"La buena literatura es un tributo a la fragilidad humana, a la muerte"
El novelista y dramaturgo libanés será una de las estrellas del Festival Hay de Granada, que comienza mañana
Autor de 11 novelas, entre las cuales destacan Bab El Shams (Puerta del Sol, 1998) y Yalo (2002), ambas de próxima aparición en catalán y castellano, Elias Khoury (Beirut, 1948), reciente ganador del Premio Oueis 2008 de literatura en lengua árabe, es una de las voces más interesantes e innovadoras de la escena internacional desde hace varias décadas. Cristiano maronita de origen, secular, en los términos que definió el término Edward Said, cada primavera, desde hace ocho años, Elias Khoury imparte dos cursos de literatura en la Universidad de Nueva York. Además de su labor como dramaturgo, novelista, crítico y escritor, dirige el suplemento literario del diario libanés An-Nahar, uno de los más importantes del mundo árabe. La conversación tiene lugar en un café cerca de Washington Square, unos días antes de su viaje a Granada, donde los próximos viernes y sábado tomará parte en el Hay Festival.
El autor de 'Puerta del Sol' defendió la causa palestina desde Al-Fatah
"Mi reto es explicar la conducta humana desde la literatura", explica
"Lorca es una de las mayores influencias en la poesía árabe contemporánea"
Algunas de sus novelas han tenido una muy buena acogida en Israel
Pregunta. ¿Cómo se hizo escritor?
Respuesta. De niño me ocurría algo muy curioso: cuando un libro me gustaba mucho, le contaba a todo el mundo que lo había escrito yo, pero no para engañar a nadie, sino porque lo creía de verdad. En cierto modo, aún me sigue pasando. Creo que todo lector es un escritor en potencia. No me decidí a publicar nada hasta los 22 años. Estaba en París, estudiando sociología e historia y escribí una novela corta, titulada El círculo. Se la entregué a un amigo editor y no le entusiasmó, le pareció demasiado experimental, pero aun así la publicó.
P. ¿Por qué se hizo miembro de Al Fatah?
R. Después de la Guerra de los Seis Días acudí al campo de refugiados de Al-Baká, en Jordania, en compañía de un sacerdote maronita. No sabíamos qué hacer por aquella gente. Decidimos quedarnos un tiempo ayudándoles, pero no me pareció suficiente, así que un día me presenté en Ammán, y pedí a un taxista que me llevara hasta el campamento de Alt Salt, con los fedayin. Abrió mucho los ojos y me preguntó si estaba loco. Muchos taxistas trabajaban para los servicios de inteligencia jordanos. El caso es que me llevó y conocí a Abou Jihad, el número dos de Arafat, que trató de disuadirme, diciéndome que volviera a mis estudios, pero yo insistí en quedarme. Lo terrible de la catástrofe palestina es que nadie creía en ella porque la ensombrecía la tragedia del Holocausto judío. Nadie creía en el sufrimiento de aquel pueblo, y me parecía que mi deber como escritor, como intelectual y como ser humano, era hacer saber a todo el mundo lo que estaba ocurriendo.
P. ¿De qué manera ha influido la guerra en su escritura?
R. La guerra es lo más terrible que puede acaecer al ser humano, y dentro de ello, lo peor es una guerra civil, porque en ella uno trata de matar su propia imagen, reflejada en un espejo. Una guerra civil es un suicidio colectivo. En una situación así sólo pueden ocurrir dos cosas: o se despoja uno de toda huella de humanidad, insensibilizándose ante lo que vemos, o el horror circundante exacerba nuestra sensibilidad haciéndonos creer que la existencia es un completo sinsentido. Yo presencié la muerte de mi mejor amigo en un atentado perpetrado con un coche bomba. La bomba estaba debajo de su asiento, y le destrozó el cuerpo, pero, desde donde yo estaba, veía su torso y su cabeza intactos y creí que estaba vivo. No hay mayor sinsentido que acabar así con la vida de un ser humano. Mi reto, como escritor, es tratar de encontrar una explicación a la conducta humana a través de la literatura.
P. ¿Qué escritores influyeron en usted?
R. Para mí, Dostoievski está muy por encima de todos. En cuanto a técnica, el maestro de todo novelista que se precie es Flaubert. Kafka me parece fundamental. También me gustan mucho Faulkner y Whitman. Y me interesa mucho Lorca.
