropomórfico ni zoomórfico -ese objeto que es el más objetivo de cuantos imaginó su autor y que es alguien o algo que asalta sin descanso la mente del padre de familia siempre que este baja la escalera- representa todas las réplicas del mundo y quizás precisamente por eso, por su eterno y despiadado sentido de la venganza, es la literatura misma.

www.enriquevilamatas.com

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