Tres dramaturgos suben al cielo
En 'Santo', Caballero, García May y Del Moral tratan el bien desde el agnosticismo
Es un experimento escénico realmente curioso. Se llama Santo y está escrito a seis manos, las de Ignacio García May, Ignacio del Moral y Ernesto Caballero. Llega (desde el jueves y hasta el 3 de abril) a la sala pequeña del Teatro Español de Madrid, espacio de 120 butacas y hábitat natural en los últimos años del mejor teatro contemporáneo. Aitana Sánchez-Gijón carga con el peso de un texto que, sorpresa, versa sobre algo tan insólito como la santidad.
Pero que nadie se llame a engaño. Los tres autores se cuentan por agnósticos confesos. Se adentran en el mundo del bien, de la religiosidad y de la espiritualidad, pero sin ironías, ni parodias, "ni monjas con ligueros", aseguran. García May va más allá en su agnosticismo: "Lo soy en el sentido literal y en todos los campos, incluyendo la política", dice, y se retrotrae a la noche griega de los tiempos: ya se sabe que en el origen etimológico del término reside la falta de conocimiento.
La actriz Aitana Sánchez-Gijón carga en el Español con el peso de la obra
Caballero: "Lo más terrible es que el choriceo queda impune en el teatro"
El punto de partida de Santo es más reciente. Y prosaico. Hay que buscarlo en una charla de café. "Vimos que se habla mucho de la fascinación del malditismo, pero nadie defiende el bien, algo típico de una sociedad que no tiene que soportar el mal, que solo juega a que le atrae, pero concluimos que habría que defender el bien y aquí está lo que hemos hecho", afirman.
Caballero, que dirige el montaje y es impulsor con su compañía Teatro El Cruce, relaciona esta idea con su propia educación: "Se nos ha cercenado esa capacidad sobre el misterio, la trascendencia, la iluminación, porque nos hemos sentido arrojados por el sectarismo de una escuela de vía estrecha y de meapilas; a partir de ese hilo te planteas más cosas, como la ejemplaridad, la valentía a la hora de adoptar actitudes contra corriente, hemos querido abordar el tema sin ironías, para suscitar una reflexión que nos sirva a todos". Moral añade: "Hoy ir contracorriente es renunciar a esa ironía, es un desafío para el público. Nuestra apuesta es rechazar el cinismo al referirnos a ciertas cosas, desnudarnos y descubrir mundos que nos preocupan".
Las tres piezas breves forman un todo convincente. Caballero aporta Oratorio para Edith Stein, que surgió de la fascinación por una figura que concentra en sí misma la idea de búsqueda: Edith Stein, más conocida como santa Teresa Benedicta de la Cruz, patrona de Europa, mujer judía, conversa al catolicismo, murió en un campo de concentración. García May se inspiró para Los coleccionistas en el mundo de las reliquias, una realidad repleta de misterios que se escapan a la observación cotidiana. Y Del Moral hablaba en Mientras Dios duerme de los santos contemporáneos, de su entrega anónima en esos lugares remotos en los que no parece haber dios. "Son historias que nos transportan a esas zonas adormecidas de la conciencia que de forma general llamamos misterio", apuntan estos dramaturgos de la generación surgida en la transición.
La santidad desaparece de la conversación cuando surge el tema del "terrible momento del teatro español". El público no les da la espalda, pero las compañías viven fundamentalmente de las giras, y las Administraciones públicas, que poseen la mayoría de los teatros, se quedan con el dinero de taquilla para tapar otros agujeros y no les pagan lo establecido, según varios empresarios.
"Como industria cultural vamos a una argentinización, y un país que se declara europeo y moderno es de una ceguera tremenda, incluso en términos económicos, que dé la espalda a la inversión cultural. Podríamos ser un motor económico, y la presencia cultural española en el extranjero es ridícula. Eso retrata a una clase política inculta y, lo que es peor, ciega", sostiene Caballero. García May aún va más allá: "El teatro es uno de los campos que pagan un sistema profundamente corrupto, nuestra sociedad aprecia al listo, no al inteligente; la solución pasaría por meter a todos los alcaldes de España en la cárcel, y el que sea honrado entenderá lo que estoy diciendo. El dinero que no nos pagan, pero que ha llegado a taquilla, ¿quién lo tiene?". Y concluye el director: "Lo más terrible es que el choriceo queda impune".
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