P. En sus libros lleva a cabo una indagación implacable sobre la naturaleza de la escritura.
R. La literatura no versa sobre la realidad, sino sobre el lenguaje. Todas las palabras son metáforas. Escribir es construir nuevas metáforas sobre metáforas que ya existen, lo cual no es obvio ni evidente. Es algo que tenemos que descubrir cada vez. La literatura es el lugar donde se innova y recrea el lenguaje, un espacio en el que se inventa el lenguaje a partir del lenguaje mismo. El escritor que no indaga en la naturaleza del lenguaje no crea, sino que se limita a repetir lugares comunes. Escribir es limpiar el lenguaje de prejuicios y clichés.
P. En sus libros escribe desde múltiples perspectivas, dando numerosas versiones de un mismo hecho.
R. La gran lección de Las 1001 noches es que la realidad no es una, sino que se manifiesta de muchas maneras, cada una de las cuales es una versión que a su vez está abierta a nuevas versiones. Cuando tratamos de atrapar la realidad, o lo que pensamos que es la realidad, tenemos que contar con la existencia de una multiplicidad de versiones que tratan de dar cuenta de los hechos. Como escritor, no trato de llegar al nivel mismo de los hechos, sino que doy cuenta de las distintas maneras de ver una misma cosa. Escribir acerca de algo es ya una manera de verlo, y siempre hay muchas maneras distintas de ver lo mismo.
P. ¿Por qué deja sus libros sin terminar?
R. En Puerta del Sol, al llegar a la última página, no hay ningún punto final. Es lo que ocurre con la vida y la muerte. ¿La muerte es el final de la vida o el principio de otra cosa? No hay nada de metafísico en esta observación. La distinción que hacemos racionalmente entre fin y principio no refleja la realidad. Cuando se llega a la última frase de un libro mío, el lector tiene que decidir qué hacer con él, reinventar lo que ha leído.
P. Entonces, ¿qué es la literatura?
R. La buena literatura es un tributo a la fragilidad humana y por lo tanto a la muerte. Creo que la literatura, como todo el arte en general, es un diálogo que los muertos mantienen con los vivos. Hablando de Giacometti, Genet decía que sus estatuillas eran representaciones de diálogos con los muertos. En la literatura, la vida se perpetúa a través de la palabra.
P. ¿Siente que la tradición literaria árabe está alejada de la occidental?
R. No creo en ese tipo de distinciones. Fíjese en el Quijote, por ejemplo. Todo el mundo coincide en que es el punto de partida de la tradición novelística europea. Cervantes, por su parte, dice que el origen de la historia es un manuscrito escrito por un árabe. Tomemos ahora el caso de Lorca. Su poesía entronca con la tradición arábigo-andaluza y él, a su vez, es uno de los poetas que más han influido en la poesía árabe actual. ¿Dónde están las barreras? En la tradición árabe ha pervivido la historia del último rey moro de Granada, Al Andalus ha pervivido en nuestra tradición. Me interesan esas pervivencias e interrelaciones históricas.
P. ¿Qué recepción han tenido sus libros en Israel? ¿Le interesa la literatura de aquel país?
R. Conozco muy bien la literatura israelí y enseño las obras más relevantes en los cursos que imparto en la Universidad de Nueva York sobre la literatura contemporánea del Próximo Oriente. Me interesan mucho David Grossman y Amos Oz. En cuanto a mi obra, hay dos novelas mías que se han traducido al hebreo, Puerta del Sol y Yalo. Las dos han tenido una recepción sumamente positiva en Israel.
P. ¿Alberga la esperanza de que llegue un día en que los hombres y mujeres de buena voluntad de Israel y los países árabes consigan la paz, o es sencillamente imposible?
R. Lucho por ello. La situación invita al más absoluto pesimismo, pero como enseñó Gramsci, hay que contrarrestar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad. Seguir luchando por la paz.
P. Gramsci ejerció una influencia considerable en Edward Said, con quien usted mantuvo una estrecha amistad. ¿Qué supuso su muerte para usted?
R. Edward Said no ha muerto. Cuando lo echo de menos, abro un libro suyo, me sirvo un vaso de vino y continúo mi conversación con él, igual que antes. Como le dije antes, la literatura se inventó para que los muertos pudieran seguir hablando con nosotros.
Eduardo Lago es escritor y director del Instituto Cervantes de Nueva York.
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