El caníbal
Keith Richards cumple maravillosamente con su papel. Y ha vuelto a armarla: alardeó de esnifar las cenizas de su padre -convenientemente mezcladas con cocaína- y la revelación rebotó por todo el planeta. El escándalo ha sido general, excepto en el Amazonas. Allí, los indios yanomami todavía hacen uso sacramental de los restos calcinados de sus parientes, aunque ellos prefieran ingerirlos en un caldo. La coartada antropológica no le vale a la Disney, que se ha apresurado a eximir a Richards de las labores promocionales de la próxima entrega de Piratas del Caribe, donde encarna al padre de Jack Sparrow. Deberíamos dar las gracias a Keith: en una semana árida en noticias, ha proporcionado inspiración a los opinólogos, que se han cebado en su acto de amor filial. Los comentarios han sido feroces: niños terribles del columnismo y novelistas con vocación de meapilas coinciden en vapulear a un músico provocador. Aun sabiendo lo barato que resulta ensañarse con alguien que nunca leerá esos insultos, asombra el odio visceral que rezuman esas líneas. Un odio que les permite saltarse los límites de lo humanamente correcto. Los Rolling Stones, nos informan, son feos, ancianos, patéticos.
Curioso: nadie vitupera públicamente a actrices antaño bellas que siguen profesionalmente activas. Estos mismos expendedores de certificados de vitalidad no tendrán inconveniente en celebrar en 2008 los 100 años del cineasta Manoel de Oliveira si todavía sigue rodando. El edadismo es más insidioso que el sexismo o el racismo: se aplica según las fobias particulares.
¿Son patéticos los Stones? Cuando salen de gira, baten récords de asistentes y recaudación. Incluso entre sus colegas más jóvenes, despiertan pasmo y envidia. Si los han visto actuar recientemente, ya saben que no merecen chistes fáciles sobre geriátricos: cualquiera firmaría por tener, con 63 años, la flexibilidad y la energía de un Mick Jagger. Obviamente, ya no son esenciales para la evolución de la música popular pero sí demuestran pundonor: suelen salir de gira con un nuevo disco bajo el brazo y un show efectivo. Hay otros flancos por los que se puede atacar a los Stones. Por ejemplo, su desdén imperial por los paganos: fue miserable la forma en que anularon sus conciertos de 2006 en España. Son las consecuencias de vivir en una burbuja. No hay que perder de vista las circunstancias en que Keith realizó sus declaraciones: hablaba con el New Musical Express, semanario actualmente destinado a un público muy juvenil, que hasta incluye pegatinas o pósteres.
Allí, Richards ejerce de Tremendo Abuelo Cascarrabias. Y no sólo cuando presume de experiencias: desprecia a la última quinta de grupos británicos (Libertines, Artic Monkeys, Bloc Party) con la misma miopía que exhibió cuando minusvaloró a los punkies del 77. Por mucho que se pretenda el Lord Byron del rock, ahora se parece a esos ex militares coloniales que se desahogan contra la sociedad contemporánea escribiendo cartas airadas al Times. No, eso es injusto: ellos sólo esnifaban rape pero algunos, en lejanas tierras, hicieron mayores barbaridades que cualquiera de las protagonizadas por Richards.
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